10… El primer error
Nela y Hernán hace más de un año que viven juntos en un piso alquilado, cómodo, y de un tamaño que no les ocupa demasiado tiempo en su mantenimiento y limpieza, lo que les permite un considerable ahorro económico y de trabajo, aspecto que les ayuda en sus estudios y el poder llevar una vida más holgada con las donaciones que reciben de sus familias. Han decidido casarse pues, después del tiempo que llevan juntos, les parece lo más sensato y adecuado.
Sólo han invitado a unos pocos amigos y compañeros de la universidad. Ambos estudian el mismo curso, que ha sido el modo en el que se conocieron al empezar tres años atrás. Las familias de ambos han llegado la víspera y se alojan en el hotel en el que se va a celebrar el banquete privado.Entre todos los invitados apenas llegan al medio centenar, por lo que el hotel les ha destinado una sala en la que caben holgadamente, y hay sitio suficiente para bailar con la música de CDs que les lleven por algún sistema que tendrán que contratar.
Hace días que han firmado el contrato de la música, con un pico de la ayuda, muy generosa, de los padres de ambos. Luís, el discjockey que se ocupara de la música, optimista ante el ingreso de la boda, ha abierto la espita de su monedero y ha tomado unas cervezas con desconocidos, con los que ha contactado en las barras de los bares. Satisfecho, charlatán y alegre por el alcohol, no ha controlado lo que decía ni con quién hablaba. Todos eran gentes de trato ocasional y simpático que le acompañaban en el juego de las invitaciones, los chistes y los chismes sobre mujeres.
Eulogio, en su deambular cotidiano, buscando datos para su trabajo, ha coincidido con Luís, que le ha contado datos de su doble vida, la de estudiante y la de discjockey, aspecto en el que le ha insistido Eulogio, y mostrando interés por lo entretenido de ese trabajo, del que él no conoce apenas nada.
Luís ha hablado sin filtros o discreción. Finalmente, cuando se separan, a Eulogio sólo le faltan unos pocos datos para saber todo lo necesario sobre la pareja. Disfrazado de botones de una tienda de flores, obtiene la dirección del domicilio de los que se casan en un par de días, periodo que espera que le conceda el tiempo necesario para preparar con cuidado su trabajo. Un acto que quiere convertir, como siempre hace, en una verdadera obra de arte.
Viendo la TV. en su casa, no puede por menos que, ante una racha abusiva de anuncios, cuya voz silencia con el mando, aprovechar el momento para comentar con la emperatriz que ha empezado a hablarle.
—Señora, el amor se lo merece todo, pues es lo más bonito que hay en esta vida. La pareja de pasado mañana, tendrá lo mejor de lo mejor. He decidido ser muy tierno con ellos, pues al amarse se lo han ganado. Son como un Romeo y una Julieta de estos años, en los que apenas hay amor, y casi todo es sexo. Entre los dos, por lo que he visto, hay amor del bueno, por eso les daré toda la ternura y el buen trato que las circunstancias me permiten. ¿Os parece bien mi señora?
Durante un instante queda en silencio, y sus facies se vuelven sonrientes cuando escucha la respuesta que le indica que es una buena empresa y que sea todo lo agradable que pueda con los dos.
Eulogio lo ha sopesado todo y ha elegido lo mejor para ellos. Los novios no podrán quejarse, se ha dicho ya muchas veces. No tiene duda que va a ser la mejor y más sonada boda en mucho tiempo.
*
Se levantan temprano. Es el gran día. Nela tiene cita en la peluquería a primera hora para la parte más larga del tocado. Un momento antes de la hora en la que saldrán hacia la ceremonia, la peluquera pasará por su casa para un último arreglo. En un rincón del salón, el blanco traje de novia está extendido sobre el sofá. Sobre el respaldo, el chaqué de Hernán espera también su momento.
Un rápido desayuno y Nela sale en dirección a realizar las dos cosas que tiene pendiente. No puede ver que, desde la cafetería que hay enfrente de su casa, delante de una cerveza, Eulogio se extraña al verla salir. Se mueve de inmediato y la sigue a distancia. Cuando la ve entrar en la peluquería, lo comprende y se tranquiliza, aunque acepta que tiene que retrasarlo todo por un tiempo, pero comprobarlo todo. Es lo que ha hecho, lo que le ha liberado de un fallo si, cuando llegara a la casa, no estuviera la novia. Hace un cálculo, le añade un periodo más de seguridad, por si algo se retrasara y calcula la hora en la que debe actuar. Sin prisas, se encamina a recoger el encargo principal. Con él penetra en su casa para prepararlo todo.
Una hora después, maquillado, se viste con el traje alquilado en la sastrería Cornejo, recoge su cartera y el abultado paquete que ha traído un rato antes. Sale del ascensor sin encontrarse con nadie. Una vez más mira el reloj, en un gesto estereotipado que se le ha disparado desde que se despertó y asume que, dada la hora que es, y la de la ceremonia, la novia tiene que estar en casa y se debe estar poniendo el albo traje que va a lucir. Con decisión penetra y llama el ascensor. Una señora que sale de él, le sonríe e inquiere.
—¿Para la novia, verdad?
—Sí señora —contesta, aunque en el fondo está molesto por el encuentro.
Se tranquiliza, pues el cruce ha sido tan breve, que no cree que recuerde nada pues casi no le ha mirado, y tenía la cara en gran parte tapada por las flores que va a entregar. Además, se dice tratando de tranquilizarse, para algo va maquillado y vestido de botones de hotel, se dice como última razón para olvidar el cruce.
Llama a la puerta y espera con tranquilidad.
—¿Quién es?
—Botones de la Floristería Reina. Traigo un gran ramo para la novia.
Eulogio escucha el giro de llaves y el deslizarse de un cerrojo. Y lo prepara todo mientras la puerta inicia la apertura. Cuando ésta se encuentra a mitad del recorrido, empuja y penetra, al tiempo que la pistola eléctrica clava dos dardos en el pecho de Hernán y éste sorprendido cae al suelo desde donde mira con expresión de dolorosa sorpresa y se agita por un momento antes de inmovilizarse.
—¿Quién es?
Escucha preguntar a Nela desde el dormitorio.
—Es un ramo de flores que les mandan. —Responde.
—Dale una buena propina.
—Gracias señora. Es usted un ángel —y lo dice cuando ya está penetrando en el dormitorio en el que ella se viste.
El disparo de otra pistola, la reduce y cae sobre el lecho que tiene a su espalda con el traje blanco a medio colocar.
—Gracias por facilitarme mi trabajo.
De inmediato, completa la colocación del vestido de novia y la situa en el lado izquierdo de la cama. Arrastra al novio, que ya está vestido a falta de la chaqueta, que le coloca y abotona, y lo sube a la cama, colocándolo a la derecha de la novia. Ambos le miran, inmovilizados por la corriente eléctrica de alto voltaje a la que de nuevo los somete.
Saca un revólver con un cañón de 2 pulgadas, del calibre .38 Wad Cutter Especial y le hace un disparo sobre el lado izquierdo del pecho a cada uno y lo realiza desde cierta distancia, para no dejar manchas y quemaduras de pólvora. Une sus manos y en cada agujero de entrada del disparo coloca una rosa blanca. Hace su corte en círculo de firma para cada uno, y pone una rosa roja en cada orificio y acomoda entre los dos el gran manojo de rosas y otras flores.
De la cartera saca los naipes y las chinchetas, y con un golpe con el canto de la mano, coloca sobre las dos frentes las cartas, las propias y las del Carro, el naipe número VII, "Le Chariot", como indica el título en la parte baja, mostrando el dibujos de los dos caballos de colores rojo y azul, y en lo alto de lo que parece ser un carruaje, un posible rey con corona y cetro, que indica quién será el próximo en caer bajo sus manos.
Cuando tiene todo a su gusto, saca su teléfono y dispara numerosas fotografías desde diversos puntos.
Está muy seguro de que lo ha hecho, como siempre, todo a la perfección total. Hace un recorrido con la vista de todo el piso, recordando lo que hizo en cada punto. No se ha quitado los guantes de látex, por tanto no debe quedar nada que le pueda relacionar. Mira a la pareja que, sobre la cama, parece como si durmieran profundamente, y se despide de ellos con agradecimiento.
—Gracias a los dos. Os deseo la máxima felicidad por los siglos de los siglos venideros, en los que seguiréis juntos como ahora.
Sale sin tropezarse con nadie en el pasillo y en la escalera, pero ya en el portal coincide, aunque no sabe quien es, con la peluquera que va a dar el toque final a la novia y a la que, galantemente, cede la entrada, por lo que cruzan unas pocas palabras. Mientras coge el ascensor, la peluquera murmura entre dientes.
—¿Quién diablos será ese tío, o lo que sea? Va maquillado hasta las orejas. ¡Qué mundo, ya nada es lo que parece! Ni que fuera carnaval. Vestido de botones, y con más maquillaje que una corista de las revistas de antaño, como las de Celia Gámez, que sí que eran unas buenas revistas y no las payasadas actuales.
Cuando llama a la puerta varias veces, no hay respuesta. Usa el número de teléfono que tiene de su cliente, y la llama. Pero no hay respuesta. Cuando baja, en la puerta hay un elegante coche negro con lazos blancos en todo lo que sobresale y un uniformado chofer que espera.
—¿Está esperando a los novios? No responden a la llamada, soy la peluquera para el último arreglo. Es algo raro.
—Voy a subir, no pueden haberse ido sin el coche que han alquilado y pagado para que les lleve a la iglesia y al restaurante.
—Está bien, usted sabrá —responde la peluquera encogiéndose de hombros—. Tampoco contestan al teléfono. Regreso a mi trabajo que tengo gente esperando y ya he cobrado todo. Si no están…, yo no hago más milagros que no sean el convertir a las feas en guapas.
Y tras una sonrisa ante su comentario que es algo que se dice con cierta frecuencia, pues es lo que piensa en el fondo, se marcha mientras el chofer cierra el coche y penetra en la casa.
Para el conductor tampoco hay resultados, por lo que inicia una serie de llamadas, todas negativas que, en escaso tiempo, lleva a la policía al apartamento. Un cerrajero fuerza la cerradura y queda claro que "el asesino del Tarot" ha vuelto a realizar su juego, en esta ocasión con una refinada demostración de un elegante escenario del crimen, muy exornado con flores.
La noticia de inmediato es comunicada al grupo de homicidios que se encamina hacia el punto del delito. Y en escaso tiempo después, es la noticia del día en las TV. y las emisoras de radio. Con algo más de retraso, varios periódicos tienen en la calle la primicia que, dado el ser un crimen múltiple, con publicidad anterior y las características morbosas de ser la dualidad de asesinados: una pareja que se casaba ese día.
Y de nuevo da lugar a una lucha de ediciones vespertinas que inundan los quioscos con una profusión de noticias, en la que el contenido de texto de las mismas, en referencia a su autenticidad no tiene casi nada que ver con la realidad. Sin embargo, cada periódico, con una fotografía diferente de los novios asesinados en la cama, entre flores, con las manos cogidas y las rosas saliendo de los agujeros, llama la atención. La aparatosidad del hecho, hace que la noticia se difunda con increíble velocidad y se formen colas en los quioscos y librerías.
Cuando un policía sube un paquete con toda la prensa al comisario y demás miembros del Grupo de Homicidios, no comprenden cómo es posible que los diarios estén ya en posesión de la noticia y tengan una diversidad de fotos, y las hayan editado. Son imágenes que, en teoría, son los únicos que las habrían podido ver.
Carlos llama al juez, y a los periódicos con los que tiene amistad y en escaso tiempo todo queda aclarado.
—Leonor, ya se sabe como ha sido. El asesino ha enviado las fotografías, una diferente para cada diario o revista, y un escrito que es el mismo y que se puede ver en forma de ladillo en cada periódico, y que te leo.
El amor lo obtiene todo. Por ello, dando las gracias por su colaboración a los dos enamorados, os envío a cada periódico una fotografía diferente de los amantes cuando, juntos, vuelan hacia el paraíso del amor. Ruego la máxima publicidad pues ambos se lo han merecido. Gracias a todos: admiradores, amigos y hostiles enemigos de mi genial obra.
El ejecutor del Tarot.
Todos lo han escuchado haciendo en un alto en su labor de registro, búsqueda de huellas y restos.
—Es evidente —dice Leonor— que este tipejo es un hijo de su madre. No sólo mata, sino que falta al respeto a los finados, es profundamente vanidoso e incluso soberbio, se ríe de nosotros y se considera superior a todo.
—Es lógico —indica Teresa, la tarotista—, se cree protegido por la emperatriz, pues cuando ésta le habla, él se siente lleno de poder y está pleno de razón y cree que realiza lo más importante del universo, una orden divina que le sitúa por encima de todo.
—Tienes razón Teresa. Es un esquizofrénico, equilibrado dentro de su mundo de alucinaciones, —interviene Beatriz Suárez, la psiquiatra de la policía—, pero además hay un componente, estoy pensando, de bipolar maniaco; es alegre, seguro, hiperactivo, exhibicionista, narcisista, tendente a compartir sus visiones con los demás, por lo que, poco a poco irá relacionándose más y más con el publico, el que empieza a considerar su público, del que espera admiración, comprensión, condescendencia y benevolencia, e incluso amor por la positiva labor que él considera que está realizando. Pero creo que no falta el respeto a los muertos. Los homenajea, los ensalza y les da mucho valor: yo lo veo así. Ya opinará el forense sobre ese extremo.
—¿Y que significa para ti ese conjunto de hechos que has elaborado?
—Que es un tipo peligroso, un iluminado, pues a todo lo dicho une la típica inteligencia, bastante superior a lo normal, del esquizofrénico.
—¿Es cierto eso de la superinteligencia de los esquizoides[11] que he escuchado más de una vez? —Pregunta el subinspector Julio.
—Sí. Es algo no demasiado sabido, pero comprobado, que muchos de los personajes más famosos que se conocen y que han dejado grandes obras, positivas o negativas, pero que se han salido del curso normal de la historia, eran esquizofrénicos, con más o menos control de sí mismos. Es decir, eran fuertes personalidades, con una vasta cultura, con todo tipo de conocimientos, a los que sus visiones, alucinaciones, o profundos pensamientos, les han llevado a realizar obras que se han salido de lo estándar, de lo vulgar, de lo nuestro de cada día, de lo que se considera adecuado, pues no se sujetan y adaptan a lo aprobado por la mayoría.
—Te entiendo, quiero decir que te entendemos. Ya sabemos que hay una línea divisoria, entre lo vulgar y lo especial. Y ya se sabe que ir más allá de esa línea roja, el tope entre lo aceptado y lo contrario, hace que se le vea con prevención pues puede ser un tipo peligroso. —Indica Arturo Duato.— Adelante Beatriz.
La psiquiatra Beatriz Suárez vuelve a intervenir, dispuesta a entrar, aunque superficialmente, en algunos puntos de sus publicaciones, muy aceptadas por una mayoría y algo rechazadas por unos pocos, los negativos de siempre, y que ha dejado de hablar por un momento, pero que de inmediato continúa su perorata.
—Los que pasan esa línea establecida, entran en un aspecto social que no entiende la gente común. Esa situación es aceptada con mucha desconfianza por unos, que son los opuestos a todo lo que no sea vulgar y mezquino, que es lo que ellos entienden; mientras que para otros muchos, con un nivel de inteligencia y cultura más alta, muestran un aprecio manifiesto pues, a esos individuos fuera de lo corriente se les denomina, y además lo son: unos genios.
Carlos, hace un gesto, para hablar pues quiere evitar que, lo que debiera ser un trabajo exacto y meticuloso, se convierta en un simposium de Psiquiatría, que todos escuchan con interés dado el desconocido conjunto de ideas que se plantean y en la que se sienten a gusto, hablando, dos de los presentes.
—Bien. Todos habéis comprendido lo dicho por estos "genios", que también los hay entre nosotros. Pero ahora, sigamos investigando, pues empiezo a tener claro, es una intuición, que la vanidad y la seguridad en sí mismo de nuestro común amigo Eulogio, le debe estar llevando a descuidar lo que hace y empezará a cometer errores. Por tanto: vayamos a la caza del gazapo, que seguro que los hay y sólo es cuestión de encontrarlos y para ello: hay que buscarlos.
La tertulia se deshace de inmediato y cada uno se concentra en su cometido. Pronto se empiezan a encontrar cosas, algo que es la primera vez que les ocurre.
—Leonor, en la cubierta transparente del ramo de flores viene la dirección de la tienda y el número de registro de la venta.
—Vaya…, quédate con ese trozo y apúntalo además. Sigamos buscando, es posible que por una vez cometa algún fallo y tengamos la primera pista.
Poco después, Leonor que registra la ropa de la fallecida, encuentra la tarjeta y la factura de la peluquería con fecha del día, lo que puede serles útil. De inmediato llama.
—Podría hablar con la persona que ha atendido esta mañana a Doña Nela López, que se casaba hoy.
—Yo misma. ¿Quien es usted?
—Soy inspector de policía y estoy investigando su muerte. La pareja ha sido asesinada hace unas horas. ¿Sabe usted algo?
—Pues sí, inspectora. Fui a peinarla antes de que saliera hacia la ceremonia, que era lo acordado, pero no me abrían la puerta ni contestaban al teléfono. Vi salir a mi llegada a un tipo extraño. Y lo mismo le ocurrió, supongo, al conductor del coche que les iba a llevar a la iglesia y al restaurante o donde lo celebraran. Presentí que ocurría algo raro.
—¿No sabrá nada del conductor?
—No. No me fije. Hablé un momento, advirtiéndole que no contestaban. Tenía clientes y me marché de inmediato a mi negocio.
—La necesito en comisaría. ¿A qué hora estará libre para dedicarnos un rato? Le mandaría un coche de la policía y le devolverán a su negocio en cuando hagamos el retrato robot del que vio salir. ¿Lo recuerda?
—Sí. Iba muy maquillado, pero ese es mi trabajo, puedo ver, adivinar lo que había debajo de lo que se había puesto. No sabe nada de maquillarse, era una chapuza lo que llevaba. Error común, creer que cambiar colores, poner sombras acusadas, añadir bigotes o aumentar las cejas despista. No es el caso, y creo que sé como es su cara sin los afeites que llevaba.
—Se lo agradeceremos, pues puede ser una gran pista la que usted nos aporte.
—Sí. Cójanlo y que le den garrote vil; mira que asesinar a una pareja tan agradable y generosa como eran los dos. Si fuera posible venir por mí a las dos de la tarde, que es cuando cierro y devolverme a las cuatro o poco más, no me causarían perjuicio alguno y sé que un buen dibujante dejará la cara exacta, pues tengo claro su rostro.
—A las dos le recogen, señora. Muchas gracias y hasta luego pues le atenderé personalmente. Querrá tomar algo, pues alteramos su horario de comida.
—No, sólo un refresco y un sándwich. Gracias, es mi primer contacto con ustedes y son muy agradables. Será un placer hablar con usted.
En el apartamento, el juez y Luís que le acompaña, que ya han controlado todo, autoriza que se lleven los cuerpos. Hay una actividad acusada por parte de todo el personal científico que revisa cada centímetro de la casa.
—Ha usado un revólver, pues no hay casquillos en ningún sitio. Se ha llevado los dardos de la pistola aturdidora, ya que sólo ha dejado las heridas de los puntos de ser clavados. —Indica el oficial José Carrasco— No ha dejado ninguna huella, salvo la etiqueta de las flores que es extraño que no haya sido consciente de ello, dado que es un tío de lo más meticuloso y exacto y también la factura de la peluquería.
—No. —interviene, muy satisfecho, el oficial Arturo Duato— Puede ser que me equivoque, pero creo que he encontrado sangre suya. Se ha pinchado con una espina de rosa, pienso y ojala acierte, pues hay un poco de sangre en el celofán o lo que sea que envuelve a las rosas. Es una gota seca, no muy grande, que coincide con un agujero en el plástico que envuelve las flores, y hay una espina con la punta ensangrentada. Aunque he buscado más, no se encuentra otro poco de sangre. Estoy seguro que en esta ocasión sus guantes eran de látex y no de cuero como en otra ocasión, la que dejó la huella de la costura. Lo voy a recoger todo con exquisito cuidado y me voy a entregarlo personalmente en el laboratorio, no quiero el menor error; es posible que haya suficiente cantidad para una prueba de ADN. Me voy, con su permiso Jefe.
—Marcha y hazlo todo muy bien. Puede ser un eslabón más para cazar a ese capullo hijo de su madre.
Cazadores de huellas, técnicos con lámparas de "Luz negra" para encontrar semen o cualquier fluido que pueda serles útil, y sprays de Luminol para buscar manchas de sangre, recorren el escenario sin dejar un rincón sin escrutar. Pero el tiempo discurre y no aparece nada más. Un momento antes de que se dé la orden de terminar, un técnico habla tan alto, que más parece un grito.
—¡Aquí, aquí hay una huella de calzado! Parece como si hubiera pisado un barro bastante sólido, y se le desprendiera dentro de la casa cuando ha terminado de secarse. Para mí es de una bota de suela de goma con dibujo. Hemos tenido suerte, no ha sido pisada, pues está debajo del borde de la cama, como si se hubiera acercado mucho a ésta y, al ponerse de puntillas, se desprendió el barro seco.
—No toques nada. A ver, ese artista de fotógrafo, Don Javier, haz unas cuantas de esas fotos como para ganar un premio. —Indica Carlos.
—Habría que correr la cama para unas buenas fotos, y ya estoy preparando el spray fijador y la escayola para hacer un molde —vuelve a intervenir el protagonista del descubrimiento.
Entre varios con cuidado corren la cama dejando al descubierto la huella, con fallos pero que muestra una suela con un claro dibujo. Un técnico, sin tocarla, la mide, deja un cartón con una escala del tamaño real para comparar y emite un dictamen.
—Barro sucio, negruzco, del que suele haber en las calles, con polvo de neumáticos, polvo del viento y cenizas de tabaco, y hay un resto de una hoja de maceta. Ya he visto este tipo de barro en otras ocasiones. El propietario del calzado tiene un pie del 42 o 43, lo que implica, si todo es normal, que mide al menos así, a priori, entre un metro setenta y tres y setenta y seis. Es posible que algo más. Una talla muy normal, en la media de las personas de esta generación. Creo que al salir, si se me deja, debería buscar por los alrededores, es posible que haya una huella contraria, un negativo, pues han debido regar por algún motivo y debe haber algún bache o algo por el estilo.
—Vete ya y busca. Dejaremos un coche para ti si vemos que tardas. Pero busca y encuentra, puede ser muy importante. —Indica Leonor.
—Si jefa. Así lo haré.
Leonor se encoje de hombros ante lo de jefa, esa costumbre tan plural, y empieza a recoger sus apuntes y a indicar a los presentes que lo almacenen todo para llevárselo. Se precinta la casa, tras cerrar todos los accesos, y cortar los suministros de agua y electricidad.
Cuando llegan a la calle, la mano con el pulgar hacia el cielo del técnico, les indica que ha encontrado lo que buscaba. Está batiendo escayola en un gran tazón de goma y empieza a echarla desde el borde de la escudilla con una cuchara sobre la huella de pisada. Ésta se encuentra situada en un pequeño charco de barro que esta situado, entre dos coches aparcados al lado de la acera. En un lateral del barrizal, se muestra la huella de una planta de calzado con un dibujo que todos reconocen por la huella vista en el piso.
—Enhorabuena Pedro. —Indica Leonor—. Constará en tu expediente la buena vista y tu arte en descubrir y tomar las huellas. Y no me llames jefa otra vez.
—Sí señora, y muchas gracias por pensar en mi expediente.
Poco después, cuando la escayola ha endurecido y la retira del suelo con cuidado mientras casi todos lo contemplan, observa que hay vecinos en los balcones que se han enterado del crimen y otros que han bajado a la calle para estar más cerca, y tratar de hablar con los presentes mientras suben a los coches y les aplauden como despedida.
—Menos mal que todavía hay gente que nos aprecia y son conscientes de lo difícil, sufrido y poco entendido que es nuestro trabajo.
Indica el comisario Ruiz que, por su experiencia, ha vivido situaciones positivas y negativas hacia la policía, y que comprende que hay gente que nunca estará de acuerdo con lo que sea el honor, la disciplina y la buena voluntad, y sólo creen que la que vale es la suya, por muy absurda y deshonesta que pueda parecer a otros.