3… El cadáver

 

El repiqueteo del timbre del teléfono interrumpió el tranquilo desayuno de Carlos Ruiz en la cocina de su casa. Su esposa, que le está sirviendo un café recién hecho, que humea y llena de un delicioso olor la cocina, lo mira con expresión de pena mientras masculla entre dientes.

—Temprano madrugó la madrugada.

—Muy original, conozco ese dicho desde niño.

—No he dicho que sea mío, sino que sospecho que no vas a tener un buen día. Pienso que te llaman para que no vayas a la comisaría, sino al lugar de lo que sea: atraco, o tal vez, Dios no lo quiera, un difunto.

Carlos la mira con ojos críticos, pues no es la primera vez que acierta en sus augurios fatalistas, mientras lo descuelga, observa la pantalla y aprieta un botón para contestar.

—Comisario Ruiz. ¿Qué ocurre?

Durante un momento escucha y hace un gesto a su esposa con el pulgar hacia arriba indicando que ha acertado en su pronostico.

—Voy bajando pues me imagino, no…, ya escucho la sirena, debe estar llegando. Nos vemos en un momento Leonor.

Apaga el teléfono y se coloca el soporte de la pistola en el cinturón, y en el tobillo el “muerto”, su segunda arma, un revólver de cañón corto y calibre .38 para un apuro. Comprueba el estado de carga, y amartilla la Heckler Koch Compact 9 mm. Parabellum, antes de meterla en la funda de extracción rápida. Después termina de vestirse, besa a su mujer y sale hacia la calle donde acaba de apagarse la sirena en la puerta de su casa.

Cuando llega al portal del edificio del crimen, le está esperando la Inspectora Jefe, Leonor García, compañera de equipo, así como el subinspector Hernández, dos oficiales y otros policías del grupo.

—Buenos días. ¿De qué va la guerra? Habéis montado un despliegue poco habitual.

—Sospecho que de algo bastante complicado, como pensarás cuando veas el escenario del crimen.

—¿Qué hay de raro?

—Doble mecanismo aparente de muerte, por lo que ha pensado el forense.

—¿Quién es esta vez?

—El nuestro de siempre. Nuestro gran amigo Luís Rojo. —indica Leonor mostrando un rostro sonriente.

—Estupendo, pues nos iremos entendiendo bien y nos aclarará algunas dudas, y espero que no sea tan sieso como lo era el otro.

—No es eso Carlos. Lo has tratado muy poco; es que es más nuevo, acaba de incorporarse y aún se muestra inseguro, pero en poco tiempo ha mejorado mucho; lo sé pues lo he tratado varias veces por otras razones, como lesiones e informes.

La inspectora, que tampoco tiene una gran experiencia en el mando, aunque ya lleva algún tiempo desde su ascenso y traslado, siempre defiende a su entorno de los comentarios del Comisario, al que también conoce bien y sabe que sus críticas no son en realidad lo que parece que dice. Tiene claro que lo hace para que todos se fijen más, aprendan, se suelten en el trabajo y adquieran confianza en sí mismos.

—Me alegro, eso es bueno para todos, y sobre todo para él, que llegará si vale, a ser el forense titular. Vamos a ver lo que hay. ¿Cuántos pisos hay que subir?

—No. Ya han bajado el ascensor, pues el fiambre estaba dentro de él y lo habían bloqueado rompiendo la botonera de control. Los técnicos lo han arreglado y descendido hasta el hall de entrada. Estaba en el último piso.

La puerta del ascensor está abierta y se puede ver el charco de sangre, el cadáver, el forense que espera la llegada del juez y que está tomando la temperatura del hígado para calcular la hora de la muerte, así como el fotógrafo oficial, que acaba de llegar, y espera que le autoricen para hacer las fotos.

—¿Sabemos ya quién es?

—Sí. Enrique Jiménez, un farmacéutico que regresaba anoche a su casa tarde, como casi siempre por su horario. Su mujer, llamó al amanecer preocupada pues no estaba en la casa ni cogía el teléfono en la farmacia, ni su móvil.

—Ya. ¿Y qué más?

—Por otro lado, los vecinos al no funcionar el ascensor, pensaron que se había estropeado pues no bajaba. La policía ya estaba buscando al boticario en hospitales y depósitos, por si por alguna razón de ese tipo, era la causa de su desaparición. Cuando llegaron los técnicos y arreglaron el ascensor, al abrirse la puerta, se encontraron con el pastel a bocajarro: espectáculo que les ha dado el desayuno según nos han comentado.

—¿Tocaron algo?

—¿Tocar…? Ja, ja, ja. Salieron corriendo asustados. La gente en general no se encuentra preparada para estas cosas. El escenario estaba virgen cuando llegamos. Un medico de la casa, que conoce lo que se debe hacer, se quedó vigilando para que nadie entrara o tocara algo. Por no haber, no hay ni una huella extraña en la primera exploración, ni algo caído en el suelo, ni huellas de pies en la sangre, ni restos de pelo, de tela o una colilla: nada de nada.

—Es evidente que el asesino es muy profesional; no parece que pueda ser un novato, pues no ha cometido ni un error en esta primera visión del escenario del crimen.

—Hay algo, que ha visto el forense, y es que alrededor de una de las chinchetas que sujeta uno de los naipes, hay una señal sobre la piel como la que haría la costura, o el reborde de un guante de cuero al presionar la chincheta para clavarla en la frente.

Carlos que no sabe nada de lo que le hablan, se acerca al cadáver para ver que es lo de las cartas clavadas y las chinchetas. Durante un momento observa mientras le explican lo que ya saben.

—Sí, lo entiendo, una magulladura de la piel, pequeña pero visible, lo que es un rastro. ¿Qué es lo especial que me has dicho?

—Acércate y mira su frente, con dos cartas clavadas con chinchetas grandes de colores, Y no son cartas corrientes, y aunque lo parezcan, lo más importante para mí que es de una baraja de Tarot, diría, bueno, estoy segura, que es del Tarot de Marsella por los dibujos y el texto en francés. Y son de la misma baraja por el dibujo del reverso. La que ha puesto a la izquierda lleva el número I, por tanto es el Mago. Lo que en cierto modo juega con el muerto que es boticario. Lo que me indica que el asesino no sabe mucho del Tarot, pero ha hecho una asociación elemental. Si me lo permites, te diré: creo que estamos ante un asesino en serie.

—¿Qué quieres decir con asociación elemental?

—Sencillo. Para un inexperto en el Tarot, Mago entra con facilidad en poder asociarla con los dos supuestos más elementales: el médico y el boticario, ambos son taumaturgos, más conocidos como "hacedores de milagros", o vulgarmente: brujos.

—Ya, te entiendo. ¿Se te ocurre algo más?

—Sí. Su segunda carta, clavada a la derecha, es el número II. Si hay otro crimen, y el naipe que lleve a la izquierda es ese número, el II, "La Papesse", que aquí llamamos "La Sacerdotisa", quedará claro que mi intuición de asesino en serie, se estará cumpliendo.

—Caramba. Cuanto sabes Leonor. Me acuerdo cuando llegaste destinada conmigo, y tu padre, al que conocía, me dijo que valías mucho pero que fuera muy dura contigo, pues así espabilarías. Estabas recién salida de la academia, demostrando que sabías de todo, te fijabas en todo, y nada escapaba a tu olfato policial.

—Sí. Era vanidosa, ostentosa e hija de un policía, cosa que no dije a nadie. Y ahora me entero, ¡Qué cosas!: que habló contigo y lo que te pidió. Algo que hiciste, con el cariño de un segundo padre. Desde niña tenía mucho interés en aprender, hablaba con mi padre todo lo que podía sobre este mundo, leía novelas policíacas, ingresé a la primera en la academia, e hice cursillos de varios tipos, sacando tiempo del tiempo, es decir, robándome mucho sueño.

—Todo eso más o menos lo sabía, pero tu interés era mucho más fuerte, y cuando, casi recién llegada, aclaraste unos cuantos casos difíciles, por tu capacidad de observar, intuir y unir datos que parecían absurdos, llamaste la atención y te ascendieron con rapidez a inspectora.

—Tuve suerte, y sé de alguien que me trataba como a una hija, que luchó por mí, y me ayudó con sus informes en el ascenso. Una vez más gracias.

—A mí no me mires. Sólo hice la redacción de tus intervenciones. Y puedo ver, ahora, que una vez más parece que ya tienes encarrilado el tema. Al menos eres, de momento, la única que tiene alguna idea. Claro que, si se confirma tu premonición…

 

—Tardaremos, ni se sabe —interrumpe Leonor—, en aclararlo.

—Y pescar al asesino de las cartas del Tarot —añade el comisario.

El fotógrafo, que se encuentra dentro de la caja del ascensor, sonríe cuando escucha lo que ha dicho el comisario. Le ha puesto un nombre que va a ser el titular de los periódicos, ya que él se encargará de hacerlo llegar a un amigo periodista que, en ocasiones, le consigue trabajos extras que le vienen muy bien, y han establecido un toma/daca que les compensa a ambos sin infringir la ley.

La llegada de un policía les saca de la conversación.

—Señor, acaba de llegar su Señoría, el Juez de Guardia. He pensado que querría saberlo.

—Gracias, es lo adecuado. Vamos a recibirlo.

Un momento después el juez de guardia lo mira todo, se informa por el forense de lo que éste ha podido ver y autoriza el levantamiento y demás aspectos legales de la situación. Declara, antes de salir hacia otras labores que le corresponden, que establece para el caso el Secreto del Sumario, a efectos de que los detalles sean controlados para que no los publique la prensa. En un momento se marcha.

Bueno, pues que se haga todo lo habitual: hablar con los vecinos por si alguno sabe algo, ha visto algo o tiene alguna sospecha; tomar sus huellas y buscar huellas extrañas que nos puedan orientar —indica Carlos Ruiz—. E incluso, que lo hará el forense, mirar por si hay algo en las uñas, pues puede que se haya defendido y podamos encontrar restos de ADN, o algún resto de su ropa, o cabellos. En fin, ya sabéis, todo el procedimiento habitual.

—Querido jefe. Intuyo que nos enfrentamos con un tipejo bastante listo. Creo que no vamos a encontrar nada que nos oriente. Ya han buscado huellas y, de momento, en el ascensor las hay a docenas que son tan claras y abundantes y siempre las mismas repitiéndose a primera vista, lo que hace que según el técnico, serán todas de los vecinos, y casi seguro que ninguna de un extraño, salvo algún amigo de alguna casa —indica Julio Hernández, el subinspector—. Claro, que el tiempo lo dirá, es cuestión de cotejarlas todas una vez que se les tomen a todos los del edificio.

La llegada del forense, que ya ha culminado su primera inspección, les entretiene por unos minutos mientras ven que el cadáver, ya envuelto, se le sube a un ataúd de transporte para llevarlo hasta el furgón del depósito, y en éste viajará hasta el reino de Luís Rojo, el forense, que empieza a hablar dando datos al comisario.

—Su muerte ocurrió entre las doce y las dos de la mañana. Tiene una herida incisa directa al corazón y, posiblemente después le han dado una dosis muy alta de Cianuro Potásico pero, para entonces, ya estaba muerto pues la muerte no fue por envenenamiento. El asesino maneja bien el cuchillo, pues la hoja penetró, de forma perfecta, por el quinto espacio intercostal, sin rozar, estoy seguro, las costillas, y directo al corazón.

—¿Algo más que añadir, Luís? —Inquiere Carlos.

—Le sorprendió al matarlo. No hay señales de defensa. Lo veré en la autopsia, pero además de apuñalar, estoy seguro que movió el arma y seccionó el corazón y los vasos. Para mí que la muerte fue instantánea, y ya lo estaba antes de llegar al suelo del ascensor. Es posible que se conocieran, aunque no es obligatorio.

—No necesariamente —interviene Leonor—, esa falta de reacción es posible entre desconocidos si la acción sorprende al agredido, que está hablando con el vecino de ascensor que, es muy posible estuviera o le esperara en la caja, y no le diera tiempo ni a ver el arma que lo mataba.

—Tienes razón Leonor. Es perfecto lo que describes. Un detalle que se me ocurre: es casi seguro que salió manchado de sangre a partir de que retirara el arma. Para mí ha sido un cuchillo de doble filo por la forma de la herida de entrada, lo que liberaría la presión residual del corazón lanzando un potente chorro, parte del cual se encuentra manchando la pared del ascensor. Pero con mi informe de la autopsia sabréis, como siempre, mucho más.

—Lo sabemos Luís; tus informes son siempre tan completos que aportas un alto porcentaje de aclaraciones sobre lo que ha ocurrido, lo que nos ayuda en gran forma en llegar hasta el fondo.

—En principio os digo mi perfil sobre el asesino, —añade el forense— por si os sirve, que es un perfil elemental, pero claro. Varón diestro, alto, agradable si no conocía al finado pues no le despertó sospechas, es fuerte, habilidoso y meticuloso. No ha dejado apenas restos de la ampolla de cristal del veneno, salvo los restos clavados en las encías, que he encontrado y me llevo para pruebas. Limpió los residuos que debería haber en el suelo y que tampoco he visto en la ropa, no dejando así nada. Tiene un nivel intelectual alto, estoy seguro de esa premisa. Maneja hábilmente el cuchillo y usa además un veneno, lo que es una redundancia en el mecanismo del asesinato. Es una evidencia, para mí, que esa duplicidad tiene un significado. ¿Verdad Leonor?

Una vez más, Carlos observa el cruce de miradas cómplices entre ambos, lo que le sugiere, una vez más, que se aprecian de forma independiente del trabajo. Carlos, casado y sin hijos, tiene a Leonor como si fuera una hija. Y el Dr. Luís Rojo, sería una buena pareja para ella por lo que sabe de él: Cirujano Urólogo y reconocido Forense, lo que supone una situación con prestigio y un nivel económico muy adecuado. Debe hablar con ella, pero siempre lo deja pues lo considera una intromisión a la que no tiene derecho.

—Desde luego Luís. La verdad es que se nota que eres también un buen forense psiquiátrico, como ya nos has demostrado en varias ocasiones y me alegro mucho de esa capacidad de trabajo y pensamiento con la que me sorprendes, muy agradablemente, en cada ocasión.

—Gracias por vuestras apreciaciones. —Indica Luís.

—Pienso igual que tú en algunos aspectos, aunque en su forma física y demás, no puedo opinar por cuanto aún no he visto el cadáver de cerca. Creo, por si no lo habéis pensado, que el asesino es un enfermo psiquiátrico, y va a resultar un asesino en serie, como ha adelantado Leonor. —Añade el comisario.

—Ahora que lo dices, posiblemente tengas razón, probablemente un esquizofrénico muy compensado, que actúa por órdenes recibidas en sus alucinaciones, lo que le hace que prepare todo de forma muy meticulosa, exacta, no dejando nada al azar, lo que hará que se distancien los crímenes por un tiempo. ¿Te parece? —Añade el forense.

—Sí y no. Tengo la intuición, y no sé la razón, que hace tiempo que tiene todo preparado, y ha entrado en la fase ejecutiva, por lo que cada crimen se distanciará escaso tiempo del anterior. Pero… sólo es una intuición, y por tanto…, carece de valor —interviene Leonor.

Los presentes no dicen nada. Ya conocen las diatribas entre ambos que tantas cosas aclaran, por lo que solamente escuchan y observan.

—No, esta vez estoy de acuerdo con la inteligente inspectora García, que ha demostrado que la mayoría de sus intuiciones se acaban cumpliendo y son exactas, por lo que pienso que esta nueva intuición, aunque yo la vea de otra manera, tiene muchas posibilidades de ser cierta. —Acepta Luís.

—Gracias por tu fe en mí, con la que te has ganado un café o una copa cuando dispongas de un rato que coincida con uno mío. ¿Vale? —Indica Leonor.

—Te tomo la palabra pues, como sabes, eres más bien muy arisca en tu vida privada.

—Es que no la tengo; carezco de ella, pues siempre estoy trabajando —y su expresión le muestra a Luís que su oferta es seria.

—De acuerdo. Te buscaré una semana de estas.

Carlos interviene para cortar un diálogo que se está saliendo del ámbito profesional.

—Creo que si dejamos aquí al personal técnico, nosotros nos podemos marchar hacia la comisaría y Luís a su depósito de cadáveres, y que empecemos a hacer los informes y preparar un escenario en el que organizar datos, fotos y pruebas que nos ayuden a verlo todo con una amplia panorámica y que nos sea útil en lo que nos va a durar bastante en el tiempo, como ha pensado Leonor.

Hay aceptación y todo el grupo se disuelve y cada uno se dirige a su puesto de trabajo.

El asesino del tarot
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