82-83
En efecto, Eva Braun intentó quitarse la vida en al menos dos ocasiones.
Su relación con Hitler era secreta y pasaba largas temporadas sola, esperándole. Adolf cada vez era más importante y tenía menos tiempo para ella.
Eva Braun había intentado suicidarse por segunda vez con una sobredosis de pastillas. Ya lo intentó en 1932, poco después de que Geli Raubal (la sobrina de Adolf) se disparase un tiro en el pecho. Eva, hastiada de aquellas largas esperas sin su hombre, se intentó quitar la vida imitando la decisión de la sobrina, mientras su amado Adolf intentaba conquistar el cariño del pueblo alemán encadenando discursos de una ciudad a otra, sin descanso. Por entonces, Hitler luchaba para encaramarse a la cima del poder en el Reichstag, el Parlamento, y la tuvo olvidada durante varias semanas hasta que le llegó la noticia de su intento de suicidio. Y entonces lo dejó todo para ir a verla al hospital, para decirle que la amaba y que nunca más la dejaría tanto tiempo sola. Era mentira, por supuesto, pero era ese tipo de mentiras que los enamorados deciden creer de buena gana.
Pero lo cierto es que, pese a los intentos de suicidio, la relación de Hitler y Eva siguió avanzando. No se parecían en nada, ella deportista y superficial, él ávido lector y erudito de salón, y por eso se atraían. Tenían en común, eso sí, la literatura de evasión: las novelas del oeste de Karl May. A veces se dejaban libros el uno al otro y era uno de los pocos temas de conversación en los que podían interactuar. Normalmente, Hitler era hombre de largos soliloquios, pero en su amor a aquellas novelas eran iguales en conocimientos.