35
Miré con desdén la sangre de mi nudillo y luego dije bruscamente:
—Coge tus cosas y ponle la correa a Ratón. ¡Nos vamos!
—¿Nos vamos? —preguntó Butters.
—Este lugar ya no es seguro para ti —le dije—. Ya lo conocen, no puedo dejarte aquí. Butters tragó saliva.
—¿Adónde iremos?
—Me han seguido durante todo el día. Tengo que comprobar que todas las personas a las que he visto hoy estén bien. —Hice una pausa, los pensamientos se me agolpaban en la mente—. Y… tengo que encontrar el libro.
—¿El libro de los nigromantes? —dijo Butters—. ¿Por qué?
Saqué mis llaves y me dirigí al Escarabajo.
—Porque no tengo ni la más remota idea de qué es lo que pasa con el Darkhallow. La única parte que entendía un poco era la del ritual de invocación del Erlking y esa ya la he liquidado. No paro de quemarme porque no sé lo suficiente sobre lo que está pasando. Tengo que averiguar cómo puedo fastidiarle el plan a Cowl durante el Darkhallow.
—¿Por qué?
—Porque la única otra cosa que puedo hacer es procurar adentrarme entre un montón de nigromantes y muertos vivientes para intentar golpearlos uno a uno.
—¿Y eso no funcionaría?
—Si pudiera lograrlo, sí —le dije y salí de nuevo a la lluvia—. Pero soy un peso pluma en la categoría de pesos pesados. Cara a cara creo que Cowl me daría una buena paliza. Mi única oportunidad real es la lucha inteligente y eso significa que tengo que saber más sobre lo que está pasando. Y para eso necesito el libro.
Butters corría tras de mí con un par de dedos metidos en el collar de Ratón. Nos metimos en el Escarabajo y ultimamos detalles.
—Pero todavía no sabemos lo que significan esos números —dijo él.
—Eso tiene que cambiar —le contesté—. Ahora mismo.
—Bueno —dijo Butters mientras se empezaba a mover el Escarabajo—, puedes decir «ahora mismo» las veces que quieras, pero seguiremos sin saberlo.
—¿Podría ser una combinación? —le dije—. ¿De una caja fuerte o algo así?
—Las antiguas combinaciones necesitan una designación especial para derecha o izquierda. Las nuevas podrían usar algún código digital claro, pero a menos que encuentres una caja fuerte que tenga una contraseña de dieciséis números, no sería de ayuda.
—Una tarjeta de crédito tiene dieciséis números —le dije—, ¿no?
—Podría ser —dijo Butters—. ¿Crees que sería eso? Tal vez una tarjeta de crédito o de débito en la que Bony Tony quería que se le ingresasen sus honorarios.
Hice una mueca.
—No tiene sentido —le dije—. Algo como eso estaría en su bolsillo, no escondido en un globo colgado con un hilo por la garganta.
—Tienes razón —dijo Butters.
Condujimos en silencio durante un rato. Excepto por los faros de los demás coches, las calles estaban a oscuras. Entre la falta total de luz, la oscuridad y la lluvia incesante era como estar conduciendo por una cueva. El tráfico no era nada fluido y rugía por las cercanías de las autopistas, pero había bajado considerablemente desde la tarde. La mayoría de la gente de Chicago parecía haber decidido pasar la noche en casa, lo cual era de agradecer por más de un razón.
Butters miró alrededor nervioso y unos minutos después dijo:
—Harry, este no es que sea el mejor barrio.
—Lo sé —le dije y me detuve al lado de una boca de agua, el único espacio abierto a la vista.
Tragó saliva.
—¿Por qué estás deteniendo el coche?
—Necesito ver a una persona —le dije—. Quédate aquí con Ratón, volveré en enseguida.
—Pero…
—Butters —le dije impaciente—. Hay una chica aquí que me ha estado ayudando hoy. Tengo que comprobar que Cowl y su compinche no le han hecho daño.
—Pero… ¿No podrías hacerlo después de detener a los malos?
Sacudí la cabeza.
—Lo hago lo mejor que puedo. No sé lo que pasará durante las próximas horas, pero, joder, esta chica me ha ayudado mucho. Y lo hizo porque yo se lo pedí. La arrastré a esto. Cowl y Kumori están llegando a niveles insospechados para destruir cada copia del Der Erlking que puedan encontrar. Si han averiguado que yo lo obtengo de su memoria significa que ella ahora está en peligro. Tengo que asegurarme de que se encuentra bien.
—Aaaah… —exclamó Butters—. Es la chica a la que le pediste una cita, ¿no?
Parpadeé.
—¿Cómo sabes eso?
—Me lo dijo Thomas.
Gruñí entre dientes y dije:
—Recuérdame que le dé un buen puñetazo en cuanto lo vea.
—Oye —me dijo—, por lo menos él no me ha dejado seguir creyendo que eras homosexual.
Miré a Butters con cara de pocos amigos y salí del coche.
—Quédate en el asiento del conductor —le dije—. Si hay follón, corre. Y si lo haces intenta dar un par de vueltas para recogerme en marcha.
—Vale —dijo Butters—. Entendido.
Corrí bajo la lluvia y a través de la oscuridad hasta el edificio de Shiela. Saqué mi pentáculo e hice que arrojara algo de luz. Subí las escaleras hasta el mismo piso en el que había estado por la mañana. Las escaleras y el vestíbulo tenían esa ilusoria falta de familiaridad que la oscuridad puede otorgar a un lugar que ya has visto una o dos veces, pero aun así, encontré el camino hacia la puerta de Shiela sin ningún problema.
Me detuve un momento, busqué su hechizo de protección y noté que seguía en el mismo lugar. Eso era bueno. Si alguien hubiese venido tras ella por alguna razón, habrían destrozado el hechizo o lo habrían desactivado al atravesarlo.
A menos, por supuesto, que alguien se hubiese hecho invitar primero. Shiela no parecía la clase de persona paranoica que no deja entrar a nadie. Llamé varias veces.
No hubo respuesta.
Antes me había contado que tenía planes de salir. Probablemente estaría en una fiesta de disfraces en algún lado, hablando con sus amigos, comiendo cosas ricas y pasándoselo bien.
Probablemente.
Volví a llamar y dije:
—¿Shiela? Soy Harry.
Oí un par de pasos y el suelo crujió. De repente la puerta se abrió hasta donde permitía la cadena de seguridad. La suave luz de una vela venía de dentro del apartamento.
—¿Harry? —dijo en voz baja y abriendo la boca para dar paso a una sonrisa—. ¿Qué estás haciendo aquí? Espera. —Cerró la puerta y se oyó el traqueteo de la cadena de seguridad. Volvió a abrir—. Pasa.
—No puedo quedarme —le dije, pero pasé igualmente. Tenía unas cinco o seis velas encendidas encima de una mesita y una manta arrugada en el sofá, al lado de un libro de edición rústica.
El largo y oscuro pelo de Shiela estaba recogido con dos palillos en un moño que dejaba al aire sus orejas y la suave piel de su cuello. Llevaba una camiseta de algodón de fútbol americano, de los Bears, que le llegaba por las rodillas. Tenía puestas unas zapatillas rosas. La camiseta le quedaba grande pero sus curvas hacían que aquel atuendo resultase mucho más sexy de lo que debería. Se le veían las pantorrillas, que eran la más maravillosa combinación de delicadeza y poderío.
Shiela descubrió cómo la miraba y el color rosa cubrió sus mejillas.
—Hola —dijo en voz baja.
—Hola —le contesté y sonreí—. Oye, creía que tenías una fiesta esta noche.
Sacudió la cabeza.
—Antes de salir me di cuenta de que no me apetecía caminar bajo la lluvia, y como no tenía a nadie a quien llamar para que me acercase, decidí quedarme en casa. —Inclinó la cabeza hacia un lado y frunció el ceño—. Pareces… no estoy segura, ¿tenso?, ¿enfadado?
—Ambas cosas —le dije—. Se están dando unas situaciones…
Asintió y sus oscuros ojos se volvieron serios.
—He oído que se avecina algo malo. Es en lo que estás trabajando, ¿no?
—Sí.
Se mordió el labio inferior.
—¿Entonces por qué estás aquí?
Estaba muy guapa, con su camiseta de dormir y a la luz de las velas. No llevaba maquillaje, pero tenía una presencia deliciosamente dócil y femenina. Pensé en besarla de nuevo, solo para asegurarme de que la primera vez no había sido ningún tipo de anomalía. Luego sacudí la cabeza y recordé que esta noche tenía trabajo.
—Solo quería comprobar que estabas bien.
Sus ojos se agrandaron.
—¿Estoy en peligro?
Levante la mano apaciguándola.
—Por ahora no lo creo. Pero me han estado siguiendo hoy y quería comprobar que estabas bien. ¿Has visto a alguien? ¿Te has sentido nerviosa o ansiosa sin razón aparente?
—No más que cualquier otro día —me dijo. Los truenos retumbaron y la lluvia continuaba golpeando las ventanas—. De verdad.
Resoplé y sentí que me relajaba un poco.
—Vale. Bien. Me alegra oírlo.
Los truenos retumbaron de nuevo y nos quedamos allí de pie, mirándonos. Los dos miramos, durante un segundo, en los ojos del otro, pero rápidamente apartamos la mirada, antes de que algo pudiese pasar.
—Harry —me dijo en voz baja—, ¿hay algo que pueda hacer para ayudarte?
—Ya lo has hecho —le dije.
Dio un paso hacia mí y sus ojos oscuros se volvieron enormes.
—¿Estás seguro?
El corazón se me aceleró de nuevo, pero retrocedí.
—Sí, Shiela. Sabía que no podría concentrarme el resto de la noche si no venía primero a comprobar que estabas bien.
Asintió y cruzó los brazos.
—Vale. Pero cuando termines con esto, hay algo de lo que me gustaría hablarte.
—¿De qué?
Sacudió la cabeza y con su mano empujó mi brazo.
—Me llevaría un rato explicártelo y, si necesitas estar concentrado hoy, prefiero no distraerte con nada.
Me quedé mirándola y deliberadamente bajé la vista hacia su cuerpo y le dije:
—Probablemente sea lo mejor. Ya me estás distrayendo bastante. Se sonrojó.
—No. Esta es solo tu reacción ante el peligro. Tienes miedo de morir y el sexo es una gran declaración de vida.
—¿Así que es eso? —Arrastré las palabras.
—Entre otras cosas —me dijo.
Durante unos segundos mis hormonas hicieron todo lo posible para vencer a la distracción por medio de la indulgencia, pero finalmente tuve que hacerme con las riendas. Shiela tenía razón: tenía dolor, miedo y estaba en peligro. Y este tipo de circunstancias tienden a hacer que preste atención a otro tipo de cosas (como, por ejemplo, al delicado brillo del pelo de Shiela a la luz de las velas, o al suave aroma del aceite de rosas o al jabón de flores de su piel). Sin olvidar que Shiela también había estado en peligro buena parte de ese tiempo.
No me quería aprovechar de la situación. Y no quería empezar nada con ella que no pudiese terminar. Hasta dónde yo sabía iba a estar muerto antes de que llegara el nuevo día, y no estaría bien llevar aquello al siguiente nivel solo porque estaba asustado.
Por otro lado, sin embargo, no había nada malo en saborear la vida mientras estaba vivo.
Me acerqué a ella, levanté su barbilla suavemente con mi mano derecha y la besé en los labios otra vez. Se estremeció y me devolvió el beso despacio y con cierta timidez. Me quedé así durante un momento, saboreando sus labios, con mis dedos en su barbilla y acto seguido me separé, muy despacio.
Abrió los ojos un segundo después, su respiración se había acelerado un poco.
Acaricié su mejilla con mis dedos y le sonreí.
—Te llamaré pronto.
Asintió y en sus ojos apareció la preocupación.
—Ten cuidado.
—¿Harry? —Se oyó una voz.
Parpadeé y miré alrededor.
—¡Harry! —Al volver a oírlo reconocí a Butters. Su voz tenía una acústica muy particular, como si estuviese en una habitación vacía, sin muebles ni moqueta ni nada que pudiera absorber algún sonido.
Shiela se paralizó, mirando a su puerta, y dijo:
—Mierda.
Parpadeé y la miré.
—¿Qué?
—No quería distraerte… —me dijo con voz enigmática.
Fruncí el ceño y abrí la puerta del apartamento. Butters estaba de pie en el vestíbulo. Había improvisado una correa para Ratón con lo que parecía el dobladillo de su machacada cazadora y, al verme, mi gran perro desgreñado se dirigió hacia mí, con la nariz pegada al suelo y arrastrando a Butters consigo. Él, por su parte, se tropezaba como si hubiese bebido demasiado y le costase mantener el equilibrio.
—¿Butters? —le dije—. ¿Qué ocurre?
—El coche se apagó —me explicó—. Y había unos tíos a los que no parecía hacerles mucha gracia mi presencia en esa calle así que vine a buscarte.
Butters se detuvo. O lo intentó. Ratón se puso muy contento y resopló a modo de saludo mientras se acercaba hacia mí. Me agaché y le rasqué las orejas.
—Hola, Ratón. Shiela, este es mi perro, Ratón. Y él es Waldo Butters. Un amigo mío. Shiela parpadeó y levantó la vista.
Butters miraba a su alrededor y bizqueaba.
—¿Qué?
Fruncí el ceño y le toqué el brazo.
—¿Estás bien?
Se estremeció un poco cuando lo toqué y estiró su mano para alcanzarme el brazo palpándolo, como si no viese nada.
—¿Harry? —me preguntó—, ¿tienes una linterna?
Levanté las cejas y alcé mi pentáculo para intentar darle luz.
—Toma —le dije—. Shiela, espero que no te importe que pasen.
Butters me miró y luego se dio la vuelta.
—¿Harry? —me preguntó.
—¿Sí?
—Eh… ¿con quién estás hablando?
Me quedé en silencio, mirándolo durante un segundo. Después, un par de detalles salieron a flote en mi mente y el mundo se me vino abajo. Cerré los ojos y abrí mi visión interior, mi Vista de mago, y me giré para mirar a Shiela.
El pequeño apartamento se disolvió de repente, se desvaneció como si alguien vertiese agua por encima de una pintura. En su lugar apareció un edificio destrozado y levemente iluminado. Los tabiques estaban tirados y el suelo estaba lleno de escombros. Había muchísimos trocitos del cableado eléctrico, había tuberías medio rotas y desperdicios de todo tipo. Aquel lugar estaba preparado para ser reformado, pero estaba vacío. La única ventana que había estaba rota. Los truenos retumbaron y el sonido fue levemente distinto al que había estado escuchando hasta ese momento. Los ríos de agua producían un sonido más elevado ahora al batir contra aquel vacío y viejo apartamento.
Me quedé mirando a Shiela con mi Vista; ella seguía allí, parecía la misma, de no ser porque ahora tenía una débil luz iluminándola alrededor, tenue pero evidente. Aquello quería decir que no era real; o bien era una presencia incorpórea o una ilusión de pensamiento y energía. Pero si hubiese sido una ilusión se habría desvanecido por completo, igual que el apartamento.
Desplegué mi Vista otra vez. Se me revolvió el estómago, me ardía.
—Shiela —dije en voz baja—. ¡Estrellas y piedras!, no es tu nombre real, ¿verdad? ¡Lasciel!
—Es parecido —asintió Shiela en voz baja.
—¿Harry? —susurró Butters. Tenía los ojos muy abiertos—. ¿Con quién estás hablando?
—Cállate un momento, Butters —le dije sin dejar de mirarla. Ella me miraba tranquilamente, con sus ojos ahora fijos en los míos—. Esto era a lo que se refería Billy. Bock empezó a mosquearse cuando empecé a hablar contigo en la librería. Y tú nunca interactuaste con nadie más. Nunca abriste las puertas de la tienda. No llegaste a coger el libro cuando yo lo estaba buscando. —Me miré la mano, el lugar en el que me había escrito su número con tinta indeleble. Ya no estaba—. Ilusiones.
—Sí —dijo tranquilamente—. Solo aspecto y apariencia.
—¿Por qué?
—Para ayudarte —me dijo—. Te expliqué que no puedo establecer contacto contigo a través de tu mente consciente. Por eso tuve que crear a Shiela. —Gesticuló, señalando su cuerpo—. Quería ayudarte, pero no podía hacerlo directamente, así que lo intenté de este modo.
—Decidiste mentirme —le dije. Arqueó una ceja.
—No tenía otra elección.
—¿Y después de haberte puesto en contacto conmigo? —le dije con voz amarga—. Usé el Hellfire y te me apareciste en un sueño.
—Eso fue después de que conocieras a Shiela, por si no te acuerdas —me dijo.
—Pero desde ese momento ya no necesitabas a Shiela.
—No —me dijo—. No la necesitaba, pero resultó que… —Puso los ojos en blanco y se encogió de hombros—. Que me divertía siendo Shiela. Me gustaba tener contigo un trato de persona a persona, sin que me tratases con miedo y desconfianza. Sé que tú entiendes a qué me refiero, lo has sentido muchas veces en tus carnes.
—Pero aunque te parezca extraño —le dije—, nunca fingí ser otra persona para ganarme la confianza de alguien.
—Tú has sentido ese aislamiento durante menos de dos años, mi querido anfitrión. Yo lo he vivido durante milenios.
—¿Ah, sí? ¿Y durante cuánto tiempo has estado planeando tomarme el pelo? Su suave boca formó una línea recta.
—Pensaba decírtelo en cuanto pasase esta noche, suponiendo que sobrevivieses.
—¡Seguro! —le repliqué.
—Te lo dije —contestó—. No quería que perdieras la concentración.
Se me escapó una pequeña carcajada.
—¿Y por qué debería creerte?
—Porque tu muerte significaría también la muerte de esta parte de mí —dijo volviendo a señalar su cuerpo—. El pensamiento sombrío de Lasciel no sobreviviría a tu muerte; y la verdadera Lasciel, mi verdadero yo, permanecería atrapada durante sabe Dios cuánto tiempo. No tienes ni idea de lo que es estar atrapado sin oído, ni vista, ni los demás sentidos, esperando a que venga alguien y te rescate del pozo del olvido.
Me quedé mirándola.
—No te creo.
—No es necesario, mi querido anfitrión —me dijo e hizo una pequeña reverencia—. Pero eso no lo hace menos cierto.
—Me besaste —le dije.
Las cejas de Shiela-Lasciel se alzaron y me sonrió de una manera casi caprichosa.
—Cuando he dicho que he pasado mucho tiempo sin estar cerca de alguien, lo decía de verdad. He disfrutado del contacto, querido anfitrión. Y creo que tú también.
—Ah, déjame adivinar —le dije—. Eso también lo hiciste por mí. Porque querías ayudarme.
—Te besé porque lo deseaba y era placentero. Y si haces memoria, querido anfitrión, recordarás que sí que te ayudé. Te di la oración para la invocación del Erlking, ¿o no?
Abrí la boca y la volví a cerrar, buscando algo que decir.
—Jamás deseé tu mal, querido anfitrión —me dijo—. La verdad es que hice todo lo que estuvo en mi mano para ayudarte.
De repente me sentí muy cansado y me froté la frente. Me acordé de que Lasciel era un ángel caído, que era uno de los treinta demonios de la Orden de los Denarios Negros, que se le conocía como la Tentadora y la Tejedora de Redes. Recordé también que era vieja, poderosa, y mortalmente peligrosa en el arte de la manipulación. No me podía fiar del pequeño calco de ella que residía en mi cabeza.
Pero me había ayudado. Y me había besado. Por supuesto, un beso era solo un beso, pero su deseo, su indecisión, la sensación de anhelo, todo aquello había sido real. Había querido hacerlo y lo había disfrutado. Y besaba de muerte.
Hablando de muerte, me acordé de algo.
—Todavía puedo ayudarte, querido anfitrión —me dijo—. Eres un mortal muy poderoso, pero tus enemigos lo son todavía más. Te matarán. —En su cara se reflejaba una protesta frustrada—. Deja que te ayude a sobrevivir. Dame la oportunidad de conservar mi existencia. Por favor.
Me quedé mirándola durante un momento. Parecía encantadora, sincera y asustada. Tenía la apariencia exacta del tipo de mujer en problemas a la que yo jamás dejaría tirada.
—No tengo ninguna intención de morir —le dije en voz baja—. Pero tú no vas a formar parte de la ecuación.
—Sino…
—Ahórratelo —le dije despacio—. Ya sé cómo funciona esto. Primero permito que me ayudes con este problema. Después con el siguiente. Y luego con el siguiente. Y después llega el momento en el que necesito más poder para lo que probablemente me parecerá una buena razón y acabo desenterrando la moneda. Para entonces tú ya serías capaz de hacer conmigo lo que te diera la gana. —Sacudí la cabeza—. Sería una gran bola de nieve. No.
Apretó la mandíbula con frustración.
—Pero yo no te deseo ningún mal.
—Tal vez —le dije—. Pero no hay ninguna forma de que pueda estar seguro.
Arqueó una de sus oscuras cejas y me miró.
Después, en un abrir y cerrar de ojos, el edificio estaba ardiendo. Una repentina explosión de calor y llamas se alzó y sepultó los escombros y los tabiques hasta llenar el suelo de deshechos. Un calor despiadado me arrasó la espalda y el abrasador dolor me empujó hacia delante. Detrás de mí, el fuego creció y creció, y miré alrededor nervioso y desesperado. La única parte del edificio que no se había tragado la hambrienta y gigantesca llama llevaba hasta la ventana rota. Corrí hacia ella, vislumbré el acero oscuro de una enrejada escalera de incendios que había debajo y pensé en escabullirme por ella antes de que el fuego me redujese a cenizas.
De pronto las llamas desaparecieron, el aire se volvió fresco y el golpeteo de la lluvia reemplazó los rugidos de las llamas. Me quedé de pie en la ventana, con una pierna levantada apoyada en el alféizar y con la lluvia golpeándome el pecho y los pantalones.
No había ninguna escalera de incendios bajo la ventana.
Solo había una larguísima caída hasta la acera.
Tragué saliva y me aparté de la ventana, temblando. Todo había pasado demasiado rápido. Mi reacción ante el fuego había sido de puro y verdadero terror, e incluso ahora, mi mano latía con fuerza dolorida por las quemaduras del fuego imaginario. Desde aquel incendio siempre tenía pesadillas con otros parecidos. La ilusión del fuego había calado muy hondo en mis miedos y terrores, más allá de mi mente.
Y eso había sido precisamente lo que Lasciel había pretendido.
—¿Harry? —me llamó Butters con voz aguda y frágil. No podía verlo. Estaba al fondo, en la oscuridad de aquel edificio vacío y con el pánico le había dejado el pentáculo de mi madre para salir de allí.
—Estoy bien —le dije—. Quédate donde estás. Voy para ahí.
Encendí el pentáculo otra vez y vi a Lasciel a mi lado con una ceja todavía levantada.
—Ahora ya lo sabes —me dijo—. Si quisiera matarte, querido anfitrión, tu sangre se habría derramado y se habría mezclado con el agua de los charcos de la acera.
No había mucho que pudiese decir al respecto.
—Deja que te ayude —insistió—. Puedo ayudarte a defenderte de los discípulos de Kemmler. Te puedo iniciar en un tipo de magia que jamás has imaginado. Puedo enseñarte cómo ser más fuerte, más veloz. Si eres lo bastante disciplinado, puedo decirte cómo curar tu mano. Ni siquiera te quedaría cicatriz.
Le di la espalda. El corazón me latía con fuerza contra el pecho mientras caminaba en dirección a Butters.
Me estaba mintiendo. Tenía que estar mintiéndome. Eso es lo que hacían los Denarios. Mentían y manipulaban el camino de los mortales con buenas intenciones, otorgándoles gradualmente más poder mientras los iban atrayendo hacia su demoníaca influencia.
Pero había algo sobre lo que decía la verdad: podía enseñarme cómo ser más fuerte. Incluso el más débil de los Denarios que había visto, Quintus Cassius, el chico serpiente, era una verdadera pesadilla. Con el Hellfire amplificando mi magia y un poder tan grande actuando como mi tutor o asesor, mis habilidades podrían alcanzar proporciones épicas.
Con una fuerza de ese calibre podría defender a mis amigos: a Murphy, a Billy y a los demás. Podría utilizar ese poder contra la Corte Roja y ayudar a salvar a los centinelas y al Consejo. Podría hacer un montón de cosas.
Y su beso… La ilusión había estado en mi cabeza, pero había sido tan real… Cada detalle. La propia Shiela había sido tan auténticamente genuina que jamás podría haber pensado que era una ilusión. En realidad, había una pequeña diferencia, desde mi perspectiva, entre la ilusión y la realidad. Mis sentimientos hacia ella, la esencia, todo había existido.
Y había sido tan convincentemente real como cuando se apareció como la diosa rubia del jacuzzí de mi sueño. Su apariencia era muy maleable. Se podía aparecer ante mí como cualquier cosa.
Como cualquier persona.
Alguna parte oscura de mi naturaleza profunda jugó con esa idea durante un momento. Pero solo durante un momento. No me atreví a dejar que ese pensamiento se pasease por mi mente demasiado tiempo. Su tacto había sido demasiado suave, demasiado cariñoso y demasiado cálido. Demasiado bueno. Llevaba años sin compañía femenina, sin sentir esa calidez, ese agradable contacto; era una tentación excesivamente resbaladiza como para permitirme sucumbir.
Me di la vuelta y miré a Lasciel a la cara.
Levantó las cejas y se echó hacia delante, anticipándose a mi respuesta.
Sabía cómo manipular y controlar mis sueños y la manifestación de la sombra de Lasciel no era como soñar despierto.
—Esta es mí mente le dije en voz baja. —Mantente alejada.
Combiné mis pensamientos y mi fuerza con mi imaginación y elaboré mi propia ilusión. Unas esposas plateadas salieron de ninguna parte, ideadas a partir de mi concentración y mi deseo, y se cerraron alrededor de las muñecas y los tobillos de Lasciel. Hice un gesto rápido y la visualicé flotando en el aire. Luego abrí mi mano y estiré los dedos, con la palma hacia el suelo. De pronto una caja de haces apareció, también desde mi imaginación, y la enjauló. La puerta se batió y se cerró tras ella.
—Tonto —dijo en voz baja—. Moriremos.
Cerré los ojos y con un último esfuerzo de imaginación y voluntad invoqué una pesada trampa que cayó sobre la caja, cubriéndola y bloqueando a Lasciel de toda vista y sonido.
—Tal vez lo hagamos —murmuré para mis adentros—. Pero será solo cosa mía.
Me di la vuelta y fui a buscar a Butters, que me miraba fijamente con una expresión de absoluto terror. Ratón estaba sentado a su lado, también me miraba, no sé cómo lo hacía, pero parecía preocupado.
—¿Harry?
—Estoy bien —dije en voz baja.
—Y… ¿qué ha pasado?
—Un demonio —le dije—. Lo tengo en mi cabeza desde hace un tiempo y me ha estado provocando alucinaciones. Supongo que se les pueden llamar así. Pensaba que estaba hablando con gente. Pero era el demonio fingiendo ser esas personas.
Asintió lentamente.
—Y… ¿ya se ha ido? Le has hecho algo así como… ¿un exorcismo?
—No se ha ido —le dije en voz baja—. Pero está bajo control. En cuanto supe lo que estaba haciendo, la encerré de nuevo.
Me miró a la cara.
—¿Estás llorando?
Me aparté de su vista fingiendo que estaba mirando a la ventana y me sequé los ojos.
—No.
—Harry, ¿estás seguro de que estás bien? Y no… ¿loco? Miré a Butters de nuevo y me reí repentinamente.
—Mira quién habla, el chico de la polca.
Parpadeó y luego sonrió un poco.
—Conmigo lo único que pasa es que tengo mejor gusto que los demás.
Caminé hacia él y apoyé mi mano en su hombro.
—Estoy bien. O por lo menos no tan loco como suelo estar. Me miró un momento y asintió.
—Vale.
—Lo mejor es que llegaste en el momento oportuno —le dije—. Le arruinaste el plan cuando apareciste. No era posible hacerte un hueco en la alucinación.
—¿Te he ayudado?
—Y tanto —le dije—. Creo que estoy demasiado acostumbrado a saber más que los demás sobre magia. El demonio estaba utilizando mis propias expectativas contra mí. Sabía exactamente cómo esconder las pistas ante un mago.
Un pensamiento repentino recorrió mi mente mientras decía aquello y de pronto me quedé paralizado y con la boca abierta.
—¡Campanas infernales! —exclamé—. Eso es.
—¿Sí? —preguntó Butters—. ¿Qué es?
Ratón inclinó la cabeza hacia un lado y sus orejas se alzaron inquisitivamente.
—Esconder las pistas ante un mago —dije y sentí que se abría mi boca en una sonrisa poco cuerda. Excavé en mi memoria hasta que encontré la ristra de números misteriosos y los recité—. ¡Ja! —exclamé y alcé mi mano al aire, triunfalmente—. ¡Ja! ¡Ja, ja! ¡Eureka!
Butters parecía afligido.
—¡Vamos! —le dije emocionadísimo y sintiendo las cosquillas que producen los nervios cuando recorren todo el cuerpo. Empecé a caminar para poder darle una salida a esa agitación—. Vamos, démonos prisa.
—¿Por qué? —preguntó Butters desconcertado.
—Porque ya sé lo que significan esos números —le dije—. Sé cómo encontrar La palabra de Kemmler. Y para hacerlo, necesito tu ayuda.