21… Alarma

 

Satisfecho del resultado en su actuación con el Ermitaño, Eulogio se ha retirado a su casa para descansar y empezar a estudiar su nuevo compromiso. Lleva un tiempo temiéndolo. Tiene que enfrentarse con otro caso extraño. La elección del personaje se le hace cuesta arriba, pues no tiene nada previsto: ningún ente, al menos no se le ocurre, consigue hacerlo coincidir con el naipe numero X, "La roue de fortune".

La rueda de la fortuna es más un concepto que una persona. Ha pensado en un crupier del casino, pero no encaja en lo que debe significar lo que debe hacer. Alguien con mucho dinero, pues si lo tiene no lo ha recibido de la susodicha rueda, por tanto no es el siguiente pretendiente en el que piensa. Nada de lo que se le ocurre le encaja, se dice varias veces alejando las ideas como posibilidad. Las elecciones las ha tenido, salvo con el caso de “El Chariot”, el carro, muy claras hasta el presente; pero es este momento en realidad no sabe qué camino coger.

Se sienta en su butacón tras una frugal comida. Durante un rato revisa su libreta de personajes libres para encajarlos en lo que la Emperatriz le indique. Sin embargo no encuentra un protagonista adecuado a lo que tiene que hacer. Revisa nombres y las historias de trabajo y comportamiento que tiene anotadas tras semanas de vigilancia, conversaciones con porteros o compañeros de trabajo, e incluso directamente con el interesado, contactando en la barra de un bar.

Ninguno le parece adecuado. Intranquilo, recurre al manual de uso e interpretación que trae el estuche de los naipes, e incluso las ideas que exponen Alejandro Jodorowsky y Marianne Costa en su obra "La vía del Tarot" no le sirven de nada, pues todo son conceptos genéricos, inmateriales, impropios para llevar a cabo algo que revista una inmolación real que satisfaga a la Emperatriz.

Puede leer sobre el espíritu enfrentándose con el destino. Y se pregunta pleno de dudas: ¿Qué destino y qué espíritu? Las siguientes palabras todavía le cofunden más: fortuna, desenlace, felicidad, inevitabilidad, que llenan el libro. Todo lo cual le queda claro que son las utopías que siempre han ido emparejadas con el concepto de la rueda que da vueltas y va entregando premios a los agraciados que están en el sitio y en el momento adecuado.

—Pero si es la fortuna lo que le corresponde, y he de sacrificarle, me es evidente que mi actuación no es la adecuada. Debo pensarlo más y mejor. Ahora me estoy cayendo de sueño. Luego será…, rebulle por un momento y se queda profundamente dormido en el butacón.

Eulogio se despierta bruscamente. La Emperatriz le ha indicado que se recobre, pues tiene que darle órdenes para su próximo trabajo. Tras lavarse la cara para terminar de espabilarse, como hace siempre, se sienta de nuevo en el gran butacón de la sala, su sitio favorito, e inicia la secuencia de relajación psicotónica profunda que ha aprendido bajo los consejos de un masajista y acupuntor. Cuando alcanza el nivel en el que todo le pesa, entra en una situación “Si-Rem” conocido como el sueño paradójico, en el que alcanza el inicio del trance, pero todavía no escucha lo que desea que le indique la persona que domina su voluntad y es, como se repite una vez más mientras entra en el duermevela: espera escuchar a la dueña de su corazón.

Abandonando el sueño de nivel “Theta”, va entrando en un tramo de ondas largas que le llevan al sueño “Delta” y con él a la fase “Rem” y queda abismalmente sumergido en un éxtasis como nunca ha sentido, y puede verla, en un sueño y su deseo más profundo se convierte en tangible realidad: la tiene delante, sentada en su trono y le hace señas para que se aproxime. Tímidamente se acerca. Tiene miedo de sobrepasar lo que ella le consienta. Pero la señal se mantiene y le lleva hasta su lado, hasta el contacto físico.

—Bésame como lo harías con tu novia, que es lo que soy para ti. Te amo y tú me amas. Te deseo y tú me deseas. ¡Bésame! Seremos siempre el uno para el otro, y hoy seré tuya y tú mío.

La Emperatriz lo abraza y se besan intensamente, incansablemente, antes de que ella le muerda la oreja y le diga melosamente:

—Llévame al lecho y hazme todo lo feliz que tú sabes.

Eulogio la alza en brazos y aunque no conoce el lugar, algo en su interior le lleva sin dudas hacia el lugar al que ella le conduce. Es un extenso dormitorio, con un amplio lecho con dosel y cortinas de satén transparente, que muestran un bello y repetitivo dibujo de flores. La deposita sobre la cama y una vez más recibe órdenes.

—¡Desnúdame! Y llévame a un mundo hedonista que nunca se acabe.

Eulogio, pieza a pieza la desnuda, en un ceremonial lento de caricias y gratificaciones que la Emperatriz le agradece con palabras cada vez más elocuentes conforme a su creciente excitación.

Finalmente ambos se acoplan en un himeneo que les saca a ambos de la realidad.

Cuando Eulogio se despierta, queda mirando el techo con una manifiesta duda que expresa en voz alta.

—Ha sido realidad, o sólo un sueño.

Se observa la ropa y puede ver la mancha de una polución, por lo que se queda con la duda de si realmente ha sido real lo que ha vivido. Pero si ha sido un sueño, se dice, ha sido tan corpóreo que le ha merecido la pena.

—¿Verdadero o falso? —Se pregunta por última vez.

Se encoje de hombros. Le importa un bledo lo que sea. Ya la ha visto, lo que era su mayor sueño; la ha besado hasta la extenuación y han hecho el amor hasta más allá del éxtasis.

— ¿Qué más da, si era mi sueño, y se ha cumplido? Ahora ya puedo morir feliz.

Y se queda esperando lo que todavía no ha recibido de ella: las órdenes para el próximo trabajo, con el que debe enfrentarse en breve. Escucha su voz que le hace indicaciones.

—Conozco tu angustia. Te has merecido que te ayude pues eres mi mejor amante. Deja ese naipe y realiza el sacrificio en el siguiente, la carta número XI, "La force", representada por una mujer, con un gran sombrero, que abre, enérgicamente, ejerciendo una gran fuerza, la boca de un cuadrúpedo: un perro de buen tamaño.

Sí señora. Así lo haré.

—Ponte a ello de inmediato. Y recuerda: cuando cumplas la misión, tendrás de nuevo un sitio en mi lecho.

—Gracias señora por vuestra generosidad.

Se cambia de ropa y se dispone a salir. Tiene la idea clara de a quién va a elegir, aunque apenas sabe nada de ella, pero la ha visto en varias ocasiones y cree que es la persona adecuada.

Sin prisas se encamina hacia el gimnasio en el que ha visto entrar y salir a la persona que busca. Penetra en él y se coloca en la barra de la cafetería, un local abierto a todo el que quiera tomar algo. Sabe, es el segundo dato que tiene sobre ella, que hace ejercicios por las tardes, por lo que se sienta en una mesa desde la que puede ver el vestíbulo y el acceso a la zona privada para los socios.

La ha visto llegar en ocasiones con el uniforme de la policía. Tiene algún grado, aunque no sabe cuál es, pues no entiende el extraño dibujo que hay en las hombreras. También sabe su nombre, Eloisa, pues la han llamado desde la barra como Elo, para darle un sobre y otras cosas en ocasiones y ha respondido a ese nombre.

El ser mujer, la fuerza es un femenino y el tener poder y mando como policía, encaja perfectamente con lo que significa "la fuerza", que es a lo que debe atender.

Hay revistas sobre una mesa, que empieza a hacer como que lee y pide un refresco al camarero que acude a preguntarle qué es lo que desea.

El tiempo pasa y no consigue verla, pero sabe que no puede hacer nada, salvo esperar y pedir otra consumición para no llamar la atención demasiado. Quizás no esté, por lo que tendría que volver en otra fecha.

Cuando sale, lo hace con tal rapidez que casi se la escapa al estar distraído y pensando que llevaría uniforme. Pero va de calle y traslada una pequeña bolsa típica de uso en gimnasios. La sigue a distancia, hasta que la ve entrar en una casa. Toma la dirección y penetra a leer los buzones del correo. Y encuentra el piso y que no hay nadie más en la tarjeta: Srta. Eloisa Bernaldez. 3º Dcha.

Queda enfrente, al lado de un quiosco en el que ha comprado un periódico que hace como que lo lee. Tiene la intuición, por la prisas que ha observado, que va a salir y sospecha que de uniforme.

Cuando ve que en la puerta se detiene un coche de la policía, se felicita, en una reacción narcisista que le asalta en ocasiones, por su capacidad de intuir lo que va a pasar, percepciones con las que acierta en numerosas ocasiones.

Por la hora, sabe que entra de servicio, y que no estará libre y regresará hasta por la mañana a primera hora, aspecto que debe comprobar para ir ajustando el horario y actuar en unos escasos días, si tiene un trabajo regular en cuanto a los turnos.

Regresa a su casa distraído y no es consciente que se ha cruzado con una persona que le ha mirado por unos instantes con una expresión indefinida de poder conocerlo. Pero sigue en la dirección que llevaba, aunque en su rostro hay un gesto dubitativo, que crece y que acaba haciéndolo pararse, sacar unos retratos del bolsillo, y volverse y correr hacia el punto en el que ha visto a alguien que le recuerda al que busca.

Cuando tras corretear, entrando y saliendo de diversas calles, sin lograr reencontrarlo, no puede por menos que exclamar en voz media hablando consigo mismo.

—Puede que sea o que no, pero me sorprendió. No pensé que pudiera ser, hasta que, una vez más, el cerebro ha digerido la primera impresión y me ha mandado un mensaje de alarma, aunque lo he interpretado demasiado tarde. ¡Seré idiota!

Saca la agenda de multas y datos y apunta la dirección exacta en la que se cruzo con el objeto de su duda. Debe dar parte en la comisaría en cuanto que llegue, y es hacia la que se dirige aunque todavía no sea la hora de hacerlo. Sabe que no es la primera duda razonable, la primera alarma de una posible visión entre los que están buscando una cara y una antropología que coincida con lo que han visto en las cintas, en los dibujos y fotos que se han hecho para ayudarles. Ya hay algunos que han creído verlo.

Cuando llega confirma que se encuentra en su despacho el Comisario Ruiz, por lo que va directamente hacia él.

—¿Da su permiso Señor?

—Pase Ramírez. ¿Cree haberlo visto?

—Sí Señor. Pero mi cerebro ha tardado en aceptarlo. Me he vuelto corriendo y, o vive por la zona y por eso no lo he encontrado, o se me ha perdido por algunas de las varias calles que hay en la zona. ¡Soy un idiota!

—No. Aporta un dato importante. Ya son tres los que han creído verlo, coja una foto del ordenador, de las que hay para que el que crea haberlo visto pueda poner los datos, cambios o disfraces que pueda estar usando y que nos servirán Todo eso nos llevará a acorralarlo con seguridad y acabar con él quitándolo de la calle.

—Sí comisario. Me pongo a ello, y se lo traigo. Ahora estoy seguro que era él, pero iba algo disfrazado, pero no tanto como para no reconocerlo cuando mi cerebro unió aspectos, eliminó disfraces, como una perilla, y lo que ahora me parece una peluca muy ajustada que oculta su pelo largo.

—Un momento. Quiero hacerle una pregunta antes de explicarle una novedad. La palabra fuerza, ¿a qué la asocia, en que piensa ante el concepto de fuerza? Hable con tranquilidad y lo extenso que necesite para exponer sus ideas.

—Fuerza me lleva a pensar de inmediato en el poder. ¿Quién puede ejercer fuerza? El ejército, la policía, y ya, a menor nivel, aquellos que están fuertes por el gimnasio, el boxeo, las artes marciales, y en última instancia el hombre sobre hombres más débiles o sobre la mujer, salvo que ésta esté muy cachas, como hay muchas y sea capaz de frenar al hombre.

—Muy bien. He tomado nota y se ha grabado lo que ha dicho. Y ahora le explico. Hemos recibido una carta de Eulogio en la que nos advierte que cambia la carta de la rueda de la fortuna por la siguiente: la XI, "La force", la fuerza sobre la que le he preguntado. Ya lo sabe, que hay cambio de la persona elegida. Si se le ocurre algo o alguien más que pueda ejercer fuerza, nos lo hace saber.

Cuando se marcha, los tres presentes continúan el estudio que están realizando sobre el futuro cliente del asesino.

—Me sigo inclinando, dado que Eulogio ha demostrado que es inteligente —Indica Leonor—, que ha debido pensar en un policía para que represente la fuerza, pues es de las cosas que más cantidad tiene a su alrededor, y me arriesgo a decir, pues como no es tonto, que fuerza es femenino, habrá elegido, o va a elegir, a una chica policía. Si yo fuera Eulogio, sería mi elección: una mujer y policía.

—Es cierto, es una posibilidad de muy alto nivel. Posiblemente lo más sencillo de encontrar, que no de sorprender, sobre todo si desde este momento se avisa a todas las féminas de que tomen precauciones, pues pueden estar en el punto de mira del asesino.

—Eso; que duerman con la pistola bajo la almohada, y estén en alerta en todo momento, tomando todas las precauciones en sus casas —remata Julio—. ¿Si me autorizáis, me ocupo de dar esas instrucciones para que en un momento lo sepa todo el personal?

—Adelante. Ocúpate de todo, pues eres meticuloso y con experiencia en esa temática, que sabemos que llevaste por un tiempo en otra comisaría.

—¡Caramba! No sabía que lo supieras.

—Ya ves. Pues sí. Un buen jefe debe saberlo todo, pues así aprovecha a los mejores y a sus experiencias.

Julio se marcha hacia las dependencias de comunicaciones para que el aviso llegue con seguridad desde los más altos niveles, hasta las oficinistas de las más alejadas comisarías.

En veinticuatro horas, conforme los turnos se suceden, todo el personal se muestra alerta, aunque externamente nada ha cambiado. Sin embargo, casi todas las armas han sido cuidadosamente preparadas por su propietario, y les han añadido una gota de aceite en la corredera, e incluso en los domicilios, no están en lo alto de un armario y sin cargador; las tienen a mano, con un cartucho en la recámara y el cargador lleno.

El asesino del tarot
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