ANEXO

El marino mercante retirado e investigador histórico aficionado Fermín Ramos falleció de un síncope la noche del 15 de junio de 1955, por lo que jamás supo de la muerte del general Vergara Ruzo durante el bombardeo. Entre sus papeles, se encontró un borrador manuscrito, con apuntes que profundizaban sus estudios sobre los generales perecidos en las luchas civiles argentinas.

 

“Apuntes para la historia del Ejército Argentino”

por F. Ramos

 

No fueron Güemes, Ramírez, Quiroga, Lavalle, el Chacho Peñaloza y Urquiza los únicos generales muertos en nuestras luchas civiles. Me dispongo a profundizar mis investigaciones en relación con otros jefes militares del más alto rango, caídos en el furor de la violencia que enfrentó a nuestros compatriotas durante el siglo precedente. Algunos de ellos:

Bernabé Araoz, héroe de nuestra Independencia, fue uno de los oficiales que convenció a Belgrano de dar batalla a los realistas en Tucumán, su ciudad natal, contrariando las órdenes del Primer Triunvirato. Llegaría, como caudillo, a ser gobernador de Tucumán. Sería fusilado en marzo de 1824 por sus comprovincianos, al mando de su rival, el general Javier López.

Javier López había sido casi un hijo para Bernabé Araoz, quien le enseñó a leer y lo tuvo como su más fiel empleado. “Cría cuervos…”, habrá pensado don Bernabé frente al pelotón que lo acribilló.

López, a la vez, caería de la misma manera, doce años después. Su verdugo fue el gobernador tucumano general Alejandro Heredia, quien lo condenó argumentando que “no he encontrado un punto seguro en la tierra para que en lo sucesivo no siga haciendo males”.

Heredia sería depuesto y asesinado por el coronel Gabino en la localidad de Lules, el 12 de noviembre de 1838.

El 16 de septiembre de 1841, sería ejecutado el general Mariano Antonio Acha, después de que lo derrotara el general Benavídez, quien lo entregó al gobernador Aldao, que lo mandó fusilar por la espalda. Como a Francisco “Pancho” Ramírez y al Chacho Peñaloza, al general Acha le cortaron la cabeza para exhibirla en una pica.

El mismo año moría el general Tomás Brizuela, quien después de haber sido lugarteniente de Quiroga y gobernador de La Rioja se hizo más propenso a la bebida que al federalismo. Pasado a las filas unitarias, anduvo en las fallidas correrías que llevaron a Lavalle a su perdición. Derrotado en Catamarca, Brizuela fue baleado por la espalda por uno de sus oficiales.

Otro decapitado fue el general José Apóstol Martínez. Su final fue consecuencia de un “despiste”, producto de la niebla, que lo llevó al campamento federal en lugar de al propio, un 13 de abril de 1842.

Después de ser capturado, fue decapitado el mismo día por el general rosista Santa Coloma. Martínez había peleado en las Invasiones inglesas y en las luchas por la Independencia, pero no sobreviviría, como general unitario, a las rencillas civiles.

A su vez, el general cuyano Nazario Benavídez, conocido como el “caudillo manso”, lugarteniente de Urquiza, fue asesinado en San Juan por los liberales porteñistas.

El episodio fue relatado por el general Benjamín Victorica en el periódico El Nacional de Buenos Aires:

 

El general Benavídez, medio muerto, fue enseguida arrastrado con sus grillos y casi desnudo precipitado desde los altos del Cabildo a la balaustrada de la plaza, donde algunos oficiales se complacieron en teñir sus espadas con su sangre atravesando repetidas veces el cadáver, profanándolo, hasta escupirle y pisotearlo.

 

Un dato interesante: Victorica fue designado ministro de Guerra por Roca. Tuvo a su cargo la conquista del Chaco. En la campaña, fundó dos ciudades, una de las cuales bautizó, en 1884, con el nombre de Presidencia Roca. En su afán de cronista, relataría la jornada en su diario personal: “Para saludar el estandarte nacional de la expedición, terminada nuestra campaña, lo ensartaron en la lanza sangrienta del último cacique toba que pagó con su vida el delito de haber asaltado a uno de nuestros soldados”. Se refería al cacique Yaloschi, que había asolado las colonias blancas de la región chaqueña y encabezado la resistencia toba al ejército de Roca.

Un caso previo para destacar remite al cacique Loncopán, designado por Juan Manuel de Rosas general de la Nación. Loncopán intentó crear, en tiempos del Restaurador, una Confederación Indígena Americana. Sus tiempos de bonanza concluyeron con la batalla de Caseros y la caída de Rosas. A diferencia de otros caciques como Calfucurá o Coliqueo, se negó a enfrentar al gobierno de la Confederación.

Otro cacique, Gervasio Chipitruz, acabaría con la vida de Loncopán después de vencerlo en Salinas Grandes. Su cadáver nunca fue encontrado.

El episodio es representativo del modo en que nuestras luchas civiles dividieron también a las tribus indias. El cacique Coliqueo pelearía primero del lado de Urquiza en Cepeda y luego del lado de Mitre en Pavón, quien lo designaría coronel del ejército de Buenos Aires. En ambos casos, no le interesaba la pertenencia a algún partido criollo tanto como lograr que el bando vencedor le otorgara tierras a su pueblo. Coliqueo moriría viejo y en paz en la localidad de Los Toldos, solar natal de Eva Perón.

Apunto como recordatorio las muertes de Pablo Latorre, general jujeño, asesinado en la cárcel por mano de su captor, el coronel Mariano Santibáñez.

El general porteño Jerónimo Costa, al servicio de la Confederación, fue derrotado por las fuerzas de Mitre y fusilado en la localidad de La Matanza, nombre premonitorio para su destino y el de sus hombres, que una vez capturados, fueron asesinados, en cumplimiento de la premisa de Sarmiento de “no escatimar sangre de gauchos”. Es de destacar que, en 1848, el general Costa tuvo a su cargo la defensa de la isla Martín García contra la invasión de la flota anglo-francesa. Él y sus hombres del ejército de Rosas resistieron heroicamente el intenso bombardeo de los europeos, hasta la última bala. Al final se rindieron, y luego de ser tomados prisioneros, se les perdonó la vida por su valor. A partir de 1856, los oficiales de Mitre aplicaban a los federales el mote de “bandidos”, lo que les justificaba la aplicación de la pena de muerte sin juicio previo.

Un caso muy interesante es el del general Teófilo Ivanowsky, cuya vida bien merecería una novela. Ascendido al máximo cargo militar por el presidente Sarmiento, Ivanowsky (de confuso origen, ya que se discute aún si era polaco o alemán, e incluso si ese era su verdadero nombre) abandonó en 1848 el ejército prusiano para servir a la causa polaca. Suerte de mercenario de su tiempo, vendría a estas tierras para unirse al ejército del general Bartolomé Mitre, abocado a la represión de los caudillos federales que habían sobrevivido a la derrota de Urquiza en la batalla de Pavón. Ivanowsky participaría en la campaña contra el “Chacho” Peñaloza y luego en la guerra del Paraguay, donde fue herido en la batalla de Boquerón. Fue comandante del mítico Regimiento 3 de Infantería creado por Belgrano, el mismo que hoy se conoce como “el 3 Motorizado de La Tablada”. Ya general, Sarmiento le encargaría la organización de la línea de fortines contra el indio.

¡Curioso encuentro el de los indios con ese general polaco! Sin embargo, no caería Ivanowsky bajo las lanzas de los bravos ranqueles. Su muerte sería a manos del general oriental al servicio de Mitre, José Miguel Arredondo (quien se había sublevado con su jefe, contra el recién designado presidente Avellaneda). Ivanowsky fue muerto en Villa Mercedes, San Luis, al resistirse a las tropas sublevadas. El entonces coronel Julio Argentino Roca derrotaría a Arredondo y rendiría homenaje al oficial que había mantenido a miles de kilómetros de su tierra las tradiciones de lealtad del ejército polaco o del prusiano, ¿quién lo sabe? En su tumba, Roca mandó escribir una placa que reza: “Al general Ivanowsky, la República agradecida”.

Anotación al margen del caso Ivanowsky: Roca derrotaría y apresaría a Arredondo luego de derrotarlo en Mendoza. Como debía condenarlo al pelotón de fusilamiento, lo dejó escapar a Chile. Arredondo participaría luego en la Campaña del Desierto, bajo las órdenes de su piadoso captor. ¡Qué raro entrevero de indios, polacos, federales, unitarios y tránsfugas, nuestro primer generalato!

Apunto el nombre del general José Bruno Morón, nacido en Mendoza y partícipe del primer tramo de las luchas civiles. Enfrentado en combate con el general Carrera, estuvo a un paso de vencerlo, pero en el intento de una carga final de su caballería, sus hombres lo abandonaron. Al intentar retroceder, cayó del caballo, siendo alcanzado y ultimado por los jinetes de Carrera. De ese modo, tuvo el honor de ser uno de los pocos generales argentinos en evitar el paredón y morir en pleno combate.

¿Cuántos coroneles, capitanes, tenientes y sargentos omito en esta investigación? Si me aboco solamente a los generales, es porque la magnitud y el prestigio de sus muertes brindan una medida de nuestras rencillas y de su violencia.

Una reflexión: hay en Buenos Aires una mayoría de calles que honran los nombres de muchos de estos hombres, con una considerable preponderancia de los que sirvieron a la causa de la ciudad, devenida luego en la capital de la República. ¿Llegará el tiempo en que se extienda tal honor a los que sirvieron a la causa más grande de la Nación y el federalismo?

ANOTACIONES AL PIE DE PÁGINA DE DIFICULTOSA LECTURA

Dos lugartenientes de Rosas

 

El general Agustín de Pinedo no murió ni degollado, ni lanceado ni fusilado. Su (ilegible) Nacido en 1789 (ilegible) Blandengues en 1804. Combatió en la defensa de Buenos Aires en 1807. De unitario a federal, terminó sirviendo al mando de Juan Manuel de Rosas. Junto al (ilegible) Santa Coloma, intentarían detener al Ejército Grande del general Urquiza. Al mando de varias unidades de caballería, fue derrotado. Moriría en el partido de Morón el mismo día de la batalla, luego de una descompostura. El general Pinedo murió, al parecer, insolado. Su compañero de armas, Martín Isidoro de Santa Coloma y Lezica, fue lugarteniente del general Mansilla en la Vuelta de Obligado. Comandó en la batalla las heroicas cargas argentinas contra los desembarcos anglo-franceses.

En Caseros libró su última pelea y (ilegible) Se refugió en Buenos Aires en la iglesia de Santo Domingo, quién sabe si apelando a su apellido, el mismo que remitía al de una santa gala martirizada del siglo III. El responsable de su captura fue Sarmiento, a quien, por liberal y masón, poco le importaban las santas y las misas. El sanjuanino era el boletinero del Ejército Grande de Urquiza y andaba con uniforme y espada cazando rosistas. Lo cierto es que lo que le costó la vida a Santa Coloma fue, además de su federalismo, un romance y un despecho. El despechado había sido el joven poeta y leguleyo santafecino Juan Francisco Seguí, cortesano de Manuelita Rosas. Parece ser que Santa Coloma, aunque de edad avanzada, con su porte y su uniforme, le robó una pretendiente a Seguí, quien en vez de suicidarse al estilo del joven Werther, optó por irse en 1851 a Entre Ríos como secretario de Urquiza.

Como buen boletinero, Sarmiento se enteró del asunto y notificó a Seguí de la captura de Santa Coloma. Este hizo llevar al oficial rosista a su presencia, para degollarlo de inmediato.

Un dato por considerar es que la Santa Coloma era virgen y, al intentar un guardia del emperador Aureliano violarla, fue salvada por un oso del circo en el que iba a ser sometida a martirio. Lamentablemente fue ejecutada en otra oportunidad, lo que consolidó su santidad junto con el milagro del oso.

Una Santa Coloma fue mártir por virgen, otro Santa Coloma, por Don Juan.

 

En hoja aparte manuscrita se encontró el siguiente texto:

 

¿Civilización y barbarie?

 

Excelentísimo señor presidente de la República, brigadier general don Bartolomé Mitre:

Mi estimado amigo:

No sé lo que pensarán de la ejecución del Chacho. Yo, inspirado por el sentimiento de los hombres pacíficos y honrados, he aplaudido la medida, precisamente por su forma. Sin cortarle la cabeza a aquel inveterado pícaro y ponerla a la expectación, las chusmas no se habrían aquietado en seis meses… El derecho no rige sino con los que lo respetan, los demás están fuera de la ley.

 

Domingo Faustino Sarmiento

El bombardeo
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