La ventana cerrada
Confíe en el título. Todo el misterio está en estas palabras: la ventana cerrada. Porque no creo que un suicida tenga tiempo de cerrar la ventana a través de la cual acaba de saltar. Y la ventana de su celda estaba cerrada, ¿recuerdan?
Los guardias civiles comprobaron mi teoría. Rafael Sánchez era un drogadicto que había robado un paquete de caballo —de heroína— a sus proveedores habituales. Y los distribuidores de droga no perdonan ninguna traición. El chico se había refugiado en el monasterio, pretextando un trabajo en la biblioteca, pero lo que verdaderamente quería era esconderse de los delincuentes.
Pero lo habían encontrado y le habían mandado dos esbirros, camuflados de excursionistas, para liquidarlo. Nolasco Ramírez y José María Artigau. Mientras uno lo empujaba por la ventana, el otro estaba en el jardín, comprobando que no les viera nadie. Después, uno cerró la ventana y volvió a su habitación, a fingir que se afeitaba, mientras el otro fue a buscar gente del monasterio para comunicarles el suicidio del pobre chico.