Ben relató la historia con voz tranquila y casi sin inflexiones, con una única pausa cuando las chicas se habían acercado a saludarlos: Candi le había sonreído con cierta jovialidad. Ben inclinó la cabeza hacia un lado con tristeza y Mitch observaba a cada lado, como si le hubiesen sacado del cine a mitad de la película.
Alguien puso música de fondo, y comenzó a oírse un saxofón junto a la voz de Louis Armstrong, a ritmo de Jeepers Creepers.
—Mi padre, cuando se ponía nervioso, se miraba las manos. —Ben imitó el gesto—. Se trajo de la guerra una crisis nerviosa en la que, normalmente, se sentía perseguido. Incluso a veces, me lo encontraba buscando por el suelo cosas inexistentes —aseguró—. Cuando llegué al pueblo, me entretuve demasiado en ayudar a la gente en la avenida principal. Había una turba, lucha de vivos contra muertos… Mi madre había muerto de un infarto. A mi padre lo encontré bañado en sangre, delante de ella, como si hubiese estado defendiéndola para que nadie pudiera. El hijo de Mary Fitt, un tío sin manos, entró por la cocina cuando llegué. Su cuerpo se llevó casi todas las balas de mi arma…
La voz de Ben Respibi terminó ronca y apagada. Mitch ya no le miraba. Quiso tener una historia que contar.
—Te lo repito, abuelo. Las últimas canciones del momento vaticinaban lo que iba a pasar —insistió Fele.
Pese a rondar la cincuentena, Fele vestía como un rockero, seguía llevando el pelo engominado, pero sobre sus orejas era blanco. Esa misma mañana se le había acabado la gomina y no estaba para bromas.
El viejo Tinny dio un sorbo a su bebida de regaliz, negó con la cabeza y escupió a un lado. Siguió balanceándose en su silla de madera. Tinny Burham era el hombre más viejo del pueblo. Le habían hecho cantidad de entrevistas, incluso en canales de televisión. A sus ciento diecinueve años, había sido uno de los bailarines más destacados del Centro de Día de Rotten, cuando todavía funcionaba. En alguna que otra tribu del mundo, sería el mandamás del lugar. En el pueblo que le vio nacer, no llegaba a tanto, aunque su opinión era más respetada que la del alcalde o la del jefe de policía.
Cuando estaban vivos.
—Ni se te ocurra hablar mal de esta canción, pipiolo —gruñó el viejo Tinny, y dio un poco más de volumen a la grave voz de Armstrong.
Matt Mane y André Prod reían desde las sillas. Fele los miró y se agarró sus partes.
—No seas tan violento, tío —dijo Matt.
—Sí, lo que tienes que hacer es explícate mejor —contribuyó André.
Fele cogió arroz de uno de los platos con un tenedor de plástico y se lo llevó a la boca. Agarró su cerveza y se dirigió a ellos.
—The shrinking universe de Muse, Who wants to live forever de Queen, All good things (Come to an end) de la titi esta canadiense… Bueno, lo que quiero decir es que cientos de canciones predecían lo que iba a ocurrir, colega.
—O sea: quieres decir que la música nos estaba avisando del levantamiento de los muertos. Me gusta esa tendencia filosófica —dijo Matt, muy meloso.
—Claro, colega, el cerebro es muy fuerte, ¿sabes? El inconsciente puede predecir el futuro y muchas cosas más, ¿sabes lo que te quiero decir? Lo decía Jim Morrison.
—¿Quién?
—Se refiere al cantante de The Doors, Matt —rio André—. Pero, verás, es una interesante teoría…
—Ya saltó el risitas. ¿Cuál es la tuya entonces, colega?
—¡Esto ha sido por el agua contaminada! —intervino Matt.
—¿Cuándo fue la ultima vez que oíste que el agua contaminada convirtiera a los muertos en asesinos? —dijo André—. ¿Mi teoría? ¿Quieres saber mi teoría? —André, de pronto se puso muy serio y miró al rockero. Eructó en su puño y observó a lo que le parecía un Peter Pan vestido de negro—. No tengo.
—¿No tienes? ¿Y por qué te ríes, colega?
—No sé. No sé por qué ha empezado esto. Y no sé cómo terminará. En lo único que me he fijado es… Pensándolo bien… Sí. Esto podría ser mi teoría: los muertos que llevan mucho tiempo muertos son lentos y los que murieron recientemente son rápidos.
Fele y Matt lo pensaron por un momento. Cada uno de un modo diferente. Por sus cabezas pasaban los momentos de incertidumbre que cada uno habían vivido.
—Hostia puta, es verdad —comentó Fele, y después dio un chupetón a su cerveza embotellada.
—Ahora que lo dices, sí. Probablemente sea cierto —dijo Matt.
Esta vez, nadie habló. Seguían comprobando lo válida que era la idea de André Prod.
—Si eso vale como teoría, yo tengo una —gorjeó el viejo Tinny, caminando hacia ellos con la misma energía de un muerto, décadas atrás.
¿La diferencia? Que el viejo se agarraba a las mesas para no caerse.
André, Matt y Fele se acercaron al hombre como si tuviesen cinco años y les hubiese llamado el profesor.
—Traéme mi bebida de regaliz, pipiolo —indicó a Fele con el dedo. Este corrió hacia ella y la trajo como alma que lleva el diablo—. Puede hacer de esto ochenta años, perfectamente —dijo Tinny, y dio un trago de la botella de EGO, contemplándola como si fuera la última—. Aquella primavera, yo trabajaba con mi padre recogiendo algodón en los campos del señor Russo. Trabajábamos mucho, pero teníamos dinero para comprar algo de comer en la venta de Hare cada vez que volvíamos. —Tinny alzó una ceja como si ahora viniera lo importante—. Un día, entramos y todos estaban alrededor de un tipo extraño, una especie de buhonero que vendía telas, collares y medicinas de los lugares más recónditos, o eso decía. Sin embargo, los del pueblo estábamos deseosos de escuchar historias más que otra cosa. No teníamos tanto entretenimiento como ahora tenéis la juventud… —Tinny miró a Samuel Day, que pasó por el otro lado de las mesas y le llamó con la cabeza—. Ya voy —le dijo.
Y prosiguió:
—Aquel buhonero enano empezó a desvariar casi al final de la tarde. Lo atribuimos a la cantidad de alcohol que había tragado, gracias al dinero de sus ventas a la gente del pueblo. Había vendido un buen lote de sedas y ungüentos quita pelos a las marujas. Aquel hombre no era más grande que una silla y cuando cayó la tarde profetizó que los muertos se levantarían de sus tumbas en cuanto él se fuera de Rotten… Hare, el dueño de la venta, lo echó a patadas.
La boca de Tinny intentó una sonrisa entre tantas arrugas. Sus músculos faciales no tenían fuerza.
—Me voy a la reunión —dijo a sus oyentes.
Se habían alejado un poco de las mesas. Formaban un círculo y los miembros del Consejo se miraban unos a otros.
La mayoría de la gente viva del pueblo estaba sentada a la mesa. En algunos sitios estaban más apiñados que en otros. Formaban grupos, pero cada uno de ellos estaba abierto a participar en cualquier conversación. Había gente riendo, gente seria y gente callada. Gente que miraba a las vallas, gente que observaba el centro comercial, gente contando chistes. Los niños jugaban a la pelota de farola a farola, y de vez en cuando, se acercaban cogían un sandwich o medio bocadillo y volvían al partido. Un par de jóvenes hablaban de sus cosas en un coche cercano con todas las puertas abiertas.
Los más curiosos, un porcentaje muy alto, se preguntaban qué era ese asunto tan importante que el Consejo tenía que discutir en privado y no en comunidad.
Tinny caminaba hacia el grupo a paso lento. No había cogido su bastón, aunque levantó las manos para indicar que estaba en condiciones de hacer el recorrido solo.
La conversación ya había empezado.
—¿Alguien sabe por qué Nehemías no ha aparecido aún? —preguntó Drew.
—¿Quién?
—Nehemías Mile, el cura.
—Jason me dijo que prefería quedarse con el bebé —contestó Samuel Day—. Le he preguntado por ella y dijo que estaba muy rara y que se teme lo peor. Hablaré con Prestia para que le eche un vistazo.
—Pero, ¿llora mucho?
—Jason dice que no.
Tinny llegó y se agarró al brazo de Drew.
—¿Me sostienes, guapa?
—Qué raro que usted pida ayuda —le sonrió la rubia.
—Llevo toda mi vida pidiendo ayuda a las mujeres. Soy así de triste. Un hombre débil de los que se llevan ahora. De esos sin pelos en las piernas —rio con brusquedad—. ¿Qué es eso tan importante que hace que estemos aquí en medio, víctimas de los chismorreos?
—¿Por qué dice usted eso? —preguntó Berta Aure.
—Usted será psiquiatra y todo lo que quiera…
—Psicóloga —corrigió la pelirroja.
—Eso mismo. Es una profesión muy bonita y que ayudará mucho a la juventud. Pero le diré algo que no ha entendido muy bien desde que vive aquí. Los pueblos pequeños están llenos de gente tremendamente orgullosa. Y este no es diferente.
—Lo he podido comprobar y… —respondió Berta, pero Samuel Day levantó la mano y la interrumpió:
—Perdonad, un momento. No nos desviemos del tema, por favor. El asunto que nos lleva a reunirnos así, casi todos lo sabéis: no queda comida. En la despensa de la iglesia estuvimos mirando y calculamos que, como mucho, tenemos para una semana más. Sabíamos que este día llegaría. Lo hemos hablado unas cuantas veces. Por eso, decidimos que la gente lo pasara bien antes de darle la noticia.
—Si quieres lo hago yo, Samuel —dijo Berta.
—Claro, es psicóloga. Tiene más tacto —convino Drew.
—La gente lo va a tomar mal de todos modos —susurró John Middles.
—Sin embargo, esta es la situación, John. Y no hay nada más —contestó Day—. He estado mirando con Ben algunos mapas. Gregory está a cuarenta y siete kilómetros, si encontráramos comida allí y vemos que es seguro, volveríamos y haríamos una expedición con los camiones.
—Cosy está más cerca —interrumpió Drew.
—No conozco ese pueblo. ¿Dónde está?
—Unos veinte kilómetros hacia el oeste.
—Pero, ¿también por la carretera de Gregory?
Todos asintieron.
—Cosy no es un pueblo, es una urbanización de chalets y piscinas. Lo que ocurre es que empezaron a construir polígonos industriales a su alrededor y el lugar se convirtió en un enorme enclave de producción —dijo John Middles.
Samuel le miró con los ojos muy abiertos.
—Pero John, eso está aún mejor. Los polígonos siempre han sido lugares vacíos de gente, llenos de maquinaria y normalmente suelen tener naves industriales o plataformas que abastecen de alimentos a los supermercados. Es decir, comida en cantidad. Mucho mejor que ir en busca de establecimientos de pueblo, como yo tenía pensado hacer…
—Sin embargo, tenemos un supermercado ahí mismo —señaló el viejo Tinny con la cabeza.
—Es cierto —dijo Middles.
—No empecéis, ya hemos hablado de ese tema —dijo Samuel—. El supermercado de ahí es pequeño, ya lo conocemos.
—Tienen almacén —dijo Drew.
—Sí, pero os aseguro que pocos días más sobreviviríamos con lo que ahí tienen. Eso sin hablar de la sangre que nos costaría conseguirlo.
—¿Sangre?
—Sabemos que el chico de los Sarmiento tiene armas ahí dentro. No nos dejará que nos llevemos la comida tan fácilmente. Nos lo advirtieron. Por mucho que hablemos con él…
—De hecho, ya lo intenté —dijo Berta—. Y el muy hijo de puta me escupió a la cara.
—Solo es uno. Y nosotros somos… —alentó el viejo Tinny.
—Dejadme que hable con él. Puedo intentarlo —solicitó John Middles.
—Olvidadlo. John, de verdad. No merece la pena. Tarde o temprano, saldrá —insistió Samuel. Middles arrugó el entrecejo—. ¿Qué os parece si organizamos una partida hacia esos polígonos industriales de Cosy con algunos hombres?
—La respuesta debería ser rápida —comentó Berta—. Así la gente lo vería más como una buena noticia.
—Tienes razón. De hecho, viéndolos desde aquí, están esperando a que les digamos algo en cuanto acabemos esta reunión. Me llevaré a Ben y a un par de voluntarios. En mi ausencia deberéis mantener la paz o, al menos, el orden. Voy a dejarte mi arma, Middles.
—La necesitarás.
—Pero tampoco puedo dejaros indefensos.
—Podríamos cogerlas del centro comercial.
—¡No sigas, John! Por favor, no sigas por ese camino. Agotemos todas las opciones antes de que corra la sangre, joder. Creo que ese ha sido nuestro fuerte hasta ahora. Nos hemos mantenido unidos. Hazme caso. Si no encontráramos comida por ninguna parte, tranquilo, yo seré el primero que trace un plan para entrar ahí.
Middles miró hacia otro lado y desestimó el asunto con las manos. Pocos conocían la faceta de aquel hombre, enfadado.
—Vamos, Berta, estaremos a tu lado mientras hablas —siguió el ex policía. Una misteriosa sensación le recorrió el estómago. A la vez que hablaba, sabía que se estaba imponiendo a la opinión de todos. Sobre todo, a John Middles. Había salido de su interior la voz de mando con la que tuvo que convivir años atrás. Sabía que no podía ser así. Ya no. Y menos con aquella gente, muchos de los cuales aún le miraban como a un extranjero. Él no quería ser el líder. Por eso tuvo la idea de crear un Consejo. Pero de tanto estar en el centro de atención, su yo ordenarte había salido a pasear.
Y eso no era buena señal.
—¡Cáspita! ¡Todo son problemas! —negó el viejo Tinny.
Nelson bostezó y miró a su alrededor. Confundido y desconcertado, intentando buscar un sitio libre al que acercarse para poder escuchar lo que tenía que decir el Consejo. Prestia apareció detrás de él y agarró el carrito.
—¿Cómo estás hoy? —preguntó la enfermera.
—Ya sabes —contestó Nelson, mirando hacia atrás para verla bien.
—Me he fijado en ti, y te veo dándole vueltas al coco. Eso no me gusta.
—Necesito pensar.
Prestia llevó el carrito casi al fondo y, como no encontraba sitio, le pidió que hiciera un hueco a un hombre sentado, el cual tenía el brazo por encima de su esposa. Con poca delicadeza, el hombre quitó la silla y dejó sitio al Nelson minusválido y extranjero, que ahora se metía en sus vidas. Prestia acercó sus labios al oído de Nelson:
—No te preocupes. Luego hablamos.
El discurso terminó con la frase:
—Le repito, señora, que la comida ha sido racionada al máximo. Berta Aure lo había hecho muy bien. Había utilizado cantidad de buenas palabras para el convencimiento. Los del pueblo apenas habían protestado porque rápidamente, cuando se quebró un poco el tema, Day salió a la palestra exponiendo que harían la expedición a los polígonos industriales de Cosy y que saldrían en aquel preciso instante. Con un poco de suerte, estarían de vuelta con buenas noticias, antes de que dieran por finalizada la barbacoa.
Algunos aldeanos incluso se acercaron al ex policía y le dieron la mano deseándole suerte.
Pidió un par de voluntarios. Ben, por supuesto, no le falló. Tinny dio un empujón a Fele para que se sumara a lo que llamó «Expedición Arca de Comer».
A Fele no se le veía muy animado. Miraba sus pies como un niño acongojado. Sentía los ojos de todos puestos en él, por culpa de su abuelo. Era una misión peligrosa. La mayoría de la gente de allí no había salido del pueblo desde que los muertos se habían reanimado. Fele había sido acosado en su habitación por su madre y sus dos hermanas muertas, hasta que su abuelo Tinny había pedido ayuda a Samuel y a los chicos. Estaba en deuda con ellos.
Para Samuel, Fele no era un buen candidato, pero el viejo Tinny insistió y volvió a empujar con el bastón a su nieto.
—No obligamos a nadie —le dijo Samuel, apoyando la mano en el hombro del rockero.
Fele era de complexión fuerte. Bajo su camiseta negra de Aerosmith, se adivinaban pectorales anchos y rígidos. Podía tener la misma edad que Samuel Day, pero estaba claro que sus destinos habían tenido rumbos muy diferentes. Los pantalones de cuero tan ajustados no le hacían ningún bien.
—¡Los cojones! —gruñó el viejo Tinny, y empujó a su nieto hacia delante.
Fele aceptó con la cabeza y miró abochornado a su alrededor. El último en unirse a la expedición fue Mitch. Pero él tenía otras intenciones.
Samuel Day recordó algo y pasó por su casa a recogerlo. Sin embargo, los escondió en la guantera. Regresó con el coche de los Sickly, otra de las muchas camionetas abandonadas en el pueblo.
El lugar en el que habían decidido situar los coches válidos no estaba muy lejos del ayuntamiento ni tampoco del lugar donde una octava parte de la población de Rotten había decidido celebrar la barbacoa. Poco después, Samuel siguió dándole vueltas al tema y propuso que los coches con más gasolina en el depósito debían estar en sitios dispersos para que, te encontrases donde te encontrases, tuvieras una oportunidad de huida ante un posible desastre. Lo sugirió en una de las reuniones y a la gente le gustó mucho la idea. Por eso sabía perfectamente que el coche de los Sickly era el que mejor tenía el depósito y fue directamente a por él.
Además, cumplía con el requisito que había solicitado el capitán Mitch. Del que Samuel Day se fiaba, pues no había que ser muy listo para ver que ese tipo estaba dotado, y seguramente entrenado, para misiones de reconocimiento. Mitch aconsejó que cogieran una camioneta para que en la parte de atrás pudieran llevar una moto. Dijo que, para inspeccionar lugares peligrosos, el rastreo debía hacerse en la medida de lo posible con vehículos ligeros que facilitaran la huida.
También había motos abandonadas por el pueblo. También reposaban dispersas por la calle. Y también habían comprobado sus depósitos y marcado las cantidades con spray negro en un lugar visible.
Tenía sentido. Mucho sentido. Ben fue en busca de una de las motos abandonadas que estaba en mejores condiciones. John Middles se le acercó, miró el depósito de la Kawasaki y negó con la cabeza.
—Toma las llaves y llevaos la mía. Le acabo de hacer una puesta a punto y no está siendo aprovechada —dijo con amabilidad.
Ben le dio unas palmadas en el hombro.
Candi le dio un largo beso a Ben Respibi delante de todos. La gente miró extrañada, pero cuando el beso se alargó, una dulce sensación recorrió el ambiente y aplaudieron. Drew Cassy se acercó a Mitch para despedirse, pero vio que se comportaba de forma huraña y decidió no lanzarse. Fue entonces cuando Drew supo que no tenía ninguna oportunidad con aquel hombre apagado y melancólico. Dudó mucho de su posición como capitán de las fuerzas armadas. Un hombre valiente era lo último que representaba ahora mismo. Sin embargo, se había enamorado de él. Llevaba días sin dormir y apenas tenía hambre. Se había obsesionado con el moreno de ojos verdes. Toda la mañana había estado pensando en él y Mitch ni siquiera la había saludado. La noche anterior estuvo dándole vueltas a soltarse el pelo de una forma desgarradora con Mitch. Cuando un hombre le gustaba, era capaz de todo. Estuvo pensando en lanzarse a la tremenda e irse en mitad de la madrugada al ambulatorio y meterse en su cama. Ningún hombre se resistiría a eso. Pero ese hombre tenía algo extraño en su interior que la frenaba. Quizás por eso estaba tan colgada. Caviló que era mejor no asustarle.
Drew se fijó en el beso de Candi y Ben y se le saltaron las lágrimas.
Ben, Mitch y un desolado Fele montaron en el coche que había traído Samuel Day. Todos les desearon suerte y se despidieron. Middles, Jimmy Laymon y algunos más habían abierto la valla por el camino del puerto de montaña y esperaban que el coche franqueara la barrera. El todoterreno paró allí y Middles se acercó a la ventanilla y habló con Day. Acto seguido, desaparecieron carretera arriba.