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MITUBE
—El hotel, bien, cariño. La habitación es pequeña, pero se está a gusto —le he dicho a María desde el aparcamiento del Templo de Debod, que es una zona de Madrid tan buena como cualquier otra para pasar la noche en una Scenic. Después he colgado, he echado el asiento para atrás en plan confort y no me ha dado tiempo a intentar desconectar porque ha sonado el móvil de Manu, el nazi de la plancha, el enano copiloto, el rapado cabrón que ha llamado esta tarde a Juan.
Fran H:
No sabes lo muerto que estás, hijo puta. Te vamos a joder lo poco que te queda de vida.
Sí, el típico mensaje que recibes a las diez de la noche y, si te lo tomas a la tremenda, te acaba jodiendo el día. Por eso, y contraviniendo todas mis costumbres, me he esforzado en encontrarle la parte positiva. Me he dicho que no todo el mundo tiene la suerte de estar en un grupo de WhatsApp con los neonazis que quieren matarlo. Después, que no es habitual sobrevivir en menos de doce horas a dos intentos de asesinato. Y que aún más infrecuente es escapar de dos acometidas semejantes sin un rasguño. Eso, por no hablar de las probabilidades que tiene un civil en tiempos de paz de matar a alguien a plena luz del día, con extraordinario sadismo, en campo abierto y con testigos, y que la policía ni lo intuya.
Como el optimismo atrae a la simpleza, lo siguiente que he pensado ha sido una idiotez: ¿Y si soy un maestro del crimen? ¿Y si he nacido con un talento para la supervivencia que ni James Bond? ¡Lo de hoy ha sido una suerte, podría haberme pasado la vida sin descubrirlo!
—No te flipes —me ha contestado la voz interior con autoridad. Interrupción en mi cadena de euforia que he aprovechado para recapacitar y concluir que tiene razón. Mis únicas virtudes criminales provienen de que soy una rareza en el mundillo. Me explico: la mayor parte de los asesinos son personas de naturaleza violenta, habitualmente zoquetes, iletrados, impulsivos y hasta albanokosovares, peculiaridades estas que les dificultan enormemente la tarea principal de cualquier prófugo que quiera seguir siendo libre: parecer una persona normal. Pasar inadvertido. Y, honestamente, ¿hay alguien que pase más inadvertido que yo? No. Yo soy el hombre al que cortan en las fotos de grupo y nadie se percata. Soy el tipo que les dice a unos testigos de Jehová que vuelvan otro día y se olvidan. Es más, si yo hubiera sido Wally, no me habría encontrado nadie en ninguno de sus libros, aunque me hubiesen vestido de fucsia y al resto en escala de grises.
Después de este razonamiento, he concluido que la situación no es tan mala y que con los nazis, una vez dentro del grupo Marca Blanca, siempre se puede negociar. ¿No soy yo, al menos por detrás de Juan, el mejor vendedor de máquinas de coser del norte de España? Y he procedido con mis habilidades.
Manu (yo):
Qué tal está Manu?
Fran H:
Puto payaso.
Manu (yo):
Lo he dejado en la cama de la 623. Se ha despertado ya?
Fran H:
Tú eres subnormal.
Manu (yo):
Ha sido un accidente. Bueno, dos. Seguro que lo podemos arreglar.
Arturo Alv:
Ya te digo yo que lo vamos a arreglar.
Era evidente, no parecían muy dispuestos a negociar. Y ¿qué podía ofrecerles yo? ¿Un cadáver hecho un asco, que además no me convenía sacar mucho en la conversación? ¿Una disculpa? ¿Dinero? ¿Máquinas de coser? He decidido que no merecía la pena seguir por ese camino y he tomado la misma decisión que con el cuerpo del barbudo: si no podía resolver el problema, lo aplazaría. Supongo que, para que no me acomodase en esa idea, Fran H ha escrito:
Para que te quede claro, cabrón. Sabemos cómo te llamas, dónde trabajas, el coche que llevas y nuestro amigo el policía nos va a pasar mañana tu dirección de Santander, porque seguro que aparece en algún sitio.
Sí, la típica conversación de WhatsApp que tienes a las diez y cuarto de la noche y que te acaba jodiendo el día. Más, cuando vas a dormir en tu coche en invierno; más, cuando llevas un cuerpo que gotea en el maletero; más, cuando no puedes acudir a la policía porque tu denuncia empieza con la frase esta mañana he matado a una persona. Pero he vuelto a centrarme en la parte positiva: nadie ha denunciado el crimen y, dada la naturaleza vengativa de los únicos que pueden acudir a la justicia, tampoco parece probable que lo vayan a hacer. Conclusión: me persigue una banda nazi, compuesta probablemente por unos treinta rapados, pero no lo hace la Policía Nacional con sus 82.872 agentes. Pensado así, ¿no les parezco un hombre afortunado? En efecto. Y, como hombre con suerte que soy, he decidido que no hay por qué estar tenso y que bien me merezco un respiro. He puesto el móvil de Manu a cargar en el mechero del coche y he cogido el mío para distraerme. O, lo que es lo mismo (si excluimos la opción del porno, cosa que yo hago si no tengo wifi), me he metido en Twitter.
Zombi devora a un hombre en Valdemingómez y ataca a dos ciclistas, pone por todas partes. También se repite un enlace a Youtube. Los capullos de los ciclistas han subido el vídeo en vez de denunciarlo. Con notable éxito, por cierto. Lleva doscientas mil visitas. En tres horas. El hashtag #ZombisEnMadrid es trending topic. También, #ApocalipsisZ, #CómetePrimeroA y #LoQueLeFaltabaAlGobierno. Vamos, que Twitter se divide, como siempre, en los dos hemisferios semánticamente testiculares en los que tiende a aglutinarse la opinión pública: los acojonados y los descojonados, aunque ganan por goleada los últimos.
En ocasiones, un hombre tiene que hacer lo que tiene que hacer. Y, aunque la decisión le consuma una parte importante de los datos de su exigua tarifa telefónica, no puede esperar a pillar una wifi para reproducir el vídeo en el que se le ve, pongamos por caso, haciéndose pasar por un muerto viviente que le come las tripas a un hombre al que acaba de matar. Y lo he puesto. Y, sí, he vuelto a respirar tranquilo.
El ciclista consideró que era más importante grabar el rastro de sangre que venían siguiendo que lo que se pudieran encontrar de frente. Así que su cámara enfoca al suelo. No se me ve levantarme, ni se ve la matrícula, ni se ven las banderas. Cuando el tipo alza el plano yo ya tengo la cabeza metida en las vísceras del nazi. Después, y esto me ha sorprendido mucho, la escena es extraordinariamente creíble: un pedazo de hígado me asoma por la boca, los intestinos del nazi que me cuelgan parecen míos y la pasta entre roja y marrón que me cubre le da al conjunto un acabado muy desagradable. Lo único lejanamente humano de mi aspecto son los ojos, pero casi no se me ven. Además, me muevo como si me hubiera dado una apoplejía. Es decir, como un zombi. El ruido que me sale de la garganta es de traqueotomía, horroroso. Vamos, tal cual hablaría un muerto. Tan real es la escena que nadie está barajando la opción del asesinato a nazi. La mayor parte de la gente dice en Twitter que se trata de una campaña de publicidad, un fake, muy bien hecho, pero un fake. Algún conspiranoico, al menos así los llaman, afirma que ni eso parece un muerto de mentira ni lo que yo tengo en la cara, maquillaje. Y se preguntan que, en ese caso, ¿qué coño es lo que avanza alzando la mano si no es un zombi? Digamos, por no hacer sangre, que a esta corriente de pensamiento le están dando bastante cera.
Y yo, ¿qué? Pues feliz. Si te graban cometiendo un crimen, qué más le vas a pedir a la vida que, cuando se hace público, unos digan que es una campaña de publicidad viral y otros que es un brote zombi que acabará desencadenando el Apocalipsis. Y con este razonamiento me he puesto a escribir esto y ahora me voy a dormir, porque si no lo piensas así, este es el típico vídeo que ves a las once de la noche y te acaba jodiendo el día.