LA PROCLAMA

El ruido de las bombas se escuchó en Barrio Norte, cuando el grupo de comandos civiles del teniente de navío retirado Siro de Martini pensaba que todo estaba perdido.

Su auto se detuvo en la puerta de Radio Mitre, ubicada en Arenales 1925. Rápidamente redujeron al portero e ingresaron al edificio. Un segundo grupo de civiles armados entró por la parte trasera.

Encerraban a su paso a todo el personal, que miraba con estupor a los hombres que conducía De Martini, quien, habiéndose despojado de su impermeable, lucía con orgullo su uniforme de marino.

Llegaron al fin a la cabina de transmisión e irrumpieron en el estudio de emisión en el que un grupo de actores interpretaba la radionovela del mediodía.

—¡¿Quién está a cargo?! —gritó de Martini.

Ninguno de los actores respondió. Del fondo del estudio, apareció un hombre con el brazo levantado. De elegante apariencia, su voz armoniosa contrastó con la del marino.

—Yo soy el locutor de turno —dijo.

—Lea esta proclama —le ordenó De Martini mientras extendía el texto redactado en la madrugada y lo apuntaba con su pistola, a pocos centímetros de la cabeza.

—No va a ser necesario, capitán —dijo el locutor y tomó la proclama.

—Teniente… —aclaró de Martini mientras bajaba el arma.

—Me llamo Palazón; a sus órdenes, teniente.

El locutor se acercó a uno de los micrófonos e hizo una seña al operador que estaba en la cabina de control.

—Espere a que yo le ordene.

De Martini sabía que debía esperar una llamada clave antes de sacar al aire la proclama.

Mientras tanto, Walter Viader se había apersonado en la Central Cuyo de Radiocomunicaciones, ubicada en el barrio de Once.

Al llegar al lugar, con tono marcial, se identificó como el capitán Ríos.

Acompañado de varios hombres armados, su orden fue terminante:

—Me hago cargo, en nombre del Comando Revolucionario, de esta Central.

—Estamos esperando la cadena nacional, va a hablar el Presidente —explicó, nervioso, uno de los operadores.

Los hombres de Viader se miraron con un gesto de sorna.

—De eso se trata, quiero que conecten la cadena. ¿Dónde hay un teléfono?

Viader marcó el número de Radio Mitre.

Cuando colgó, De Martini miró al spiker.

—Proceda —le ordenó.

Palazón llenó sus pulmones de aire. Era evidente que le agradaba lo que hacía:

—¡Argentinos! ¡El tirano ha muerto! Nuestra patria, desde hoy, es libre; Dios sea loado.

El bombardeo
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