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Las SA o Tropas de Asalto, el cuerpo paramilitar que había ayudado a encumbrar a Hitler al poder en los tiempos de batallas campales con los comunistas, mítines en cervecerías y violencia en las calles, estaba obsoleta en 1934.
Hitler se hallaba en el poder y no quería más violencia ni problemas. Pero Ernst Röhm, líder de las SA, no dejaba de pedir prebendas, exigir puestos en el parlamento para sus hombres, e incluso planteó ideas tan delirantes como que el ejército alemán si incorporase a las Tropas de Asalto SA y estuviera bajo su mando.
El 30 de junio de 1934 tuvo lugar la Noche de los Cuchillos Largos. Aunque entonces todavía nadie la había llamado así. De momento, ni siquiera tenía nombre. Horas antes, el Führer había pronunciado un encendido discurso en la radio. Había acusado a unos traidores de tratar de destruir a la nueva Alemania que estaba intentando crear. Los traidores a los que veladamente se inculpaba no eran otros que las Tropas de Asalto. Para atajar el pretendido complot de sus enemigos, de una punta a otra del Reich se estaba perpetrando una orgía de detenciones y asesinatos. En total, cerca de un millar de encarcelados y más de un centenar de ejecutados. Hombres de toda naturaleza y condición, miembros del parlamento, de la policía, de los gobiernos provinciales, sacerdotes, miembros del partido, abogados, publicistas, arquitectos, y, por supuesto, miembros de las Tropas de Asalto, que Ernst Röhm había dirigido con mano de hierro durante años. Pero si todo aquel ajuste de cuentas intentaba destruir el poder de las Tropas de Asalto y de su jefe, ¿por qué se había detenido a gente de todos los estamentos sociales y de poder dentro de Alemania, incluidas en algunos casos sus esposas que, como todos sabían, dentro de la jerarquía del nazismo ejercían de meras comparsas?
Sencillamente, Hitler aprovechó la coyuntura para acabar con los últimos enemigos que le quedaban en Alemania; también con Röhm, por supuesto, que fue asesinado en prisión.