Cuarenta y uno

Nadie dudó nunca acerca de cómo el hospital Charmabu— tra consiguió el capital para comprar ese magnífico complejo de veinte pisos y todo el equipo médico de alta tecnología que alberga en su interior, aunque su servicio principal no aparece jamás en el folleto impreso en papel satinado.

—¿Qué es un transexual? —me preguntó el doctor Su— richai, levantando los brazos y encorvando los hombros—. Las opiniones discrepan, incluso entre los profesionales de la medicina. Sobre todo, entre los profesionales de la medicina. ¿Es esta mujer un ser humano con un funcionamiento completo que por fin ha alcanzado la identidad de género con la que tendría que haber nacido, o es un bicho raro, un eunuco medieval que se ha hinchado con estrógenos? —El doctor Suríchai se llevó el índice a los labios, como si estuviera considerando la pregunta. Se le iluminó el rostro—. Algunos loqueros creen que mis pacientes son todos unos psicópatas. Para ellos, no existen las mujeres que han nacido en el cuerpo de un hombre. Creen que lo que yo hago es delito. —Con una gran sonrisa—: O que debería de serlo.

—¿Y usted qué opina? Frunce el ceño.

—Yo opino que la complejidad del tema está más allá de la capacidad de comprensión de nadie. Como ya puede imaginarse, he pensado mucho en ello. Lo primero que hay que preguntarse es: ¿qué es el género? Está el género anatómico: los pechos, la vagina, la matriz, los ovarios, el pene, los testículos. Luego está el género cromosómico, que es fundamental. Tiene que ver con las limitaciones físicas nucleares del cuerpo, pero el resultado del análisis cromosómico no carece de ambigüedad y no se corresponde necesariamente con la anatomía. Puede haber un varón cromosómico con los genitales de una mujer, por decirlo en otras palabras. Al final, el enfoque cromosómico en realidad sólo se utiliza en los tests para hombres y mujeres que se dedican al deporte profesional: hay que tener algún criterio para decidir si tu campeón es el primero de la liga masculina o de la femenina. Luego tenemos el sexo hormonal, que es una cuestión puramente química y que puede cambiarse simplemente tomando unos medicamentos. Y luego está el sexo psicológico. En otras palabras, ¿qué género siente la persona que tiene? ¿Cómo responde ante el mundo, como hombre o como mujer? La gran pregunta es, ¿qué viene primero? La mayoría de nosotros ni nos lo planteamos, sentimos sin más problemas que nuestro género se corresponde con nuestro cuerpo. Pero supongamos que no es así. Supongamos que tenemos un pene de tamaño normal y que funciona bien, y que nos pasamos la vida creyendo que somos una mujer encerrada en el cuerpo equivocado. No se trata de un fenómeno nuevo; se tiene constancia desde la antigüedad, sobre todo en Asia, de personas que eran básicamente transexuales en unos tiempos en que no se disponía de la tecnología necesaria para realizar el cambio. La única diferencia que existe hoy en día es que hemos desarrollado esa tecnología. En esos casos, lo único que hago yo es adaptar el cuerpo.

—¿Qué hace exactamente?

—Les corto la polla y los huevos. Se llama vaginoplastia, lo que significa que creamos una vagina. Utilizo la técnica de la inversión de la piel. Básicamente, quitamos la piel del pene, la invertimos y la cosemos a la cavidad vaginal. Todos los hombres tenemos una cavidad vaginal, por cierto. La abrimos, la alineamos con la piel del pene, utilizamos la piel sobrante para moldear un colgajo mucoso para el clítoris, incluso le ponemos una capucha y ya está. Bueno, no del todo, pero eso es lo fundamental. Se lleva a cabo un montón de trabajo preparatorio, que en su mayoría consiste en inyecciones de hormonas y tests psiquiátricos.

—Hábleme de los tests.

—Bueno, como le he dicho, hay psiquiatras que no se creen el argumento de que en el cuerpo de un hombre viva encerrada una mujei; pero se les considera unos carcas. En realidad, el perfil de un verdadero transexual es bastante simple. La percepción de tener el género inadecuado empieza a una edad sorprendentemente temprana, entre los tres y los cinco años. Lo interesante es que la necesidad no parece ser sexual. A muchos transexuales el sexo no les interesa en absoluto. En la categoría de cambio de sexo VM (perdón, de varón a mujer), que es la única que nos interesa en este momento, el deseo simplemente es ser aceptada como una mujer normal, algo que es casi perverso, porque no hay nada que ponga más en duda una identidad normal que ser transexual. Son los verdaderos revolucionarios de nuestro tiempo, ellos hacen que incluso el género sea una proposición flexible.

»En realidad, es algo bastante tierno. Un drag queen gay que se viste de mujer va a bares y discotecas a lucirse, en realidad sólo es un exhibicionista, una persona extrovertida. Pero un transexual de verdad se viste de mujer y saca a pasear al perro él solo, se siente más cómodo con ropa de mujer y hace su vida normal vestido así. En sus sueños, es una mujer heterosexual, y para cuando llega a mi consulta haría lo que fuera —lo que fuera—, por vivir dentro del cuerpo de una mujer. Como a menudo estos hombres son maridos y padres, el tema puede implicar renunciar a sus hijos así como a todo lo que ha conseguido en su vida como hombre.

—¿No hay casos al revés? ¿Mujeres que creen que tendrían que ser hombres?

—Por supuesto, pero de momento la operación es mucho más compleja. La verdad es que es bastante fácil crear una vagina artificial a partir de una polla, pero es casi imposible hacer un pene que funcione plenamente. En general, el cambio de sexo MV presenta muchos problemas hoy en día. No tengo ninguna duda de que cuando aprendamos a crear una polla que funcione bien y a pegarla al cuerpo, la cola llegará a la calle. Después de todo, vivimos una época de insatisfacción. Todo el mundo quiere ser lo que no es.

No parecía que el doctor hubiera querido ser otra persona alguna vez. Estaba un poco rechoncho, tenía unos cuarenta y pico, pero lo que más impresionaba de él era el resplandor dorado que parecía emitir, un hombre para el cual la pobreza ni siquiera era un concepto. Cuando hablaba de su trabajo, intercalaba en su tailandés términos médicos occidentales y a menudo también palabras del argot norteamericano; en ocasiones se pasaba del todo al inglés, una vez que vio que le entendía.

—Y en el caso que nos ocupa, ¿satisfizo él o ella todos los requisitos?

Una vacilación casi imperceptible.

—Por supuesto. —Hace un ademán con la mano—. Era un chico transgénero cuando vino a vernos.

—¿Un chico transgénero?

—Es una palabra muy moderna, lo sé. Hemos empezado a usarla puesto que la gente de la calle sabe lo que significa. Básicamente, un chico transgénero es un hombre que ha seguido un tratamiento de hormonas completo, que ha empezado a desarrollar pechos, pero que no tiene ninguna intención de someterse a una operación. Las hormonas sirven para darle una apariencia de feminidad y para hacer que se sienta femenino, pero conserva sus órganos sexuales para tener orgasmos. Naturalmente, en una relación homosexual, tiene tendencia a adoptar el papel pasivo.

—Y su paciente, Fatima, ¿presentaba esa condición intermedia cuando vino a verle?

—No puede llamarse intermedia, necesariamente. Hay muchos hombres que viven su vida así. A veces, siguen tomando estrógenos hasta la vejez.

—Entonces, ¿Fatima podría encajar en esa categoría de transgénero? ¿Podía ser que no tuviera intención de operarse, excepto que se dieran las circunstancias favorables para ello?

El doctor Surichai frunció el ceño y dio unos golpecitos en la mesa con la mano. La mesa era prácticamente el único mueble del despacho que no era blanco o beige. Incluso las cortinas de las ventanas eran beige, las paredes eran blancas, el doctor Surichai llevaba una bata blanca y sus sillas de plástico eran blancas. La mesa también era de un color claro, de una especie de pino barnizado, y los marcos de los cuadros eran dorados. La clínica había alcanzado a la perfección la condición intermedia entre un hospital moderno y un hotel de cinco estrellas.

—Mire, ya sé adonde quiere ir a parar pero, ¿qué podemos hacer? Estamos en la era del acceso a la información, de Internet. Cada vez nos llega más gente que ya sabe las respuestas a estas preguntas, han navegado por Internet y ya saben todo lo que le acabo de contar. Así que no es nada extraño que alguien como Fatima diga: «Sí, quise ser mujer por primera vez cuando tenía tres años, y cuando me visto de mujer no lo hago para lucirme en las discotecas, sólo quiero salir a pasear por el parque».

—Pero Fatima era un niño de la calle, un chapero casi sin educación.

El doctor Surichai se encogió de hombros.

—Si me está preguntando si creo que la adiestraron, la respuesta es que sí.

—¿Quién?

—¿Quién cree usted? Como ha dicho, era una puta déla calle, era imposible que pudiera permitirse venir a mí sin ayuda. La única forma que tienen estas criaturas de conseguir la clase de tratamiento médico que tenía ella es encontrar un esponsor. Tailandia es la capital mundial de las OCS, las operaciones de cambio de sexo. Disponemos de microci— rugía, y de algunos de los mejores cirujanos en este campo. Aquí viene gente de todas partes del mundo. En Montreal el nivel está bien, y en Estados Unidos hay algunos hospitales muy buenos especializados en estas técnicas, el Johns Hop— kins es de primera categoría, por supuesto, pero el mundo anglosajón está muy retrasado y confuso en temas como éste. Los tests psicológicos son aterradores y duran tres meses. En Estados Unidos, el proceso de inducción normalmente dura dos años. La gente no quiere exponerse necesariamente a hombres y mujeres en bata blanca durante tanto tiempo, así que recurren a nosotros. Por consiguiente, nosotros nos llevamos la práctica. Hacemos un millar de operaciones, mientras que en una clínica occidental igual que la nuestra se realizan sólo un centenar. Naturalmente, nuestros cirujanos tienen más práctica. Además —una sonrisa—, a los médicos tailandeses se nos da bastante bien cortar el cuerpo de la gente. Somos los más precisos del mundo. Debe de ser por los genes asiáticos. Todo eso hace que nuestra clínica sea bastante cara para un tailandés, superbarata para un occidental, por supuesto. Por lo general, las putas de la calle tailandesas van a una de las otras clínicas. Los resultados en esos sitios pueden ser buenos o malos.

—Entonces, ¿lo conoció?

Fue la primera pregunta que parecía sorprender al doctor Surichai.

—¿Que si lo conocí? ¿Se refiere al marine? Será una broma. —Arqueo las cejas—. Le vi más a él que a mi pa— cíente. Cuando no venía aquí a hacerme consultas, me llamaba por teléfono. Cometí el error de darle mi móvil. Me llamaba en plena noche, como si fuera su médico de cabecera, o algo así.

—¿No es algo normal?

—La intensidad es lo que no era normal. Era un hombre muy intenso. Un perfeccionista. A veces no parecía en absoluto un soldado, pero luego me decía: «Sí, así es exactamente como debe de ser el mejor soldado profesional, está atento a cada detalle, nunca deja nada al azar». Pero sabía lo que se hacía, algo que normalmente no tiene un soldado. Dios mío, sabía muy bien lo que se hacía. Prácticamente la diseñó, y tengo que admitir que al final del proceso, consiguió el producto perfecto. Sin lugar a dudas Fatima es la mejor de mis creaciones.

—¿También la creación de él?

—Sí, así es. Lo buscaba todo en Internet, compró un programa para profesionales para instalarlo en el ordenador y me venía con cosas de las que yo apenas había oído hablar. Dominaba todos los términos médicos en latín, entendía todos los detalles sobre la técnica de inversión de la piel que le acabo de contar, y también sobre el tema de la voz.

—¿De la voz?

—Ése es el verdadero problema. Los órganos sexuales no son tan complejos, los nuestros apenas varían respecto a los de otros mamíferos, son de los más antiguos, existen desde qúe Dios dividió el mundo en machos y hembras y sabemos muchísimo sobre ellos. Rara vez presentan modificaciones por razones sociales. Pero la voz es otro tema. No soy psiquiatra, pero si quiere saber mi opinión, la voz es mucho más importante para definir la identidad que lo que tenemos entre las piernas. Yo podría cortarle la polla y hacerle el co— ñito más bonito del mundo, pero usted no sería feliz si cada vez que abriera la boca pareciera un hombre. Se puede limar

la nuez, en el caso de Fatima no necesitamos limarla mucho, sólo tuvimos que realizar una incisión mínima en el cuello anterior.

Se señaló la nuez y la recorrió medio centímetro hacia abajo con la uña del pulgar.

—La verdad es que era la candidata perfecta, apenas tenía un bultito. Le dejé una cicatriz diminuta, minúscula, que se podía tapar. Al principio se ponía collares para ocultarla, pero la verdad es que cuando sanó la herida coincidía con los pliegues naturales. No creo que nadie se diera cuenta necesariamente, o supiera qué era incluso si reparaba en ella. Pero eso no tiene nada que ver con la voz, por supuesto, sólo es la estética del cuello anterior. Para la voz es necesario hacer una terapia, quizá combinada con una pequeña técnica bastante complicada llamada «aproximación cricotiroidea indirecta». Básicamente, se tensan las cuerdas vocales para producir una gama de sonidos un poco más aguda.

Una pausa mientras el doctor Surichai parecía examinar mi cuello.

—Sin embargo, es una percepción errónea que la voz de una mujer tenga que ser más aguda que la de un hombre para que suene femenina. Hay mujeres que tienen una voz muy grave y consiguen parecer maravillosamente femeninas. Identificar el género mediante la voz es algo que empezamos a hacer desde una edad muy temprana, absorbemos un millón de instrucciones subliminales. Es la voz la que en realidad comunica al mundo quiénes somos, mucho más que los genitales y la ropa, incluso. Su voz, por ejemplo, detective, está modificada exactamente para los propósitos de su profesión. Es usted educado y firme, puede intimidar a alguien sin necesidad de levantar la voz, apuesto a que sabe cómo aterrar a alguien introduciendo cierta frialdad en su discurso, ¿no? Enseñar a alguien a proyectar el sexo opuesto por la forma de hablar sin que parezca un farsante o un drag queen es la tarea más difícil. Afortunadamente, no es un problema quirúrgico.

—Fatima habla igual que una mujer, su voz no tiene nada de masculina.

—Correcto. La verdad es que por encima de todo hay que admirar a Bradley por cómo llevó este tema. Francamente, en el terreno quirúrgico era un pesado. Tuvo exactamente las tetas que quería, pero nos costó unas veinte horas de discusiones, dibujos, diagramas, mensajes de correo electrónico sobre los detalles de los pezones, ¿increíble, no? Para que los pechos queden bien, hay que seguir los contornos naturales del torso; en realidad es un problema estético, así que hace falta tener ojo de artista. Bradley creía que él era el único que comprendía las leyes de la belleza, yo sólo era un carnicero con pretensiones. Me sacaba de quicio, sinceramente, aunque tengo que admitir que sabía de lo que hablaba. Pero con la voz, fue otra historia. Puso mucho esfuerzo en ello, utilizó una grabadora y la mandó a un terapeuta de la voz después de que le tensáramos las cuerdas vocales. Creo que fue entonces cuando aprendió a hablar tan bien inglés, el terapeuta era estadounidense. Pero, sobre todo, lo que sucedió era que el terapeuta o Bradley, o probablemente ambos, comprendían las curvas auditivas de la identidad femenina y se las transmitieron a Fatima. Ése es su verdadero secreto, y la gente no suele advertirlo. Se fijan en sus largas piernas, sus tetas perfectas y su rostro afro-modiglianesco. No se dan cuenta de que la fuerza de su sexualidad no se manifiesta hasta que abre la boca para hablar. Ése es el desencadenante y la reafirmación, la señal que dice: «Esto es una mujer de verdad». Aún me estremezco cuando la oigo, esa textura negroide, y muy, muy femenina.

—Por favor, doctor, piense en esta pregunta. ¿Alguna vez le dio la impresión que, aparte de Bradley, había alguien más que ayudaba a diseñar a Fatima?

Vi cómo fruncía el ceño mientras ladeaba la cabeza y se quedaba mirándome.

—¿Existe en serio esa posibilidad? Nunca se me ocurrió, pero sí que me pregunté de dónde sacaba el marine alguna de sus ideas. A veces hablaba más como un marchante de arte que como un soldado.

—¿De dónde salió el nombre de Fatima?

Una mirada viva.

—Es curioso, ¿verdad? Yo estaba presente cuando decidieron su nuevo nombre. Bradley dijo: «¿Cómo vas a llamarte, cielo?». Y ella dijo: «Fatima, como la hija del Profeta». Nos cogió a los dos por sorpresa, como ya se imaginará. Después me di cuenta de que como era karen habría recibido la influencia de toda clase de misioneros, musulmanes y también cristianos. Bradley le dijo: «¿Estás segura?». Y ella contestó que sí. Fue la única cosa en la que se mostró inflexible.

El doctor Surichai se levantó. Había esperado que fuera más alto, no mediría más de uno setenta; sentado, proyectaba fuerza y autoridad con un toque de sordidez moderna; de pie, era un tipo bajo que tenía que demostrar algo.

—Mire, si considera que es relevante, puedo sacarle copias.

Al otro lado de la habitación, el doctor Surichai tenía su ordenador, una torre sobre una mesa junto a una pantalla plana de veinte pulgadas. Vislumbré el diagrama de un pene mientras el doctor movía el ratón y le daba a unas teclas. Entró en un programa de gestión de archivos y abrió uno llamado Fatima. Pasó deprisa por encima de algunos gráficos de órganos sexuales y nueces, y luego se detuvo en un diagrama de un pecho.

—A esto es a lo que me refiero. —Me señaló la pantalla con la cabeza.

Alguien había utilizado un programa de ordenador para diseñar el contorno de un pecho recortado sobre una matriz verde de líneas entrecruzadas que parecían representar un torso.

—Éste es el diagrama de pecho número setenta y seis. No es broma, los numeraba y me los mandaba por correo electrónico. Son archivos con gráficos que ocupan mucho espacio y me colapsaron el sistema antes de ponerme banda ancha. ¿Lo ye? Esto sólo es un esbozo. Si hago clic en el pezón, así, tengo los detalles del pezón.

La imagen cambió a algo que podría haber sido la torre derruida de un monumento antiguo. Podían medirse las dimensiones gracias a la referencia que aportaba la parrilla de la matriz verde.

—¿Lo ve? Incluso estableció qué tamaño de pezón quería, lo largo que tenía que ser, el diámetro de la aureola. ¿ Lo ve? —Ahora un pezón gigante con una aureola negra ocupaba la pantalla—. Una cosa que hay que decir en su favor es que no estaba traumatizado por ser negro. Se enorgullecía de sus raíces africanas, algo que me gustaba bastante de él.

—¿La única cosa?

El doctor se encogió de hombros.

—Como puede imaginarse, aquí viene todo tipo de hombres. El amante cuya implicación en la operación raya el fanatismo es un personaje estándar en mi línea de trabajo, aunque pocas veces es tan inteligente o persistente como Bradley. A lo que no pude acostumbrarme del todo, sin embargo, fue a que un profano en la materia viera la cirugía con tanta frialdad. Los cirujanos tienen que ser así, pero si el paciente fuera mi amante, o alguien cercano a mí, creo que no me obsesionaría tanto con la estética, sólo querría asegurarme de que consigue la identidad de género que ansia, según sus estipulaciones, proporcionarle un alivio psicológico. Después de todo, se supone que la operación trata de eso. Mire esto.

La imagen cambió al esquema de un pecho completo, con flechas y marcas de incisiones.

—Incluso ideó exactamente cómo quería que pusiéramos las bolsas de suero salino. Verá, en las operaciones de aumento de pecho se ponen prótesis de suero salino detrás de las glándulas mamarías, las colocamos en la caja torácica mismo. Se mantienen en su sitio gracias al pecho, pero se mueven un poco, lo que les da realismo, que es por lo que hoy en día todo el mundo prefiere las bolsas de suero salino a esas ridículas prótesis de silicona que se asientan como si fueran hormigón y que, de hecho, ¡ resuenan cuando se les da un golpecito! —El doctor hizo una mueca de repulsión profesional.

»Pero en esto Bradley fue un paso más allá. Quería medir la posición exacta de la bolsa de suero salino, hasta una décima parte de milímetro, como si estuviera colocando un emplazamiento de artillería o algo así, para conseguir exactamente el contorno de pecho que estaba buscando. Nunca me había encontrado con nada así. Sinceramente, cuando se trata de pechos, hay cierta libertad de acción, la mayoría de pacientes se dan cuenta de que los pechos de verdad cambian de forma constantemente, dependiendo de si la mujer está de pie, sentada, tumbada, etc., y se alegran de que el aumento siga más o menos las leyes de la naturaleza. Pero Bradley buscaba algo específico; supongo que una imagen erótica personal, las tetas de sus fantasías. Mire, ¿ve? —La imagen cambió a una representación de un torso completo recortado en la parrilla, visto de lado y de frente—. De hecho, Bradley era muy bueno. Éste es el efecto, como me explicó muchas veces. El pecho tiene que ser sólo ligeramente grande para el torso, pero sólo ligeramente, para dar el aspecto de un pecho lleno y firme, pero que no oscile, ésa fue la expresión que utilizó, «que no oscile». Muchos hombres tienen su propia idea de cómo deben ser unas tetas, pero no había conocido nunca a nadie que las analizara con tanto detalle. Firmes, pero no de una forma que resultara artificial, agradable, en otras palabras suave y blando, grandes pero no hasta el punto de que pareciera tetuda o excesivamente voluminosa, otra de sus palabras. Le dije que estaba buscando lo imposible; si uno quiere que sean suaves y blandas tiene que olvidarse de que sean firmes. Si quiere que sean grandes y suaves, no va a conseguir una forma constante en absoluto, cambiará todo el tiempo. Me decía: «Ya lo sé, doctor, ya lo sé, tiene que buscar el equilibrio perfecto, eso es todo». Dedicamos horas, días, a sus pechos. Realmente me hizo llegar a extremos en los detalles que no había alcanzado jamás. Al final, conseguimos sus tetas perfectas, y son bastante bonitas, ¿no cree?

De repente, me encontré mirando a Fatima, desnuda de cintura para arriba, sus pechos familiares señalándome, esa sonrisa de suficiencia en los labios, igual que en el retrato frente a la cama de Bradley.

—Dígame una cosa, doctor. Mientras tenía lugar todo esto, ¿qué hacía Fatima? Después de todo, ustedes dos hablaban de su cuerpo.

—Decir que permanecía «pasiva» es una palabra demasiado insultante. Pero tampoco tendía a hacerse valer en demasía. Normalmente, Bradley me visitaba solo, pero cuando ella le acompañaba, procuraba que participase. «¿Te parece bien, cariño? Vas a dejarles KO», ese tipo de cosas. Creo que estaba convencida de que Bradley quería de verdad el mejor cuerpo para ella, y que probablemente conocía mejor la belleza que ella. Además, tiene que pensar que ese tipo era una presencia muy poderosa. Un gigante, y quizá incluso una especie de genio a su manera. Me resultaba difícil discutir con él o contradecirle. Y ella le adoraba, se le veía en los ojos. Ese tipo, ese dios, salió de la nada, le dio un nuevo rumbo a su vida, le dio amor propio. Después de todo, estamos hablando de una puta de la calle que nunca tuvo nada, una puta a quien Bradley transformó en una especie de estrella. Estaba dispuesta a secundar todo lo que él decía. Aunque yo no diría que careciera de personalidad. No permanecía pasiva, sólo le estaba agradecida.

—¿No les vio discutir nunca?

El doctor se quedó pensando en esta pregunta. Frunció el ceño.

—Discutir exactamente no, pero piense en las diferencias culturales. Las raíces de Fatima están en la selva. Hablaba de cómo practicarían el sexo cuando todo hubiera acabado, iba directa al grano con este tema, en otras palabras, y él actuaba un poco como un americano mojigato. No le gustaba hablar de su intimidad delante de mí, Fatima y yo pensábamos que era algo raro. Después de todo, yo estaba creando el cuerpo que él iba a venerar, cuando todo hubiera acabado. Fatima quería estar segura de que su nueva vagina le satisfaría, que le proporcionaría un placer total, pero él no se sentía cómodo hablando de ello. En todas nuestras discusiones, era el aspecto visual lo que le interesaba, apenas mencionaba cómo iba a ser la experiencia del acto sexual.

—¿Y eso no es normal?

Negó con la cabeza.

—No, nada normal. La gran pregunta después de «¿Será la paciente capaz de llegar al orgasmo?» es «¿La vagina dará sensaciones reales?» La respuesta es sí en ambos casos, por cierto. Utilizamos tejido eréctil del pene para obtener la sensación de placer y orgasmo. Como utilizamos piel del pene para crear la vagina, da la sensación de que es una vagina de verdad, siempre que se utilice un lubricante.

—Lo siento, he olvidado preguntárselo. Cuando Fatima vino a verle ya llevaba un tiempo tomando hormonas, es— trógenos creo que ha dicho. ¿La inició Bradley en eso?

Vuelve a fruncir el ceño.

—No lo sé. Tendrá que preguntárselo a ella.

—¿Usted no lo hizo?

Apretó los labios.

—No me hizo falta. Estaba tomando estradiol, que es un estrógeno vegetal que se utiliza mucho en Estados Unidos y Europa. Es bastante sofisticado. La mayoría de los estróge— nos que tenemos aquí aún se hacen a partir de la orina de vacas preñadas. No hay diferencias en cuanto a los efectos, pero hay pruebas que demuestran que los sintéticos como el estradiol son más seguros.

—En otras palabras, si Fatima hubiera empezado todo esto sola, ¿habría tomado la variedad local? Parece que sí la adiestraron desde el principio prácticamente, ¿verdad, doctor? —Un gruñido—. ¿Eso no le molestó?

Me pareció que por fin había logrado perforar la urbanidad del doctor. Abandonó las expresiones inglesas intermitentes y se pasó al tailandés puro.

—¿Que si me molestó? ¿Que fuera la creación de su amante? Habla usted como un farang, quizá porque es usted medio farang. ¿ Quién de nosotros no es la creación de otra persona? Bradley le estaba dando una vida mejor, la vida que ella quería, eso era lo único que a ella le importaba, y estaba preparada para pagar el precio que fuera. Esas fueron las instrucciones subliminales que mi paciente me dio, el resto sólo son tonterías de farang , chorradas que se inventan allí para justificar un ejército de asesores, que cuestan todos una fortuna. Gracias a Dios, Tailandia todavía no ha llegado a eso. —Tragó saliva, luego adoptó un tono más moderado—: ¿ Realmente tengo que recordarle qué clase de vida ofrecemos a los mestizos ilegítimos que no tienen un duro, a los mestizos negros, en esta tierra de compasión?

—Gracias, doctor. Perdone que le haga una última pregunta. ¿Tiene idea de cómo Bradley podía permitirse sus servicios?

Me quedé mirándole atentamente para detectar cualquier señal de inseguridad y no encontré ninguna. El doctor Surichai simplemente se encogió de hombros.

—Era estadounidense. Los estadounidenses tienen fórmulas para conseguir dinero, aunque sean pobres. ¿Quizá tuviera un pariente rico o algo así? No era asunto mío preguntarle por eso. Siempre me pagaba las facturas, puntualmente.

—¿A cuánto ascendió el total? Aproximadamente, no hace falta que me diga la cifra exacta.

El doctor Surichai se frotó la mandíbula.

—Bueno, tuve que cobrarle el tiempo extra que pasé con él, todas esas conversaciones a las dos de la madrugada cuando se despertaba con alguna idea nueva, o alguna cuestión estética que no le dejaba dormir. Unos cien mil dólares.

—¿Cuánto le cobra a un cliente medio que no tiene un amante que complique las cosas?

—Quizá un cinco por ciento de esa cantidad.

—¿Un cinco por ciento? Usted y Bradley realmente tiraron la casa por la ventana con Fatima, ¿verdad?

—Como ya le he dicho, estaba obsesionado y podía permitírselo.

Jones se queda callada un buen rato después de que yo acabe de hablar. Estamos casi a las afueras de Krung Thep cuando dice:

—¿Eso es lo que viste el otro día en la tienda de Warren? ¿Le echaste un vistazo de cerca y viste que era un transexual? Yo soy mujer y no lo hubiera dicho nunca. Incluso ahora^, si no lo supiera y pasara un día con ella, creo que no me daría cuenta. Pero tú lo viste y entendiste el caso enseguida, ¿verdad?

Levanto las manos, luego las dejo caer.

—Todo el caso, no. Las líneas generales, quizá.

—¿Vas a decirme que es tu meditación lo que te hace tan avispado?

—No es la meditación. Crecí en la calle, como ella.

—¿Es eso lo que tiene que tener una mujer para excitarte, tiene que ser de los bajos fondos? No me contestes. Entonces, ¿tenemos una víctima de diseño?

—Sí —digo.

—¿ Y que tenía un socio cuya intención era producir producto tras producto, igual que con el jade?

—En este país la vida es barata, sobre todo la vida de un chapero.

—¿Coges un cuerpo de usar y tirar, lo conviertes en el objeto de tus fantasías, haces lo que te plazca con él, y luego cuando tu esponsor el gran jefe dice que ha llegado la hora, dejas que lo utilice a su manera única, que lo destroce y te preparas para el siguiente?

—Sí-digo—, exacto. ¿Qué podría ser más embriagador para unos hombres que, a su manera distinta, han tenido lo mejor de todo? Excepto que no funcionó.

—Renuncias a tu género, a tus genitales, te conviertes en un eunuco por el hombre al que adoras, y luego descubres lo que tiene en mente para ti.

—Para entonces has descubierto también que es un cobarde y que le aterrorizan las serpientes.

—Sí, yo le echaría a las cobras.

—Yo también.

—Pero, ¿por qué la pitón? ¿Y cómo la drogaron? Según la autopsia, la pitón ni siquiera le hizo daño, sólo estaba a punto de tragarse su cabeza cuando aparecisteis vosotros.

—¿ La pitón y los jemeres?

—¿La pitón, los jemeres y una cinta?

No por primera vez, Jones me ha sorprendido con su agudeza. Espero a que siga tirando de esa idea, pero no quiero insistir. Pienso que, después de todo, no es tan avispada como eso, y justo cuando está a punto de dejarme en mi casa, dice:

—Da que pensar por qué Warren ha venido esta vez, ¿verdad? Quiero decir, que uno esperaría que se mantuviera alejado al menos hasta que hubieras acabado tu investigación.

En un impulso que realmente tendría que haber reprimido, le cojo la mano y se la beso cuando le doy las buenas noches. Su mano se cierra sobre la mía como una trampa de acero y por un momento se niega a dejarme marchar. Tengo que tirar para escapar, momento en que una mirada cruel ha aparecido en su rostro.

—No te lo tomes como lo que no es, Sonchai, sólo intento comprender las costumbres locales, pero ¿tendría razón si pensara que no tenías muchas profesiones donde elegir cuando tuviste que entrar en el mundo laboral?

—Chapero o poli —gruño mientras me alejo de ella