Treinta y nueve

EI coronel, un cibervirgen si es que alguna vez ha habido alguno (¿ratón?, ¿doble clic?, ¿carácter?), ha sorprendido e impresionado a mi madre al comprar por un dineral a un gángster de Atlanta un mailing especializado (que se actualiza cada treinta minutos) que se transmite automáticamente a un gángster de Phnom Penh (intentad trincar a alguien por algo en Phnom Penh) quien, por no demasiado dinero, pasará anuncios del Club de los Veteranos a cualquier inter— nauta que haya sido tan incauto como para entrar durante un nanosegundo en una página web que contenga palabras clave como Viagra, sexo, Bangkok, gogó, pornografía, impotencia y próstata. Realmente no puede haber demasiados hombres activos sexualmente de más de cincuenta años que usen Internet y que no hayan recibido el equivalente cibernético de mi madre del Helio sailorl

Esta mañana, de camino al trabajo en la parte de atrás de la moto escucho el programa con llamadas de los oyentes de Pisit: el Thai Rath informa de que unos ladrones de coches han dado con un nuevo truco: alquilan un coche, cruzan la frontera con Camboya, país donde no rige la ley, lo venden a un matón jemer, informan de su desaparición a la policía camboyana y dejan que las empresas de alquileres de coches reclamen el seguro. Según el Thai Rath, los inculpados son todos policías tailandeses. Se produce la avalancha habitual de llamadas quejándose de la corrupción policial antes de que Pisit presente a su invitado, un experto en seguros.

—Hay que sacarse el sombrero ante estos polis —dice Pisit riéndose—. Parece que han descubierto un delito sin víctima. Pbrque, a ver, ¿aquí, quién sale perdiendo?

—Todo el mundo, porque las primas de los seguros aumentan.

—¿El conductor medio tailandés paga seguro?

—No, si tiene un accidente, soborna al poli —contesta el experto en seguros riéndose.

—¿Significa eso que el dinero que iría a las compañías de seguros va a la policía? —pregunta el oyente.

—Eso parece, ¿no? —dice Pisit, riéndose.

—¿ Eso es bueno o malo? —pregunta el oyente—. Quiero decir, si los polis no sacaran dinero, habría que aumentarles el sueldo, lo que significaría subir los impuestos, ¿no?

—Esa es una pregunta muy tailandesa-dice Pisit con admiración.

Cuando llego a la comisaría de policía, Jones ya está ahí, en nuestra sala de trabajo. Decido empezar con una nota dinámica que se me antoja que encierra cierta agresividad estadounidense, algo que creo que apreciará.

—Kimberley, Warren tuvo que hacer algo más. ¿Por qué no lo sueltas ya?

Ocupo mi sitio a su lado en una mesa de madera apoyada sobre caballetes. Reanudamos el trabajo desde donde lo dejamos anteayer y hay una pila de casetes en una caja de madera entre nosotros. Jones imaginó que no dispondríamos del equipo necesario para reproducir las cintas de carrete grande que usan en Quantico, así que ha hecho que

grabaran las conversaciones telefónicas de Elijah en case— tes. Con la misma clarividencia imaginó que tampoco tendríamos el equipo necesario para reproducir los casetes, así que ha comprado un par de walkman baratos de camino aquí, y ahora se está tomando un descanso con los auriculares alrededor del cuello. En los listones desnudos de la mesa no hay nada, aparte de los walkman y nuestros codos. Ni boüs, ni papel, ni ordenadores, ni expedientes, pero hay un montón de carpetas tiradas en una esquina, y una silla vacía en otra.

—¿Por qué estás tan seguro de que hizo algo más que cometer un fraude con obras de arte? —No me mira mientras habla.

—Principalmente porque no creo que lo de Warren sea el fraude con obras de arte. Creo que tú quieres creértelo porque has entrado en este mundo por él. Así que me pregunto por qué quieres meterlo en esto y la respuesta que me ha venido a la mente es el sexo. No odias a los hombres porque sean ricos y poderosos y tengan más ventajas que las mujeres, nos odias porque tenemos polla.

—Sonchai —dice con voz fatigada—, el mito de la envidia del pene se dio por terminado en mi país antes de que yo naciera y no estoy de humor para revivir esas batallas prehistóricas. Cometí el error de tomar cerveza tailandesa anoche, lo que me ha provocado un dolor de cabeza espantoso, y escuchar a esos dos hablar arrastrando las palabras en dialecto de Harlem cerrado no ayuda. No es un comentario racista, por cierto, sólo una observación sociológica. Y encima, al venir hacia aquí me he torcido el tobillo en una boca de alcantarilla por tercera vez en tres días. Dime, listillo, ¿por qué las bocas de alcantarilla en tu ciudad tienen que estar dos centímetros por encima de la calzada? Sé que hacer esta observación es chovinista, pero en mi país tenemos el hábito excéntrico de ponerlas a ras de suelo. Si no lo hiciéramos, la ciudad de Nueva York tendría que declararse en bancarrota por culpa de las demandas por negligencia. Sé que tiene que haber alguna razón. Es el karma, ¿verdad? ¿Todos los ciudadanos tailandeses se pasaron una vida anterior poniéndole la zancadilla a los demás?

Le ofrezco una sonrisa dulce.

—Nosotros no le ponemos la zancadilla a nadie. Sólo los farangs lo hacen. Serías tú quien le puso la zancadilla a alguien en una vida anterior.

Niega con la cabeza.

—Vale, dejemos el tema. Bueno, ¿por qué estás tan activo esta mañana?

Es una buena pregunta. He necesitado cinco duchas para quitarme el aceite Johnson's del pelo y la piel, pero voy a necesitar unos días más para desprenderme de esa sensación especial, ese orgullo fálico que ningún buen meditador permite que envilezca su mente. No pensé nunca que sería capaz de hacer frente a un desafío como ése, pero parece que lo he logrado pese a los lapsos de concentración que sufrían las tres N cada vez que Beckham marcaba un gol. Tales proezas nunca formaron parte de mi egotismo. Decido hablar del caso.

—Creo que Warren hizo daño a una mujer, probablemente a una prostituta. Y creo que lo tapó tan bien que es imposible que alguien en todo Quantico encuentre algún día las pruebas para presentar cargos contra él.

—Si ése fuera el caso, sería una indiscreción por mi parte hablarte de ello, ¿verdad? Escucha esto, creo que puede ser lo que buscas, y no es que siga tu oculto razonamiento, precisamente.

Me pasa su walkman y los auriculares.

—Escucha, hermano, hay algo que no te he dicho.

Pedí dinero prestado. Supongo que no sabes qué significa eso aquí. Pides dinero prestado, lo devuelves, pero no, la cosa no acaba ahí. Hablo de prestamistas, hermano, prestamistas de los que no hay en Estados Unidos. A estos tíos no les hace falta amenazarte.

—Sí, ya me imaginaba algo así, Billy. Me pasó por la cabeza. ¿Cuánto?

[Respuesta inaudible]

»Joder, tía, eso es una pasta. Ahora no tengo tanto, y si lo tuviera probablemente tendría que usarlo para invertir. Tengo unos negocios entre manos, tengo que hacer que mi dinero trabaje por mí.

—No te estoy pidiendo dinero, exactamente. Te estoy pidiendo que me busques una salida, Eli. Tengo que salir de esto de una vez por todas. Dime qué tengo que hacer, como en los viejos tiempos. [William habla en un susurro ronco, el susurro de un hombre que se está derrumbando por dentro.] Tú me conoces y todo lo que siempre has dicho sobre mí era cierto. Soy un suplente nato, soy el síndrome del segundo hijo en persona. Y encima acabo de pasarme treinta años cumpliendo órdenes. Soy la hostia cuando tengo que hacer lo que me dicen, Eli, sabes que sí. Puedo perfeccionar cualquier orden que me den, hasta el último detalle. Eso es lo que sé hacer. Pero si se me ocurre algo a mí, la he jodido. No sirvo para eso.

—Billy, ¿crees que es de listos o de tontos empezar esta clase de conversación por la línea telefónica de un tío con antecedentes.

—Sí, sí, lo haremos de la otra forma. Lo siento, Eli, siento que hayas tenido que decir eso. Me he equivocado… [Una pausa muy larga, quizá de unos cinco minutos]. Cuando doy por hecho que la conversación ha terminado y estoy esperando a que empiece la siguiente, se oye un gemido de agonía espiritual como jamás había oído en un hombre adulto. Dura más de treinta segundos.

—Aguanta, Billy. [Un suspiro] Veré lo que puedo hacer.

—Estoy jodido, hermano, muy jodido. Estoy acojo— nado.

Ya lo veo, chaval, ya lo veo. [Con ternura]

Paro el walkman y me saco los auriculares. Le hago a Jones un movimiento con la cabeza a modo de agradecimiento. Me coge el walkman y lo deja sobre la mesa.

—Muy bien, haremos un trato. Tú me dices por qué sabes seguro que yo sé seguro que Warren hizo daño a una mujer y yo te diré si lo hizo o no.

—Hubo un escándalo que está poniendo a todo el mundo nervioso. Parece como si la mitad de los jefes de policía de Bangkok estuvieran implicados en taparlo. No sé qué pasó, pero el coronel admitió más o menos que tenía que ver con una mujer. Imaginé que si había hecho algo así aquí, era probable que también lo hubiera hecho en tu país.

Jones es incapaz de oír ninguna referencia a mi coronel sin que los músculos de su mandíbula hagan horas extras. Parece estar eligiendo las palabras con sumo cuidado.

—Una prostituta de veintinueve años especializada en sexo sumiso. Cobraba grandes cantidades de dinero a cambio de que hombres ricos la ataran y abusaran de ella y de fingir que disfrutaba. Era fuerte y lista y podía fingir orgasmos igual que… bueno, igual que cualquier mujer. Sólo elegía a hombres que tenían demasiado que perder si iban demasiado lejos. También sabía escoger. Creía que podía ver lo que pasaba por la mente de los hombres, al menos por la de esa clase de hombres, y nunca aceptaba un trabajo sin comprobar que el tío era de fiar. Supongo que imaginó que Sylvester Warren era una apuesta segura. Creo que fue la única vez que se equivocó con un hombre.

—¿Le hizo daño?

—El cuerpo humano no puede sobrevivir con menos del sesenta por ciento de la piel. El problema es más por el agua que por la sangre. El cuerpo se deshidrata a una velocidad de vértigo, incluso suponiendo que no estés atado y no seas capaz de beber agua.

—¿Murió?

—Gladys Pierson murió el 15 de febrero de 1996. Aún estaba atada. —Jones vuelve a ponerse los auriculares, luego se los quita de nuevo—. Todos los que trabajaron en el caso saben que lo hizo Warren, pero no hay ninguna prueba, no hay pelos, ni fibras, ni esperma, ni ADN. Creemos que pagó a un equipo para que limpiara a fondo después de marcharse, a especialistas que normalmente trabajan para la mafia.

—¿Utilizó un cuchillo?

—Un látigo. A eso le llaman ser desollado vivo. —Enciende y apaga el walkman, lo enciende y lo apaga—. Por el curso que hice sobre perfiles psicológicos, diría que las dos caras de Sylvester Warren se encontraron en ese momento. Creo que antes ya había estado con muchas mujeres especializadas en eso, pero que ésta tenía algo que le hizo traspasar el límite. Creo que fue el momento más extático de su vida, algo que había ido desarrollando subconscientemente desde la adolescencia, pero que había sido demasiado listo, demasiado fuerte, había controlado demasiado como para ceder a ello hasta entonces. Pero era algo que tarde ó temprano tenía que repetir. Normalmente la psicosis que tiene su origen en la adolescencia se expresa en su plenitud entre los treinta y cinco y los cuarenta y cinco años. Hablamos de hombres, hombres blancos. Pero Warren era un hombre muy disciplinado, el muro que hay entre el ego consciente y las fantasías que bullían en su mente sería mucho más grueso en su caso. Creo que se metió en esto ya de bastante mayor. Quizá también consumía drogas, pero lo dudo, no sé por qué. Creo que es un psicópata auténtico sin necesidad de recurrir a la química. —Una pausa larga; no hay duda de que Iones se ha emocionado—. Tienes razón, cuando nos dimos cuenta de que no íbamos a encontrar las pruebas que necesitábamos, el resto del equipo se rindió, pero yo decidí que Warren andaba metido en algún tipo de fraude con obras de arte. Era una excusa para seguir investigándole… y para estudiar el arte oriental. ¡Qué coño! Estaba cabreada y no creo que todas sus transacciones sean legales. El arte es mucho más complejo que el asesinato, en el FBI a todo el mundo le resulta difícil discutir conmigo cuando digo que hay pruebas de que está cometiendo fraudes con obras de arte. ¿Cómo podrían saberlo si no se han leído una enciclopedia sobre antigüedades del sureste asiático? Voy a pillarle tarde o temprano. Trincaron a Al Capone por evasión de impuestos, ¿acaso no lo recuerda nadie? ¿Tienes idea de lo que hizo aquí en Tailandia?

—No, excepto que creo que fue con una prostituta rusa. ¿Tienes una fotografía de tu víctima?

—Puedo conseguir una. Puedo darte una descripción ahora mismo. Una afroamericana de piel clara despampanante, piernas largas y bonitas, pecho abundante y firme, una cara preciosa, llevaba el cabello teñido con todos los colores del arco iris y un pieráng pequeño y discreto en el ombligo con una bola de jade engarzada en una varita de oro. También era alta, mediría metro ochenta. Estamos bastante seguros de que Warren le dio el pieráng. En este tipo de prostitución no es extraño que se concierten entrevistas preliminares; después de todo, hay mucho dinero de por medio. Normalmente la mujer pregunta qué tipo de ropa, de lencería, qué objetos eróticos o fantasías quiere el cliente. Creemos que Warren quiso personalizar el cuerpo de la chica con su pieráng de oro y que ella aceptó.

Dejamos de hablar en cuanto se abre la puerta. Es el Monitor.

Jones le puso ese nombre. En realidad se llama detective Constable Anusorn Mutra, el nombre y él aparecieron ayer, y lo han trasladado desde el distrito 15, por gentileza del coronel Suvit. Se sienta con las piernas cruzadas en una silla en algún rincón de la sala, y excepto por las visitas que hace al servicio lo tengo atado a mí con una correa invisible. Tiene las cejas cortas, las mejillas fofas y la boca melancólica de un idiota, pero ha sido programado diestramente para alejarme de cualquier línea de investigación que pudiera conducirme a Warren. Lo más inteligente que tiene es un Nokia nuevo que guarda en el bolsillo izquierdo de su camisa y que con sólo tocar una tecla le conecta con su jefe del distrito 15. No utilizamos el nombre «Warren» delante de él, aunque no sabe inglés. Ya me he quejado al coronel, utilizando argumentos que normalmente no fallan: ¿Cómo puede cualquier jefe tribal que se precie tolerar a un espía de la competencia justo en el corazón de su territorio? Vikorn me respondió misteriosamente que si cuidaba del Monitor, éste incluso podía salvarme la vida. Jones y yo observamos al Monitor cruzar la sala y sentarse en el rincón de siempre.

—¿Deberíamos comprarle un cuenco y una cesta de mimbre? —pregunta Jones.

Hago caso omiso al comentario socarrón porque he visto una línea de investigación fructífera.

—¿A quién le resultaría más fácil, Kimberley, a ti o a mí —hablo con acento estadounidense muy educado, incluso con una sonrisa—, averiguar los pasos del joyero de los últimos años, y descubrir exactamente cuándo estuvo en Bangkok?

—Vamos a dejar las cosas claras. Si lo hago yo y la persona equivocada lo descubre, me trasladarán a Archivos. Si lo haces tú, seguro que la persona equivocada lo descubre y te trasladarán a tu próxima vida. Veré qué puedo hacer. Tú mira a ver si puedes descubrir cuántas prostitutas rusas tuvieron una muerte prematura en Bangkok en los últimos… pongamos, cinco años. Si comprobar vuestros archivos es indiscreto, siempre puedes mirar en los periódicos. Ya sabes, casi no pasa un día sin que haya un escándalo policial de un tipo u otro. Debe de ser por todos esos centros de beneficio que hacen horas extras.

Hago caso omiso a la indirecta porque quiero seguir trabajando. En especial, quiero volver a mirarme los mensajes de correo electrónico que se escribieron Warren y William Bradley, lo que significa encontrar el ordenador de Bradley, que está almacenado en un lugar que denominamos «el cuarto de las pruebas». Le digo al Monitor que vaya a por la llave, y de inmediato lamento haberle dado esa orden por el probable retraso. Nos quedamos mirando cómo se marcha arrastrando los pies. La agente del FBI me pone la mano en el muslo, pero la retira de inmediato.

—Lo siento. Pero esta ciudad libera toda clase de impulsos sexuales, no sólo en los varones. Fui a ese lugar del que tanto me has hablado, ¿Nana? Esperaba sentirme completamente asqueada, pero entendí lo que querías decir. Esas chicas son cazadoras natas. No diría que son felices haciendo ese trabajo, pero tampoco es que sufran exactamente. No vi a ninguna que no tuviera un móvil enganchado al rinturón. Muchas, se les ve en los ojos, tienen esa combinación de dinero y sexo, y la emoción que les produce la caza es adictiva. Podría comprenderlo, igual que la mayoría de mujeres. Y resulta difícil presenciar tanta promiscuidad desenfrenada sin que una misma sienta esa comezón. Algunos hombres eran también superguapos. No todos eran tipos asquerosos de mediana edad como insinuaste. Y resulta que tú también eres superguapo, si no te importa que te lo diga. —Aparta la mirada cuando lo dice, así que no puedo saber si está sonriendo, sonrojándose o mordiéndose el labio por culpa de la ansiedad que produce la lujuria no correspondida.

—Tienes que tener presente de dónde proceden —le digo para evitar la cuestión principal—. Cualquier cosa es mejor que un burdel de campo. Cualquier cosa. En comparación, los farangs les proporcionan una experiencia de cinco estrellas.

Se vuelve para mirarme.

—Es cierto, la mayoría de las chicas vienen del campo, ¿verdad?

Por un momento pienso en llevarme a la agente a una cama de algún sitio, pero inmediatamente me doy cuenta de que este pensamiento es consecuencia del envilecimiento de ayer. Así se genera el karma, mediante el ansia que surge del ansia que surge del ansia. Sólo porque logré sortear con éxito los encantos de tres mujeres hermosas, con la ayuda del aceite Johnson's y de una inversión astronómica de mi coronel, ahora siento que puedo follarme a la agente del FBI con total impunidad. Pero el Buda ya nos enseñó hace dos mil quinientos años que la impunidad no existe. Con palabras más elegantes que las que yo soy capaz de articular; nos advirtió que los coños siempre se acaban pagando, de un modo u otro. Por ejemplo, si volvemos a la habitación que Jones tiene en el Hilton, podría pasar una de estas dos cosas: ella podría disfrutar más que yo o yo podría disfrutar más que ella. El que más satisfecho se queda se convierte inmediatamente en esclavo del otro, algo que tiene consecuencias desastrosas para ambos. Pienso que es probable que yo, al principio, sucumbiera a su hechizo, que cada día sería más poderoso. Después de haberme atrapado, usaría su talento brusco para ir eliminando todo aquello que en mí le fuera extraño: mi creencia en la reencarnación, mi dimensión espiritual, mi meditación, mi budismo, mi preferencia por las grandes dosis de chiles en todo lo que como. No se daría cuenta de que me estaría convirtiendo en un estadounidense, pero para cuando estuviera viviendo con ella en algún barrio residencial de lujo pero tedioso en una de las ciudades de Estados Unidos que sería igual a todas las demás, trabajando a conciencia en la clase de empleo en que trabajan los inmigrantes, hablando ahora con acento americano y me viera obligado a practicar en la clandestinidad mis malas costumbres con los chiles, ella habría empezado a odiarme porque me habría convertido en una carga y ya haría mucho tiempo que la lujuria habría desaparecido. Puede que incluso hubiera un niño de por medio, lo que, por supuesto, empeoraría mucho más las cosas, porque nuestro karma mutuo incluiría a esa tercera persona. Después d'e morir, por mucho que lo intentáramos, nos reencarnaríamos en unas circunstancias que nos obligarían a continuar donde lo hubiéramos dejado. Para entonces, ya seríamos enemigos declarados y probablemente yo sería el dominante, ya que las cosas tienen que equilibrarse en el universo. No, hoy no me la voy a follar.

—Sonchai, ¿ qué haces?

—Estoy meditando.

—¿Tienes que hacerlo ahora, en mitad de una conversación? Se supone que tendríamos que estar trabajando.

¿Ven a qué me refiero?

No servirá de nada seguir esperando al Monitor, que probablemente se habrá perdido, así que dejo a Jones con los casetes y voy yo mismo a buscar la llave.

Descubro que he subestimado al Monitor, que ha encontrado la llave. Ya estaba en la cerradura porque tres jóvenes agentes están en el cuarto de las pruebas jugando a una especie de Invasores del Espacio en el ordenador de Bradley. El plástico que utilizamos para proteger la prueba con sumo

cuidado está en el suelo y los tres chicos (tienen entre dieciocho y diecinueve años) han traído taburetes y comida en cajas de poliestireno y unas latas de 7UP. Parece como si llevaran un buen rato instalados aquí. El Monitor está en silencio detrás de ellos, mirando a los invasores negros con sus armaduras de acero que están siendo liquidados por los ágiles defensores blancos, con algo que se aproxima a la emoción.

Esta situación, como todo en la vida, es un acertijo útil para un budista practicante. Gritarles y chillarles generará más karma negativo del que ya han generado los chicos. Por otro lado, un gesto demasiado blando por mi parte hará que sigan su camino cuesta abajo. ¿Qué haría mi maestro el abad en estas circunstancias?

Me doy cuenta de que en realidad no me importa una mierda, así que doy un portazo lo más fuerte posible detrás de mí. El efecto es una fuga en masa. Tres toáis rápidas y apagan el ordenador volando, recogen la comida, cierran las cajas de poliestireno, ponen en su sitio el plástico, se acaban el 7UP con el mínimo número de tragos posible, y la habitación queda vacía excepto por mí y el Monitor. Mi acción precipitada ha tenido el efecto negativo de obligarme a desenvolver de nuevo el ordenador y encenderlo, así que no ha sido una estrategia del todo hábil. Tengo un montón de envilecimientos en los que trabajar, aunque no me vaya a la cama con la agente del FBI.

Le digo al Monitor que vaya a buscar a Jones, mientras localizo el archivo dé mensajes de correo electrónico de Bradley. Jones entra mientras estoy leyendo. Encuentro conveniente dividir los mensajes en fases.

Fase 1 [julio-septiembre 1996]:

Bill, tu pieza llegó ayer por FedEx. Los chicos empiezan a captarlo, estoy de acuerdo, pero aún nos queda un largo camino por recorrer.

Bill, mira, es un buen trabajo que puedo vender en cualquier parte, pero no es lo que hablamos. Llego el próximo martes en vuelo de Thai Airways. Hablaremos entonces.

Bill, tengo que decirte que estoy muy impresionado con la última pieza. Aún no es del todo lo que busco, pero casi. Voy a sacar la segunda tajada hoy. Mantente al corriente.

Fase 2 [noviembre 1996-julio 1997]

Bill, tengo que reconocer que me has impresionado bastante. No estoy muy seguro de cómo vamos a continuar, pero estoy de acuerdo en que podemos seguir en contacto por Internet. Creo que lo mejor sería que me enviaras por correo electrónico el diseño que tienes en mente, yo volveré con comentarios generales, tú modificarás e introducirás los detalles (algo que se te da muy bien) y continuaremos así hasta que acordemos una serie de diseños tridimensionales. Voy a enviarte un pago especial para tus gastos extras. Tengo que decirte que estoy emocionadísimo. Me siento como un niño con zapatos nuevos. Excepto que esto es más importante, ya me entiendes.

Bill, tengo los diseños que me mandaste. Estoy totalmente de acuerdo contigo en que Internet tiene sus limitaciones llegados a este punto, así que será mejor que imprimas lo que tengas y me lo mandes por FedEx. Seguiré aportando comentarios generales por Internet, que detallaré más cuando nos veamos. Iré a Bangkok a finales de semana. Sin embargo, voy a quedarme en el Oriental y creo que ya te he explicado qué significa eso. Los jefes chiu chow organizan una de sus fiestas. Te llamaré y nos veremos en un lugar discreto. No quiero que vengas al Oriental. Cuando estoy en Rachada, es distinto. Estoy seguro de que lo entiendes.

Bill, hoy he recibido tu paquete por FedEx y estoy más emocionado que nunca. Esta nueva empresa que hemos iniciado requiere una perspectiva totalmente nueva. Dicen que loro viejo no aprende a hablar, pero yo hago una interpretación más budista: (aprendiendo cosas nuevas evitas convertirte en un loro viejo!

Fase 3 [septiembre 1997-finales de 1998]:

Bill, entiendo que tengas reservas acerca de tu trabajo y su propósito final pero, francamente, no es momento para que te entre miedo y te eches atrás. Hay que acabar lo que se empieza. Compórtate como un marine.

Bill, ¡es fantástico! i Estoy impaciente por que todo esté listo! Estaré en Bangkok a principios del mes que viene y quizá puedas dejarme echar un vistazo. Nos vemos entonces, y te pido disculpas por si estuve un poco borde en mi último mensaje.

Jones mira la pantalla por encima de mi hombro. Alzo la vista hacia ella. Está frunciendo el ceño, su mandíbula se mueve. Creo que empieza a darse cuenta de quién lo hizo, lo que será un problema para mí pero, ahora me doy cuenta, algo inevitable. Observo y admiro cómo ese lado profesional y eficaz suyo la domina. En estos momentos, el sexo no podría estar más lejos de su pensamiento.

—No los he leído nunca así. Ha sido muy inteligente dividirlos en fases. ¿Quieres contarme qué te ha inspirado?

—El tono de su voz en los casetes. El suplente totalmente desesperado pero talentoso, el tipo que sigue las órdenes y que hará cualquier cosa por dinero está haciendo justamente eso. La simbiosis sólo empezó con el jade. Y pasó a ser algo bastante diferente.

—Pero no sabemos que Bradley sabía… todo lo que podía haber en la mente de Warren.

Suelto un suspiro. Para mí resulta obvio, pero sin duda la intuición no juega ningún papel en la forma en que los americanos entienden el cumplimiento de la ley.

—No, excepto que en el caso de que Bradley lo supiera, habría sido un motivo aplastante para matarle. De todas formas, mira cómo cambia el tono del mensaje cuando empieza la fase dos. ¿Puedes imaginarte a Warren expresando esa emoción infantil si no fuera por algo realmente distinto? Este tío lleva toda su vida en el negocio de las piedras preciosas. ¿Cómo alguien como Bradley va a hacer que se emocione tanto por copiar una figura de jade como la del caballo y el jinete?

Jones está negando con la cabeza. Examino sus ojos y me doy cuenta de que todavía no ha sondeado las profundidades indescriptibles, menos mal. Aún tenemos muchísimo trabajo que hacer. Las serpientes siguen siendo un problema y no quiero saber qué hizo Warren que Vikorn y Suvit no quieren que yo sepa.

Mientras Jones vuelve a la embajada para recuperar las fotos de Gladys Pierson, yo me marcho de la comisaría para ir a un cibercafé a visitar la página del Bangkok Post , un periódico en inglés que se publica en Internet en su totalidad y que tiene un archivo excelente que abarca los últimos diez años. A medida que hago clic en los miles de artículos y reportajes en los que aparece la palabra clave «asesinato», veo que estoy perdiendo el tiempo. Tecleo «prostitutas rusas» y el nombre de Andreev Iamskoy aparece de inmediato. Los caminos del karma son misteriosos e implacables. Convenido de que no seré capaz de vivir mi vida sin otra sesión salvaje con Iamskoy, desisto de navegar por la red, pago cincuenta bahts por los cincuenta minutos de servido y mientras espero a que me devuelvan el cambio paseo la mirada por el resto de usuarios sentados en los veinte monitores más o menos que hay en el local. Son todo mujeres de entre dieciocho y treinta años y se ayudan unas a otras con el inglés.

—Gracias por… ¿allai?

—Dinero.

—Vale, gracias por dinero.

—Gracias, cariño, por dinero.

Risitas.

De vuelta a la comisaría, la agente del FBI, que ya domina el arte de ir en moto-taxi, se las ha arreglado para regresar con vida de la embajada. Mientras el Monitor observa con ojos brillantes, nosotros comparamos una fotografía de Gladys Pierson desnuda con una de Fatima desnuda, jones me explica que Pierson utilizaba esas fotos como parte de su marketing. Las colocamos una al lado de la otra y ponemos una hoja sobre sus rostros, que no se parecen entre sí. Jones y yo nos miramos.

—¡Son iguales! —dice el Monitor. ¡El mismo cuerpo! Incluso llevan la misma cosa en el ombligo. —Es mejor que los Invasores del Espacio. Jones saca otra fotografía, post mórtem, de Pierson tumbada boca abajo en la mesa de la funeraria. Los ojos del Monitor siguen brillando. Aparto la mirada.

—¿Tu teoría es que estaba practicando el sexo con ella mientras hacía esto? Creía que los látigos eran muy largos.

—Hicimos muchas pruebas. Tienes razón, hubiera hecho falta que el látigo tuviera al menos un metro ochenta de largo para penetrar de esa forma en la carne. Creemos que tenía un ayudante.

—Ah —digo—. Un ayudante.

—Hay gente que estaría dispuesta a hacerlo. Mujeres y hombres. Y no olvides que el joyero es un hombre muy rico. ¿Te has fijado en lo regulares que son los surcos? Quien lo hizo sabía manejar un látigo. Cuando miro esta foto siempre pienso en el Marqués de Sade con su ayuda de cámara personal. —Jones saca otra foto. Pierson está ahora boca arrib sobre la mesa.

—¿ En los pechos también?

—Correcto. ¿Puedes mandar a este asqueroso a hacer al gún recado antes de que le dé un puñetazo?

—Tráenos un café —le digo al Monitor.