Dieciséis
DIECISÉIS
—¡Esta es una discusión privada, McGee! —gritó Kesner. Cuando le soltó la garganta, ella cayó al piso. Llevaba un vestido de tela esponja amarillo claro, largo hasta el piso, con un gran cierre de plástico blanco desde el cuello al ruedo. Tenía la cara hinchada y marcada.
—Demasiado ruidosa para ser privada —dije.
Vino hacia mí, gruñendo. Parecía loco. Me tiró un golpe a la cabeza, y yo tuve tiempo de cubrirme con los puños, doblando los brazos con los codos hacia él. Era muy lento, pero tenía puños duros y pegaba con toda la fuerza. Yo me muevo muy rápido, y entonces, apenas le tomé el tiempo a sus golpes, pude dejarlo que desperdiciara puñetazos poniendo los codos y los antebrazos en el camino de sus muñecas. Se le cayeron los pequeños lentes de oro. Mi seria intención era elegir el momento apropiado, adelantarme rápidamente y, pim pum, una izquierda al pecho y una derecha profunda al estómago fofo y blanco. Pero me di cuenta de que respiraba con dificultad. Los golpes amainaban. Tenía la boca abierta. Estaba en un estado tal que cambiarse de medias lo dejaría sin resuello. Así que lo dejé seguir atacándome, y cuando me tiró un golpe excepcionalmente fuerte y alto a la cabeza lo esquivé. Siguió de largo, se enredó y cayó como el muñeco que lanzaban del globo.
Al verlo allí tirado boca abajo, Josephine Laurant Esterland vino gateando arriba de él. Levantó el puño y le pegó en la nuca. Chilló y se sentó, agarrándose el puño y hamacándose.
—¿Te alcanza? —me preguntó Kesner con voz hueca y ahogada.
—Me rindo —dije. La puerta de la habitación estaba abierta para atrás. Fui a cerrarla. Lo di vuelta a Peter, lo senté, lo ayudé a ponerse de pie y lo llevé a la cama. Se quedó allí sentado, y yo hice unas flexiones con los brazos para aliviar el dolor en los lugares donde me había pegado en los músculos y los huesos.
Josie se levantó despacio y cuidadosamente.
—Nunca me marca —explicó, leal—. Nunca muestro los muslos en escena, son muy cortos y gordos. Nunca me marca. —Se volvió y lo miró con odio—. ¿Todo? ¿Hasta el último centavo? ¿Qué pasó con el presupuesto? ¿Qué pasó con el contadorcito pálido?
—Cállate, Josie.
—Eso quiere decir que la casa también se ha ido, ¡hijo de puta! No, puedes terminar sin dinero. No llegaste ni a la mitad. ¡Dios querido! ¡Estoy arruinada! ¿No te importa?
—Cállate y sal de aquí.
—Es increíble lo mezquino y cruel que eres. Voy a andar renga por días. Me dejas en la miseria y después me pegas porque me quejo.
—¡Fuera! —gritó él señalando la puerta.
Ella rengueó hasta la puerta, con la cabeza erguida, y salió dando un portazo.
—No deberías inmiscuirte en una discusión íntima, McGee. Me senté a horcajadas en una silla, frente a él.
—¿Cuánto tuviste que pagarle al Sucio Bob?
—¿Para qué? Tiene el sueldo.
—No me refiero a lo que está haciendo ahora. Me refiero a cuando él y el Senador fueron a Citrus City y mataron a golpes a Esterland para que no sobreviviera a su hija dejándole todo el dinero a la fundación. Podría chantajearte toda la vida por una cosa así.
Me miró con los ojos entrecerrados.
—Amigo, debes de estar lleno de marcas de pinchazos.
—Anne Renzetti conocía el contenido del testamento y se lo contó a Josie. Ellis tenía cáncer terminal y Rómola iba a heredar todo el dinero, el dinero que Josie recibía no correría más y ella no podría seguir manteniéndote. Ahí es cuando decidiste acercarte a Rómola y conseguir el escondite donde pudieran verse los dos.
Miró primero la puerta cerrada y luego a mí.
—¡Baja la voz, idiota! ¿Quién eres? Creo que Dez tenía razón. ¿Qué quieres?
—Entonces ella tuvo el accidente, y cuando supiste que se iba a morir, le explicaste al viejo amigo Dez lo lindo que sería para todos si el viejo se iba antes. Entonces la hija heredaría el dinero, y luego Josie a la muerte de ésta, y de ese modo tú podrías seguir siendo beneficiario.
—¡No hables tan alto!
—Si hablaras tú, podrías hablar en voz baja.
—Entiendo lo que quieres decir. Está bien. Con Esterland, fue un golpe de suerte para mí. No sé quién lo mató. Y también estás equivocado con Dez. No digo que en un tiempo no habría sido capaz de matar a alguien, pero eso ya pasó. Es un buen ciudadano. ¿Quién eres?
—Un consultor, como dice la carta de Lysa. Dos pájaros de un tiro. Ron Esterland me dijo que si me encontraba contigo alguna vez, te preguntara por su padre, cómo hiciste para que lo mataran.
—¿Amigo de él?
—Y de Anne Renzetti. Los dos piensan que tú lo arreglaste, Peter.
—¡Estás hablando alto otra vez!
—Porque tú no dices nada interesante.
—Está bien. Está bien. Esa mujer que está en la habitación de al lado es muy excitable. —Bajó la voz aun más—. No digas nada más sobre Rómola, por favor. Yo tenía una hermosa relación padre-hija con esa encantadora criatura. Fue ella la que decidió que tenía que convertirse en otra cosa. Ninguno de los dos quería lastimar a Josie. Encontré el refugio. No era contra la ley, McGee. Ya sé cómo lo trataré en mi autobiografía. Algo tierno, gentil, sensible. Dos personas atrapadas en una obsesión sexual prohibida, encuentros secretos condimentados con la culpa y la vergüenza. Lo juro por Dios, cuando atropellé al perro y se fracturó la cabeza, yo pensé que era un castigo de Dios para los dos. Nunca la olvidaré. Nunca. Tenía el cuerpo más hermoso que he visto en mi vida.
—Eso es muy emocionante, Peter.
—Déjame tranquilo con lo otro.
—¿Y si Grizzel y Hanner decidieron por cuenta propia hacerte un favorcito? ¿Y si puedo probarlo?
—¿Probarlo? —Me estudió, con expresión precavida y vacilante—. Escucha, quizás yo haya metido la pata con toda la situación, y supongo que alguien pudo haber tomado alguna decisión absurda. ¿Es culpa mía? ¿Qué podrías probar?
—Ron dice que su padre fue a Citrus City a comprar algo ilegal para calmarle el dolor, y que iba a pagar con krugerrands. Ignoro los detalles, pero la prueba puede aparecer al rastrear esas monedas de oro hasta Hanner, Grizzel o tu persona.
—¡Hasta mí no! Eso no es cierto.
—Se corre el rumor de que Grizzel mató a Hanner.
—Te presentas aquí diciendo que eres un gran admirador de mi obra, y después me atacas con toda esta mierda. Por todos lados hay rumores. Yo también oí un rumor. Oí que hace un tiempo él tenía una mujer que le gustó a Dez, y Dez siempre le sacaba las mujeres a Curley. Luego se supone que ella le dijo algo a Dez que ella no tendría que haber sabido a menos que Curley hubiera hablado más de la cuenta, sobre algo en lo que estaban involucrados los dos. Y entonces Dez esperó el momento apropiado. Puede ser que mientras esperaba el momento apropiado Curley se encontró con las gaviotas.
—¿Nunca pensaste en escribir guiones de cine?
—McGee, odio a los vivos, en especial cuando me tocan mi trabajo. No hay nada importante en esta conversación. Te diré una cosa que sí es importante. Voy a terminar esta película. Queda lo suficiente como para hacer la última escena de vuelo mañana temprano. Con el metraje que tengo, tengo varias posibilidades. Puedo usar narración en off, para armarlo según un argumento. Hay escenas que en realidad cantan. En Moviola, sin partitura, cantan. Tiene mi sello. Dentro de cien años, chiquito, la gente va a ver Caída libre en los sótanos de los museos, para apreciar la marca inconfundible de Peter Kesner. La dinámica de cada escena, al desarrollarse, la gente que trabaja en una especie de mágico contrapunto rítmico en sus relaciones con los demás, y con los cortes subrayando el tiempo de la música. Mañana nos vamos de aquí, y dentro de ocho o diez semanas, semanas de ochenta horas de trabajo, la compaginaré. Eso es lo importante, y no que vengas a fastidiarme con eso de Esterland. ¿Qué le pasa a Ron? ¿No figuró en el testamento?
—Oí en la radio que Karen Hatcher murió en un accidente en el cual había un solo auto involucrado. Tenía quince años.
—Ella… ¿Quién dijiste?
—Vamos, Peter. Joya tenía razón, ¿no?
Quedó pensativo. Se levantó, levantó los lentes del piso, se los puso y asintió.
—Tenía razón y no la tenía. Yo quería saber lo menos posible de eso.
Josie no sabe nada. Me enteré de ésa, es todo. Tenía bastante más de quince. Se veía por las tetas y el vello. Esto me deprime. Y me duelen los brazos. Mira, me están apareciendo moretones. Me voy a dar una snifada para ponerme en forma. Si quieres, te puedo dar una.
—No gracias. Sírvete.
Fue al escritorio y puso una cuidadosa pizca de polvo blanco que sacó de un cofrecito en el fondo liso de una fuente. Lo picó bien fino con un cuchillo y lo raspó formando una fina línea, se inclinó y la inhaló por medio de una pajita, moviendo la pajita a lo largo de la línea mientras tomaba la larga y lenta inhalación, tapándose un orificio de la nariz. Fue rápido y diestro. Ni un gesto de más.
Se enderezó, flexionó los brazos, movió los hombros, se pegó en la barriga, se volvió y me sonrió con afecto.
—Me engañaste, ¿no? Hijo de puta.
—Maté dos pájaros de un tiro. Lo de la Take Five es cierto.
—Sí, lo sé. Hablé con Lysa. Te voy a decir una cosa, la traes al laboratorio dentro de unas dos semanas, y les mostraré una secuencia que te va a dejar mudo. Esa mujer que está ahí, escucha lo que te digo, esa mujer que está ahí actúa como los dioses. Es difícil de manejar, pero es puro talento. Bergman, con algo de Taylor. Cuando son muy pero muy buenas en la cama se nota en la pantalla. Se vislumbra a través de lo que dicen. Fíjate en los ojos.
—La chica Hatcher y el novio murieron, los dos.
—¿Te das cuenta de que me estás aburriendo mucho?
—Podría haber problemas muy serios si alguien se entera de que actuó en una de tus filmaciones pornográficas, Peter.
—Que se vayan a la mierda ella y este pueblo. Ya no estaremos aquí para el mediodía. Nos queda sólo una de las grandes tomas de exteriores. Y lo que hagamos, tiene que salir bien la primera vez.
Se sentó en la cama.
—Puedes hacer una cosa, puedes hacerme un favor, viniendo mañana bien despierto y temprano. Tenemos sólo cinco globos y poco personal de tierra para manejarlos. Tengo que filmar la secuencia de Tyler, cuando el globo baja a los tumbos y él está tendido en la góndola, muerto, y lleno de escarcha porque de estar tan alto murió congelado. Mercer inventó una substancia tipo cristal para cubrirlo. Yo quería tener otros globos alrededor, como los animales cuando rodean a un miembro del rebaño herido, pero no se pueden controlar así las cosas, así que lo que vamos a hacer mañana es hacerlos despegar en formación y luego lo empalmo al revés, de modo que parezca que se acercan, viniendo de lejos. Quería que fuera una gran escena, pero con sólo cinco globos, ¿qué voy a hacer? Creo que podría tomar material de cuando teníamos treinta globos partiendo juntos, y algo de eso podría ser pasado al revés también. ¿Vendrás a ayudar? Escucha, te lo agradecería mucho, McGee.
¿Qué iba a decir? No había modo de decirle lo que era, aun si yo hubiera estado absolutamente seguro. Tenía la impresión de que ni mi imagen de él ni la suya de sí mismo tenían mucho que ver con la realidad.
Dije que sí y subí las escaleras hacia mi carísima habitación. Todavía tenía opción. Podía levantarme dentro de dos horas y partir hacia Des Moines. O podía ir a ayudar a la mañana siguiente y ver qué pasaba.
Ya le había sacado lo máximo a Peter Kesner. Personalmente, estaba convencido de que Dez se había llevado a Curley y se había encargado de este asuntito por Kesner, como un favor. Como un alarde: hay que ayudar a los amigos. Quizás fuera suficiente para satisfacer a Ron Esterland. Había cumplido con su deber filial. Y era tiempo de regresar a casa.
Y sin embargo casi a punto de dormirme me di cuenta de que a la mañana siguiente saldría a ayudarles con la remota esperanza de obtener alguna confirmación de Desmin Grizzel. Era un difícil albur y un gran riesgo tratar de engatusarlo para que me diera aunque más no fuese una confirmación parcial. Bien podría querer arrojarme a las gaviotas desde algún inconcebible acantilado en las llanuras de Iowa.
Y además, por supuesto, existía la remota posibilidad de que pudiera volver a volar en el globo y eso me posibilitaría averiguar si el segundo paseo podía ser tan elegante e hipnótico como el primero, moviéndose en ese dulce silencio por los aromas, los rebaños, las texturas del suave y verde campo de abril.