2… Contacto con la
policía
Antes de ponerme a escribir la novela, como siempre hago, me dediqué intensamente a reunir toda la documentación posible sobre el caso, y con la experiencia de haber hecho lo mismo para otros relatos, llamé directamente a un amigo, un policía de alto nivel, Comisario Principal, solicitando si era posible que me fuera prestada una fotocopia del expediente del caso. Me indicó que hablaría con el que lo llevó, por si le parecía bien hacerlo.
Unos días después, una llamada telefónica me hizo acudir a una escuela de policía, en la periferia de Madrid, en la que, el Comisario Principal había hablado con el comisario que llevó el caso. Éste, le solicitaba que hablara conmigo, pues aunque nos conocíamos de unos instantes a la entrada del hospital, antes de darme nada estimaba necesario saber si era una persona formal. El Comisario Principal nos puso en contacto una vez que aceptó mis intereses, mi conducta presumible sobre el tema, y reflexionó sobre lo que yo podía aportar a la investigación retroactiva.
Conversamos por teléfono por un momento, me pidió unas informaciones sobre mi idea, le indiqué que tenía una visión autobiográfica del penado, que me había regalado, versión que me parecía seria y sincera por lo que había leído. Estaba escrita, por demás, por el detenido durante su larga estancia en la prisión. Le expuse que era mi idea y voluntad, ser lo más exacto posible. Me aceptó, condicionando la entrega al resultado de la reunión entre ambos y quedamos en fecha, sitio y hora para vernos
Comprendí que aceptara, y me pareció más que lógico, que si les era posible concederme lo que les solicitaba, me exigieran unas condiciones en las que la acción no excediera los límites de la verdad y se ajustara a la realidad. Con esa idea, y un par de mis novelas como regalo, partí en el AVE hacia la nueva y nada lejana ciudad en la que trabajaba como Comisario.
Me desperté temprano en el hotel y preparé todo en mi cartera antes de bajar a desayunar. Me notaba impaciente; era mi primer intento de escribir una historia policíaca. Y también muy consciente que, sobre todo, tenía que hacerla con mucha exactitud pues se trataba de un hecho real, y no podía dejar libre la imaginación en lo importante. Los hechos debían ser ajustados a las dos fuentes, la que tenía recibida de él, y la que estaba apunto de conseguir gracias a lo que el que en tiempos fuera inspector, y en la actualidad es Comisario Principal, tuviera disponible y aceptado a concederme. Apenas nos conocíamos de aquella época, sólo del momento del ingreso en la guardia del hospital y así nos lo dijimos cuando ajustamos la reunión, por lo que pensaba que me entendería y ayudaría cuando nos reuniéramos.
Por lo tanto, sólo podría crear, inventando al tratar de reconstruir la trama en los puntos de los que no existían datos, ni podían existir. Era lo que sucedería con las conversaciones y diálogos, o las cavilaciones, pensamientos e intenciones del asesino o de la policía. Todo ese aspecto no se podía conocer, por lo que tendría que crear, con imaginación controlada, basándome en lo que sí era cierto, un relleno de continuidad por mi cuenta.
Me era obligatorio un montaje que hiciera ameno el desarrollo meticuloso del funcionamiento de una unidad de policía criminal, y la visión patológicamente enfermiza de un asesino en serie.
Tendré que ver lo que me cuente el Inspector Ruiz y lo que me diga el expediente, amén de los que me ha entregado Eulogio: teniendo todo ese arsenal, podré hacer algo serio. He pensado, como otra ayuda, que he de tratar de conseguir que me preste su libreta personal, en la que llevaba el día a día del curso de la investigación, algo que no tengo demasiada esperanza de obtener, pues realmente es algo demasiado personal. Pero debo intentarlo, me he repetido varias veces.
A la hora acordada, nos reunimos en una salita de un restaurante en la que le he invitado a comer. Llegué de forma anticipada, como sabía que debía ser para recibirlo en la forma adecuada. No debo cometer ni un fallo que le predisponga en mi contra. Me siento en la mesa y le digo al camarero que esperaré a que llegue mi invitado y entonces pediremos.
Cuando entra, adiviné que era él por una serie de detalles que le señalaban como un policía: tranquilo, algo lento para como me comporto yo, siempre acelerado. Le puedo ver cómo recorre con la mirada, observando todo el salón, y en qué forma lo hace lentamente, en una clara inspección inconsciente, una conducta establecida por años de profesión en la que un error es importante, y lo es tanto en localizar al buscado, como para conservar la vida en algunos casos. Trae en la mano izquierda un usado maletín “Samsonite”, que quizás contenga lo que necesito.
Le veo hablar con el maître, que me señala directamente cuando me estoy levantando para acercarme a él, por lo que nos encontramos a mitad de camino.
—¿Don Carlos Ruiz?
—¿Don José Blasco?
—Es evidente que ambos lo somos. —Correspondo—. Le he reconocido por su forma tan profesional de entrar: comprobando todo a priori y barriendo con la vista cada rincón del local. Igual conducta que cuando la detención e ingreso para intervenirlo, que es cuando nos conocimos, aunque sólo fueran dos momentos los que estuvimos juntos. Pero le he recordado nada más verle.
—Usted también es observador si se ha dado cuenta de eso y de otras cosas que no ha dicho y que habrá visto y supuesto. Y que no quiero saber, de modo que guárdelas para sí. Yo también le recuerdo, no parece haber pasado el tiempo por usted. Esa es una de las cosas que no ha dicho y que sé que ha supuesto. Los dos seguimos igual de jóvenes, pues nuestras mentes no han envejecido, que es donde reside la senectud: cuando uno pierde la alegría de sentirse joven.
Mientras mantenemos el primer escarceo tratando de valorar a la otra parte, nos damos la mano y nos dirigimos hacia la mesa. La realidad es que nos tratamos, un mínimo en aquel tiempo, pero no lo suficiente para conocernos un poco. Ya sentados, por un momento nos miramos a los ojos en una mutua inspección de personalidades, conductas, fiabilidades y otro montón de todos esos datos que proporciona la mirada al que sabe interpretarla. Mantengo mi mirada sin un pestañeo, correspondiendo a la suya que hace exactamente lo mismo. Cuando llevamos un tiempo, observo el inicio de una sonrisa que libera la mía que, desde hace un rato pugna por salir.
—Creo que nos entenderemos —indica rompiendo el silencio.
—Es lo que espero y deseo, pues de usted depende y mucho lo que pueda hacer para escribir una historia interesante.
—Lo hará, pues lo que desea ya es suyo. Me han autorizado, debe tener influencias en lo alto, y la única observación recibida es que los nombres del personal de policía, de los confidentes y de todo lo que aparece en lo que le entregaré, no salgan a la luz. Deberá cambiar los nombres y, al menos un poco, y también los perfiles de conducta de cada uno de ellos.
—Muchas gracias. Es usted muy amable. Le dedicaré el libro y se lo encuadernaré de lujo.
—Lo último queda a su elección, pero no sería necesario pues con la dedicatoria me doy por contento. Sobre la otra idea, me han dicho que Eulogio, que sé que ha muerto hace dos días más o menos, le escribió sus memorias sobre lo que sucedió, un aspecto que me gustaría conocer y entrar, posiblemente sea viable, en los entresijos de su mente, las razones y su forma de pensar, con la que tantas veces nos engañó. Es evidente que era un hombre inteligente, aunque con la mente tarada por su enfermedad.
—Lo he previsto, y le traigo fotocopiado todo lo que me dio, y la lista de los libros que me regaló y si quiere alguno de ellos, se los entregaré con mucho gusto.
De la cartera que llevo saco el legajo de fotocopias que he hecho por triplicado, y de esa manera tener el original fuera de uso pues lo considero un importante manuscrito.
—Muchas gracias, ya veo que el informe que me dieron sobre usted se quedaba corto, y su personalidad llega más fuerte y más lejos de lo que me esperaba.
—Una pregunta. ¿Supongo que la policía tiene algún museo para guardar documentos de casos que merezcan la pena?
—Es usted una persona generosa. Por supuesto que el original de Eulogio será muy bien recibido, e irá acompañado por su libro, otro distinto del mío, claro, y ese segundo libro se lo dedicará a la "Policía Nacional", en sentido genérico, que quedará para la historia como un caso de estudio para las próximas generaciones. Y me pregunto —indica con una sonrisa un tanto mefistofélica—, ¿no quiere usted algo más que pueda ayudarle?
—Realmente sí. Pero no me hubiera atrevido a pedirlo, salvo al insinuarme, pues usted es inteligente y ha pensado que me ayudaría. Gracias por la oferta.
—Dígame qué es lo que quiere.
Durante un momento quedo en silencio, observando su sonrisa que se mantiene mientras sus ojos me escrutan con un aire jocoso, que me indica que sabe lo que le voy a pedir.
—Su libreta personal de anotaciones, o la posibilidad de fotocopiar las hojas y devolverle todo lo suyo de inmediato.
—Es evidente que me la devolverá, no quisiera quedarme sin ella —su sonrisa, muy incrementada, me indica que hay algo que todavía no vislumbro, pero que sí intuyo.
—Puede estar seguro de que volverá a usted.
—Desde luego, pues la va a ver y ojear ahora, pero después se quedará con las fotocopias de las páginas del caso que he hecho para usted.
—Gracias infinitas.
Mientras mantiene la sonrisa, abre el maletín y en primer lugar me entrega una manoseada libreta de anillas separables que permite sacar y meter hojas y me la entrega. Después deja sobre la mesa una abultada carpeta con los sellos y membretes de la policía. La abre y me deja ver los legajos de fotocopias que hay en su interior.
Me es evidente que tengo mucho más de lo que hubiera podido soñar para el libro que quiero escribir. Hace rato que los Martini que hemos pedido y a los que no hemos hecho caso, se calientan sobre la mesa. Cojo el mío, lo levanto y lo aproximo a él en la indicación de hacer un brindis. Me observa por un instante y me imita.
—"Por toda la policía, que con sus continuos sacrificios nos mantiene en el máximo de seguridad posible, y por sus jefes, que con la experiencia adquirida enseñan a las siguientes generaciones tan noble profesión".
—Por la policía —acepta, y añade—, y por todos aquellos capaces de entender que no siempre es ni fácil, ni sencillo hacerlo, pero que pueden existir fallos, retrasos o errores: brindemos por los que sí nos comprenden.
Durante un momento ojeo su libreta personal, en la que se pueden ver las variaciones de unos días a otros, en el tipo de letra, las inclinaciones de los rasgos, las deformidades por el estado de ánimo e incluso el uso de diferentes instrumentos de escritura. Recogemos cada uno lo del otro y los guardamos en nuestros maletines y nos disponemos a comer.
—Tutéame. Sé que volveremos a vernos más de una vez. Tendrás dudas, situaciones de compromiso y paradas al escribir, que acabarán trayéndote a mí, con lo que disfrutaremos de ratos de diálogo que te compensará de la molestia de venir a mi despacho, o a algún restaurante en el que los derroteros de los diálogos no serán sólo por Eulogio. Al menos es lo que sospecho.
—Tienes razón Carlos. Creo que nos veremos bastantes veces, en razón a lo dicho. Pero además, sospecho que será interesante que si te parece bien, conforme tenga capítulos terminados en una primera pasada, te los entregue para que los leas y metas lo que te parezca oportuno: lápices de colores, ampliaciones y /o cambios, e incluso el fuego si se lo mereciera. ¿De acuerdo?
—No lo esperaba y pensé que sería estupendo. Lo que ofreces es algo muy interno del escritor: aceptar que le puedan corregir algo. Me encantará hacerlo; soy un lector compulsivo, leo un libro tras otro, por lo que vas a tener un compañero que, con todo el cariño, lo mirará, observará, pondrá notas, e insinuará variaciones posibles, añadidos de datos que falten, e incluso pensamientos que tuve y no apunté, por ser personales y muy introspectivos.
—¡Caramba! Eso sería el súmmum. —Acepto encantado—. Gracias a ti, puede ser una gran novela, no simplemente policiaca, sino un estudio del mundo de la delincuencia, de las situaciones que crean los dementes y del arriesgado trabajo de la policía, pues tu complemento elevará la categoría de la novela a cotas insospechadas.
—Será gracias a ti, que eres el padre de la criatura. Yo apenas soy una modestísima ayuda para el escritor, puesto que no eres policía, por lo que habrá aspectos en los que no sabrás que es lo que se hace, o su significado, pues en los informes se da por supuesto, que los que lo leen saben de que va la guerra y si se habla de estrías en proyectiles, señales en las vainas, calibres, marcas de pólvora, marcas y encuentros de restos en las autopsias, a las que se les llama “las voces y los gritos de los muertos”, los indicios que se encuentran, las fibras que pasan del asesino a la victima, y un montón de similitudes y detalles de lo que hizo o de su presunto comportamiento futuro, no tienes por qué saber interpretarlas tú que eres ajeno a ese ambiente, aunque sí sabrás bastante de las autopsias por tu profesión. Pero en un rato, charlando los dos, enviándonos escritos por Internet, y comentando en reuniones tu listado de dudas, tendrás todo claro y te quedarán todo lo entendibles que yo sea capaz de explicártelas.
—Tienes razón, pero será una sobrecarga de trabajo para ti, y te lo agradezco, aunque procuraré llevar un listado muy exacto de dudas que por otros caminos no sea capaz de resolver. Por Internet siempre encuentro muchas cosas con las que resuelvo mis problemas. Pero de acuerdo: cuento contigo.
La cena se prolonga en un intercambio de ideas, teléfonos, horarios y, finalmente nos separamos, cuando ya los camareros nos miran con pensamientos que no deben ser muy difíciles de adivinar, dada la hora.
Sé que se me vienen unas semanas de intensa labor para leer, convertir en fichas de trabajo cada temática, escena o datos aportados por cada atrocidad de Eulogio, así como para empezar a manejarme, antes de emprender el acto de escribir, con el significado de lo encontrado en los escenarios de los crímenes, y de toda una serie de aspectos que hemos comentado con rapidez mientras cenábamos y en la sobremesa que se ha prolongado hasta que, los camareros, muy educados, nos han echado del restaurante.
Sin embargo, he de reconocer, que lo hablado en la cena, me ha abierto un vasto campo de posibilidades que atender, como me demuestra mi libreta llena de notas que he ido tomando. Tengo claro que, en breve, cuando tenga visto algo más y empiecen las dudas, tendremos alguna comida o cena más, aunque sospecho que "sotto voce" me acabará llamando "el secante" por la forma que tengo, desde siempre, de absorber hasta secar la tinta de los conocimientos de los demás. Sé que para él, lo que estoy haciendo le gusta y lo considera una aventura que le va a ayudar en la vida de casi jubilado que lleva.
Nada más regresar, me enfrenté con lo que quería hacer. Lo había dejado todo previsto. Las dos grande mesas en un ángulo de noventa grados con un cómodo sillón de alto respaldo entre ambas. Sobre ellas una amplia colección de libretas, un diccionario, varios libros de diferentes temáticas que no duermen sobre los estantes de las bibliotecas y los dos ordenadores que siempre uso. Además, toda una serie de manías que, como muchos de los escritores tenemos: muñecos, fotos, lápices y plumas, y un equipo de música que es como un silencioso compañero: te relaja sin hablarte, pero te da toda su compañía en un volumen que no te distrae, pero permanece a tu lado rompiendo la sensación de soledad.
Y con decisión, abriendo la libreta personal de notas del comisario, empecé a leer y escribir.