Cuatro
CUATRO
Rick Tate era un hombre flaco, sucio y ceñudo, con ojos hundidos bajo las cejas espesas, nariz afilada, mandíbula pesada; un hombre lento y perezoso con aire de eficiencia bajo la tela celeste de algodón del uniforme y la ferretería del departamento. Tendría unos cuarenta años.
Tomó la tarjeta de una puntita, mirándola con recelo y desagrado.
—Acá dice hombres —dijo.
—Mi jefe tuvo que regresar.
—¿Para qué tiene que conseguir esta información?
—Mi jefe se lo explicó a Barney Odum. Es un asunto legal y de impuestos.
Cerró de un golpe la puerta de su armarito de acero gris e hizo girar la combinación. Salimos por la puerta de atrás y nos quedamos afuera a la sombra del edificio esperando que volvieran los autos de sus recorridas. Había sólo tres afuera, me contó.
—Escuche —dijo—, en lugar de andar conmigo para todos lados, mejor le doy el legajo para que usted lo lea y después hablamos, pero yo no lo conozco, McGee, y no me gusta nada no estar presente cuando alguien lee un legajo que preparé yo.
—Dave Banks podría haberle dicho que soy de confiar. Se retiró el sombrero de la frente y me miró.
—Carajo, yo me casé con una de las hijas de Dave.
—¿Con Debbie?
—Claro.
—¿Y cómo le va a Mrs. Banks?
—No muy bien. Nada bien, mejor dicho. Está en Eustis, viviendo con una hermana. Ayer estuvimos a verla. Está muy mal. La impresionó mucho a Debbie ver a la mamá axial. Tiene problemas de riñones, y la ponen en una máquina una vez a la semana. La llevan hasta Orlando. Sale muy caro.
—¿No lo paga el Seguro Social?
—Un carajo paga. Pagan el ochenta por ciento de lo que costaba hace ocho años. Con los cuatro chicos, no podemos ayudarla todo lo que Debbie cree que deberíamos ayudarla. La hija mayor, Karen, vive en Atlanta, y manda lo que puede. Ahora dicen que hay que hacérselo dos veces a la semana en lugar de una, por eso no está bien. No sé cómo miércoles nos vamos a arreglar, por Dios que no lo sé.
—Lo siento mucho.
—Bueno, venga y le muestro el legajo. Puede instalarse en una de las salas de interrogatorios. Cuando termine, llévelo a Registros y dígales que le pidan a Despacho que me avisen para que venga a buscarlo.
El legajo era abultado. Había un paquete de relucientes fotografías en blanco y negro del cuerpo en el auto y en la camilla. Tomas de primer plano del perfil izquierdo, perfil derecho y la cara de frente. Qué brutalidad asqueante. Pegarle una vez de esa manera a un hombre era brutal. Seguir pegándole era nauseabundo.
Las huellas digitales no revelaron nada, como siempre. Había informes de laboratorio sobre muestras de sangre. Rastros de alcohol. Contenido del estómago. El occiso había comido alrededor de dos horas antes de la muerte, con un margen de error de media hora. Había un extenso informe técnico sobre los hallazgos en el cuerpo a medida que se efectuaba la autopsia. La causa de la muerte había sido lesión cerebral severa que provocó una hemorragia interna, la cual suprimió las funciones de respiración y bombeo del corazón. Cinco costillas rotas, todas del lado izquierdo, indicando que el asaltante era diestro. Se notaron incisiones de operaciones previas. El occiso evidenciaba en múltiples zonas tumores malignos que afectaban el hígado, el bazo, las glándulas linfáticas y las áreas de tejido blando, considerado terminal.
Toda la cobertura de la prensa local había sido fotocopiada e incluida en el legajo. El Citrus Banner se ocupó mucho del caso. El resto del legajo consistía en declaraciones e informes hechos por los funcionarios asignados. La mayoría de los informes estaban firmados por Rick Tate.
Leí con cuidado las declaraciones, informes y entrevistas tomando nota de las cosas que hasta el momento ignoraba.
“… Creo que estuvo ahí sentado en el vestíbulo casi tres cuartos de hora, leyendo el diario. Noté que a cada ratito miraba el reloj, como si estuviera esperando a alguien o tuviera que ir a algún lado a una hora determinada. No lo vi irse. Supongo que yo estaría ocupado cuando se fue”.
“… Era un día caluroso de julio, y recuerdo que yo quería que lloviera un poco. Pero no llovió. El Lincoln estaba estacionado a pleno sol todo cerrado, y vi al hombre salir del hotel, sacándose el saco. Yo estaba parada aquí en la tienda, junto a la ventana, mirando hacia afuera, deseando que entrara alguien y comprara algo. Él estaba estacionado en el segundo espacio, desde la punta. El segundo parquímetro. Y vi que la banderita roja estaba levantada en el parquímetro, pero en verano no controlan tanto como en la estación de turismo. El hombre abrió la puerta del conductor, y apretó algún botón, porque todas las ventanas bajaron juntas, y yo pensé cuán práctico que era eso. Arrojó el saco al asiento de atrás, subió y encendió el auto, pero retiró las manos rápidamente al tocar el volante. Entonces se bajó y se quedó ahí esperando, supongo que había puesto el aire acondicionado para que lo enfriara. Yo siempre observo a la gente, trato de averiguar lo que hacen y por qué lo hacen. Enseguida volvió a subir, y las cuatro ventanas se cerraron solitas, una hermosura de ver, y luego salió del estacionamiento y tomó la Central hacia el este. Según lo que leí fue por la Central hasta que se convierte en la Siete Sesenta y cinco y se desvía hacia el cruce. Así que recorrió diez kilómetros para que lo asesinaran a golpes. Ni se me pasó por la cabeza que iba a sucederle algo tan horrible. Cuando llega la hora de morirse, el dinero no puede ayudarnos”.
“… Cuando veo que empiezo a cabecear, lo que hago es parar apenas puedo, aseguro todas las puertas, me tiro atrás del asiento, pongo este reloj despertador para veinte minutos, me coloco la máscara para dormir y me olvido de todo. Después cuando me despierto, salgo de la cabina y camino alrededor de diez minutos para hacer circular la sangre, y estoy listo para cinco o seis horas más. Y sí, vi el Continental cuando paré. Estaba estacionado a unos treinta metros, de trompa a esos troncos que han puesto para marcar el borde. Me acuerdo que pensé qué rendimiento de combustible tendrán ahora esas cosas con los cambios automáticos. Había un gran camión de mudanzas anaranjado estacionado detrás de mí. Yo lo había pasado y paré delante de él. Creo que también había una casa rodante parada más allá del Continental. Así que me dormí, sonó el despertador, salí de la cabina, me desperecé y empecé a caminar. El Continental seguía allí, y me pareció extraño porque el sol caía a pique y no estaba a la sombra. No vi a nadie adentro. Primero pensé que quizás alguien se sentía mal y había ido a vomitar al bosque. No hay mucho movimiento en esa zona de descanso. No hay sombra ni baños. Hay unos arbustos y unos árboles entre esta zona y el peaje, así que es un lugar más tranquilo que la mayoría, se puede dormir un poquito. Fui hasta el auto, miré hacia adentro y ahí estaba el hombre en el piso de atrás, como arrodillado, con sangre en la cara y la nuca. Corrí hasta mi equipo, hablé por el Canal 9, les conté y esperé a que llegara el patrullero”.
“… Pidió una copa, yo fui al bar y Harry lo preparó enseguida y se lo traje. Fue muy minucioso con lo que quería comer. Ensalada de lechuga con nuestro aderezo italiano cremoso, costillas de cordero, espárragos, papas al natural, té helado y nada de postre. No me cuesta nada recordar porque ayer fue un día tranquilo. Además era el tipo de cliente que uno recuerda. Quería saber cómo hacíamos el aderezo, de qué tamaño eran las costillitas, o si los espárragos eran frescos o en lata. Como dije, era muy minucioso para elegir la comida. Le salió seis y monedas y me dejó una propina de un dólar además del cambio. Parecía seguro, ¿vio? Sabía lo que quería y estaba acostumbrado a conseguirlo. Eso sí, no parecía feliz para nada. No era de ésos con los que uno puede bromear cuando les trae el pedido. Estaba bien bronceado, pero no tenía buen color debajo del bronceado. Como amarillento. Lo que no puedo dejar de pensar es que no era una persona a quien se le pudiera pegar. Por ninguna razón. Sé que no tiene sentido, pero no lo puedo evitar. No me puedo imaginar a nadie pegándole en la cara a ese hombre. Es espantoso. Pero hay una cantidad de cosas espantosas sucediendo en todas partes, supongo. ¿Por qué todo el mundo está tan malo?”.
“… Diría que paró en la estación de servicio alrededor de las 11.30 a 11.45. Como dice en la boleta le puso veinticuatro litros de especial, que hicieron ocho dólares con sesenta y cuatro. Le limpié el parabrisas y me preguntó si había algún buen lugar para comer y le dije que los lugares de comida rápida estaban más adelante, y él me dijo que se refería a un buen lugar en serio, y yo le dije que fuera a la ciudad al Palmer Hotel, que yo no podía darme el lujo de comer ahí pero que se suponía que era lo mejor. Le dije que todos los años le daban premios por lo bueno que era. Me mostró una mancha en el parabrisas que yo no había visto. Luego firmó, le devolví la tarjeta y la copia y se fue”.
Cuando terminé con el legajo lo llevé a Registros. Despacho llamó a Rick Tate y él les dijo que vendría a buscarme a la puerta del edificio en cinco minutos. Eran casi las 6.30. Llegó como una tromba y me subí. El día moría y mientras esperaba, oí el estruendo lejano de truenos.
—¿Le gustó el legajo? —me preguntó.
—De alguna manera lo llevaron a un punto muerto.
—¿Qué le parece, McGee?
—Recibió una llamada de larga distancia en Fort Lauderdale, a bordo de su yate, diciéndole que debía encontrarse con alguien en esa parada específica en el peaje diez kilómetros al sur de Citrus City, a una hora determinada. Era importante para él estar allí, y decidió ir solo o le pidieron que fuera solo. Tenía que referirse a algo muy importante para él: su enfermedad, su dinero, su hija moribunda, o la mujer con la que vivía. De modo que vino con tiempo de sobra, cargó combustible, encontró un buen lugar donde comer, esperó en el vestíbulo lejos del calor hasta que se hizo la hora de ir a su cita. Asistió y lo mataron.
—¿Algo más?
—No es un lugar tan inapropiado para un crimen como yo creía. Mañana voy a ir a verlo. En apariencia, está oculto al tránsito de la carretera. Y no es muy usado, en especial en una tarde calurosa de julio. Un asesinato planeado ejecutado allí parecería impremeditado, supongo. Una casualidad. Algo imprevisto. Y no habría ningún problema para escapar, volviendo al tránsito.
—¿Algo más?
—No mucho. Bastante vago. Alguien tuvo que elegir el lugar. ¿Por qué aquí, tan lejos de Lauderdale? ¿Vinieron y lo exploraron? ¿O es una prueba de habilidad, considerando que cuando un viajero adinerado es asesinado lejos de su casa siempre parece una casualidad, asalto con fines de robo? Si se mata a un hombre cerca de su casa, los sospechosos son más.
—¿Alguna vez fue policía?
—No exactamente.
—Yo pienso más o menos lo mismo. Excepto que el de la cita y el del asesinato pudieron ser dos personas diferentes. Si llegó temprano, pudieron haberlo matado y luego, cuando llegó la persona que lo había llamado y lo vio, se escapó como una liebre. Hace unos años en Florida y Georgia había un tipo con el siguiente modus operandi: se acercaba a camioneros que habían estacionado para dormir, les pegaba un tiro en la cabeza con un rifle veintidós largo y se llevaba todo el dinero que encontrara. Un camionero de larga distancia siempre lleva algún dinero en efectivo para emergencias, en especial un camionero independiente. Si mal no recuerdo hubo ocho o diez incidentes. No se descubrió nunca. Un buen día se interrumpieron. Yo creo que el culpable fue arrestado por alguna otra cosa. Quizás esté en Raiford y todo vuelva a comenzar cuando salga. Todos los camioneros de la zona estaban nerviosos, puede creerme.
—Me acuerdo que leí sobre el caso.
Arrancó y se dirigió hacia el centro de la ciudad, subiendo y bajando por las calles laterales, mirando los depósitos oscuros y los viejos edificios de departamentos mientras hablaba.
—Ese asesino debía de tener algún vehículo. Pensamos mucho en eso. Recibimos un informe del sur de Georgia donde decía que habían matado a un conductor en una parada de descanso en la Interestatal 75, apenas pasando Valdosta, un automovilista que pasaba vio una motocicleta que arrancaba como si la llevara el diablo y el conductor no encendió las luces hasta no estar en la carretera. Creen que su manera de trabajar era la siguiente: llegaba al lugar, guardaba la moto entre la maleza, se escondía y observaba el tránsito nocturno desde ese lugar. Tendría que esperar dos o tres noches hasta dar con la víctima apropiada, un conductor solo en un camión, el camión estacionado lejos de los otros; y esperar lo suficiente para asegurarse de que el conductor estaba dormido. Pero los asesinatos se acabaron casi enseguida, antes de que pudieran preparar una trampa para atraparlo.
—¿Adónde quiere llegar, Rick?
—Aquel modus operandi que nunca pudo ser probado me quedó en la mente y el día siguiente al asesinato de Esterland me desperté antes de amanecer, fui hasta el lugar del hecho y miré entre los arbustos. No va a encontrar esto en el legajo porque no lo incluí. Estábamos en plena temporada de lluvias. El suelo estaba muy blando. Anduve por ahí hasta que encontré un lugar donde alguien había movido una máquina pesada hacia los arbustos, había dado un círculo y la había sacado otra vez por donde la entró. Dejó una huella profunda, así que sería una moto de unos doscientos treinta kilos, y donde la huella era nítida en un lugar en el barro vi el diseño en Y de las ruedas K 112 ContiTwins, como las que traen las BMW 900 cc. Se pagan seis o siete mil por una de ésas, sólo por la moto. Me gustaría creer que ningún motociclista tuvo algo que ver en esto.
Estacionó en la sombra y se volvió hacia mí.
—Escuche, tenemos un lindo grupo de gente aquí. Cerca de treinta parejas en nuestro club. Los C.C. Vagabundos. Yo y Debbie tenemos una Suzuki GS-550 que compré usada. Ahora no salimos tanto como antes, pero vamos si se puede. Hacemos excursiones. Muchachos con sus esposas o sus novias. Hay vendedores de bienes inmuebles, un dentista y la esposa, gerentes de tiendas, analistas de programas, dos constructores, un diseñador de jardines. Gente por el estilo. Es precioso. Organizamos excursiones y así podemos tomar por las carreteras secundarias, y andar por ahí al viento. Hacer picnic en un lindo lugar. Hasta se pueden oír los pájaros, con los motores de hoy en día. A mí me gusta. Y a Debbie también. Mucho. Tenemos chaquetas e insignia. Pero los clubes de marginados le dan mala fama a todo el asunto. Como esos Bandidos en el oeste, o los Fantasías en el sur de Florida. Algunos de sus miembros están metidos en cosas muy sucias. Puede ser, como dicen, que la mayoría de ellos sean gente limpia, mecánicos o chicos por el estilo, a los que les gusta correr con sus mujeres, tomar mucha cerveza, hacerse tatuar, dejarse el pelo largo y asustar a los civiles. Los clubes chicos como el nuestro obtienen mucha publicidad, McGee. Y cuando algún motociclista provoca un incidente violento, se refleja en nosotros, y la gente nos mira con cara rara y hace comentarios irónicos. Por eso espero que el que estuviera en esa moto se haya detenido para ajustar algo, salir del sol, o almorzar, cualquier cosa. Pero pudo ser un marginado en su moto, pudo haberse quedado sin dinero, y se escondió detrás de esos arbustos esperando a que se detuviera alguien a quien valiera la pena robar.
—¿Y si las cosas fueron así?
—Está salvado. No hay identificación ni testigos. Ni siquiera pude obtener el molde de la huella de la rueda. La lluvia lo borró antes de que volviera con el equipo.
—¿Qué piensa en realidad?
—Tengo el presentimiento de que el que estaba en la moto asesinó a Esterland. ¿Cuánto tiempo le habría llevado, a un hombre tan fuerte como para pegar así? Usted vio el informe de la autopsia. Suponen que fue golpeado seis o siete veces. Sacarlo del asiento del conductor, arrojarlo contra el auto, pegarle seis veces, abrir la puerta de atrás y empujarlo adentro, y cerrar la puerta.
¿Quince segundos? ¿Veinte? Tomar la billetera, sacar el dinero, arrojarla adentro del auto. Volver a los arbustos, arrancar la moto e irse. ¿Cuarenta segundos?
—¿Era la persona con la que tenía la cita?
—No tengo idea. Quizás sí, quizás no. Si uno trata de analizar las probabilidades de que una persona que tiene una reunión secreta sea asesinada por alguien que estaba allí de casualidad, se diría que el asesino es el que lo esperaba. Por otra parte, podría ser una de esas absurdas casualidades que cuarenta veces por año estropean mi trabajo.
—Agradezco su ayuda. Y cuando vea a Mrs. Banks, déle mis saludos.
—Se los daré. ¿Dallas McGee? ¿No?
—No. Travis. Dígale que nos conocimos hace diez o doce años. Fui a cenar a la casa. Con ellos y aquellas tres preciosas criaturas.
—Mi Debbie era la del medio. Bueno, lo dejo en su auto. Parece una noche tranquila, gracias a Dios. Toco madera. Apenas digo tranquila, los empleados de las granjas empiezan a las cuchilladas. O andan para arriba y para abajo en sus camionetas matando perros con escopeta.
Me dejó en la cárcel. Nos dimos la mano. Él siguió por las calles oscuras, un hombre solo en un patrullero en una noche encapotada, esperando que alguien se hiciera algo, a sí mismo o a otro, preguntándose, mientras hacía la patrulla, si tendría que vender la Suzuki para ayudar al nuevo tratamiento de diálisis de su suegra.