20… Un mundo de perfiles

 

En torno a la larga mesa se ha reunido casi todo el equipo del comisario Ruiz, que actuará como mediador entre los dos grupos que se han formado, para que exista un diálogo entre ambos. Es una reunión prevista hace tiempo, más de tres semanas, pero las dificultades no han dejado llevarla a cabo. Dada la tranquilidad existente desde hace unos días, sin aviso de un nuevo asesinato, les ha dado la esperanza de una tregua, por lo que la han convocado con rapidez y están iniciándola, al final de la tarde, cuando la comisaría queda un poco más tranquila fuera del horario que no sean las denuncias.

Eduardo Galán, el psicólogo especialista en perfiles, que va a dirigir la reunión, se apoyará en Beatriz Suárez, la psiquiatra policial y en Luís Rojo el antropólogo forense, situados enfrente al resto del grupo, cuyo líder va a ser la inspectora, Leonor García, que tiene además de ser policía la especialidad de antropología forense. De momento, no ha sido invitado ningún miembro de los equipos de policía científica.

—Vamos a empezar con calma. Ya sé que cada uno de vosotros tiene sus ideas, más o menos claras, más o menos acertadas o no, sobre el presuntamente llamado Eulogio. Estoy seguro, que ese no es su nombre, lo que es la primera base sobre su perfil.

Ernesto, el hijo de Eduardo, que acompaña como ayudante a su padre, escribe el dato del nombre, como posible, sobre el papel de gran tamaño que soporta un caballete de pintor, y Ernesto inicia su papel de mediador.

—Vamos a establecer un turno en el que cada uno de vosotros indique lo que piensa, o intuye, sobre el supuesto Eulogio. Y debéis hacerlo siguiendo el orden de la lista de aspectos que tenéis escrito en la esquina superior derecha. Empieza tú, Julio, y que te sigan los oficiales. Después irán Teresa, Beatriz, Luís y finalmente un servidor. Y que termine Leonor antes de que como culminación opine Carlos, que es el que más experiencia tiene en estas cosas y que hará el resumen. Adelante.

Julio, abre su libreta de campo, donde consigna todo lo que se refiere a su trabajo, le echa una ojeada y empieza a hablar.

—Pienso que tiene en torno a los treinta y cinco años como ya se ha dicho. Es una persona culta, con estudios, inteligente independiente de la inteligencia que se considera que concede la esquizofrenia, dotado de mucha imaginación, tiene una dualidad de conducta, con una escasa personalidad para enfrentarse con la Emperatriz, como él la llama, que es la que le da las órdenes —así las interpreta dentro de su mundo enfermo—, por lo que más o menos, nos ha dicho. Pero en el resto de su vida es un hombre con personalidad y vida propia, capacitado para tomar decisiones adecuadas a su concepto de realidad y a manejar una economía, pienso que saneada, que le permite vivir en un mundo cuya única obligación, especulo, es su labor de asesino...

Hace un receso, apunta algo que es evidente que se le ha ocurrido mientras relata sus ideas y prosigue.

—En mi opinión, no es un hombre manifiestamente cruel. Siempre que puede, por los informes de las autopsias, ha dado muerte con la máxima rapidez para evitar sufrimientos. No hemos detectado ensañamientos, y sólo en una ocasión ha habido violación, posiblemente por su deseo personal, ya que por los datos que tenemos, en cierto modo se había enamoriscado de ella. Me queda claro que es un esquizoide, más que un esquizofrénico; y es un mucho paranoico: lo hace todo ya que se siente vigilado y perseguido por la emperatriz, que es la espada de Damocles que pende sobre su cabeza. A ella le tiene un manifiesto miedo, más de perder su amor y la posibilidad de sexo, que miedo físico a la violencia, y por eso obedece casi a ciegas lo que en sus delirios cree que ella le dice que tiene que hacer. De momento es mi opinión. Si hay otra vuelta, es posible que pueda decir más cosas.

—Adelante Jesús, es tu turno.

—Estoy de acuerdo con lo dicho, por lo que voy a ver la cuestión desde otra óptica. Pienso que es una persona muy meticulosa, muy exacta, y en su juventud quiso ser policía, pero fue rechazado por problemas psicológicos, pues no debió pasar los test psiquiátricos. He observado y coincidido con los compañeros de la policía científica, que limpia a conciencia el escenario del crimen. Según ellos, y también en mi apreciación personal cuando buscamos huellas, sólo encontramos lo que él quiere que se encuentre. Pienso que tuvo una madre muy posesiva, que le obligó a guardar un orden y una limpieza muy precisa, exacta y a fondo, son esas órdenes impositiva, casi crueles me atrevería a decir, que le crearon unos fuertes reflejos condicionados, de los que no es capaz de liberarse. Lo que nos deja visible, se muestra ostensiblemente claro, y encierra, casi siempre, un mensaje para nosotros: como es avisarnos de la siguiente víctima. En cierto modo, pienso, que no es que pida perdón, pero sí que trata de justificar lo que hace, como si en lo más profundo de su mente tuviera una especie de remordimiento.

—Pido la palabra, rompiendo el hilo de la rueda —solicita Beatriz, la psiquiatra de la policía—, pues quiero ampliar lo que ha dicho Jesús, que coincide con lo que iba a ser mi tesis.

Carlos le hace un gesto para que rompa la línea de intervenciones.

—Creo, es lo que siento en mi interior, que no disfruta con lo que hace; recordemos que hay mucha gente que mata en razón a que disfruta haciéndolo; pero Eulogio no pertenece a ese grupo: se siente obligado a hacerlo, pero creo que en su interior sufre por ello. Hemos visto que cuida a los cadáveres, los coloca con cuidado, diría que los trata con cariño, con mimo, y no me extrañaría si en alguna ocasión suelta unas lágrimas por ellos. Hace tiempo que leí sobre un asesino así. Seguid.

—Soy Carrasco, como todos sabéis. Tengo claro, creo que no va a ser una gran aportación, que por más que sepamos de una persona, en este caso Eulogio, o como se llame en realidad, jamás sabremos lo suficiente sobre él. No sólo nosotros, sino ni siquiera él mismo sabe demasiado sobre sí mismo. Parafraseando a una gran escritora, la antropóloga forense Patricia Cornwell, y adaptado a este supuesto, “saber algo sobre un asesino en serie es como intentar completar las frases que hay posibles en una escudilla de sopa de letras”. Quiero decir, que lo que hacemos es obvio que nos ayudará, pero lo suyo, es cogerlo y que después ningún juez estúpido, lo deje en libertad por algún defecto de forma, algo que todos conocemos que ocurre.

—Me toca el turno —Indica Arturo—. Claro, que el ideal sería en el caso que la victima fuera la hija del juez, en cuya circunstancia todo estaría muy claro, y las pruebas serían más que suficientes, como algo que una vez me contaron, pero que no hace al caso, creo yo. Pero no es lo que quería decir, y que quede lo dicho entre nosotros. Quiero intervenir sobre algo que ha dicho Jesús, y que es el posible rechazo de Eulogio al hecho de que no le admitieran ingresar como policía. Me ha hecho pensar y es evidente que había algo en mi interior que me lo ha hecho afluir.

—¿Qué hay de raro en no ser admitido?

—La profesión de policía atrae a un cierto porcentaje de psicópatas, a los que les arrebata mentalmente el poder que representa y concede ese trabajo, y lo que se le supone que es por su posición, el uniforme y lo que éste muestra de marcial, y que le hace sentir que es un personaje, potente y dueño de vidas y haciendas, como es el hecho de disponer de un arma, en fin toda esa serie de cosas que no hace falta que os diga. Si suponemos que tiene un físico agradable, pues sabemos que es alto y fuerte, ese conjunto le haría que se sintiera importante. El haber sido rechazado, es una posible suposición, le ha creado un trauma.

—Un trauma —interrumpe Beatriz— que puede haberse incrementado de forma palmaria si ha tenido, o tiene, la madre dominante, que se ha citado, y que le ha llevado a un complejo de castración, por el que sus relaciones con las mujeres son difíciles, casi imposibles, lo que justificaría su conducta de persona profundamente tímida, que se le adivina en la conducta con los que los elimina, la limpieza con la que deja todo, una obligación impuesta por una madre de ese tipo, que le castigaría si no lo hacía, lo que ha creado un complejo de temor, hacia el entorno, si no hace las cosas perfectamente. 

—Tienes razón. Ya hemos dicho que Eulogio es meticuloso, inteligente, hábil, capaz de limpiar a conciencia el escenario y todo lo demás que se ha dicho. Yo podría decir, me atrevo a ello, que mide un metro ochenta, no es obeso, tiene una voz potente y como va siempre bien vestido, las mujeres se prendan de él, pero por su timidez les huye, lo que le coloca en una situación de ser incapaz de hacer el amor incluso con los cadáveres de mujeres. Intuyo que imita a los agentes del FBI que aparecen en las películas: llevará esas gafas típicas de aviador, con cristales oscuros y forma de pera, que están tan de moda. ¡Siguiente!

El sonido del teléfono de forma insistente, obliga al comisario a cogerlo, mientras arruga el ceño.

—He dicho que no se nos interrumpa por nada. ¿Cómo? ¿Seguro que es él? —deja transcurrir un rato mientras escucha—. Vale. Salimos para allá en unos instantes.

Hay silencio. Por lo poco que han escuchado, todos saben ya que tienen una nueva cosecha del asesino del Tarot. Silenciosos esperan a lo que diga Carlos.

—Se acabó. Lo siento, otro día seguiremos con la reunión, pero acaban de anunciarme que nuestro amigo Eulogio ha actuado y se ha cargado al ermitaño: un trapense que regenta un piso-hotel para el paso de sacerdotes de unos lugares a otros y que así no estén en hoteles, dado que no pueden hablar y son gente que viven en otros mundos, que son, como sabemos, totalmente alejados de la realidad de éste.

Enciende un pitillo, con lo que da permiso para que fumen los que llevan sin hacerlo antes de la reunión y durante ella.

—Es decir, un piso franco para los sacerdotes, es decir, para los buenos. —Y se le escapa, apenas, una amarga sonrisa—. Un grupo que llegaba esta tarde no ha podido entrar, han avisado a nuestra comisaría y el cerrajero con la presencia de uno de nuestros oficiales ha abierto y lo ha encontrado perfectamente colocado, como hace siempre: pero muerto. Vamos hacia allá, los de las huellas y los restos, así como el forense y el juez, ya están avisados y van hacia allá.

—¿Dónde ha sido? —Pregunta Leonor.

—Como siempre, bastante cerca de nosotros; es decir, en esta zona próxima que tenemos acotada y que, como sabemos desde el principio, es una de sus características de trabajo: un área cercana, posiblemente, al lugar en el que vive. ¡Vámonos!

Un momento después varios coches salen del garaje de la comisaría, y en unos minutos llegan hasta una zona en la que ya están colocadas las bandas amarillas del acordonamiento prohibiendo el paso, delante de las cuales ya hay unos cuantos periodistas mantenidos fuera por policías que forma el cordón.

Mientras avanzan y se encaminan hacia el edificio, el grupo comenta sobre lo que les irrita y sobre los aspectos que ven y con los que no están nada conformes.

—¿Cómo pueden enterarse estos cabritos antes, o al mismo tiempo, que nosotros?

—Tendrán infiltrados en las comisarías, o disponen de esos aparatos especiales de escucha, los scanner, con los que reciben nuestras comunicaciones.

—Sí, claro, es su trabajo. Y es que todos tenemos el vicio de querer comer todos los días. ¿Te molesta que lo quieran saber todo?

—No en sí mismo, pero sí que, lo que no llegan a saber, se lo inventen. Y así den noticias falsas, incrementadas con imaginación para llenar el máximo de páginas, lo que en ocasiones nos pone en ridículo a los policías, pues nos hacen quedar como si fuéramos tontos, inútiles e incapaces de cazar al asesino.

—Si no lo cazamos, ¿es que no somos capaces de hacerlo?

—No exactamente. Lo que me fastidia, es que ellos le dan pistas al asesino y que éste acabe sabiendo, bien o mal, lo que pensamos de lo que ocurre e incluso lo que vamos a hacer.

—Es la libertad de prensa: el poder decir las cosas como son o como pensamos que son, y salvo unas pocas cosas que no se pueden exponer, lo demás es libre.

—Sí. Pero los jueces obligan y tienen derecho a un secreto del sumario. Tendríamos que poder exigir lo mismo, y eso nos ayudaría.

—Es verdad que existe esa cuestión legal, pero si recuerdas, con cierta frecuencia se filtra el secreto del sumario, e incluso se ha llegado a decir, que es el mimo juez, en ocasiones, el que lo filtra pues le interesa por alguna razón, o lo hace alguno de sus ayudantes u oficiales del juzgado, o incluso el fiscal. Que más da, si nada de lo que nos rodea es lo que parece o lo que debería ser.

La entrada en el piso, con el cadáver en el medio del salón no les sobrecoge. Todo lo que pueden ver es el espectáculo habitual que les deja Eulogio. Todo limpio y ordenado excepto lo que afecta al finado, que sólo muestra un charco de tamaño mediano en torno a la cabeza, de la que se ve sobresalir el mango de lo que, es evidente, parece un martillo.

Luís Rojo, el forense hace un primer reconocimiento tomando el pulso en la Carótida, mirando las pupilas y buscando otra posible lesión, aunque le queda claro, por la penetración del martillo y el lugar, que es suficiente para el éxito de la muerte. Revisa, el pecho, encontrando la circunferencia de su firma y la ausencia de otros focos de sangre, antes de volverse y comentar a los presentes.

—Causa de la muerte: lesión profunda cerebral. Se encuentra en un momento manifiesto de la rigidez cadavérica, lo que me habla de su muerte esta mañana sobre las doce, o poco más. La muerte, pienso, ha sido instantánea, sin apenas sufrimiento, posiblemente sólo lo que hayan sido los antecedentes. Tengo claro que un solo golpe, preciso, bien asestado y muy fuerte. Podría decir, que ha puesto todo su interés en que no sufriera, lo que empieza a ser habitual, un hecho que estamos comprobando en cada asesinato.

La entrada del juez, establece el silencio por un rato; mientras observa el cadáver, habla con el forense y se retira a hablar por un momento con el comisario y, de inmediato, tras firmar unos papeles, se despide con un gesto destinado a todos. Luís ha encontrado la documentación en un bolsillo y ha completado la ficha. El cartón beige de la ficha con las notas más inmediatas, ha quedado amarrado al dedo gordo del pie derecho, y en ella van anotándose todos los datos de los que se dispone y de los que se presume sobre el horario y lesiones visibles anteriores a la necropsia.

Los de la policía científica, que no se han preocupado apenas de la llegada del juez, han seguido, y siguen marcando el suelo, haciendo fotos y registrando y buscando huellas, fibras, restos y señales de cualquier tipo que puedan ser útiles en los laboratorios en los que los entregarán en sobres precintados y firmados por el que ha recogido cada una de ellas.

Leonor hace un gesto a Luís y éste le indica que puede actuar. Tras hacer una amplia colección de fotografías, procede a recoger los naipes que tiene clavados en la frente.

La llegada de los camilleros para recoger el cadáver, lo realizan cuando Luís lo autoriza, lo introducen en un saco de cremallera y tras cubrirlo y afirmarlo con unas correas, lo meten en la caja de transporte para llevarlo al furgón, en lo que van acompañados por Luís. Éste tiene la costumbre de no separarse de la víctima hasta que la deja controlada en el mortuorio de la sala de autopsias, para evitar que se puedan cambiar aspectos o que alguien sospeche esa posibilidad de una ruptura de custodia.

Durante varias horas el piso es registrado, y los oficiales de policía hablan con los vecinos que van dejando datos que tendrán que ir comprobando y analizando.

Julio, el subinspector, ha recibido la factura del supermercado que ha encontrado el forense en uno de los bolsillos y tras informar al comisario, acompañado de Jesús Artales, han partido hacia el lugar que indica el largo ticket, mostrando la caja en la que se ha realizado el cobro. Al llegar, hay un cierta cola, que Julio, resuelve con decisión.

—Policía. Por favor, pasen a otras colas, se trata de un asesinato y tenemos que investigar. ¿Es usted la señorita María Luisa que despachó este ticket?

La chica lo mira y puede ver su nombre al final de una lista que reconoce en el acto.

—Sí, señor Policía. Lo atendí yo, a él y a su acompañante. Sé bien quien es el cliente, y del otro no sé tanto, pero también viene a veces por aquí. Es un habitual, y además sé que esa lista es de un sacerdote muy agradable.

—Gracias muchacha. Te tendrás que venir con nosotros.

—¡Pero yo no he hecho nada!

—No te asustes, es solamente para hablar y que nos digas todo lo que sabes de él, y de su amigo y lo que pienses de lo que te preguntemos. Al terminar, te llevaremos a tu casa y, desde ya, te damos las gracias por lo que va a ser tu ayuda.

—¿Han matado al Padre Manuel? —Pregunta la muchacha.

—Creemos que es el difunto.

María Luisa, nerviosa y asustada desde el primer momento, rompe a llorar. Julio la abraza suavemente y la muchacha, muy joven, se refugia entre sus brazos.

—Venga, no te lo tomes así. Jesús, localiza al jefe de planta y que venga. Tiene que sustituir a la chica, pues nos la llevamos a comisaría por un buen rato; tengo la seguridad de que sabe, y mucho, sobre el muerto y posiblemente sobre Eulogio.

La llegada del jefe de planta, que ha sido advertido por los altavoces, aclara todo en un momento, autoriza a María Luisa a que se vaya con la policía y le indica.

—Como te van a tener ocupada mucho tiempo, tómate mañana el día libre y descansa, pues te veo muy nerviosa. Hasta pasado mañana.

—Muchas gracias, señor Perales. Me vendrá bien, pues estoy muy nerviosa. —Y de nuevo rompe a llorar y se refugia sobre Julio que le da suaves golpes en la espalda y los hombros

—Señor Perales. ¿Creo que tienen cámaras de seguridad por toda la tienda?, al menos me ha parecido verlas.

—Sí. Grabamos cintas diariamente, que se guardan durante quince días antes de volver a usarlas.

—¡Que bien! Vamos a necesitar lo que se grabó hoy durante toda la mañana.

—Sin problema. Llamaré al técnico y que saque copia de todo el día. Si me dice la dirección de la comisaría, se las mando a media tarde y se puede quedar con ellas por si les hace falta para algo, como se hace en las películas que he visto con este tipo de hechos, por si después hay juicio y son pruebas

—Muchas gracias. Ya veo que conoce algo de este tema por la televisión y las series policíacas. Nos vamos, si te parece bien, María Luisa, nos acompañas —le indica a la cajera—. Jesús, llama a Carlos y dile todo lo que tenemos y que salimos hacia comisaría e iniciamos el…, quiero decir la charla con María Luisa.

—Sí jefe, aunque más o menos ya lo sabe, pues se lo he insinuado, pues adivinaba lo que íbamos a hacer. Pero se lo confirmo.

Sentada atrás con el subinspector, la muchacha se empieza a tranquilizar, y comienza a hablar con serenidad sobre el sacerdote, al que conoce desde hace más de dos años, ya que siempre se coloca en su cola, y aunque ha observado que no habla con nadie femenino, con ella siempre ha sido muy agradable e incluso un tanto hablador, pues le pregunta por su familia y por su pareja, desde que ella le dijo que ya tenía novio y le solicitó una foto para conocerlo.

Julio la deja que hable espontáneamente, pues sabe que se está abriendo a poder hablar sin miedos ni nerviosismos.

—¿Es la primera vez que te montas en un coche de la poli?

—Sí señor.

—Conductor, ponga por favor por un momento los piruétanos y la sirena, para que lo pueda ver y escuchar la señorita.

—Gracias, me hacía ilusión, aunque siento mucho que hayan matado al padre Manuel. Era un santo, un encanto de sacerdote, siempre educado y cariñoso con todo el mundo. Muchas personas, cuando estaba en la cola le obligaban a pasar el primero para que no esperara, pues muchas sabían el lugar en el que vivía y lo que hacía para atender a otros muchos sacerdotes a los que les hacia desde la cama a la comida.

Mientras habla, observa por la ventanilla los reflejos de las luces de colores, las expresiones de la gente al ver pasar el coche con su parafernalia y el sonido de la sirena. Mientras, en su rostro se abre la primera sonrisa desde que llegó la policía y escuchó la mala noticia a la que se va sobreponiendo.

Julio, lleva a María Luisa a su despacho, pues le parece más tranquilizador que la sala de interrogatorios, e inicia una conversación anodina para tratar de que se tranquilice por completo. En su fuero interno tiene la corazonada de que va a obtener una información tan rica que va a ser el paso definitivo para capturar a Eulogio.

—¿Qué te apetece tomar? ¿Una Coca o un refresco?

—Un refresco o sólo agua. Lo que le parezca, pero no se tome molestias por mí.

El policía que se ha quedado en la puerta del despacho, que es el han señalado para ocuparse de la cajera, hace un gesto y desaparece.

—Entonces, el Padre Manuel… ¿tenía un amigo que siempre le acompañaba cuando iba de compras?

—No creo que fueran muy amigos. Coincidían a veces durante la compra, pero se han conocido sólo hace unas tres semanas, o quizás muy poco más, estoy segura. Si iba muy cargado, le ayudaba.

—¿Qué pensabas de ese señor? ¿Te importa si te tuteo como a un amigo, yo me llamo Julio? ¿Sabes su nombre?

—Tutéeme, me gusta que lo haga. Era un señor algo extraño. No parecía ser mala persona, pero si era un poco insólito, o quizás mejor: raro. No solía hablar con nadie. Nunca pagaba con tarjeta, siempre en metálico y con billetes grandes. Nunca dijo su nombre, al menos que yo sepa. Ayer se fueron juntos, pues iba muy cargado el sacerdote y le llevó más de la mitad. Él casi no llevaba nada suyo. Si no tenía clientes, me gustaba observarlo. Era raro, insisto. Daba vueltas y vueltas, mirando todo, pero casi no compraba nada. Y al final, lo hacía todo de forma que se tropezaba con el padre Manuel, y empezaban a charlar.

—Ya. ¿Recuerdas su rostro?

—Sí, es un hombre guapo. No tiene una cara que se olvide con facilidad.

—Va a venir un dibujante, y le vas a ayudar a hacer un retrato de ese amigo del sacerdote. ¿Podrás?

—Claro que sí, e ir completando lo que él no pueda. Dibujo bastante bien, estoy estudiando bellas artes, pero para todo lo que necesito por estudios, trabajo de cajera. Creo que podré ayudar al dibujante, incluso cogiendo el lápiz y trazando y rellenando los sitios en los que él tenga dudas. ¿Si me deja, claro?

—Eres una joya María Luisa. Claro que te dejará, lo haréis todo entre los dos.

—Si me da usted papel y lápiz, como tiene un rostro fácil de reproducir y de recordar, puedo ir haciendo su retrato. Así él tendrá una idea clara de su cara cuando llegue.

—Es una buena idea. Te lo doy ahora mismo.

Un momento después, María Luisa dibuja sobre una libreta de tamaño folio con papel para dibujo. Un policía le ha traído una Fanta de la que chupa con una pajita negra. El esbozo de un rostro crece con soltura y empieza a adquirir expresión, conforme ojos, nariz y boca van quedando ubicados en sus lugares, las mejillas se ajustan a la longitud de la cara, y va colocando con soltura el pelo, las orejas y el hueco vertical que tiene en el centro del mentón.

—Me fije en esta señal de su barbilla, pues me recuerda al mentón de Kirk Douglas —le comenta a Julio, que a su lado la acompaña y observa lo que hace.

—¡Caramba, que bien dibujas, eres una artista.

Hace rato que ha llegado Carlos y Leonor, encabezando el resto del grupo, pero se han quedado alejados, sin presentarse, viendo sólo el crecimiento del dibujo, para evitar distraerla de la manifiesta concentración que muestra.

La llegada del dibujante, al que le indican que no diga nada y espere, da un matiz más de interés en el público que se ha ido colocando, con discreción, detrás de la muchacha.

—¿Tenéis lápices de colores? —Interroga súbitamente.

—Yo tengo y los traigo —responde el policía que ha traído el refresco y que se ocupa personalmente de ella.

Al aplicar suavemente los colores, las mejillas, los ojos, los labios, el pelo y el sombreado de la barba, han conseguido que casi parezca una fotografía, cuando indica que es con total seguridad el que ella conoce.

Hace un rato que ha llegado un empleado del supermercado con las copias de las cintas de la mañana. Carlos y Leonor aprovechan el final del dibujo para presentarse y le explican que van a necesitarla para ver las cintas de vigilancia.

—No hay problema. ¿Puedo llamar a mi madre para que no se alarme si llego tarde, pues supongo que nos queda mucho rato, hasta que todo quede muy claro.

—Así es, —indica Leonor que ha empatizado de inmediato con María Luisa y ambas se entienden casi sin hablar. —Usa mi teléfono.

Las imágenes del supermercado muestran el numeroso público que pulula por los departamentos hasta que la cajera, por primera vez, indica.

—Estoy viendo a los dos. Separados. El sacerdote está comprando, es ese —y lo señala— y lejos, como si estuviera escondido, puedo ver al supuesto amigo que le mira desde lejos—y lo señala también—. Ahora, después de lo que sé, me parece algo sospechoso su comportamiento.

—Parar la proyección. Si que lo parece, a ver si podemos ver más cosas.

Dice Carlos que está cerca de la pantalla del televisor y tiene localizado, con las indicaciones del dedo de la muchacha, a los dos artistas del drama. Puede comprobar que el dibujo se ajusta de forma clara a lo que puede ver en la proyección. Pero también empieza a tener claro, que el bigote es falso, por excesivo y que posiblemente lleva una peluca que le da un cierto volumen a la cabeza, y que las gafas de sol, no están muy justificadas en el interior del comercio.

—¿Siempre lleva las gafas puestas? —Inquiere.

—Ahora que lo dice, creo que sí. Sí, seguro, no recuerdo haberlo visto sin ellas. Suponía que tiene problemas en los ojos, pues conozco personas a las que la luz fluorescente de los centros comerciales, les irrita los ojos y por eso no me había extrañado.

Se pasa y se repasan las películas. Un técnico elabora una formula del rostro, en la que cada característica da un número que acaba convirtiendo la cara en una complicada sucesión de letras y números que empieza a buscar en una base de datos.

—No aparecerá, sería mucha suerte, pues la base de datos está muy al principio de su compilación, faltan años y bastante más aporte económico para que se pueda llega a un porcentaje de rostros con ciertas posibilidades.

Cuando un rato después se detiene el acto de cotejar y aparece el mensaje de "No coincidencias", nadie se siente decepcionado. Ha sido un día en el que se ha avanzado más que en meses de lucha cotidiana.

—María Luisa es nuestro héroe del día. Pido un aplauso para ella, por todo lo que ha hecho, y además por el dibujo, que es una obra de arte.  Es tarde y la voy a llevar personalmente a su casa. —Indica Leonor.

—De acuerdo, y después regresa. Tenemos que hacer planes para los próximos días, y cazar al asesino, que está bastante claro que es él que ya conocemos. Debemos encontrarlo y comprobar si se ajusta al patrón establecido.

El asesino del tarot
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