6… El Emperador

El aviso de un nuevo cadáver, con premisas similares a los que ya conocen, en dos semanas después del anterior, pone en marcha al grupo de homicidios, con la cohorte de la policía científica. El juez, muy ocupado, envía a un funcionario para las gestiones habituales de levantamiento del cuerpo tras un breve informe previo por parte del forense hecho por teléfono.

La inspectora Leonor García, se ocupa de todo pues su jefe está de permiso por unos días. Por la primera impresión, nada más entrar en el piso del que han avisado por el manifiesto mal olor y falta de respuesta a las llamadas, Leonor sabe que es otro caso, el tercero del asesino, pues lo que puede a la vez que el forense, se lo deja claro.

Es un varón, de unos cuarenta años, con un pincho de picar hielo cuyo mango le sobresale de la nuca. Al volverlo boca arriba, tiene el círculo de la firma en el pecho izquierdo y dos cartas clavadas en la frente como es lo habitual.

—Ya tenemos otro caso del asesino del Tarot, como ya le llama la prensa —indica Luís Rojo—, aunque la forma de matarlo es diferente a las anteriores. Lleva muerto, por todas las señales, un mínimo de entre tres y cuatro días, poco más o menos; lo indica la ausencia de rigidez cadavérica, claramente desaparecida, la escuadra de moscas y sus larvas, el olor incipiente a putrescinas y cadaverina, y el color de las sufusiones hemorrágicas.

¿Cómo ha podido sorprenderlo para matarlo con el punzón con esa precisión? —Inquiere Leonor sorprendida cuando observa la perfecta entrada del instrumento en la parte superior de la nuca.

Lo comprobaré en la autopsia, pero a priori pienso que de alguna manera lo ha reducido antes de ejecutarlo. ¿Se sabe ya quien es?

Según el portero, es un político importante; no sabe si un diputado o un senador. Es, según él, un hombre generoso, pero escasamente hablador, ni siquiera sabe su apellido, y sólo conoce su nombre: Don Daniel. El piso es alquilado, y es posible que fuera un nido de amor, su picadero, según no ha dicho pero lo he interpretado por su gesto. Cuando viene, no lo hace con demasiada frecuencia, antes o después llega una de las dos chicas con las que suele reunirse por unas horas, o en ocasiones, hasta un día y que siempre son las mismas dos. —Comenta Leonor, a la que el subinspector Hernández y dos oficiales, la mantienen informada de sus indagaciones.

La llegada de los últimos del grupo de la policía científica que regresan de otro trabajo, y que empiezan a buscar huellas y otras señales coincide con la del furgón que va a llevarse el cadáver.

Señora, —indica un rato después el inspector del equipo científico—, estamos como en sus dos actuaciones anteriores: el asesino no ha dejado ni una colilla caso de que fumara. No hay más huellas que las del muerto. Hemos tomado muestras de la sangre que hay, muy poca por el suelo. El punzón no ha dejado salir demasiada como es lógico. La sangre es humana y del grupo sanguíneo del asesinado. Hay otras huellas dactilares, un tanto borrosas, posiblemente por ser más antiguas, quizás de las dos chicas que nos ha dicho el portero que vienen en ocasiones. Ya lo comprobaremos. ¿Qué más podemos hacer, pues no hay mucha materia que investigar?

—Completar el protocolo y precintar el piso. Me llevo las cartas, pues sé que la clave de lo que ocurre se encuentra en ellas.

Se acerca de nuevo a Luís que está observando el cadáver antes de que se lo lleven.

—Leonor, ya sé cómo lo sorprendió para matarlo. Observa estas dos señales en el pecho. Son los dos polos de una pistola eléctrica que le haría perder el conocimiento. Ya en le suelo, aunque quizás le vería, aunque no podía defenderse, el asesino le metió el punzón directamente en el Bulbo Raquídeo, lo que se llama una Punción de Claude Bernard, que lo mató en el acto. Te lo confirmaré todo en el informe de la autopsia.

El forense abre la camisa y se asoma buscando la firma que, como sospecha, encuentra en el lado izquierdo, y que le muestra a Leonor. Y hace un gesto positivo a los que esperan para meter el difunto en la caja de transporte.

—De acuerdo. Creo que podremos irnos en un momento. A tu cliente se lo están llevando y mis muchachos están ya recogiendo, de modo, que nos podemos ir —Indica Leonor.

—¿Te apetece una cerveza? —solicita Luís.

Ahora no, pero acepto tu invitación a cenar, que me hiciste el otro día, para esta noche si te viene bien.

Estar contigo siempre me parece lo mejor de lo mejor.

Eres un cuentista que le dices lo mismo a todas nosotras.

No voy a decirte lo que quieres escuchar: que no hay un nosotras, sino un tú, sólo tú.

Ya, ya, menudo estás. Me espera el coche. ¿A la noche en el restaurante de siempre?

Si no quieres otro.

Pues sí. Reserva y me llamas para la hora y el sitio. ¿Vale?

Vale cielo.

—¿Cielo? Eso es nuevo, te estás irrogando competencias no autorizadas.

Pues vale, infierno.

Los dos riéndose, se encaminan a sus respectivos vehículos que llevan diferentes destinos.

Leonor, ya en comisaría, llama por teléfono a su amiga. Está autorizada, pero lo ha ido retrasando. Con el tercer caso, todo le indica que su presunción inicial era exacta y que tienen que empezar las pesquisas por otros caminos, ampliando el horizonte y tratando de entender el trasfondo que implican las extrañas señales que deja, con su conducta, el asesino. Una metodología que no tiene nada que ver, en su sistemática y simbolismo, con otros casos que conoce y ha leído o le explicaron en la academia.

—Artemisa, bueno, en realidad y para mí, Teresa, soy Leonor, desde la comisaría. Tal como hablamos, te necesito. Tenemos ya el tercer caso. Recuerda que tienes que guardar silencio absoluto, pues el juez lo tiene todo bajo secreto del sumario: y ya sabes como son los periodistas. Mi jefe dijo lo de asesino del Tarot, y al día siguiente todos los periódicos usaban ese título, lo que indica que alguien lo escuchó y se lo sirvió en bandeja a la prensa.

—Lo sé, me lo explicaste y soy una profesional. ¿A que hora quieres que nos reunamos esta tarde?

—Estaré aquí toda la tarde, vente cuando puedas, para quedarte sin prisas.

—Llegaré sobre las cuatro. Hasta luego.

A su llegada a la comisaría, Artemisa es llevada de inmediato por un policía al despacho del inspector Leonor García, que se encuentra reunida con el subinspector Julio Hernández y varios oficiales, que estudian el tema que les tiene a todos sorprendidos y despistados por sus características.

Leonor hace rato que les habla de su compañera de colegio, cuya madre fue una conocida echadora de cartas, veedora, quiromántica y experta en ciencias ocultas. La hija, con más conocimientos por sus estudios y publicaciones, se la considera como la tarotista de más nivel del país, razón por la que Leonor la ha incorporado al equipo que ha sido señalado para que resuelva el caso del "Asesino del Tarot", nombre con el que se le conoce no sólo en el país, sino incluso en algunas revistas de la prensa internacional.

Y son, precisamente las revistas y los periódicos, los que cada día y en todas las ediciones, siempre traen con las últimas noticias, nuevos comentarios, tanto reales como inventados, explicaciones sobre el Tarot y temarios paralelos. Es la prensa la que más difunde algo que, si se guardara silencio, sería de más utilidad para la policía. Son páginas llenas de demagogia, falsedades y verdades tan a medias como absurdas, con las que han incrementado las ventas de una forma clara al despertar, en el público, una mezcla de curiosidad y manifiesta morbosidad por conocer detalles sobre un caso especial: el de un asesino en serie, de lo que tan sólo sabían algo por el cine y las novelas, pero que en la actualidad perciben que tienen a escasa distancia, lo que les llena de miedo y curiosidad a partes iguales.

—Hola Teresa —indica Leonor levantándose a recibirla—, te presento a mis compañeros del equipo al que te vas a incorporar… Nuestro jefe, Carlos Ruiz, está por unos días de permiso, pero ya lo conocerás muy en breve.

Durante un rato, saludos, detalles que cuenta Leonor, respuestas de Teresa y, con rapidez, se inician los primeros comentarios e indagaciones que rompen esos iniciales momentos de conocerse y aprenderse nombres y posiciones laborales. Un momento después, con todos sentados, la conversación se estabiliza. A la recién llegada, que comercialmente y en televisión en sus intervenciones se la llama Artemisa, todos los presentes usan ya su nombre real: Teresa Carpio.

—Como te dije —indica Leonor—, tenemos ya tres asesinatos, claramente realizados por el mismo asesino, pues toda la secuencia física es la misma. Las únicas variables son el modo de matar y las cartas que deja sobre el cadáver.

—¿Cuántas deja? Dadme fotos para ver como las deja, en qué orden las coloca y qué naipes son, aunque mejor si los pudiera ver y tocar —indica mientras saca una libreta de muelle en espiral y cuatro bolígrafos con otros tantos colores.

—Al menos dos con cada asesinado; de momento no ha dejado más. Este aspecto es algo que para mí es un mensaje críptico que tenemos que descifrar, necesario para tratar de llegar hasta él y detenerlo —Responde Leonor—. Toma todo lo que tenemos en fotos y te daré también las cartas, que como verás son del Tarot de Marsella.

Leonor abre una carpeta en la que hay todo lo que se ha reunido hasta el momento. Saca varios sobres rotulados por su contenido, y se los entrega a Teresa. Hay silencio mientras ésta abre el primero de los sobres. Son fotografías de los tres asesinados tal como fueron encontrados.

Todos observan que la tarotista no pestañea ante la visión de las fotos de los cadáveres, lo que les indica que es una mujer entera, y que no se va a arrugar si tiene que enfrentarse con alguna situación desagradable. Algo que es posible si, como piensan, el tema del asesino en serie va a ampliarse con nuevas acciones antes de que sea posible saber algo más que les entregue alguna pista.

Teresa observa una fotografía tras otra, siguiendo la numeración con las que las han rotulado. Es lenta y meticulosa. De su cartera, bastante grande, ha sacado una gran lupa, y un cuenta hilos de buen tamaño, con el que mira cada foto, y va tomando notas, haciendo esquemas de cada una de ellas en su libreta, usando los colores para notas al margen, bocadillos y llaves.

Hay un silencio total mientras trabaja sin apartar la vista de lo que tiene delante. Todos tienen claro que la amiga de la inspectora no está con ellos por amistad, sino por ser una profesional de lo que tenga que hacer, pues basta verla trabajar con absoluta concentración, para valorarla con claridad. Finalmente, coge el sobre que pone "Baraja", y antes de tocarlas, inquiere.

—Supongo que se han comprobado las huellas y que las puedo tocar. Ya se que es algo obvio, pero no me estorba comprobarlo todo, y si no, me dais unos guantes.

Es una pregunta capciosa, pero quiere indicarles que en el trabajo es precisa, exacta y que conoce el mundo en el que se ha metido, evitando de ese modo aspectos que puedan surgir con el tiempo o alguna justificación de error que pueda caer, intencionada o no, sobre ella. Hay sonrisas que muestran que todos están muy pendientes de ella y que aprueban su conducta.

—Adelante, todo está a tu disposición —indica Leonor.

Durante un rato observa las cartas, diferenciándolas según el cadáver que las tuvo pinchadas. Finalmente observa las fichas con los datos de cada uno de los finados, con especial interés por sus edades, situación social y especialidad de trabajo y profesión. 

—Ya tengo una idea muy somera sobre cada uno de ellos. Echo de menos, y bastante, más datos personales sobre cada uno de los asesinados —Indica Teresa —. Creo que debéis indagar más sobre aspectos más amplios de la vida de cada uno; que el que sea ingeniero, u otras profesiones, su cargo y el nombre de la empresa, es una información ínfima para lo que deseamos saber.

—O sea —pregunta de inmediato Leonor—. ¿Hay que saber todo lo que podamos sobre esa persona; su entorno, amigos y posibles enemigos? Y también asociaciones, clubs o deportes que practique.

—Por mi experiencia, nadie es tan poco como lo que se suele obtener si nos reducimos a decir: Sr. Tal-Cual, Ingeniero en la Empresa X, casado con 3 hijos. Eso es muy insuficiente. ¿Estáis de acuerdo? —Inquiere Teresa.

—¿Qué más podemos buscar y saber? —Inquiere Leonor.

Teresa busca una página más delante de su libreta, y antes de empezar a leer, expone dirigiéndose a Leonor...

—Aparte de esos datos dichos, si los extrapolamos sobre ti, Leonor, queda mucho más en tu vida, ¿o no? Por ejemplo: ¿eres socia de algún club, haces footing, vas al cine con frecuencia, tomas café o unas copas en algunas cafeterías en las que haces amistades ocasionales, vas a misa los sábados o los domingos, te reúnes con amigas en ocasiones para jugar a las cartas; has ligado con algún hombre de forma ocasional, o has tenido un devaneo de escasa duración? ¿Has tenido algún novio que dejaste colgado pues pedía más que lo que daba, o no era nada tierno y sí, cuando lo trataste con más frecuencia, o incluso con más intimidad, te diste cuenta que era déspota, machista, carente de detalles, y que sólo le interesabas por el sexo?

—Es cierto, hay otros muchos otros aspectos actuales que tenemos que valorar mucho más —indica la Inspectora.

—Perdonad que hable con absoluta claridad, —continúa exponiendo Teresa—, pero son estos otros aspectos de la vida en el mundo que nos rodea, los que, pocos somos conscientes de la importancia que tienen, pero pueden ser los que nos den disgustos, como si tienes en el teléfono, Blogs, Watshapp, Twitter, FaceBook, Orkut, MySpace, y hasta veinticinco elementos más de las redes sociales, por las que puedes molestar o llamar la atención de alguien indeseable.

—¿Tantas redes hay? —Pregunta uno de los oficiales que ha estado callado hasta ese momento.— Conozco muchas, pero no tantas.

—Pues sí, y en ellas hay, debemos saberlo, un gran número de odiosos "Trolls", como se les llama a esos anormales, con falsas personalidades, estúpidos exhibicionistas, anómalos sexuales, como pederastas, violadores, buscadores de pareja de ocasión, ladrones que quieren saber de tu vida para robarte si les dices o te sacan tu fecha de vacaciones, o cuantos hijos tienes y otras muchas cosas poco claras que todos conocemos, y que ellos quieren conocer, y que no debemos dejar traslucir para evitar que nos puedan pasar cosas a raíz de esa, en mi opinión, estupidez colectiva de necesitar contactar con gente a la que no conoces, ni vas a conocer, y con la que te confiesas en vez de hacerlo como no lo haces con tu párroco, y que sin embargo te expones en ese ciberespacio contando todo lo que hay en tu vida y que no tiene que saber nadie.

Teresa lo ha explicado con claridad y es un reproche sobre lo que sucede, y en el que tanta gente se está imbricando de una forma de lo más estúpida, sin ser consciente del peligro personal que representa.

Hay silencio entre los presentes ante un aspecto que conocen, pero al que nunca han dado tanto valor como acaba de hacer Teresa y que aceptan que tiene toda la razón al exponerlo.

—De acuerdo, debemos valorar aspectos como los señalados a partir de ahora —indica Leonor, que hace un gesto a Teresa para que siga aportando aire fresco e ideas nuevas— ¿qué te dicen los naipes?

—Muy interesante, pues me queda claro que no están elegido al azar. Son dos Arcanos Mayores de un Tarot de Marsella en cada asesinado. Uno, estoy casi segura, es el que se dedica al asesinado y las características de ese naipe se ajustan, casi seguro a su personalidad. La otra carta, la llamaré la segunda, anuncia, es lo que pienso, quién va a ser asesinado en la siguiente ocasión, lo que queda claro por la secuencia de la colocación y que se ha cumplido siempre.

—Sí. Ese aspecto ya lo teníamos medio vislumbrado, pero no nos queda claro la relación entre el muerto y la carta.  —Interviene el subinspector Julio.

—Pues ya tenemos tres claras coincidencias que debemos estudiar detenidamente. Por tanto, hay que comprobar a fondo las personalidades de los tres asesinados, pues los naipes siguen el orden numeral que tienen en la baraja con dos excepciones como ya sabéis.

—Explica un poco lo que dices, por favor, —indica Leonor.

—El primer asesinado se corresponde con la carta del Mago, por tanto hay que comprobar si hay algo que lo justifique. Lo primero es que es varón, el Mago, lo que le hace coincidir con la carta clavada a su izquierda que es del género masculino. El segundo naipe, el que le acompaña clavado a su derecha, es la Papisa, también conocida como la Sacerdotisa, que es una mujer, y el segundo cadáver ya sabemos que es de una mujer. ¿Me seguís y entendéis?

Hay una afirmación total de los presentes.

—Sigo. El cuerpo de esa mujer tiene dos cartas, a la izquierda la que le corresponde, la de la Papisa, que es la carta número II, y que ya nos avisaba desde la derecha del cadáver anterior. A su derecha se muestra la que indica quien va a ser el siguiente. Y ya anuncia que va a ser un varón, que se corresponde con el naipe número IIII, el Emperador. Y ya lo tenemos confirmado, pues se corresponde con el asesinado en tercer lugar, que es un varón y una persona importante según se sabe.

Teresa se detiene por un momento, observa la baraja que tiene en la mano y mira a su alrededor antes de continuar. Observa que la mayoría de los presentes están tomando notas en sus cuadernillos, lo que le congratula y así lo expresa.

—Me parece muy bien que toméis nota. Para mí es fácil, pero para los que no sabéis del Tarot, es algo más complicado. Observad que, por alguna razón, ya se ha saltado dos cartas: la número "sin número", "el malo", que evidentemente, sospecho, es su propia carta y le representa a él, al asesino. ¿Alguna pregunta hasta ahora?

No hay respuesta. Lo que ha dicho les ha quedado claro a todos.

—Está claro que se ha saltado la carta número III, que es la Emperatriz, y que sería la que debería ir delante de la IIII, el Emperador que es la tercera que ha utilizado. Mi instinto sobre el Tarot, o quizás una corazonada, me dice, que la Emperatriz, es la que manda sobre el asesino. Si mi teoría es cierta, el siguiente asesinado será un hombre importante de la iglesia, pues el recién asesinado lleva clavada en su lado derecho de la frente la carta marcada como V, "el Papa", y por tanto el siguiente asesinado será, pienso, un sacerdote, que es el que, de forma más fácil y sencilla se conecta con el Papa, o el Sumo Sacerdote, como también se le conoce al naipe número V. ¿Me seguís?

—Adelante, te entendemos muy bien. —Indica Leonor.

—Ese asesinado, el posible sacerdote, mostrará como su segunda carta, clavada en su lado derecho, si estamos en lo cierto, la que se corresponde con el siguiente, la VI, que nos anuncia quién, o quienes, van a ser asesinados a continuación: pues la carta VI, representa a "L´amoureux", "los Enamorados", que serán dos, pues es un plural, y tendremos dos cadáveres. Y sentiré muchísimo que lo que me dice mi instinto se cumpla. ¡Ojala me equivoque por completo! ¿Se me ha entendido mi idea como posibilidad?

—Perfectamente, y todo lo que dices es muy lógico —Acepta el Subinspector al tiempo que todos los presentes indican, con movimientos de cabeza y manos, que es muy plausible su exposición.

—Creo que debemos estudiar a fondo las personalidades de los tres muertos, y si coincide un tanto el papel de la carta, con su conducta en la vida, estamos en la línea —aporta Leonor—. El psicólogo que se nos ha concedido para la unidad, Eduardo Galán, se incorporará en tres o cuatro días. Viene de Cantabria y está preparando el lugar en el que vivir. Es un experto en perfiles, lo que nos permitirá, al menos eso espero, que tratemos, algo nada fácil, de adelantarnos al que se nos indica que va a asesinar, y comprobar si el finado encaja o no con el naipe.

—Pero eso es una utopía; por muchos perfiles que tengamos, como podemos aplicarlo a personas desconocidas de entre los millones que hay en la ciudad. —Indican con seguridad los oficiales Arturo Duato y José Carrasco, una pareja que llevan trabajando juntos desde la Academia y en ocasiones dan la sensación de tener telepatía entre ellos.

—Lo sé. Es algo más que una posibilidad que dejamos flotando en el aire. Es evidente —continúa Leonor. Está claro que tenemos que agarrarnos, aunque sea, a un clavo ardiendo para tratar de cazarlo, adelantarnos a él, o al menos conseguir entender su personalidad, conducta y modo pensante, para cogerlo. Tendrá que dejar huellas por muy exquisito que sea en su trabajo. Antes o después, cometerá un error, y eso le delatará.

—Es cierto. Creo que todos tenemos claro que no podemos esperar a que se aburra de matar o por casualidad nos tropecemos con él y lo detengamos —interviene Leonor—. Tenemos que intentar entrar en su cabeza, ver a través de sus ojos, identificarnos con él y pensar qué es lo que se nos ocurre que pueda hacer él en un futuro inmediato. Cualquier cosa es mejor que nada, pues todos sabemos que las casualidades no existen.

—Eso es cierto, innegable y concluyente. Pienso que, por tanto, él funciona buscando y usando causas que le indican y le obligan a realizar actos, vengan esas causas de supuestas órdenes de la Emperatriz, como se ha dicho y que acepto como una posibilidad más de entre las muchas que debemos barajar e investigar; o bien que provengan de alucinaciones, en forma de voces que interpreta como órdenes, que escucha en su propia afección esquizofrénica, un aspecto que es sobradamente conocido en psiquiatría.

El que ha hablado es Antonio Gámez, oficial de policía y psicólogo en su mundo particular e independiente de su trabajo oficial. Es un estudioso de la temática y colabora con algunas revistas de temas poco comunes y ha publicado un libro sobre abducciones y secuestros, que ha tenido una gran acogida por su trato, sin histerias o excesos, sobre temas como el fenómeno UFO, objetos voladores no identificados, posibles extraterrestres y temas afines, en los que ha demostrado una equidad, con la que muestra que sin exageraciones, sólo es verdad lo que existe; pero que, al mismo tiempo, acaecen cosas que no parecen existir, pero que con un poco de amplia visión, son o pueden ser verdad.

—De acuerdo. Es un camino que nos has desbrozado y que nos debe quedar claro: toda posibilidad a emplear puede valernos dado que por delante no tenemos una carretera que seguir, sino una llanura enorme y plana, llena de arena, en la que no existe ni una sombra. Por lo tanto, si alguien ve una mancha, una piedra, un palo que asoma entre la arena, un pájaro que camina por el desierto, hay que investigar esa posibilidad por estúpida que parezca.

De nuevo ha tomado la palabra Leonor, mostrando como es su conducta habitual, adoptando una actitud positiva, de atacar y no esperar a que les atropellen las circunstancias.

—Estoy de acuerdo —indica Luís Rojo, el forense—. Ese es el camino, debemos buscar, no esperar a que nos sigan llegando cuerpos en bolsas; mientras nosotros aguardamos su arribo por si alguno trae una pista, o una carta del asesino en la que nos invita a jugar a la "gallinita ciega" con él. Para mí, es evidente que por muy listo que sea, y estoy seguro que lo es, dejará huellas, cometerá errores, encontraremos pistas que tendremos que seguir; mostrando, eso sí, que somos más inteligentes que él y más astutos cuando llegue el momento de cazarlo.

—Por hoy ya sabemos muchas cosas que no sabíamos —toma de nuevo la palabra Leonor—, voy a proponer algo que puede ser útil. Recordáis cuando íbamos al colegio y llevábamos hecha la tarea que nos encargaron el día anterior. Os propongo que, cada uno, pensemos en cosas que pudieran orientarnos para conectar o saber dónde puede estar ese hijo de… Son ideas que, por absurdas que parezcan, pueden enfocarnos a un terreno y dirigirnos en una dirección que de otro forma no habríamos visto. Lleváis cada uno una libreta, y lo que se os ocurra apuntarlo, pues en caso de no hacerlo, hay muchas cosas que se nos olvidan a todos. Hacerlo sin complejos. El primero que tenga una idea útil, tendrá tres días de permiso para pasarlos con la novia o con la esposa, o lo que quiera hacer. ¡Espabilad! Ninguno de vosotros es tonto… pues si alguno lo fuera, no estaría aquí con nosotros. Hasta mañana.

—Por cierto, y antes que os vayáis —interviene Luís Rojo, el antropólogo forense —. Siento gran curiosidad por los clientes que me estáis dando. Quiero entender lo que ocurre. Además, para que lo sepáis, Carlos, el Comisario, ha pedido quince barajas de Tarot de Marsella, para que cada uno tengamos una, y queden unas pocas más para los posibles cambios o aumentos en el equipo. Creemos, el y yo, que así entenderemos todo mejor y podremos pensar y buscar una grieta en el muro que es este desafío de un presunto loco. Posiblemente lleguen mañana. Carlos las repartirá cuando regrese. Buenas noches.

Y se sonríe al observar que la idea ha sido bien acogida por todos. Tiene claro que, con la extraña baraja en la mano, las posibilidades de pensar en aspectos incógnitos, insólitos, exóticos y desconocidos, así como entender aspectos originales y diferentes, resultará más sencillo, pues las imágenes y las ropas de los personajes, de una época muy anterior, parece que inducirán a pensamientos diferentes pero muy concertados y claramente referidos al tema que se atiende. Y además, sabrán quién puede ser el siguiente cliente.

Mientras se separan hacia los vestuario y otros lugares, Leonor y Teresa coinciden con Luís que se ha dirigido hacia ellas.

—Si os parece bien, ya que venía a invitar a cenar a Leonor, pienso que lo podemos hacer los tres, si Teresa no hace objeciones.

—En el amor, tres son multitud —indica sonriente la tarotista.

—En nuestro caso, —indica Leonor con reticencia—, y de momento, el amor entre los dos es como un amanecer en el que todavía no ha salido el sol. Por tanto, vámonos a cenar los tres, no demos vueltas a algo que está claro desde el principio.

—Amén. —Vocaliza Luís.

El asesino del tarot
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