Capítulo 26
Cuando Ivonne oyó los pasos entrando en el sótano permaneció con los ojos cerrados. Al igual que Laura estaba tapada con una manta gruesa que paliaba el frío colándose por las gruesas paredes. Notaba una ligera fiebre que le ocasionaba una pertinaz sensación de cansancio. No recordaba nada de lo soñado durante la noche. Pero estaba segura de que había imaginado una deliciosa cena de tortillas con frijoles. Eso es lo primero que comería cuando salga de esta horrible cárcel, pensó.
—¿Se sabe entonces cuándo se marchan? —preguntó en un susurro la voz de William.
—Pasado mañana. Ya está todo preparado —dijo El Duque.
—Por un momento pensé que no lo lograríamos.
—Ha sido difícil encontrarlas, pero ya las tenemos y pagarán lo acordado. Son gente seria y con mucho dinero, no creo que nos pongan ningún problema. Las dos chicas cumplen el requisito principal.
Ivonne pensó que se refería a los ojos de distinto color. Se lamentó haberse puesto al alcance de ellos. Ella misma se sirvió en bandeja cuando acudió para abortar. Maldijo el momento en que se acostó con Rolando.
—¿Qué harán con ellas? —preguntó William.
—¿Acaso nos importa? Su vida ya era miserable, tampoco notarán el cambio —dijo El Duque encogiéndose de hombros—. William, nada de tonterías. Con la mexicana tuvimos una suerte tremenda. Si no llego a cruzarme con ella, se escapa y nos jode todo el plan. Con todo el tiempo y esfuerzo que hemos invertido… Ahora te digo una cosa, no sé si volveré hacer algo así, creo que no merece la pena. Casi nos pillan en la otra casa. Tuvimos que hacernos cargo de los Breeze, y ya sabes que solo me gusta llegar a esos extremos cuando es necesario.
—Lo sé, hermano. Fue un golpe de mala suerte. Eso es todo.
—Por cierto ¿qué harás con tu parte? —preguntó El Duque.
—Tengo pensado montar un negocio de cartas y strip-tease on line. Dejaré unas manos gratis y cuando la chica esté a punto de quitarse el vestido, que los clientes paguen. ¿Sabes lo bueno de internet? Que puedes montar negocios y luego solo preocuparte de ellos una vez por semana o así. ¿Por qué no somos socios?
—Anda, déjalo —dijo El Duque con un gesto de desdén—. Mi parte la usaré para untar a un juez para que me otorgue unas licencias de construcción. Es muy caro, pero si sale bien la jugada, me hago de oro. Voy derribar unas casas antiguas y montar unas de lujo.
—¿Dónde?
—En Waterfront —dijo El Duque—. Ven, vamos arriba, tengo hambre.
En cuanto los pasos de los dos hombres se extinguieron a través de las escaleras, Ivonne se giró para mirar a Laura. Ella estaba tumbada de perfil, de cara a la pared. Sollozaba. También había oído la conversación entre los dos hermanos. Quería decirle algo para consolarla. Pero no encontraba las palabras adecuadas.
—Laura…
—Qué… —dijo ella casi en un murmullo.
—¿Cómo te atraparon? —preguntó para distraerla de sus oscuros pensamientos.
Laura se giró hacia Ivonne en medio de las sombras. Se oyó el tintineo de las cadenas. No la veía con nitidez, solo la intuía.
—Estaba en la esquina de Leroy con Phelps fumando un porro. Estaba con unos amigos de mi pandilla… Se acercaron dos hombres vestidos con gabardina y me enseñaron una placa. Me preguntaron si yo era Laura McAdams y yo les dije que sí, y les pregunté que qué querían… Me dijeron que mi abuela había tenido un accidente y que se encontraba grave. Después me llevaron a su coche. Me tocaron con un aparato de descarga eléctrica y me desmayé. Ya no recuerdo nada más hasta que desperté en el coche.
—Sabían tu nombre, y el de tu abuela… Te habían estudiado —dijo Ivonne más para sí misma.
—Hacía un par de años que no veía a mi abuela, me extrañó al principio pero pensé que me había llamado… Qué tonta fui, si hubiera echado a correr…
—¿Tus amigos habrán ido a la policía a denunciar tu desaparición?
—Lo dudo, tienen antecedentes y no quieren saber nada de ellos. Además, pensarán que me he ido una temporada de viaje. Lo suelo de hacer de vez en cuando, desaparezco y hago autostop para viajar gratis por el país.
—¿Cuántos años tienes?
—Diecisiete.
Ivonne se sorprendió. Por su aspecto demacrado había pensado que era mayor edad. Quizá veinticinco.
—Entonces, ¿te escapaste de casa?
—Sí, no aguantaba a mis viejos y me largué. Quiero ser libre y hacer lo que me venga en gana. Nada de eso de estudiar, hipoteca, casa y familia… Hay un mundo ahí fuera que es increíble, ¿por qué tengo que estar en un solo sitio?
En su voz ya no se notaba ni rastro del llanto. Ivonne se alegró de que se olvidara por un momento de dónde se encontraba. Y se centrase en contar su historia. Sintió una especie de alivio egoísta al encontrarse con alguien con quien compartir su desgracia.
—¿Adónde nos llevarán? —preguntó en voz alta Laura.
Ivonne tragó saliva. Notaba sus labios resecos. Sufrió un ligero mareo aunque se recuperó enseguida.
—No lo sé, pero no me gusta nada.
—¿Eres religiosa? ¿Crees en Dios? —preguntó Laura mientras movía las rodillas con lentitud para ejercitarlas.
—¿Que si creo en Dios? Mmmm…. —dijo Ivonne mirando sin querer al techo—. Me bautizaron por la iglesia, pero la verdad es que no he sido practicante. Mi hermana tampoco lo es. Solo María lo es, una amiga de mi hermana. ¿Y tú?
—No, yo tampoco, pero ahora estoy deseando creer en uno —dijo con un hilo de voz.