4… La policía científica

 

Luís Rojo, el forense, una vez más, tras tomarse un refresco en la cafetería, se dirige al ascensor que le llevará a su zona cerrada, su ghetto, la sala de autopsias.

Es una zona fría por su aspecto y, también, ligeramente, por su temperatura. Para algunos componentes del departamento, es el último lugar al que quieren ir, ni siquiera de visita. Casi todo lo que se aprecia es de un brillante acero inoxidable: las cuatro mesas que llenan la sala y como el muro en el que están, en tres alturas, un elevado número de cámaras frigoríficas en las que se introducen, sobre las bandejas deslizantes, los cuerpos durante las esperas necesarias por diversos motivos, hasta que se autoriza su salida.

Para Luís, curtido en su trabajo, es un lugar como otro cualquiera, pues hace años que supone que superó una presunta angustia que no recuerda haber vivido, y de la que le hablan algunos que se sienten mal sólo de pensar en la muerte, escuchar que se habla de enfermedades o las palabras autopsia o necropsia. Para él, cada disección de un cadáver es como una intervención de las que hace como cirujano urólogo. Pone un cuidado exquisito en cada paso de la técnica, sea un vivo o un difunto su cliente.

Abre la entrada, que se encuentra cerrada con una llave electrónica y ya dentro, llama por el intercomunicador a Leopoldo, su ayudante, que le contesta en unos segundos y que aparecerá en unos instantes, con un par de trabajadores, como ocurre siempre. Es un misterio el lugar en el que puedan estar, o en qué se entretiene durante las esperas, pero nunca se lo ha preguntado, ni lo hará, y tampoco espera que él espontáneamente lo haga. Es un ayudante tan preparado, que si un día le pidiera que hiciera una autopsia, el informe final sería idéntico al suyo.

Mientras se cambia de ropa, Leopoldo y sus acompañantes saludan y ya vestidos con la ropa de trabajo, empiezan a prepararlo todo.

—Doctor, ¿El loco?

—Exacto.

Luís ya ha visto, al entrar, que todo está preparado. Las bandejas con el instrumental ordenado, sólo esperan ser acercadas cuando llegue el momento del inicio. La gran luz que cuelga del techo, similar a las de los quirófanos se enciende, y con ella las pantallas de Radiología, los scanner y toda una cohorte de instrumental que le mostrará todo lo que desee ver antes de tener que abrir, con lo que se acorta el tiempo necesario, nada breve habitualmente, en ocasiones seis o más horas. Y esas ayudas son necesarias y muy útiles cuando el número de necropsias en una jornada es elevado, algo nada infrecuente por demás.

Leopoldo y sus ayudantes tienen el cuerpo sobre la mesa para cuando Luís se ha colocado el pijama, las calzas, el gorro, la mascarilla y los guantes altos de látex que quedan a mitad de camino del codo.

—¿Va a abrir el cráneo? —Inquiere Leopoldo.

—Sí, como siempre. ¿Y cómo siempre te preguntaré por qué?

—Para preparar la sierra Striker, como en cada ocasión. En realidad es para hablar un poco. Pues casi no se habla nada durante este trabajo, y de esa manera consigo que explique, al menos un poco, lo que va haciendo, con lo que aprendo. Quiero poner un negocio de autopsias. ¿Cree usted que tiene futuro? —Pregunta Leopoldo que acaba de empezar con su humor negro que anima el trabajo.

—Depende. ¿Cómo vas a cobrar: en blanco o en negro?

—Pues también depende. Si consigo un buen contrato oficial, lo haría en blanco, pagando a Hacienda, pero si no, tendré que hacerlo en economía sumergida. ¿Me mandará algún cliente para que sobrevida en mi trabajo?

—Sobrevivir. ¿Él o tú? No es posible, y lo sabes. Anda, cambia el disco, pero que no sea de futbol, o mejor, pon música, pero que no sea la Danza Macabra de Saint-Saëns, como has hecho ya varias veces.

—No sé que tiene contra Camille, a mí me gusta el ruido de los huesos chocando y me imagino los esqueletos…

Enciende el amplificador y le conecta un Pendriver que tiene varias horas de música, dejando el volumen bajo pero que se pueda escuchar.  Dispara un spray de olor y regresa a la mesa.

—Es música latina, y es la orquesta de Edmundo Ross, que espero le gustará.

—Lo conozco y es muy bueno. Por una vez has hecho algo bien. ¡Ya era hora!

—Sí jefe. Lo que usted diga.

Mientras hablan, los dos operarios salen de la sala. Leopoldo deja el cuerpo al aire y abre los grifos del agua. Le entrega la manguera con alcachofa, para lavarlo y realizar la inspección previa, buscando cualquier lesión, señales de pinchazos, o todo aquello que pueda tener algún significado independiente de lo ya conocido. Y se pasa al otro lado de la mesa para entregarle la pieza que le solicite, que generalmente es la que ya tiene en la mano, pues adivina lo que va a hacer a continuación, una vez que termine con la inspección inicial.

Pero no hay nada distinto de lo que ya conoce: el hondo pinchazo sobre el corazón, que muestra con claridad por los labios de la herida que se hizo con un chillo de doble filo, la incisión como un cero en el pecho que no se corresponde con nada, pues carece de profundidad, y las lesiones en la boca por los cristales y las manchas de color en legua y mucosas que muestran la acción del veneno, con claridad Cianuro Potásico, que no le mató, lo tiene claro, pero que ha marcado de oscuro todo lo que ha tocado.

Extiende la mano y recibe el escalpelo que le tiende el atento Leopoldo.

—Empiezo. Vamos a hacerlo perfecto y en escaso tiempo. Si lo haces todo bien, te dejaré que lo cierres, que ya va siendo hora de que sepas hacer algunas cosas.

—Sí jefe. Es usted el mejor maestro con el que nunca soñara. Trabajar con usted es como estar en la mejor facultad del mundo.

—Gracias, eres también el mejor de mis alumnos.

—Muy acertado y lógico, pues de momento soy el único que tiene.

Mientras hablan, Luís ha realizado la apertura con una incisión en "T" de Mata, conocida como la española, que contrasta con la anglosajona en "Y". Y después ambos, tras despegar, inician todo el método de necropsia de Rudolf Wirchow.

Una vez abierto y cortada la parrilla costal, lentamente van extrayendo cada órgano, observando su integridad, alteraciones, lesiones o todo lo que pueda mostrar algo para incluir en el informe, como el peso, el tamaño, volumen y cualquier aspecto que se salga de lo considerado normal de cada órgano.

La primera observación va destinada al lugar del apuñalamiento y, como suponía, la herida ha sido directa al corazón y el movimiento, a un lado y a otro, ha seccionado ampliamente los ventrículos, por lo que la muerte ha sido rápida y con pérdida de conciencia casi inmediata.

A continuación, todos los órganos, tras extraerlos y observarlos, son pesados y se toman muestras para análisis. Después son devueltos a su lugar de origen para que, al cerrar, todo quede lo más idéntico posible a como les llegó.

Una vez pesada la pieza en la balanza electrónica que cuelga del techo, dicta lo visto o lo que va a hacer con una muestra de tejido y las razones que se lo indican.

En realidad, es una rutina para los dos pues son muchas ya las que han realizado juntos. Leopoldo hace observaciones, pues a veces desde su lado observa algo que puede pasar desapercibido para Luís, pero éste ya lo ha visto casi siempre, pero se comporta a su manera dentro de su humor, un entorno en el que Leopoldo nunca anda muy lejos.

—Lo había visto, pero me tienes muy preocupado. Si sigues aprendiendo a la velocidad que lo haces, en breve me quitarás el puesto y ¿con qué le daré de comer a mis cinco hijos?

—Nada de faroles. Que es soltero,aunque creo que por poco tiempo,según rumores de Radio Macuto.

—¿Qué es eso de Radio Macuto?  Por favor, de amigo a amigo, dime lo que se dice —indica ante un comentario que le ha sorprendido.

Leopoldo lo duda por un instante. Es algo que le ha llegado de forma nada normal. Alguien escuchó algo y se lo comentó.

—Pero no me pregunte por dónde me ha llegado esa historia. No diré nada.

—De acuerdo. Desembucha.

—Se dice que usted y la inspectora Leonor, están enamorados, aunque ni ustedes dos lo saben. ¿Es así?

Luís queda callado. Le acaban de comentar su pensamiento más secreto. Se reconoce que es una mujer que le gusta, pero con la que no ha tenido otras relaciones que las mínimas de trabajo. Pero le queda claro que alguien muy observador, les ha observado y captado gestos, miradas y detalles que, ni ellos, han sido conscientes de tenerlos, pero que no han pasado desapercibidos, casi seguro que para más de uno, lo que se ha comentado "sotto voce", pero la noticia ya se ha salido del entorno del Grupo de Homicidios.

Termina de pesar el Hígado y lo regresa a su hueco en la cavidad abdominal antes de contestar.

—Es evidente que hay por ahí alguien que sabe más que nosotros. Lo que piense la inspectora no lo conozco, pero yo no he pensado en ningún momento que pueda estar enamorado de ella…

—¿Esta seguro de ello? Un rumor siempre se basa en algo.

—Me cae muy bien, lo reconozco. Es inteligente, muy trabajadora, y creo que subirá a puestos más altos en poco tiempo. Tiene mucha intuición, una gran capacidad de observación y asociación de aspectos aparentemente separados, pero ella les encuentra el punto de enlace, lo que les da pistas a sus compañeros y entre todos avanzan. En consecuencia, todos la apreciamos en lo que vale.

—Ni quito, ni pongo, le he dicho lo que es un simple comentario que he escuchado. Pero en realidad, no hay más que lo dicho que yo sepa —acepta Leopoldo.

Y Luís continúa extrayendo, pesando y tomando muestras que mete en un frasco con formol al que Leopoldo le pega una etiqueta que previamente ha rotulado con el código que le ha tocado en suerte al difunto. Frascos que va dejando sobre una mesa con ruedas. En ella serán llevadas, cuando se termine, a los laboratorios de antropología-forense, en la que se encuentran las secciones de dactiloscopia, armas, analítica e histología, y varias especialidades más, como el ADN, donde completarán todo lo que haya aportado la policía científica con su colección de muestras de todo tipo, recogidas en el escenario del crimen.

—Prepara la sierra Striker, para que abramos el cráneo —indica el Dr. Rojo.

—Aquí tiene el escalpelo para empezar.

—Eres muy listo. Te lo sabes todo.

—Gracias a usted que me enseña.

Luís abre el cuero cabelludo de una oreja a otra, pasando por el centro de la calota. Y las partes anterior y posterior del seccionado cuero cabelludo las despega, una hacia delante sobre la cara y la posterior hacia la nuca, lo que deja el cráneo al descubierto. La sierra Striker de rueda giratoria con corte, inicia un serrado circular que permite levantar y quitar la calota y extraer el cerebro de una pieza, cortando por debajo del cerebelo, en el inicio de la medula espinal.

Observa, tras sacarlo, que no hay nada anormal en él. Su peso, tamaño y color es el adecuado; no hay hemorragias, traumatismos, o lesiones de la Dura o la Piamadre, ni nada que indique anomalías, por lo que lo devuelve a su sitio y restablece las dos secciones de piel a su lugar de origen e inicia la sutura que culmina cuando lleva el pelo a su sitio, con lo que tapa la incisión. Al terminar, el rostro, deformado un momento antes por el despegue de la piel de la frente y algo de la cara, recupera su expresión y nada indica que la cavidad cerebral ha sido abierta. Con ello, la familia al ver el cadáver, no notará nada, del mismo modo que, tras cerrar y coser la apertura del cuerpo y vestirlo, no se notará deformidad de ningún tipo.

Cuando todo está terminado, no han vuelto a hablar una palabra desde el comentario sobre Leonor, Luís indica.

—¿Cierras?

—Gracias jefe —responde Leopoldo.

De inmediato coloca en el tórax y el abdomen lo que todavía no esta en su sitio, inicia la fijación de la parrilla costal que sujeta con unos puntos sobre las costillas y coloca la piel cerrando la "T" para iniciar la sutura con grandes y no excesivos puntos, que serán suficientes para mantener la figura sin deformidades.

Mientras cierra su ayudante, coge el micrófono colgante del techo y dicta el resto del informe. Finalmente incluye las conclusiones de lo visto y su opinión que, como forense, puede y tiene que exponer para conocimiento del juez al que le haya correspondido el caso. La secretaria lo pasará a máquina y él firmara los diversos ejemplares para su distribución a varios sitios.

Leopoldo, una vez terminado de cerrar y ayudado por los dos que deben ayudarle. Hay que guardar el cuerpo en una de las secciones del congelador. Después empuja el carro y se dirige a la zona de los laboratorios para entregar cada frasco en el lugar que corresponde, y algunos en la oficina que debe llevarlos a los servicios externos, de donde devolverán los informes.

Cuando regresa, Luís le espera, como hace siempre.

—  ¿Te tomas algo conmigo?

—Gracias jefe, como siempre es usted un caballero y le deseo una buena novia.

—No empecemos con bromas sobre algo que no existe.

—De acuerdo, pero recuerde, que la última palabra la tendrá el tiempo —Insiste Leopoldo que es muy amigo de las frases sesudas, los aforismos, las alegorías e incluso, en ocasiones, de las fábulas.

Un momento después, ya vestidos, salen a la calle camino de la cafetería que, como casi siempre, está en la esquina más cercana.

 

 

 

El asesino del tarot
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