—¡Nada! —dijo al walkie.

Recibido.

Mitch fue acelerando la moto con el puño acompasadamente. Con un poco de suerte, en la distancia, no se notaría que lo que intentaba era alejarse de ellos cuanto antes mejor. En cada cruce, iba comunicando (y mintiendo) al walkie que aún no había nada que destacar.

Llegó al otro extremo de la avenida, y entonces dio la vuelta y paró la moto. Pero no el motor. Allí la peste era más llevadera. Sus acompañantes se habían vuelto minúsculos al otro lado. Tres pequeñas siluetas esperaban de pie junto al coche. Esos pueblerinos de Rotten se habían fiado de él, de sus palabras, sin pedir nada a cambio. En un mundo desolado, cualquier ayuda era poca, pensó. Estaba claro. Un alto rango del ejército había aparecido en sus vidas y ellos se habían alegrado. Quizás se sintiesen más seguros. Quizás pensaran que, de alguna forma, el ejército iba a venir a rescatarlos a todos por el mero hecho de tener entre ellos a uno de sus miembros.

Pero Mitch se había cambiado de ropa rápidamente y, con su comportamiento huraño, había despejado toda duda. Era uno más. Si de verdad el mundo tal y como lo conocían se había extinguido, Mitch era uno más. Cuando a las personas se les arrebataba su estatus social, solo tenían que preocuparse de no perder una cosa.

La familia.

La calle Begonia era la última de las flores que esperaba visitar. Como todas las demás, se salía del polígono en dirección este. Por el otro lado, dicha vía seguía y seguía circundando al campo, y luego perdiéndose en él. Se convertía en un sinuoso sendero que atravesaba los campos de cultivos y se internaba en el bosque bajo las montañas. Pero lo más importante era que, junto a Mitch, reposaba un enorme cartel con cantidad de direcciones posibles. Aparecían los nombres de las empresas situadas en el polígono. En el centro, las situadas en la Avenida C y, más hacia la izquierda, lo que estaba buscando: la salida a Gregory.

¿Ocurre algo? ¿Por qué te paras? —chirrió el walkie.

Mitch giró el manillar, suspiró y apretó el pulsador para hablar.

—Escuchad con atención, porque solo lo repetiré una vez: si venís en dirección a mí, la calle Trébol es la segunda que cruzaréis. No hay peligro hasta ahí. A vuestra derecha encontraréis lo que estáis buscando. Un edificio grande, pintado de amarillo, que parece ser la central de los supermercados PANDA. Es una maravilla. Ahora bien, no hagáis mucho ruido. Un poco más adelante hay cantidad de muertos caminando por las calles. Creo que no me han visto. Parecen ser trabajadores de estas instalaciones. Hay muchos. Repito: muchos. Y una última cosa: tened en cuenta lo que os he comentado sobre disparar. Pongo la mano en el fuego que sobre el polígono ronda una inmensa nube de gas…

Soltó el pulsador y el aparato quedó en silencio unos segundos.

—¿Me habéis oído?

Mitch, ¿me oyes? Soy Ben.

Mitch no contestó.

¿Qué piensas hacer? Tienes que ayudarnos, por favor. Dejaremos que hagas lo que quieras, pero antes ayúdanos con esto. Necesitamos tu ayuda. No nos dejes tirados ahora. Entiendo tu situación. Te dije que yo haría lo mismo en tu lugar, ¿recuerdas? No nos hagas esto. Nosotros solos no podremos… Corto y cambio.

—Aquí os dejo el walkie —contestó Mitch al aparato y se agachó y lo dejó en el suelo—. Tened cuidado.

Y aceleró en busca de su familia.