Veintitrés
Memoria RAM: una isla en el mar de Andamán reservada a la naturaleza y prohibida a todo el mundo menos a los policías de alto rango con yates de lujo; más chicas de las que puedo contar, sus cuerpos jóvenes y perfectos permanentemente brillantes por las gotitas de los chapuzones incesantes desde el trampolín (las chicas realmente lo pasaron bien en ese viaje); Pichai y yo estábamos incómodos y distantes, por lo que nos criticaron mucho: rechazar sobornos ya era bastante malo, rechazar sexo gratis era una sedición total y absoluta. Era una excursión de trabajo, una juerga para unirnos más poco después del asesinato de esos traficantes de yaa baa, planeada con la intención de cimentar el compañerismo, por si acaso a alguien le entraba miedo (a nadie le entró). Los otros polis tenían demasiadas ganas de acostarse con las chicas, y nos dejaron a Vikorn, a Pichai y a mí bebiendo cerveza juntos y mirando las estrellas. Supongo que el hombre se sentía seguro ahí en su barco, con la noche aterciopelada rodeándole, y quizá nos quería, a Pichai y a mí. En el equipo de sonido del barco, Vikorn había puesto «La cabalgata de las valquirias», la única pieza de música occidental por la que mostraba interés. En una pausa de la conversación, Pichai finalmente preguntó lo que nadie se había atrevido a preguntar: «¿Qué coño de música tan rara es ésta?»
Incluso cuando estaba más borracho, las historias de Vikorn sobre la guerra seguían envueltas en secretismo. Podía parecer que perdía el control sobre su lengua, pero había un lugar impenetrable, un compartimento en su mente muy bien custodiado en el que no osaba entrar en compañía. Las únicas pistas de verdad que nos dio consistían en palabras sueltas: HPR; cuervos, O-l; el Otro Teatro; Desayuno Americano; Huevos vuelta y vuelta; Pat Black.