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Hitler realizó una labor muy destacada como cabo de enlace o mensajero (Meldegänger) en la Primera Guerra Mundial. No solo no era un cobarde sino que realizó arriesgadas acciones mandando misivas de trinchera en trinchera y encabezó a un grupo de mensajeros que capturaron a una sección enemiga en combate. Esta última acción le valió la Cruz de Hierro de Primera Clase, una de las máximas condecoraciones del ejército. También ganó la Cruz de Segunda Clase.
En los años venideros, muchos historiadores rechazarían esta versión de los hechos. Porque con Hitler siempre ha existido el temor de reconocerle cualquier mérito. Nadie pone en duda que fue un genocida, pero no por eso hay que desvirtuar cualquier acto notable que realizase en vida. Por ejemplo, los historiadores afirman que era un pintor mediocre cuando era más que aceptable (que no excelente). Por ejemplo, esos mismos historiadores niegan la versión anterior de las razones por las que Hitler ganó la Cruz de hierro de primera clase a pesar de concordar con el espíritu de los libros autobiográficos de sus compañeros en el ejército Mend, Brandmayer y Westenkirchner, a los que acusan de hacer propaganda nazi porque dibujan a Hitler como un valiente y no solo como un fanático. Esos mismos historiadores no ponen en duda otros aspectos de sus relatos, solo los que ensalzan de forma puntual al cabo Hitler. Y han hilado fino buscando contradicciones en el relato de Mend (que es el más detallado y hagiográfico al respecto, hasta el punto de afirmar que capturó a los enemigos Hitler en solitario), pero solo han buscado contradicciones en el acto que le valdría la Cruz de hierro a Hitler.
Por el contrario, creen que Hitler recibió la condecoración por hacer de mensajero como hacían el resto de sus compañeros, porque su comandante se la prometió, sin ningún mérito especial ni acto de valentía. Eso les parece mucho más coherente.
Y es que incluso los historiadores, de los que esperamos objetividad, a menudo toman partido y se valen de tantas o más licencias que un escritor de ficción. Por eso siempre hay que insistir que un lector, antes de formarse una opinión, lea ensayos de historiadores de diferentes países, visiones, políticas e intenciones. Al menos, acabará teniendo una opinión propia, que ya es mucho.