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El doctor Goebbels y su servicio de propaganda habían tomado en sus manos la antigua industria cinematográfica alemana y la habían convertido en su instrumento. Por desgracia, las leyes raciales habían diezmado a los guionistas, a los directores y a los actores judíos, que eran buena parte de los mejores técnicos y artistas del país. Ahora, aquellos excelentes profesionales no podían trabajar a causa de su religión o, en el peor de los casos, iban de camino a un campo de concentración.
El resultado de todo ello era que las
películas, más allá de su componente propagandístico, eran
francamente malas. Greta Garbo y Marlene Dietrich eran
insustituibles ahora que se habían marchado a EEUU. Las nuevas
divas del cine alemán no les llegaban ni a la suela del zapato.
Tuvieron que buscar nuevas divas o poner en primer plano a actrices
de segunda fila. El cine alemán no se recuperó en su vertiente
artística pero sirvió con eficiencias a los fines de propaganda
para los que ahora estaba concebido.