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Se oyó un disparo.

Morgan se sacudió sobre sus caderas y de pronto perdió el equilibrio Se tambaleó desgarbadamente y se cayó al suelo.

Lo miré sorprendido.

Morgan gruñó, con la mirada fija en mí, y levantó la mano derecha, concentrando en ella un gran poder profundo y terrorífico.

—¡Morgan! —se precipitó una voz de mujer. La voz había sonado muy autoritaria y segura, como una orden. La hablante sabía muy bien que cuando se da una orden debe ser obedecida, e imbuyó la orden con una fuerza que nada tenía que ver con la magia—. ¡Retírate!

Morgan se quedó paralizado un instante y levantó la vista.

Ramírez estaba a unos seis metros de distancia, con la pistola en la mano. En el otro brazo aguantaba el peso de la chica que yo había conocido como la habitacadáveres. La cara de la chica estaba más pálida que la muerte y de ninguna manera podría aguantarse de pie sin ayuda, pero aunque sus facciones eran exactamente las mismas que las de la habitacadáveres, había estado dentro de ese cuerpo, no parecía la misma persona. Sus ojos eran estrechos y duros, su expresión rebosaba seguridad, regia y majestuosa.

—Ya me has oído —repitió la chica—, ¡retírate!

—¿Quién eres? —preguntó Morgan.

—Morgan —dijo Ramírez—, Dresden te estaba diciendo la verdad. Es la comandante Luccio.

—¡No! —dijo Morgan, sacudiendo la cabeza. En su voz faltaba la convicción a la que nos tenía acostumbrados—. No. Eso es mentira.

—No es mentira —dijo Ramírez—. Le he practicado la visión del alma. Es nuestra comandante.

Los labios de Morgan se aflojaron silenciosamente, pero no abandonó el golpe que preparaba en sus manos.

—¡Morgan! —dijo la chica, en voz baja esta vez—. Está bien. Retírate.

—No eres la comandante —murmuró Morgan—. No puedes ser. Es un truco.

La chica, Luccio, esbozó una sonrisa asimétrica de repente:

—Donald —le dijo—. Querido idiota, yo misma te he entrenado, creo que no puedes saber, tan bien como yo, quién soy. —Luccio levantó la mano y le enseñó a Morgan el estoque plateado que llevaba antes. Lo cogió en su mano y lo agitó dibujando un círculo, provocando un zumbido de poder calmo, como el que había sentido anteriormente—. Ahí lo tienes. ¿Podría otra persona utilizar así mi propia espada?

Morgan se quedó mirándola durante un momento. Luego dejó caer su mano, sin fuerzas, dejando volar todo el poder que había concentrado.

Mi corazón volvió a latir de nuevo y me desplomé sobre el costado de Sue.

Ramírez enfundó su pistola y ayudó a la nueva Luccio a acercarse a Morgan. Luego la apoyó con suavidad en el suelo, a su lado.

—Estás herida —le dijo Morgan. Su cara había palidecido también con el dolor—. ¿Estás muy grave?

Luccio intentó sonreír un poco.

—Me temo que tuve muy buena puntería. La herida ha acabado conmigo. Es solo cuestión de tiempo, eso es todo.

—¡Dios mío! —dijo Morgan— lo siento, lo siento. Vi cómo Dresden te disparaba… y mientras tú te estabas desangrando. Necesitabas ayuda.

Luccio levantó una mano debilitada.

—No hay tiempo —dijo con suavidad.

Ramírez se había agachado al lado de Morgan, mientras tanto, y había estado examinando la herida del disparo. La bala le había dado a Morgan por detrás de una pierna y tenía mala pinta.

—Mierda —dijo Ramírez— le ha llegado a la rodilla. Está destrozada. —Apoyó los dedos suavemente sobre la rodilla de Morgan y se retorció de dolor bruscamente, toda la sangre abandonó su cabeza—. No puede caminar.

Luccio asintió.

—Entonces depende ti. —Levantó la vista hacia mí—. Y de ti, centinela Dresden.

—¿Y que hay de Kowalski? —pregunté.

Ramírez se quedó pálido. Miró hacia el edificio de apartamentos y sacudió la cabeza.

—Estaba sentado en el suelo cuando unos espectros salieron de él. Ni siquiera tuvo ocasión de defenderse.

—No hay tiempo —dijo Luccio débilmente—. Tenéis que iros.

Butters se acercó hacia nosotros caminando, todavía aporreando el tambor, con la cara blanca.

—Vale —dijo—. Estoy listo. Hagámoslo.

—Tú no, Butters —le dije—. Sue solo necesita oír el tambor. Lo oirá desde allí exactamente igual que si estuvieras en su grupa. Quiero que permanezcas aquí.

—Pero…

—No puedo permitirme gastar esfuerzos en protegerte —le dije—. Y no quiero dejar a los heridos aquí solos. Tú sigue tocando el tambor.

—Pero quiero ir contigo. Quiero ayudarte. No tengo miedo a… —Tragó saliva, se puso pálido—, a morir peleando a tu lado.

—Piénsalo así —le dije—. Si la cagamos, vas a morir de todas formas.

Butters se quedó observándome durante un segundo y luego dijo:

—Caray, ahora me siento mejor.

—Creo que hay una nube por cada hecho positivo —dije—. Vamos, Ramírez.

La sonrisa de Ramírez volvió a aparecer.

—Todos aquellos que me dejan montar en su dinosaurio me llaman Carlos.

Subí a la primera silla y Ramírez se colocó en la segunda.

—Que Dios te acompañe, Harry —dijo Butters, marchando sin moverse del sitio, con cara preocupada.

Teniendo en cuenta a quién había elegido como mi aliado, tenía mis dudas de que si Dios se decidía a acompañarme fuese para ayudarme.

—¡Aceptaré cualquier ayuda que se me ofrezca! —dije en voz alta y apoyé mi mano en la piel de Sue. Se puso en pie y se dirigió hacia donde se encontraba el tornado.

—Estás herido —me dijo Ramírez. Mantenía la voz a un volumen muy bajo.

—No lo siento —le dije—. Me preocuparé de todo ello después, si es que hay un después. Llegaste justo a tiempo, por cierto. Gracias.

—De nada[17] —me dijo—. Estaba justo detrás de Morgan y te escuché intentando explicarle lo de Luccio.

—¿Me creíste? —Dirigí a Sue hacia delante. Tardaría unos pasos más en coger velocidad.

Ramírez suspiró.

—He oído muchas cosas sobre ti. Te observé en la reunión del Consejo. Mis entrañas me dicen que eres buena persona. Merecía la pena comprobarlo.

—Y le hiciste una visión del alma. Eso es tener rapidez de pensamiento. ¡Y buen disparo!

—Soy inteligente y hábil —dijo modestamente—. Y todo eso, acompañado de mi espectacular físico, es la pesada losa con la que he de cargar. Pero bueno, Intento hacerlo lo mejor que puedo.

Se me escapó una carcajada corta y brusca.

—Ya veo. Procuraré no avergonzarte, entonces.

—¿No he mencionado que mi sentido de la tolerancia y el perdón es prácticamente equiparable al de un dios bondadoso?

Sue fue cogiendo velocidad y nos fuimos adentrando calle abajo.

—Oye —dijo—, los malos están por el otro lado.

—Lo sé —le dije—. Pero están esperando que el ataque venga en esa dirección. Voy a dar la vuelta a la manzana, intentaremos aparecer por detrás.

—¿Pero tenemos tiempo?

—Mi pequeña sabe moverse —le dije. Sue aceleró y la carrera se volvió más suave.

Ramírez dejó salir un gritito de pura diversión.

—¡Cómo mola esto! —dijo—. No puedo ni imaginarme lo complicado que habrá sido reanimarla.

—No fue complicado —le dije.

—Ah. Entonces invocar dinosaurios es una cosa muy fácil, ¿no? Gruñí.

—Cualquier otra noche, en cualquier otro lugar, no creo que lo hubiese hecho. Pero aun así no fue complicado. Levantar un gran motor no es complicado. Simple­mente requiere mucho trabajo.

Ramírez se quedó en silencio durante un momento.

—Estoy impresionado —dijo.

No conocía mucho a Ramírez pero algo me decía que aquellas palabras no salían de su boca muy a menudo.

—Cuando haces algo estúpido y mueres, es patético —le dije—. Cuando haces algo estúpido y sobrevives, entonces se puede decir que fue algo impresionante o heroico.

Soltó una risita atribulada.

—Entonces lo que estamos haciendo ahora mismo… —dijo. Su voz se había suavizado y había perdido ese matiz arrogante y descarado—. Es patético, ¿no?

—Probablemente —le dije.

—Pero por otro lado —dijo recuperándose—, si sobrevivimos, seremos héroes. Medallas. Chicas. Promociones. Coches. Tal vez pongan nuestras caras en las cajas de cereales.

—Sería lo menos que podrían hacer —le dije.

—Entonces nos quedan dos de ellos por derribar. ¿A por quién vamos primero?

—Grevane —le dije—. Si tiene un puñado de zombis como perros de guardia, no va tener mucha energía de sobra para hechizos de defensa ni para lanzar nada más contra nosotros. Lo atacamos rápido y con un poco de suerte podremos acabar con él antes de que intente nada. Cuando lo vi pelear contra la habitacadáveres tenía una cadena y parecía que sabía utilizarla.

—¡Aj! —dijo Ramírez—. Qué mierda. Cualquiera que sepa cómo manejar un kusari es un duro oponente.

—Sí, por lo tanto tenemos que dispararle.

—Tienes razón, tenemos que dispararle —dijo Ramírez—. Esa es la razón por la que a tantos jóvenes del Consejo les gusta cómo haces las cosas, Dresden.

Parpadeé.

—¿Ah, sí?

—Pues claro —dijo Ramírez—. Muchos, yo entre ellos, éramos aprendices cuando fuiste acusado por la muerte de Justin DuMorne. Muchos de ellos todavía son aprendices. Pero la mayoría tiene muy buena opinión de lo que hiciste.

—¿Cómo tú?

—Yo habría obrado en muchas cosas como tú hiciste —me dijo—. Pero con más estilo.

Resoplé.

—A por el segundo que vamos a irse llama Cowl. Es bueno. Nunca vi un mago más fuerte que él, y eso incluye a Ebenezar McCoy.

—Muchos de los que pegan duro tienen carita de porcelana y no saben defenderse. Seguro que su técnica es solo ofensiva.

Sacudí la cabeza.

—No. Es igual de bueno protegiéndose. Le tiré un coche encima de la cabeza y apenas le frenó.

Ramírez frunció el ceño y asintió.

—Y entonces, ¿cómo vamos a acabar con él?

Sacudí la cabeza.

—Todavía no se me ha ocurrido nada. Lo golpearemos con todo lo que podamos y con un poco de suerte algo funcionará. Y por si eso no fuera suficiente, tiene una aprendiz con él, se llama Kumori y parece muy leal. Creo que es tan fuerte como para estar en el Consejo.

—Mierda —dijo Ramírez en voz baja—, ¿es guapa?

—Mantiene su cara tapada —le dije—. Ni idea.

—Si fuese guapa, podríamos dejarle este trabajo al encanto de Ramírez v enseguida la tendría comiendo de mi mano —dijo—. Pero no puedo probar suerte con ese tipo de poder si no estoy seguro de que sea guapa. Si lo uso imprudentemente podría poner en peligro a personas inocentes que pasen por allí, o podría acabar en la cama con una chica fea.

—Pues eso no lo sabremos —le dije, haciendo a Sue girar en la esquina. Revisé el torbellino. El pseudotornado finito y con forma de peonza estaba a medio camino del suelo.

—Vale entonces —dijo Ramírez—. Una vez que acabemos con Grevane, yo me ocuparé de la aprendiz y tú de Cowl.

Levanté una ceja y lo miré.

—Si ignoramos a Kumori, estará libre para acabar con nosotros dos. Uno de nosotros tiene que ocuparse de ella. Tú eres más fuerte que yo —dijo con tono de estar siendo práctico—. No me malinterpretes. Soy tan bueno que hago que suene fácil, pero no soy estúpido. Tú tienes más oportunidades de derribar a Cowl. Si logro cargarme a la aprendiza, iré a ayudarte. ¿Te suena a plan?

—Me suena a plan —le dije—. Pero me gustaría que me sonase a plan ganador.

—¿Tienes una idea mejor? —me preguntó Ramírez alegremente.

—No —le dije mientras hacía a Sue torcer en la calle que, con un poco de suerte, nos permitiría atacar a los nigromantes por la espalda.

—Bueno —dijo con una sonrisa violenta—. A callar y a bailar.