14

—¡Uau! —dijo Butters, jugueteando con el panel de control del todoterreno—. Esta cosa tiene de todo, estaciones de radio por satélite… y te apuesto lo que quieras a que cabe toda mi colección de cedés en el cambiador del reproductor. Y, ¡eh!, ¡qué maravilla! Mira esto. También tiene un navegador, así no nos perderemos —dijo mientras le daba a uno de los botones.

Una voz tranquila salió del salpicadero:

—Entrando en Helsinki.

Levanté las cejas al salpicadero y luego miré a Butters.

—Tal vez este coche ya esté perdido.

—A lo mejor también estás interfiriendo en su ordenador —dijo Butters.

—¿Tú crees?

Sonrió y comprobó, por décima vez, que se había abrochado el cinturón.

—Aclaremos una cosa, a mí no me importa esconderme, Harry. Es decir, si estás preocupado por mi orgullo o algo así, no lo estés. Estoy bien escondiéndome Contento, incluso.

Salí de la autopista. Los verdes pastos y los cuidados árboles del parque industrial del instituto forense fueron apareciendo a medida que el todoterreno iba subiendo.

—Intenta relajarte, Butters.

Negó con la cabeza de forma nerviosa.

—No quiero que me maten. Ni que me arresten. Llevaría muy mal ser arrestado. O asesinado.

—Hay un riesgo calculado —le dije—, tenemos que averiguar para qué te necesitaba Grevane.

—¿Y me estás llevando al trabajo… porque…?

—Piénsalo. ¿Qué hubiese pasado si llegan y no estás, si hay sangre por todos lados, el edificio saqueado y el cadáver de Phil tirado por ahí dentro o por el campo?

—Habrían despedido a alguien —dijo Butters.

—Sí. Y habrían cerrado el edificio para buscar pistas. Y te habrían cogido y te habrían encerrado en alguna parte, por lo menos para interrogarte.

—¿Y? —preguntó Butters.

—SI Grevane ha limpiado todo lo que pasó en la morgue significa que no quería llamar la atención de la fuerzas oficiales. Lo que quiera de ti, estoy seguro de que sigue en el edificio. —Llegamos al parque industrial—. Y tenemos que encontrarlo.

—¿Eduardo Mendoza? —me preguntó.

—Así de golpe, no se me ocurre otra razón para que alguien quiera los servicios de un simpático médico forense —le dije—. Grevane tiene que estar interesado en un cadáver de la morgue y ese era el único que parecía un poco extraño.

—Harry —dijo Butters—, si este tío es un nigromante de verdad, un hechicero de la muerte, entonces, ¿para qué iba a querer a un simple y anticuado científico friki como yo?

—Esa es la pregunta del millón —le dije—. Y tenemos otra razón, además.

—¿Ese doctor del museo? —preguntó Butters.

Asentí y aparqué al lado de la pequeña furgoneta estropeada de Butters.

—Claro. Necesito averiguar qué fue lo que lo mató. Vamos, cualquier información nos puede ser de utilidad.

Butters cogió aire.

—Bueno. No sé lo que seré capaz de hacer.

—Cualquier cosa supondrá más de lo que tenemos ahora mismo.

Miró alrededor con cautela.

—¿Crees que… Grevane o su amigo… todavía están por aquí? ¿Esperando a que llegue… ya sabes… yo?

Me abrí el abrigo y le enseñé a Butters la funda de la pistola que llevaba colgada del hombro. Después me estiré hacia atrás y cogí mi bastón de la parte trasera del coche.

—Si aparecen los voy a joder el día.

Se mordió el labio.

—Podrías hacerlo, ¿verdad?

Miré alrededor y le dije:

—Butters, confía en mí. Si hay una cosa que hago bien es joderle el día a la gente.

Se rió nerviosamente.

—Repite eso.

—Si hay una cosa que hago bien… —Empecé a hablar, pero Butters me dio un pequeño puñetazo en el brazo y le sonreí—. Vamos a entrar y salir lo más rápido que podamos, te voy cubriendo la espalda. Creo que lo tenemos todo bajo control.

Apagué el motor del todoterreno y saqué la llave. El vehículo tembló y trinó; algo parecido a un lamento salió del salpicadero. Por un momento pensé que alguien gritaría: «¡Alerta roja, todos a sus puestos!». Pero en vez de eso, el coche emitió un hipido y con voz relajada dijo: «Cuidado, la puerta está entreabierta. La puerta está entreabierta».

Parpadeé mirando al salpicadero. Repitió el aviso varias veces más, ralentizándose pero bajando el tono cada vez hasta que se perdió en un sonido sordo y desapareció.

—Eso no es una buena señal —afirmé.

—Es verdad —contestó Butters en voz baja—. Porque siempre que estás cerca todas las cosas se tuercen.

—Exactamente —le dije. Intenté pensar darle a esa última frase un sentido positivo, pero no estaba preparado para ejercicios mentales—. Venga. Cuanto antes nos pongamos en marcha, antes nos iremos.

—Vale —dijo él, y los dos nos bajamos del coche y nos dirigimos al instituto forense. Según nos fuimos acercando a la puerta empecé a cojear y a apoyarme en bastón un poco, como si necesitase el soporte. Butters me abrió la puerta y renqueé con cara de dolor hacia dentro, camino de la mesa del vigilante de seguridad.

No lo conocía. Tendría unos veintitantos y parecía muy atlético. Nos vio entrar y bizqueó un poco; cuando estuvimos dentro levantó las cejas.

—¡Doctor Butters! —dijo sorprendido—. Hacía mucho tiempo que no lo veía.

—Casey —dijo Butters saludándole varias veces con la cabeza—. Oye, me gusta tu nuevo corte de pelo. ¿Está el doctor Brioche aquí?

—Ahora mismo está trabajando —dijo Casey—. En la sala uno, creo. ¿Qué está usted haciendo aquí?

—Pues intentando librarme de una charla —dijo Butters secamente. Se colgó la identificación del abrigo—. Me olvidé de archivar unos formularios y si no los dejo listos antes de que salga el correo, Brioche me sermoneará hasta que me sangren los ojos.

Casey asintió y me miró.

—¿Quién es él?

—Harry Dresden —dijo Butters—. Tiene que firmar los formularios. Es asesor del Departamento de Policía. Harry, este es Casey O'Roarke.

—Encantado —le dije enseñándole el carné que Murphy me había dado para poder colarme en las escenas de los crímenes. Cuando lo hacía sentí otro embate de aire frío de la magia negra. Grevane había asesinado y reanimado a Phil cuando el pobre hombre estaba sentado en aquella mesa.

Casey miró el carné y comprobó que mi cara y la de la foto fuesen la misma antes de devolvérmelo con una educada sonrisa.

—¿Quiere que le diga al doctor Brioche que está usted aquí, doctor Butters?

Butters se encogió de hombros.

—No hace falta.

—Bien —dijo Casey y nos hizo un gesto para que pasásemos. Ya casi habíamos salido del vestíbulo cuando dijo:

—¿Doctor? ¿Ha visto a Phil esta mañana?

Butters dudó durante unos segundos y luego se giró.

—Estaba ahí sentado, en esa mesa, la última vez que lo vi, pero me tuve que ir a una cita con el dentista antes de que terminara el turno. ¿Por qué?

—Ah, porque no se encontraba aquí cuando llegué —dijo Casey—. Todo estaba cerrado y el sistema de seguridad, activado.

—A lo mejor también se tuvo que marchar a algún lado —sugirió Butters.

—Puede —Casey estuvo de acuerdo. Tenía el ceño medio fruncido—. Sin embargo no me dijo nada. Quiero decir, podría haber venido yo un poco antes si él se tenía que ir.

—Ni idea —dijo Butters.

Casey bizqueó a Butters y asintió despacio.

—Vale, es solo que no me gustaría que se metiese en problemas por haber roto el protocolo.

—Ya conoces a Phil —dijo Butters.

Casey puso los ojos en blanco, asintió y continuó rellenando algo de papeleo que allí encima. Butters y yo nos alejamos del vestíbulo y nos dirigimos a su sala de análisis de siempre. El lugar había sido recolocado. La mesa estaba en su lugar, llena de papeles y con el ordenador en su sitio. Quien hubiese limpiado la habitación había hecho un trabajo realmente bueno.

—Casey sabe algo —dijo Butters en cuanto abrió la puerta—. Sospecha algo.

—Para eso pagan a los guardias de seguridad —le dije—. No dejes que te ponga nervioso.

Butters asintió mirando alrededor en la sala de pruebas. Caminó hacia su atuendo de polca, todavía en la esquina.

—Por lo menos, no me lo rompieron —dijo y soltó una carcajada—. Tío, ¿han cambiado mis prioridades o qué?

—Todo el mundo tiene algo que ama por encima de todo —le dije.

Asintió.

—Bueno, ¿y qué hacemos ahora?

—Lo primero es lo primero —le dije—. ¿Puedes echar un vistazo al cadáver de Bartlesby?

Butters asintió y caminó hacia su ordenador. Me eché hacia atrás y me apoyé en la pared.

Encendió el aparato y estuvo un minuto o dos moviendo el ratón y dándole al botón con el dedo índice. Finalmente silbó.

—¡Uau! El cuerpo de Bartlesby llegó hace una hora y ha sido marcado para examen inmediato. Lo está haciendo Brioche.

—¿Es eso poco frecuente?

Asintió.

—Significa que hay alguien muy interesado en la víctima. Alguien del gobierno o de las fuerzas del orden, tal vez. —Arrugó la nariz—. Además, fue algo espantoso. Esto será un trabajo muy meritorio para Brioche, claro, por eso se está encargando.

—¿Puedes intentar verlo? —le pregunté.

Butters frunció el ceño e hizo clic con el ratón otras tantas veces. Luego levantó la vista y miró el reloj.

—Puede ser. Brioche está trabajando en la sala uno ahora mismo, pero tiene que estar a punto de terminar, sea lo que sea que esté haciendo. El cadáver de Bartlesby se encuentra en la sala dos. Si me doy prisa… —Se levantó y se escurrió por detrás de la puerta—. Espera aquí.

—¿Estás seguro? —le pregunté.

Asintió.

—Alguien podría desconfiar si te ve por ahí deambulando. Si te necesito, te haré una señal.

—¿Qué señal?

—Imitaré el grito de una niñita aterrorizada —dijo moviendo las cejas. Se dirigió a la puerta—. Ahora vengo.

Butters no estuvo fuera mucho tiempo y volvió a la sala antes de que pasasen cinco minutos. Parecía un poco tembloroso.

—¿Estás bien? —le pregunté.

Asintió.

—No pude quedarme más tiempo porque oí que Brioche salía de la sala uno.

—¿Viste el cuerpo?

—Sí —dijo Butters con un escalofrío—. Ya estaba desnudo y tumbado. Algo muy diabólico le ha ocurrido, Harry. Tenía treinta o cuarenta puñaladas en la parte superior del tórax. Alguien le ha cortado la cara. La nariz, las orejas, los párpados y los labios estaban en una bolsita con cierre tipo cremallera, al lado de la cabeza.

—Cogió aire. —Le han cortado los cuádriceps de las dos piernas en trozos. No estaban. Y lo destriparon.

Fruncí el ceño.

—¿Cómo?

—Una gran equis cruza su abdomen. Y luego lo pelaron y lo abrieron como si fuera una caja de comida china. Le falta el estómago y casi todos los intestinos. Puede que le falten más órganos.

—Qué asco —dije.

—Y mucho.

—¿Pudiste ver algo más?

—No. Aunque hubiese querido no tenía tiempo para nada más que una ojeada. —Se acercó hasta una estantería de ruedas con medicinas—. ¿Por qué alguien le querría hacer eso? ¿Para qué le pudo servir?

—A lo mejor para algún tipo de ritual —opiné—. Ya has visto cosas así.

Butters asintió y empezó a quitarse lentamente el mandil, la mascarilla, los guantes, el gorro.

—Aun así no lo entiendo, ¿sabes?

Sí que lo sabía. Butters no era capaz de entender el tipo de violencia, odio y sed de sangre que había soportado el difunto Bartlesby. Esa clase de absoluto desprecio por la inviolabilidad de la vida simplemente no existía en su mundo personal. Estaba destrozado por haberse enfrentado a ello cara a cara.

—O… —dije, se me había ocurrido una idea—. Puede haber sido otra cosa: antropomancia.

Se dirigió a una de las neveras y la abrió.

—¿Qué es eso?

—Es un intento de descubrir el futuro o conseguir información leyendo las entrañas humanas.

Butters se giró hacia mí, despacio y con la cara pálida.

—Estás de broma.

Sacudí la cabeza.

—Es posible.

—¿Funciona? —preguntó.

—Es una magia extremadamente poderosa y peligrosa —le contesté—. Cualquiera que quiera hacerlo tiene que matar a alguien. Y claro, si el Consejo se enterase le condenaría a muerte inmediatamente. Si no funcionara, nadie se molestaría.

La boca de Butters se tensó en una línea firme.

—Eso está muy… mal. —Frunció el ceño mientras lo dijo y asintió de nuevo—: Mal.

—Estoy de acuerdo.

Se volvió hacia la nevera, cogió una etiqueta del dedo gordo del pie y desplegó una hoja de análisis.

—Puede que esto me lleve un rato —dijo—. Una hora y media o algo más.

—¿Quieres que te eche una mano? —le pregunté, deseando que no fuese así.

Butters, bendito sea, sacudió la cabeza. Caminó hacia su mesa y encendió el reproductor de cedés. La polca inundó la habitación.

—Preferiría hacer esto solo.

—¿Estás seguro? —le pregunté.

—Estate atento por si oyes el grito de una niña —me dijo—. ¿Puedes aguardar en la puerta?

Asentí, cogí mi bastón y lo dejé en la sala. Cerró la puerta con pestillo en cuanto salí y me dirigí a sentarme a la zona de espera de la puerta principal. Elegí una silla que me dejaba mi espalda de cara a la pared. Desde allí podía ver el monitor de vídeo de Casey, la entrada y la puerta que llevaba a las salas de análisis.

Apoyé la cabeza hacia atrás en la pared con los ojos casi cerrados y me dediqué a esperar. Durante la hora que sucedió a ese momento solo un doctor entró y otro se fue. El cartero apareció con el correo del día y el camión de UPS hizo lo propio. Llegó una ambulancia con el cadáver de una anciana que Casey trasladó a otra parte, probablemente al almacén.

Después vino una pareja joven. La chica mediría un metro setenta y era muy guapa, incluso con aquel exceso de maquillaje. Llevaba sandalias, un vestido azul de tirantes y una chaqueta de lana. El pelo le llegaba por encima de los hombros, cortado con forma redondeada, pero con unos rizos rebeldes. Los ojos estaban impregnados de cansancio. El chico vestía un bonito y sencillo traje. Mediría algo menos de uno ochenta y tenía facciones asiáticas, gafas con montura de acero, hombros anchos y llevaba el pelo atado en una larga coleta.

Los reconocí. Eran Alicia Nelson y Li Xian, los de la foto de la portada del boletín de noticias que Rawlins me había dado. El doctor Bartlesby había desaparecido y sus dos asistentes venían a la morgue.

Me quedé muy quieto e intenté pensar en cosas que me pudieran difuminar con la pared. Caminaron hacia la mesa de seguridad y se pusieron tan cerca de mí que no tuve que molestarme en Escuchar.

—Buenos días —dijo Alicia sacando el carné de conducir y enseñándoselo a Casey—. Me llamo Alicia Nelson. Soy la ayudante del difunto doctor Bartlesby. Creo que han traído aquí sus restos.

Casey la miró sin poner ninguna expresión muy clara.

—Señora, no se nos permite hacer público ese tipo de información con el fin de proteger a los familiares del difunto.

Asintió, sacó un sobre de su bolso y se lo pasó a Casey.

—El doctor no tiene familia viva ni parientes próximos —dijo—. Pero me otorgó a mí los poderes de sus bienes hace dos años. En ese papel figura toda la información.

Casey lo examinó frunciendo el ceño:

—Ajá…

Alicia se separó los ricitos castaños de los ojos.

—Por favor, señor, el doctor tenía unos efectos personales que me gustaría recuperar cuanto antes. Contraseñas, tarjetas de crédito, llaves, ese tipo de cosas. Estaban en su cartera.

—¿Y por qué tiene tanta prisa? —preguntó Casey.

—Algunos de estos efectos podrían atraer el acceso de un ladrón a sus cuentas o a sus cajas fuertes. Como puede ver en los documentos, él quiso que fuese yo quien me hiciese cargo hasta que pudiese arreglarlo para donarlo a las obras de caridad que auspiciaba.

Casey volvió a doblar las hojas y las metió en el sobre.

—Señora, va a tener que hablar con nuestro director, el doctor Brioche. Estoy seguro de que él estará encantado de colaborar con usted.

—Muy bien —dijo Alicia—. ¿Está disponible?

—Iré a preguntar —dijo Casey—. Hagan el favor de esperar aquí.

—Claro —contestó la chica. Aguardó a que Casey saliera por la puerta de seguridad y enseguida giró sobre sus talones y miró hacia fuera por la puerta, hacia la luz de la mañana. Su rígida postura demostraba enfado. Apoyó un brazo en la puerta y dejó caer la cabeza sobre él.

El alto y joven Li Xian había permanecido en silencio durante todo el tiempo. La siguió hasta la puerta y le habló en voz tan baja que apenas podía oírlo. Entrecerré los ojos y Escuché.

—… de vuelta en cualquier momento —murmuró Xian—. Deberíamos sentarnos.

—No me digas qué hacer —disparó Alicia en un susurro directo—. Estoy cansada, no soy idiota.

—Debería descansar antes de hacer cualquier otra cosa —dijo Xian—. No entiendo por qué está jugando. Debería haberme dejado que siguiese al guardia.

—Deja de pensar con el estómago —gruñó la chica—. Es suficiente que hayas perdido el control como para añadirle otra falta de disciplina más a esta situación.

—No estamos aquí porque yo haya parado para comer —dijo Xian, enfadado con su forma de susurrar—. Si no se hubiese dado ese capricho, ahora no tendríamos estos problemas.

La chica se separó del cristal, mirando a Xian a los ojos y su cara se retorció con orgullo y enfado.

—Tu actitud, Li, te está convirtiendo en parte del problema y no en parte de la solución.

El hombre de la melena se puso pálido y se encogió frente a la chica. Su cara se tensó, una especie de fuerza resbaladiza apareció por debajo de su piel y desfiguró sus facciones de forma grotesca, provocando un hundimiento en los ojos y un leve alargamiento de la mandíbula. Dejó salir una maldición y cuando abrió la boca pude ver los dientes de carnívoro que tenía.

Fue solo un segundo, pero aparté los ojos antes de que pudieran percatarse de que estaba mirando. Si me hubiesen visto, mi vida correría un peligro inminente. Había visto un resplandor de la verdadera cara de Li Xian; era un necrófago. Los necrófagos son depredadores sobrenaturales que obtienen su sustento principal devorando carne humana. Fresca, fría, podrida, no importa de qué tipo siempre que les llegue a la panza.

Se me revolvió el estómago. Butters había dicho que alguien se había llevado los cuádriceps de Bartlesby, los fuertes y grandes músculos que tenemos en los muslos. Había sido Xian. Se había cortado sus propios filetes del cadáver del viejo. Si sospechara que yo sabía lo que era, podría decidir protegerse a cualquier precio, y eso sería peligroso. Los necrófagos son rápidos, fuertes y rnás difíciles de eliminar que un rumor jugoso sobre el presidente. Había luchado con necrófagos antes y no era una cosa que me apeteciese repetir si podía evitarlo. Especialmente teniendo en cuenta que me había dejado el bastón en la oficina de Butters.

Xian recuperó su apariencia normal bajó la mirada y agachó la cabeza ante Alicia.

—¿Te ha quedado claro? —susurró la chica.

—Sí, su majestad —contestó Xian.

¿Su majestad?, pensé. Mi mente recorrió todas las posibilidades.

Alicia cogió aire y se presionó con el dedo pulgar en el entrecejo.

—No hables, Xian, no digas nada y todos estaremos más contentos. Y más seguros.

Pasó por delante de él, tan tranquila, volvió a la zona de espera y se sentó. Cogió un ejemplar del Newsweek que había en la mesa y empezó a hojearlo, mientras Xian esperaba al lado de la puerta. Fingí estar medio adormilado.

Casey volvió unos minutos después y dijo:

—Señora Nelson, el doctor Brioche va a tardar un rato en atenderla.

—¿Cuánto? —preguntó sonriendo.

—Una hora como mínimo —dijo Casey—. Dice que si quiere concertar una cita para esta tarde estará encantado de…

—¡No! —le interrumpió sacudiendo la cabeza con firmeza—. Algunos de sus asuntos son muy urgentes y tengo que recuperar sus cosas lo antes posible. Por favor, dígale que esperaré.

Casey subió las cejas y se encogió de hombros.

—Sí, señora.

Parpadeé un par de veces y luego me senté más derecho, estirándome.

—Ah, Casey —murmuré levantándome. Fingí cojear y me acerqué a la mesa—. Me dejé el bastón en la oficina de Butters. ¿Le parece bien si me acerco a recogerlo?

Casey asintió.

—Un segundo. —Levantó el teléfono y un instante después oí la música de polca golpeando el pequeño aparato—. Doctor, su amigo el asesor olvidó algo en su oficina. ¿Quiere que se lo mande? —Escuchó, asintió y me indicó la puerta, abriéndola para mí.

Me di prisa en llegar a la sala de análisis de Butters y llamé. Butters abrió la puerta y me dejó pasar.

—Rápido —le dije mirando hacia el vestíbulo—. Tenemos que irnos.

Butters tragó saliva.

—¿Qué pasa?

—Han llegado unos malos.

—¿Grevane?

—No. Unos malos nuevos —le dije.

—¿Más? —preguntó Butters—. No es justo.

—Lo sé. Esto ya parece la gran asamblea de Satanás —sacudí la cabeza—. ¿Hay puerta de atrás?

—Sí.

—Bien. Coge tus cosas y vámonos.

Butters gesticuló en la mesa de análisis.

—Pero ¿y qué pasa con Eduardo? Me mordí el labio.

—¿Has averiguado algo?

—No mucho —dijo—. Lo atropelló un coche, sufrió un traumatismo severo y murió.

Fruncí el ceño y me acerqué al cadáver.

—Tiene que haber algo más. Butters se encogió de hombros.

—Si lo hay, no lo veo.

Fruncí el ceño mientras miraba aquel muerto. Era un espécimen terriblemente delgado. Le habían abierto el abdomen con una incisión en forma de i griega. Había mucha sangre y carne grisácea de lo más desagradable. Protuberancias de un hueso roto y dentado sobresalían por la piel de una pierna. Tenía una mano hecha papilla. Y su cara…

Se me hizo familiar. Lo reconocí.

—Butters —le dije—, ¿cómo se llamaba este chico?

—Eduardo Mendoza.

—Su nombre completo —le dije.

—Ah. Eh… Eduardo Antonio Mendoza.

—Antonio —dije—. Es él. Es Tony.

—¿Quién? —preguntó Butters.

—Bony Tony Mendoza —dije nervioso—. Es un contrabandista.

Butters levantó la cabeza para mirarme.

—¿Un contrabandista? Supongo que no será como Han Solo.

—No. Es un bolero.

—¿Y eso qué es?

Gesticulé con la cabeza.

—Cuando era niño pasó un tiempo trabajando en una feria ambulante como tragasables. Hasta hace poco llenaba globos con joyas o drogas, o lo que fuera que quisiera vender y que tuviera un tamaño relativamente pequeño. Luego se tragaba el globo con una cinta atada y lo aguantaba con la boca, entre dos muelas del fondo, y cuando estaba a salvo tiraba de la cinta para arriba.

—Eso es estúpido —dijo Butters, pero volvió al cuerpo y curioseó por dentro de la boca. Movió una lámpara elevada de trabajo y dirigió la luz a los dientes de Bony Tony—. Joder, ahí está.

Estuvo intentando pescarlo durante un rato y, mientras, me acerqué a por mi bastón, que permanecía detrás de la puerta. Miré a Butters y vi que sacaba, de la boca del cadáver, un condón amarillento cerrado con cuerda de cometa alrededor.

—¿Qué tiene dentro? —pregunté.

—Espera.

Butters rompió el condón por la mitad con un bisturí y extrajo un pequeño rectángulo de plástico oscuro, del tamaño de un llavero.

—¿Qué hay dentro? —le pregunté.

—Es un lápiz de memoria USB —dijo él, confundido.

—¿Un qué?

—Lo enchufas a un ordenador y puedes almacenar datos para poder trasladarlos a otras máquinas.

—Información —dije frunciendo el ceño—. Bony Tony estaba trapicheando con información. Algo que Grevane necesitaba saber. Tal vez los que están en la puerta también la quieran. Quizás lo hayan asesinado por eso.

—¡Uf! —dijo Butters.

—¿Puedes leer la información? —le pregunté.

—A lo mejor —dijo—. Puedo probarlo en un ordenador.

—Ahora no —le dije—. No tenemos tiempo. Tenemos que salir de aquí.

—¿Por qué?

—Porque las cosas se han puesto mucho más peligrosas.

—¿Ah, sí? —Butters se mordió el labio—. ¿Por qué?

—Porque —le dije— Bony Tony trabajaba para John Marcone.