5… Complicaciones

 

La llamada de su novio le ha entretenido un rato antes de concertar el punto de la cita. No creía que Ernesto se hubiera acordado de que era su cumpleaños. Pero la invitación a salir y cenar en la zona de Serrano, aunque no le ha dicho el restaurante, pero sí el punto de cita, le ha dejado claro que era el festejo del que creía que se había olvidado.

—Es curioso que, a pesar de ser hombre, se haya acordado de la fecha. Debe ser que, de verdad, me quiere.

Se maquilla, viste y perfuma de un modo especial a tenor con lo que espera que sea la tarde y la noche con su prometido.

El timbre de la puerta la saca del embeleso de sus pensamientos, del dulzor adelantado de los besos y mientras se dirige hacia la puerta, se pregunta quién podrá ser a esas horas.

—¿Quién es?

—Transportista; un paquete a su nombre si es Pilar López.

—Sí, lo soy. Le abro, un momento.

Quita los cerrojos y suelta la cadena, abriendo a continuación mientras piensa qué será lo que Ernesto le manda como regalo. ¡Qué detalle por su parte! se dice mientras termina de abrir la puerta. Es un hombre joven, alto y bien parecido, que lleva un pequeño paquete.

—Pase, que tendré que firmarle.

—No creo que haga falta.

Mientras lo dice, con el talón cierra la puerta y el afilado cuchillo le abre la garganta de oreja a oreja. Apenas escapa un apagado sonido que se acompaña de una burbujeante espuma roja. La brusca apertura de los brazos de Pilar le ha sorprendido, y no es consciente que una de sus largas y rojas uñas, al desplomarse, le araña en la muñeca antes de caer al suelo sobre el charco de sangre de un rojo chillón, que se extiende como el aceite en el agua.

—Felicidades por tu cumpleaños. Este es el regalo de tu novio,

Deja caer la caja a su lado. Sacando del bolsillo dos cartas, las clava en la frente con dos chinchetas de colores y largas espigas de afilado acero.

La contempla por un rato, apreciando su expresión de sorpresa y sus hermosos ojos desorbitadamente abiertos.

—Preciosa chica. Lastima que sea una sacerdotisa del bien y enemiga de los arcanos que mandan sobre mí.

Durante un momento la mira valorando su belleza. Con un pequeño cuchillo corta un tirante, el izquierdo del sostén, amplia el escote y sobre la base de la mama graba su firma en forma de un redondel que parece un cero. Se agacha y la besa con apenas un roce en los labios.

Sacando un pañuelo, se los limpia corriendo el carmín en todas direcciones, mientras entre dientes refunfuña al tiempo que guarda el pañuelo en su cartera que cuelga de una correa.

—¿A ver si encontráis, listos de los cataplines, mi ADN entre sus restos de carmín? —Exclama con sorna mientras se dispone a salir.

Mira a su alrededor, no ve nada suyo y sale del piso, bajando por la escalera. Sabe que en la caja del ascensor hay una cámara de vigilancia y en el hall de entrada otro, por lo que mientras baja saca de la cartera un gorro rojo con visera y bastante desteñido, que anuncia a una empresa de la construcción. Se lo encontró perdido, y sabe que le tapará en todo momento el rostro, por lo que no podrá orientar sobre él mientras cruza bajo las videocámaras. El que sea de una empresa constructora, se ha dicho, despistará a los tontos de la policía que investigarán sobre el gremio de la construcción, con la que nada tiene que ver.

Alcanza la calle y con paso tranquilo se aleja; cambia varias veces de dirección antes de coger un autobús que le llevará en dirección a su casa, aunque tendrá que volver a andar por un rato desde la parada, ya que lo hace en una detención algo alejada de su domicilio.

 

*

 

En pleno barrio de Salamanca, en Serrano esquina a Goya, frente a la parada del autobús como han quedado, Ernesto mira el reloj con frecuencia; no entiende que Pilar, cuya puntualidad para todo es angustiosa, lleve más de un cuarto de hora de retraso. Han llegado dos autobuses, del primero de los cuales debería haber descendido.

Espera un rato más antes de que se decida a llamar por si es que le ha ocurrido algo. La llamada suena lejana, sin que se establezca el contacto, como si se lo hubiera dejado en su casa encendido. Cuando lleva una hora sin poder contactar con ella, se decide y llama un taxi que, en un momento, le lleva hasta su vivienda. Tiene una llave que le ha dado por si algún día se la dejara dentro. Pilar sabe que puede confiar en él, como le ha dicho en más de una ocasión, por lo que se la ha dejado sin ninguna desconfianza.

Sube y llama varias veces. Al no obtener respuesta, abre y penetra. Lo primero que puede ver es un gran charco de sangre y, sobre él, sobre la espalda, con los brazos y las piernas abiertas, se encuentra Pilar. Acude para tratar de ver si está viva pero cuando tiene a la vista el cuello, sabe que la ha perdido para siempre por la extensión del degüello. Asombrado, observa las dos cartas que, con grandes chinchetas, tiene clavadas en el frente

Mientras las lágrimas casi no le dejan ver, llama a la policía, responde a unas escasas preguntas, indica el degüello y las cartas de la frente, les indica la dirección y responde que se quedará al lado de ella y que no tocará nada como le indican.

Un momento después escucha las sirenas de los coches de la policía, por lo que abre la puerta y espera ante ella. La primera en salir del ascensor es la Inspectora Leonor, con la pistola en la mano, seguido de dos policías de paisano y otros tantos de uniforme. La dura y desconfiada mirada de la inspectora, mientras la pistola le apunta, le hace decir, algo asustado, mientras levanta los brazos.

—Soy el que les ha llamado, y novio de la asesinada.

—Bien, baje los brazos, ¿dónde esta el cuerpo?

—Dentro, nada más pasar la puerta.

—¿Ha tocado algo?

—Iba ayudarla, pensando en una lipotimia, pero al ver la herida y el charco de sangre, sólo les he llamado. Creo que he pisado algo de la mancha de sangre.

—Bien, no se vaya, tengo que hablar con usted por un rato. Espéreme en el sofá, enseguida estaré con usted.

—Sí señora, como usted me diga.

Mientras hablan, el resto de los policías han recorrido la casa comprobando que no hay nadie más, y se colocan estratégicamente por la sala y la puerta.

Leonor saca el teléfono y llama a comisaría dando órdenes para que se avise al Comisario, para que venga el forense, se avise al Juez de Guardia, y acudan también todo el personal técnico para revisar a fondo el escenario del crimen.

Leonor hace un recorrido por todo el piso, comprobando la limpieza y el orden que hay, sólo roto por el charco de sangre, el cadáver y una pequeña caja al lado de éste. El fotógrafo es el siguiente en llegar y empieza a hacer fotografías desde todos los ángulos, tanto cercanas como lejanas. Y de inmediato entra el forense.

—Caramba mi dilecta Leonor. Tenías razón, es un asesino en serie. Lo de las cartas es similar, pero el modo de matar es diferente, que tampoco creo que sea casual. Esto me recuerda algo que leí hace años, sobre muertes rituales, en las que según el motivo de la ejecución, y estas muertes lo son, el modus operandi eran diferentes.

De inmediato empieza a observar el cadáver, toca la sangre y la huele, con lo que de inmediato dice.

—Esta pobre chica no lleva muerta ni dos horas. Quizás un poco menos. No ha sido violada, ni siquiera le han tocado la ropa, excepto en el lugar que conocemos y en el que he ido a buscar y he encontrado la firma del autor. Cuando llegue el juez, miraré la temperatura del hígado y lo sabré con seguridad.

La llegada del juez coincide en el tiempo con la de Carlos Ruiz, el comisario jefe de la policía y los técnicos que empiezan a buscar huellas y restos por todas partes.

El juez lo mira todo, habla con Leonor y se acerca a interrogar a Ernesto que llora en el sofá.

—¿Usted quien es?

—Su novio, Señoría. Descubrí el cadáver cuando vine a ver que pasaba, pues habíamos quedado en dar un paseo y cenar pues era su cumpleaños y llevaba casi una hora de retraso y era muy puntual.

—¿Quién le abrió?

—Tengo llave, que me dio por si en alguna ocasión se la dejaba dentro.

—¿Vivía con ella?

—No, Señoría. Éramos novios con conducta a la antigua: nos respetábamos.

—Me parece bien. ¿A que hora hablo con ella?

Ernesto saca el teléfono y enreda en él. A continuación indica las horas de la última conversación y de las sucesivas llamadas sin respuesta.

—Bien. Gracias. No salga de Madrid sin avisarnos. Es evidente que la han asesinado poco después de su conversación, y por tanto la hora de la muerte, como confirma el forense, es inferior a dos horas. Usted, el novio, entregue el teléfono a un técnico para que comprueben todo lo que nos ha dicho. ¿Quién lo hará?

Un técnico eleva la mano e indica:

—Yo, Señoría.

—Hágalo rápido y se lo devuelve. Hoy día, nadie puede vivir diez minutos sin teléfono.

—Señoría, que lo tengan el tiempo que se necesite. Yo puedo vivir sin él pues, si ya no puedo hablar con ella… ¿para qué quiero ese chisme?

—Queda claro que la quería; tengo la casi la seguridad que no es usted el asesino.

—Puede tener la seguridad total. La quería y mucho. Y yo no he sido.

El juez, con esa actitud elevada, casi de soberbia, que muestran una gran mayoría, se desentiende de él, da unas órdenes y parte con su cortejo hacia la calle.

—Tenías razón, Leonor —acepta Carlos—. Es evidente que es un asesino en serie, y como también indicaste, los sucesos van a ser rápidos, pues los tiene preparados y está, como dijiste, en fase ejecutiva.

—Sí. Pero… ¿cómo podemos saber quién será el siguiente? Si nada sabemos de él. Es al azar, ¿o existe en realidad una relación entre el finado y el asesino? Insisto que tienen un aire de ejecuciones rituales, por lo que debemos hacer cosas que considero muy importantes.

—¿Cómo cuáles?

—Son dos aspectos. Necesitamos un psicólogo que, con lo que vayamos teniendo, empiece a hacer un perfil lo más completo y sensato posible. En segundo lugar, deberíamos tener como colaboradora a una Tarotista con clase, no una engaña tontorrones.

Indica la inspectora con seguridad mientras escribe en su libreta de campo algo que sólo ella debe saber por la manera en la que escribe, alejada de todos, en cada ocasión.

—¿Hay presupuesto Carlos? —Interroga.

—Lo hay y se ampliará dado que el caso va a llenar muchas portadas y páginas de los periódicos. Sé que la superioridad nos va a tener que dar preferencia en muchas cosas, como las dos que has dicho. Vete buscando a la Tarotista, ya que como veo que sabes algo o mucho de ello, seguro que conocerás a más de una. ¿O no?

—Conozco a varias, y no por creer en ese arte, lo llamaré así, sino por curiosidades y casualidades de la vida. Y tengo claro a quién, si acepta, voy a contratar.

—Adelante. Yo me ocuparé del psicólogo, pues tengo el adecuado, y es de una gran valía en realizar perfiles de todo tipo, pues esa es su especialidad para trabajos con el personal de importantes empresas.

—Perdone, ¿su nombre es Ernesto, verdad? —indica Leonor dirigiéndose al apenado novio que permanece quieto y callado en el sofá.

—Sí, señora inspectora. ¿Puedo ayudarla?

—Pues sí, pero sin que le cause problemas en su trabajo. ¿En qué trabaja?

—Todavía en nada. Soy estudiante y termino mi licenciatura en medicina en unos meses. Dispongo de tiempo para ustedes pues lo que deseo es que lo cojan y lo ejecuten.

—Ya hace años que no se ejecuta a nadie.

—¡Pues que pena! Así nos luce el pelo. Asesinos, terroristas, pederastas, raptores, ladrones, atracadores y toda esa fauna asquerosa que campea por sus respetos. Parece ser que los jueces sólo entienden y comprenden a los delincuentes, pues las leyes parecen favorecerlos. Ya sólo se castiga al ciudadano normal, sobre todo si le debe un euro a Hacienda. Todo lo demás se entiende, se comprende y se acepta con facilidad, al menos es lo que se le escucha a mucha gente, y por eso no se quiere hacer una votación sobre el castigo para muchas conductas, pues el estado tiene miedo a que ganemos los que aceptamos la pena de muerte, la cadena perpetua o que caiga todo el peso de la ley sobre los que no obedecen las leyes, incluidos ellos, los VIPs.

—Don Ernesto, comprendo que esté afectado. Tranquilícese. Le entiendo muy bien. Es lógico que se encuentre turbado y agresivo. ¿Podrá mañana, a las diez estar en mi comisaría? Aquí tiene mi tarjeta con mi nombre, teléfono y la dirección. ¿Le espero?

—Desde luego que sí, inspectora. Y le llevaré el diario de Pilar, que lo tengo desde hace unos días. Aunque es algo privado, siempre me dijo que sólo yo podía leerlo, y lo hacíamos con frecuencia, e incluso hay páginas escritas por mí. Aunque eso ahora ya no importa, y me parece bien darlo, sobre todo si nos puede ayudar a pescar a ese hijo…

—Traiga todo lo que tenga de ella, fotos con amigos de tiempos pasados y actuales, además del diario. Traiga todo lo que nos pueda aportar una idea de cómo era, en qué cosas estaba metida, cómo pensaba de la vida o si tenía amistades especiales de algún club o círculo religioso. Mientras más sepamos, más cerca estaremos del asesino, ya que se va a ocupar de ello un psicólogo de categoría.

—¿No es el primer caso de este tipo de asesinato, estoy seguro? Me ha parecido escuchar cosas que indican que puede ser el segundo. Es más, estoy seguro de ello por lo que he escuchado mientras parecía que estaba ajeno a todo. Y me pregunto: ¿para qué le han puesto esas cartas clavadas en la frente? Y ese cero, o una "O" tallada sobre el pecho. He escuchado que se preguntaban si es una vejación, si el asesino está loco, si es la señal de alguna secta, quizás su firma, o esas extrañas marcas carecen de significado.

—Mañana hablaremos de todo. Debes descansar y relajarte. Tienes llave de este piso. Si es así dánosla, pues va a quedar cerrado y precintado para que sólo los técnicos lo registren todo a conciencia. ¿El piso es alquilado, era tuyo o era de ella?

—Es, bueno, era de los dos. Fue pagado por nuestros padres, pues nos íbamos a casar cuando terminara mi carrera de médico en unos escasos cuatro meses.

—¿Qué hacía Pilar? ¿Estudiaba?

—Ya no. Era química y trabajaba en una empresa de cosméticos, con un buen sueldo, por lo que ella mantendría todo mientras yo hacía la especialidad de cirugía que es lo que deseo.

—Lo siento Ernesto, te lo digo de corazón —expone Leonor—, te ha roto tu vida, y tendrás que superarlo pues nunca se pueden dar pasos atrás, ya que la vida, como sabes, sólo camina, por desgracia, hacia delante.

—Lo sé, señora, lo sé, de ahí mi dolor. Somos novios desde hace más de veinte años, desde niños, que dijimos que seríamos el uno para el otro…

Ernesto rompe a llorar y sale corriendo de la casa.

Leonor, hace un gesto ambiguo, y sigue indicando los últimos detalles a dejar controlados antes de ordenar terminar las indagaciones de los técnicos, precintar el piso y dejar un policía en la puerta.

Dentro de la bolsa de plástico para evidencias en la que ha guardado las cartas y los pinchos, puede observar que, al lado de la carta que corresponde a la asesinada, que es el número II, "La papesse", la del próximo cliente es el número IIII, "L´empereur", el emperador en español. Observa que hay una anomalía numeral, pues salta del II al IIII, lo que debe ser un error, pero no sabe que naipe ocupa la carta que se ha saltado el asesino y, sobre todo, ¿por qué?

Se encoge de hombros, es evidente que el tema de los naipes y sus números debe tener un significado, ¿pero cuál? Necesita hablar, cuanto antes con su conocida, amiga y tarotista, que será la que les aporte algo sobre el misterioso asesino con el que se enfrentan. Tendrá que llamar a Artemisa, su amiga tarotista, en la que confía a pesar de ser una temática en la que no cree.

Durante un momento piensa y acaba reconociéndose que su amiga Teresa es una persona seria dentro de ese trabajo en el que es una maestra, además de haber sido, por un tiempo, alumna del gran Jodorowsky, lo que para ella es una garantía de sus conocimientos. Y todo a pesar de no poder apartar sus ideas negativas sobre el gran componente de teatro que tiene la temática del Tarot. Pero una vez más, se reconoce que es muy especial y negativa para todo lo que no sea absolutamente cartesiano.

 

El asesino del tarot
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