16
El apartamento de Billy estaba solo a dos manzanas de Bock Ordered Books y, aunque podría haber ido por los callejones para llegar antes, fui por las calles principales, por donde más gente había. No vi que nadie me estuviese siguiendo, pero si fueran lo suficientemente buenos, o si estuviesen utilizando velos para ocultar su presencia, por supuesto que podría no haberlos percibido. Mantuve el bastón en mi mano derecha y me aseguré de que mi brazalete escudo estuviese preparado, en caso de que alguien intentase alguna variante del típico asesinato por atropello. Ya había sobrevivido a aquella práctica, pero los clásicos nunca pasan de moda.
Llegué a la tienda de Bock de una pieza y no me pareció que nadie se hubiese fijado mucho en mí. Me sentí un poco rechazado, pero me reconfortó la idea de que en aquella ciudad había por lo menos media docena de personas empeñadas en poner mi vida en peligro. Más incluso si contamos a Mavra, que técnicamente no era una persona.
Bock no había abierto la tienda hasta las once, así que fui la primera persona que apareció. Me quedé quieto frente a la entrada. Dos de las ventanas de la tienda y el panel de cristal de la puerta no estaban y habían sido sustituidos por unas láminas de contrachapado. A Bock le había ido mejor que a los del comercio de al lado, que no les había quedado ningún cristal en pie. Sin duda, aquel destrozo era el resultado de los objetos voladores que salieron despedidos durante mi conversación con Cowl y su compinche. Entré.
Bock estaba en su sitio detrás del mostrador y parecía cansado. Levantó la vista cuando oyó las campanillas de la puerta. Cuando me vio le cambió la cara y una expresión reservada hizo aparición.
—Bock —le dije—, ¿se quedó aquí toda la noche?
—Inventario de fin de mes —dijo. Hablaba con miramientos pero estaba tranquilo—. Y también estuve reparando las ventanas. ¿Qué necesita?
Miré alrededor. Shiela apareció de detrás de las estanterías del fondo de la tienda. Parecía nerviosa. Al verme resopló y luego sonrió tímidamente.
—He venido a hablar —le dije a Bock y saludé a Shiela con la cabeza.
Él la miró y luego me miró a mí de nuevo, con el ceño fruncido.
—Dresden, hay algo que debo decirle.
Levanté una ceja.
—¿Qué pasa?
—Escuche, no quiero que se enfade.
Apoyé el bastón.
—Venga, Bock, me conoce desde que llegué a la ciudad. Si hay algún problema no me voy a enfadar porque me lo diga.
Cruzó sus robustos brazos encima de la barriga y dijo:
—No quiero que vuelva por mi tienda.
Aflojé mi bastón un poco más.
—Ah.
—Es una persona decente. Nunca se ha lanzado a mi cuello corno esos otros chicos del Consejo. Ha ayudado a la gente de por aquí. —Cogió aire e hizo un discreto gesto hacia los parches de contrachapado de la fachada—. Pero ahora está metido en líos. Y lo persiguen a dondequiera que va.
Tenía toda la razón. No dije nada.
—No todo el mundo le puede tirar un coche encima a alguien que lo está atacando —prosiguió Bock—. Tengo familia. El mayor está en la universidad. No puedo permitir que me destrocen el negocio.
Asentí. Entendía la postura de Bock. Es espantoso sentirse impotente frente a un gran poder, pero más doloroso es que te digan que no te quieren en un sitio.
—Mire, si necesita algo, llámeme. Se lo pediré o lo cogeré de nuestras estanterías para usted. Y Will o Georgia pueden venir a buscarlo. Pero…
—Vale —le dije. Sentí cómo se me secaba la garganta.
El rostro de Bock se puso colorado. No me miraba a la cara, miraba a la puerta destrozada.
—Lo siento.
—No se disculpe —le dije—. Lo entiendo. Perdone por lo de su tienda.
Asintió.
—Me quedaré solo un minuto y luego me iré.
—Vale —dijo.
Crucé los pasillos para llegar hasta Shiela y la saludé al verla.
—Recibí tu mensaje.
Shiela llevaba la misma ropa que la noche anterior, aunque más arrugada. Se echó el pelo hacia atrás y se lo recogió formando un par de ángulos rectos con unos bolígrafos. Con el pelo así, dejaba a la vista las líneas pálidas y limpias de la mandíbula y la garganta, e hizo que volviera a quedarme absorto en las ganas de recorrer su piel con mis manos para comprobar si estaba tan suave como parecía.
Miró a Block, luego me sonrió y me tocó el brazo con la mano.
—Siento que te haya dicho eso. No es justo.
—Sí. Es justo. Tiene derecho a protegerse y a proteger su negocio —le dije—. No lo culpes.
Inclinó la cabeza hacia un lado, estudiando mi cara.
—Pero aun así es doloroso, ¿no?
Me encogí de hombros.
—Un poco. Sobreviviré. —Las campanillas de la puerta sonaron en la parte de delante cuando entró otro cliente. Volví a mirar a Bock y suspiré—. Mira, no quiero permanecer aquí mucho tiempo. ¿Qué necesitas?
Se separó de la cara unos mechones de pelo que se le habían escapado del recogido.
—Bueno… es que… viví una experiencia muy rara la otra noche. Levanté las cejas.
—Continúa.
Cogió un pequeño montón de libros y empezó a colocarlos en la estantería mientras hablaba.
—Después de toda la agitación, me volví a la parte trasera a hacer inventario y el señor Bock se fue a buscar contrachapado para poner en las ventanas. Me pareció haber oído las campanillas, pero cuando miré no había entrado nadie.
—Ajá —asentí.
—Pero… —Frunció el ceño—. ¿Conoces la sensación que tienes cuando llegas a una casa que está vacía y sabes que está vacía? ¿Cuándo sabes a ciencia cierta que está vacía?
—Claro —dije. La miré mientras se ponía de puntillas para colocar un libro en la parte más alta de la estantería. Se le levantó un poco el jersey y vi cómo se le movían los músculos bajo una línea de piel pálida en la parte baja de su espalda.
—No sentía que la tienda estuviese vacía —me dijo y observé que temblaba—. No llegué a ver a nadie, no escuché a nadie, pero estaba segura de que aquí había alguien. —Me miró avergonzada—. Estaba tan nerviosa que no pude pensar con claridad hasta que salió el sol.
—¿Y luego qué? —le pregunté.
—Me fui y me sentí un poco tonta, como si fuera una niña pequeña. O uno de esos perros que se quedan mirando al aire fijamente y gruñendo cuando en realidad no hay nada.
Sacudí la cabeza.
—Los perros no se quedan mirando y gruñendo cuando no hay una razón. A veces perciben cosas que las personas no pueden sentir.
Frunció el ceño.
—¿Crees que había algo aquí?
No quería decirle que creía que una vampira de la Corte Negra había estado paseándose de forma invisible por la tienda. Joder, y ya que estamos, ni siquiera yo quería pensar en ello. Si Mavra fuese por allí, no habría nada que Shiela o Bock pudiesen hacer para defenderse.
—Creo que no sería ninguna tontería que te fiases de tus instintos —le dije—. Tienes un pequeño talento. Es posible que estuvieses sintiendo algo demasiado débil y que no pudieses explicarlo de otra manera.
Colocó el último libro y se dio la vuelta para mirarme. Parecía cansada. El miedo le había dado una expresión enferma y contraída.
—Aquí había algo —susurró.
—Tal vez —le dije asintiendo.
—Ay, Dios. —Se agarró el estómago con las dos manos—. Creo que… voy… voy a vomitar.
Apoyé mi bastón contra la estantería y le puse la mano en el hombro tranquilizándola.
—Shiela, coge aire y respira. Ya no está aquí.
Levantó la mirada. Tenía cara de pena y los ojos le brillaban y parecían húmedos.
—Lo siento. Quiero decir, tú no necesitas esto ahora. —Se frotó los ojos y los cerró con fuerza. Derramó más lágrimas—. Lo siento.
Ay, Dios. Lágrimas. Muy bien hecho, Dresden, aterrorizando a la dama que venías a tranquilizar. Atraje a Shiela hacia mí y se apoyó agradecida. Le rodeé los hombros con mi brazo y dejé que se apoyara en mí durante un minuto. Tembló en silencio derramando lágrimas durante un rato más y finalmente se recompuso.
—¿Te pasa mucho esto? —me preguntó en voz baja, gimoteando.
—La gente se asusta —susurré—. No hay nada de malo en ello. Hay cosas ahí fuera que dan mucho miedo.
—Me siento una cobarde.
—No deberías —le dije—. Lo único que significa es que no eres idiota.
Se incorporó y dio un paso hacia atrás. Le habían salido unas manchitas en la cara. Algunas mujeres están preciosas cuando lloran, pero Shiela no era una de ellas. Se quitó las gafas y se secó los ojos.
—¿Qué hago si me vuelve a pasar?
—Díselo a Bock e id a algún sitio público —le dije—. Llamad a la policía o, aún mejor, llamad a Billy y a Georgia. Si la presencia que sentiste fue la de algún depredador, no se quedará por aquí si sabe que ha sido localizado.
—Hablas como si ya te hubieses encontrado con alguno antes —me dijo.
Sonreí.
—Tal vez una o dos veces.
Me sonrió y, con cara de agradecimiento, me dijo:
—Debe de ser muy solitario hacer lo que tú haces.
—A veces —contesté.
—Ser siempre tan fuerte, cuando los otros no pueden. Es… bueno, es algo heroico.
—Es algo «idiótico» —le dije con voz seria—. El heroísmo no está muy bien pagado. Intento tener sangre fría y pensar solo en el dinero, pero siempre acabo cagándola.
Se rió.
—La cagas cuando intentas vivir según tus ideales, ¿eh?
—Nadie es perfecto.
Volvió a inclinar la cabeza y le brillaron los ojos.
—¿Hay alguien?
—Solo tú.
—No me refiero a si hay alguien aquí, quiero decir si estás con alguien.
—Ah —dije—. No. La verdad es que no.
—Si te pregunto si te apetece salir a cenar conmigo, ¿te parecería demasiado directa y agresiva?
Parpadeé.
—¿Te refieres… como una cita?
Su sonrisa se amplió.
—Me refiero… en plan… como… como una mujer, ¿no?
—¿Qué? —pregunté—. Ah, sí, claro, me gustan las mujeres.
—Qué coincidencia, resulta que yo soy una mujer —dijo. Y volvió a tocar mi brazo—. Y como parece que no voy a tener oportunidad de coquetear contigo en el trabajo, me pareció que sería mejor preguntarte directamente. ¿Eso es un sí?
La idea de una cita me parecía lo menos oportuno en estos momentos. Pero a la vez me parecía una buena idea. Quiero decir, hacía tiempo que ninguna chica se interesaba por mí de una manera no profesional.
Bueno, una chica humana, claro. La única que se acercaba un poco estaba en Hawái con otra persona, riéndose y pensando en pantis. Podría ser muy agradable pasar un rato por ahí hablando e interactuando con una chica atractiva. Solo Dios sabe lo bien que estaría pasar un rato con ella en mi abarrotado apartamento.
—Es un sí —le dije—. Ahora mismo estoy un poco ocupado…
—Toma —me dijo. Sacó de su bolsillo un rotulador negro y me cogió la mano derecha. Escribió unos números bien marcados.
—Llámame aquí. Puedes llamarme esta noche y podemos pensar cuándo nos viene bien.
Dejé que hiciese aquello, me pareció divertido.
—Vale.
Volvió a tapar el bolígrafo y me miró sonriendo.
—Vale entonces. Cogí mi bastón.
—Shiela, escucha, no me acercaré por la tienda, respetaré los deseos de Bock, pero hazle saber que si necesita ayuda, todo lo que tiene que hacer es llamarme.
Sacudió la cabeza sonriendo.
—Eres una persona decente, Harry Dresden.
—No lo digas por ahí —le dije y me giré hacia la puerta.
Me quedé petrificado.
En la puerta delantera de la librería, frente al mostrador de Bock, estaban Alicia y el necrófago, Li Xian.
Di un paso hacia atrás, hacia donde estaba Shiela y la empujé hacia la parte de atrás de una de las estanterías.
—¿Qué pasa? —preguntó.
—Silencio —le dije. Cerré mis ojos y Escuché.
—Solo una pregunta —estaba diciendo Alicia—, ¿quién lo compró?
—No les sigo la pista a mis clientes —contestó Bock. Su voz era educada pero había un deje de dureza—. Lo siento pero no tengo esta información. Por aquí viene mucha gente.
—¿En serio? —preguntó Alicia—. ¿Y cuántos de ellos vienen a comprarle ejemplares tan raros y tan caros?
—Le sorprendería.
Alicia se rió de manera desagradable.
—¿De verdad que no piensa darme esa información?
—No la tengo —dijo Bock—. Las dos copias se vendieron ayer. Los dos eran hombres, uno mayor y otro más joven. No recuerdo más que eso.
Oí unos pasos y la voz de Li Xian:
—A lo mejor necesita un poco de ayuda para recordar.
Escuché que le quitaban el seguro a dos recortadas.
—Hijo —dijo Bock con el mismo tono de voz—, será mejor que se aleje de este mostrador y se vaya de mi tienda ahora mismo.
—Parece que el bueno del tendero ya se ha posicionado en este asunto —dijo Alicia.
—Se confundes, señorita —dijo Bock—. Esta tienda es mía. No doy información y no tomo partido. Si tuviera una tercera copia se la vendería a ustedes. No la tengo, así que márchense de aquí, por favor.
—Creo que no nos está entendiendo —dijo Alicia—. No me voy a ir de aquí hasta que tenga la respuesta a mi pregunta.
—Creo que ustedes no me están entiendo a mí —contestó Bock—. Tengo una pistola del calibre diez bajo el mostrador. Está cargada, preparada y les apunta a la barriga.
—¡Vaya por Dios! —dijo divertida Alicia—. Una pistola, Xian, ¿qué vamos a hacer?
Apreté los dientes. Bock me había pedido que me mantuviese alejado y aun así estaba dando la cara por mí y protegiendo mi identidad. Y eso que sabía perfectamente que las dos personas que tenía delante eran peligrosas.
Eché un vistazo. La puerta que llevaba a la parte de atrás estaba abierta.
—La puerta de atrás —le dije a Shiela en un susurro—, ¿está cerrada?
—No desde dentro.
—Ve a la habitación del fondo y quédate en la oficina —le dije—. Colócate en el suelo y quédate allí. ¡Ahora!
Me miró con los ojos muy abiertos. Me palpé el bolsillo del abrigo. El libro seguía allí, al lado de mi 44. Los necrófagos eran muy difíciles de matar. No tenía ni idea de lo que era Alicia, pero me apostaba lo que fuese a que no era una simple asistente académica. Para que una criatura como Li Xian la tuviese respeto y obedeciese sus órdenes, debía jugar en una liga superior. Sería una idea de lo más estúpida intentar atacar.
Pero eso no importaba. Si no hacía algo se iban a poner muy desagradables con Bock. Puede que Bock no fuese un compañero fiel que estuviese a las duras y a las maduras precisamente… Pero era lo que era: un tendero honrado que no quería involucrarse en las batallas del mundo sobrenatural ni comprometer sus principios.
Si no intervenía, acabaría herido por intentar protegerme.
Salí de detrás de la estantería y me dirigí hacia la parte delantera de la tienda.
Bock estaba sentado en su sitio detrás del mostrador. La mano que tenía a la vista tenía el puño cerrado, apretado con fuerza, y los nudillos se le habían puesto pálidos, la otra permanecía bajo el mostrador. Alicia y Li Xian estaban de píe frente a él. Ella parecía tranquila. El necrófago estaba encorvado en posición ansiosa, con las rodillas levemente flexionadas y los brazos colgando relajados.
—Tendero, se lo voy a preguntar por última vez —dijo Alicia—, ¿quién compró el último ejemplar de Die Lied der Erlking? —Levantó la mano izquierda, sus dedos expulsaron un cálido resplandor y, con un susurro, dijo—: Quiero su nombre.
Desenfundé toda mi fuerza, levanté el bastón y grité:
—¡Forzare!
Las runas del bastón se encendieron y desprendieron una luz roja. Se escuchó un ruido infernal y algo parecido a una tormenta eléctrica se desató, una fuerza pura, invisible y sólida salió del extremo de mi bastón. Golpeó los libros de las estanterías a mi paso hasta sacudir el pecho del necrófago. La fuerza lo levantó y lo golpeó contra el contrachapado de la puerta. Atravesó la pared sin aminorar la velocidad. Cruzó la acera y chocó con la pared del edificio de enfrente, produciendo un crujido.
Alicia se giró hacia mí sorprendida y con los ojos como platos.
Yo seguía de pie con las piernas ligeramente abiertas. El brazalete escudo lo llevaba en la mano izquierda, vibraba con fuerza y expulsaba una lluvia de chispas blancas y azules. El bastón ardió, desprendiendo olor a madera fresca quemada, y las runas resplandecieron con luz roja en la oscuridad de la tienda. Apunté con él a Alicia.
—Su nombre —repliqué— es Harry Dresden.