O... El Loco. (Le Mat)
Eulogio mira la baraja que tiene desplegada, formando una Cruz de los Celtas, sobre la mesa. Entiende muy claro lo que le dicen esas 11 cartas, pues él está ocupando el centro al ser un naipe sin número, que representa al Loco, con el pantalón roto que muestra una parte de sus posaderas, las que acomete un cánido, llevando una bolsa colgando del palo que apoya sobre el hombro derecho, y con un garrote largo en su mano derecha que le ayuda a caminar.
Es él, no hace falta que se lo diga y repita una vez más, pues hace años que se ha identificado con la carta en cuyo borde inferior reza: "Le Mat”, el loco, y que carece de un número en su borde superior. Pero sabe que ese nombre es erróneo: esa es la carta que le representa, pero él no esta loco, pues es el más sensato de todo el mundo que conoce. Y conoce a tantos, que su número ronda casi el infinito, se repite una vez más, convencido de que disfruta de toda la razón.
Tiene claro que ser más listo que los demás, resulta muy peligroso en un mundo lleno de idiotas; sobre todo en razón a que, lo más imposible para que te perdonen, es lo que haces pleno de méritos, ya que eres la envidia de muchos que no te indultan cuando los superas, ni lo harán más adelante aunque fracases. Pero sabe que nunca fracasará, pues la emperatriz no se lo consentiría.
Recuerda los rumores sobre él de hace años. En el final de los estudios previos a la Universidad. Su capacidad, su rendimiento en los exámenes, y los resultados de éstos, hicieron que los mediocres de siempre iniciaran una campaña de descrédito sobre él, que rápidamente y de forma subrepticia se extendió como el aceite sobre el agua. Fue algo que inicialmente le causó alguna preocupación.
Se sentía lastimado, con un dolor que desapareció cuando, por casualidad, pudo hablar con un anciano que le detuvo por la calle, pues tenía hambre y necesitaba una ayuda. Generoso, se la dio y comieron juntos. Después hablaron y hablaron, pues ninguno de los dos tenía prisa. Era un hombre ameno, un viajero incansable que había dejado todo aquello con lo que ganó muchísimo dinero. Pero con el paso del tiempo se liberó y se estaba haciendo viejo durante el tiempo con el que completaba su vuelta al mundo, haciendo el máximo del recorrido caminando. El andariego le habló por un largo tiempo, para terminar llenando su curiosidad.
A su vez, el viajero infatigable quiso indagar sobre él, pues su aspecto de cierta tristeza le llamó la atención. Como en realidad, se dijo, no tenía nada que ocultar ante su interés, por lo que le hizo una resumida biografía de su vida que escuchó con atención, sin interrumpirle ni hacer el menor comentario. Cuando llegó al presente mostrando su incomprensión del medio en el que se movía en el presente, su invitado le interrumpió con una sonrisa y tomó la palabra.
—Es decir, durante un escaso tiempo te están preocupando los rumores y la envidia de unos pocos. Te diré algo que será como una vacuna contra esas cosas con las que, a veces, nos atosiga el entorno. Escucha bien: "Los rumores son creados por los envidiosos, alimentados para que crezcan por los chismosos y son creídos por los idiotas. Sus opiniones carecen de valor. Vive tu vida, en la línea que creas que es la oportuna, pues ellos en realidad, para t, no existen, ni deben existir". Y recuerda siempre: " lo importante no es lo que miras, sino lo que ves".
—¿Estás seguro de ello? —Inquirió con cierta desconfianza.
—Naturalmente. Es mi filosofía de vida. El final, siempre depende del principio y, además, el carácter de cada hombre, es el que crea su destino. Deber tener muy clara tu conducta, que te la indica tu carácter, tu voluntad, y en esa línea llegarás muy lejos, y además satisfecho de lo que hagas. ¿Me entiendes y sigues?
—Sí. Estoy aprendiendo con meridiana claridad. Es la primera vez que me hablan con sabiduría, en vez de criticar lo que pienso, lo que hago, en una forma de explicarte todo mediante negaciones: no pienses, no digas, no actúes, no seas…
—Sí, te comprendo. Recuerda que: “Las grandes religiones no hacen más que establecer una larga lista de prohibiciones”[1]. Es lo más fácil para los que creen saberlo todo y en realidad no saben nada: son los que indican que si no haces nada, y lo creen, siempre acertarás. Pero están equivocados en esa postura: existen posibilidades de error tanto por hacer como por no hacer. Si deniegas un auxilio, estás fallando por otro camino. Cada cual debe actuar según so conciencia y capacidades. Pero nunca por pereza.
—Eres un hombre sabio —indica Eulogio a su invitado—. Me gustaría saber y tener la experiencia que tienes. Me resulta muy importante el ver la capacidad que tienes de disociar las ideas en diferentes categorías con absoluta facilidad.
—Estás en un error. Ni siquiera sé lo que es disociar. No soy sabio, ni tengo experiencia más que lo que, cada día, al caminar rodando por el mundo, encuentro con los que hablo. Sólo estoy con los ojos abiertos y lo oídos dispuestos a recibir. Y son interesantes tantos los ruidos como el canto de los pájaros. Todo lo que pasa cerca de mí, lo capto, lo analizo y lo archivo en mi cabeza, pues no hay nada despreciable en lo que tenemos en nuestro entorno. Yo he aprendido hoy de ti, más que lo que tú hayas podido aprender de mí. Recuerda algo que me enseñó un viejo chino que hacia lo mismo que yo: caminar por el mundo y ver cuanto pudieran sus cansados ojos como él decía.
El anciano quedó callado mientras observaba a Eulogio. Había una clara curiosidad en su rostro, en el que mostraba con claridad si su anfitrión le estaba escuchando y sentía interés por todo lo que le decía, y esa alteración de la continuidad la captó de inmediato Eulogio
—¿Qué te dijo?
—No dejes de caminar, de avanzar, pero recuerda que “es mejor volverse hacia atrás que perderse en el camino”.
La entrevista fue algo que cambió su visión de la vida. Eulogio tenía claro que él superaba a muchos; a todos se dijo en algún momento en que era consciente de su vanidad, muy bien ganada, se repetía, lo que la justificaba, al menos para su interior. Sin embargo, conforme el tiempo pasa, y mira su interior, cada vez tiene más claro que aquel anciano nunca existió, y que en realidad fue uno más de sus muchos sueños, sueños que son los que le han dado todo lo que es, o al menos lo que cree ser, por lo que acepta en una premisa que se le ha hecho muy clara en su mente: “cuando cualquier cosa es posible, nada es imposible”.
—No puedo distraerme con sueños o con recuerdos. La emperatriz me observa, lo noto. Debo atenderla: ¡perdón, Majestad!
Se concentra de inmediato en lo que debe hacer. Puede ver que las cartas le miran, aunque están boca abajo, pero su poder se lo le permite. Una de ellas empieza a hablarle, indicándole que es el momento de hacerlo, pues ya está todo preparado. Es la "La Emperatriz", la que señalándole con su índice imperioso, le indica que lo haga ya, pues su trabajo ha sido aceptado por "La justicia" tras la celebración "Del Juicio", como ha podido contemplar en el naipe numerado como XX, en el que sus personajes cobran vida y puede observarlos juzgándole y hablándole directamente, con órdenes que tiene que cumplir.
La voz de la “Emperatriz” se hace presente con el tono habitual en ella, dulce pero exigente y conminativo, observando que le habla pues puede ver como se mueve su boca en el naipe.
—Adelante. Debes hacerlo, es nuestro enemigo número uno: "El Mago". Tienes todos sus datos, hazlo y vuelve para recibir nuevas disposiciones.
—Así haré Majestad.
Lo empieza a preparar todo. Abre una libreta y en ella están todas las circunstancias de más de una docena de personas. De momento, se encuentran en ella todos los datos de lo que tiene que hacer, pues el Tarot, por boca de la emperatriz, así se lo ha indicado hace algún tiempo. Les ha hecho a todos una localización y un seguimiento y la referencia de la causa a castigar se cumple en todas ellas; por tanto, según las órdenes, tiene que empezar a llevar a cabo su misión.
Durante un rato vuelve a estudiar sus apuntes sobre el Mago, coge la primera carta de los Arcanos Mayores, en cuyo borde inferior está escrito "Le Bateleur", el Mago, traduce mentalmente, y la siguiente, "La Papisa", que traduce igualmente como la Sacerdotisa y las guarda en un alargado estuche de cuero en el que tiene todos los útiles de su particular trabajo.
Debe esperar a la noche, momento en el que el mago cerrará su establecimiento y regresará al hogar. Conoce su sistemático proceder, sus pasos de cada día: siempre medidos, siempre iguales, hasta llegar a su casa.
Mientras deja discurrir el tiempo, toda una serie de ideas, en realidad imágenes borrosas, algunas vivas y claras, mezcladas con otras tan difusas, que no sabe si son reales, pues son tan lejanas, que incluso duda si son corpóreas, o es un sueño que a veces le asalta. En realidad le da igual, hace tiempo que o decidió: en caso de duda, aceptación.
Por un instante rememora, lleno de dudas, que de niño le echaron de una farmacia por coger caramelos de un gran frasco de cristal que los contenía. Esa imagen y la angustia que le produce la imagen, no sabe si son tangibles o es la pesadilla de una noche en la que comió demasiado, que el tiempo trata de convertir en una realidad. Como tiene duda sobre ello, la acepta que es lo acordado.
Pero ha recibido órdenes y debe cumplirlas. Él es el ejecutor, un sicario de la "Emperatriz". La elección de los condenados, los juicios, las instrucciones para el acceso hasta el convicto y la forma de ejecutarlo, son cuestiones del mundo de otros, y no se siente culpable de ello. A él se lo comunica la "Emperatriz", con toda suerte de datos y posibilidades. Y a ella es la única que debe obedecer.