Dieciséis

En el puente Dao Phrya, el Mercedes había desaparecido, no había duda de que la policía se lo había llevado. Me detuve un momento para examinar algo que debía de estar debajo del coche. Eran los cuerpos de dos cobras que habían muerto a golpes, no a tiros.

Justo cuando me bajaba de la moto para pagar el importe, oí un ruido que procedía de las chabolas que sólo era medio humano. Mientras cruzaba a grandes zancadas la explanada yerma, me percaté del rugido poderoso de urt hombre que salía desde lo más profundo de su pecho, como el mugido de un toro enfurecido.

—A la mierda tú, a la mierda el FBI, a la mierda la madre del FBI, ¡TENGO SED!

El jefe vino a mi encuentro con una mirada preocupada mientras yo llegaba al borde del asentamiento. —Llega tarde. Dijo al mediodía, es la una y media. —He tenido una mañana ocupada. ¿Qué sucede?-Habían atado al viejo Tou de pie a una tabla con una cuerda alrededor de los brazos, el tronco y las piernas formando una atadura continua de un naranja brillante. Sólo el cuello y la cabeza del anciano estaban libres. Le habían apoyado en una de las cabañas más robustas. Cuando rugía se le marcaban las cuerdas vocales en el cuello.

—Dijo que quería que estuviera sobrio. Era la única forma. —¿Puede darle agua?

—Le hemos dado litros de agua. No tiene sed de agua.

—Desátele.

—¿Está de broma? No le desataré hasta que vuelva a estar borracho. Si se desboca, destruirá todo el asentamiento. ¿Quiere interrogarle o no?

El anciano me miraba con los ojos ensangrentados.

—¿Tú eres el poli cabrón del que me han hablado? Voy a arrancarte la nariz de un bocado.

—Sólo quiero hacerle unas preguntas.

—A la mierda tus preguntas. Quiero whisky. Whisky de arroz.

Hice un gesto al jefe, que trajo una botella de plástico llena hasta arriba de un líquido transparente.

—Déle un poco, no demasiado.

El jefe echó un par de dedos en un vaso de plástico. El anciano alzó la cabeza como un pájaro mientras el hombre le echaba el alcohol en la boca.

—Más.

—Sólo conteste a unas preguntas y podrá seguir matándose tan rápido como quiera.

El anciano se pasó la lengua por los labios.

—Cuando me suelten, te mataré. ¿Qué mierda de preguntas?

—Ayer, ¿vio llegar al Mercedes con el farang negro?

Escupió.

—Claro que lo vi, estaba sentado apoyado en la pared del puente bebiendo. Lo vi todo.

—¿Qué vio?

—Vi jemeres rojos.

Risotadas del público. Suspiré.

—¿Participó en la guerra civil de Camboya?

—Idiota, no he estado en ninguna guerra de mierda. Hace un par de semanas alguien trajo un DVD sobre un estúpido periodista norteamericano en Camboya que mena en un lío a su amigo, una película de mierda muy aburrida pero me gustó cuando el hombre hace un corte en la ijada de un búfalo con una hoja de afeitar y se bebe la sangre. Nunca se me habría ocurrido, esos camboyanos son unos animales.

—¿Qué tienen que ver los jemeres rojos?

—En la película, todos los jemeres rojos llevan pañuelos a cuadros rojos que les cubren sus estúpidas cabezas, así iban los que vinieron ayer.

—Lo de la película es verdad —dijo el jefe—. La vimos todos. Yo también me acuerdo de los pañuelos.

—¿Quiénes llevaban pañuelos?

—Los gamberros de las motos. Eran unos seis, unos elementos, por lo que yo pude ver.

—¿Llegaron antes o después del Mercedes?

—A la vez, más o menos. Lo rodearon.

—¿Vio si alguno abría la puerta?

El viejo Tou se echó a reír.

—No, hicieron lo mismo que tú y tu compañero. Se bajaron de las motos, se acercaron al coche y se echaron una especie de miradas y gruñidos, luego se pusieron a parlotear. No creo que fueran tan duros como querían aparentar. Luego, se juntaron para celebrar una especie de asamblea, y volvieron corriendo a sus motos y se marcharon.

—¿Hablaban tailandés o jemer?

—Estaba demasiado lejos. De todos modos, ¿cómo coño iba a saber si hablaban jemer o chino chiu chow?

—¿Había alguna mujer?

—Dame otro trago, capullo. —Hice un gesto hacia el jefe, que echó más whisky en la boca del viejo Tou.

—¿Una mujer? No, eran todos chicos, unos fantoches, ya sabes de qué tipo hablo, probablemente habían tomado yaa baa o fumado marihuana, no eran hombres de verdad, no tuvieron estómago para aguantar la escena del coche. Después de irse, me acerqué a ver por qué tanto jaleo. A ese ja— rang negro se lo estaba comiendo vivo una pitón. También había cobras.

—¿Qué hizo usted?

El viejo Tou se pasó la lengua por los labios.

—Bueno, no estaba seguro, ¿sabes? —La forma en que lo dijo hizo que parte del público se desternillara. Algunos se agacharon para reírse con más fuerza.

—¿No estaba seguro? ¿Por qué? —Más risas.

—Veo visiones. —La hilaridad se apoderó del público. Dos hombres y una mujer se tumbaron para echarse unas buenas risas. Algunos se apoyaron en una cabaña, dominados por las carcajadas.

El jefe tenía una amplia sonrisa en su rostro.

—Tiene muchas alucinaciones. Sobre todo ve serpientes.

—Así es. Por eso no podía estar seguro. Cuando me dijeron que las serpientes que había visto eran de verdad, tuve que tomarme un trago.

—¿No había ninguna mujer en el coche?

—No sea imbécil. Si hubiera habido alguien más en el coche, estaría tan muerto como el negro.

—¿Seguro que no vio a una mujer alta, medio negra, medio tailandesa, quizá saliendo del coche antes de que llegaran las motos?

—No. De una mujer me acordaría. Nunca tengo alucinaciones con mujeres. ¿Por qué debería tenerlas? Hace treinta años que no se me levanta. —Carcajadas, gente meneando la cabeza, el jefe dándose la vuelta para reírse.

—Muy bien. —Me volví hacia el público—. ¿Alguien más vio las motos?

La gente dirigió sus miradas hacia el jefe.

—Las motos eran de verdad, no fueron una alucinación suya, pero nadie quiere prestar declaración. Creen que fue un ajuste de cuentas entre bandas, no quieren verse involucrados.

—En general, ¿la gente está de acuerdo anónimamente con lo que acaba de decir el viejo, sin que se pueda atribuir una declaración a nadie?

—Eso suena bien, signifique lo que signifique. ¿Anónimamente? Sí, bastantes vieron las motos, y que el viejo Tou se acercaba al coche y miraba por la ventanilla y que luego se puso a dar cabezazos contra el coche. Todos lo vimos. Un grupo de gente fue hacia el coche. Usted los vio cuando llegó con su compañero.

El jefe echó más whisky en la boca del viejo Tou. La capacidad del hombre era asombrosa. Se bebió toda la botella de whisky de arroz antes de que el jefe considerara que estaba lo suficientemente borracho como para desatarle. A modo de precaución, sin embargo, dejaron otra botella cerca y se apartaron después de aflojar las cuerdas. El anciano fue derecho a coger la botella y se puso a beber a morro.

Di las gracias al jefe.

—Entonces, ¿no enviará al FBI para que nos investigue? El whisky de arroz es nuestra única fuente de ingresos, sin él estaríamos en la miseria.

Aquélla era la primera señal de debilidad y necesitaba explotarla. Sólo hicieron falta un intercambio de miradas y un movimiento de barbilla por su parte para que le siguiera hasta su cabaña, donde se destilaba el whisky, las gotas caían despacio desde el filtro de tela a una urna. El jefe cogió una botella de un rincón y encontró un par de vasos de plástico. Nos deseamos buena suerte, luego el alcohol puro golpeó mi garganta y se arrastró hasta mi estómago. Se estaba muy bien en la cabaña, con los humos de la malta cociéndose en las brasas de carbón.

—¿Usted pertenece al distrito 8, ¿verdad? —preguntó.

—¿Y? —Le miré fijamente.

Se encogió de hombros.

—Su coronel es famoso. Vikorn, ¿verdad?

—¿Le conoce?

Frunció los labios con cautela.

—No, personalmente no. Como le he dicho, es muy famoso.

—¿Quiere hablar con él directamente?

Su sonrisa me desarmó.

—No estaba insinuando nada. Mire, no queremos que el FBI ese, o lo que sea, merodee por aquí haciendo preguntas. La gente de aquí no sabe nada, de verdad. Estaban borrachos o jugando a las cartas. Al viejo Tou sólo le queda una neurona en el cerebro.

—¿Quizá usted sí que vio algo?

Un momento de duda.

—Bueno, resulta que yo estaba cerca de la salida de La autopista cuando llegó el Mercedes.

—Cuando le pregunté ayer, me dijo que no estaba aquí.

Se encogió de hombros.

—Regresaba de atender unos asuntos al otro lado de la ciudad.

—¿Y?

—Fue más o menos como le ha descrito el viejo Tou, excepto que el Mercedes se detuvo al principio de la salida y entonces llegaron unas motos. Alguien se bajó del coche y se montó en una de las motos, pero todo sucedió al otro lado del coche, así que no pude verlo muy bien. Una de las motos se marchó con su pasajero.

Sólo más whisky de arroz haría que su historia avanzara. Yo había tomado menos de un tercio del vaso, pero el vapor ya me embotaba la cabeza. El cabecilla sirvió dos vasos más, bebió un poco como un profesional y se relamió los labios. Intenté mantener la concentración mientras le miraba con la vista nublada.

—¿Qué más?

Una sonrisa irónica.

—Es usted bueno, ¿verdad? —Se acabó el vaso—. Los motoristas llevaban armas. Parecían esas pequeñas ametralladoras automáticas que se ven en las películas. Apuntaban al coche con ellas. Parecía que estaban secuestrando al farang negro. —Me miró a los ojos—. Evidentemente…

—Evidentemente usted decidió dar media vuelta. Lo último que necesitaba era ser testigo de un crimen y tener que declarar.

El jefe detectó que no había ironía en mis palabras. Sonrió con lógico alivio.

—Gracias por entenderlo.

Me acabé el whisky y me levanté.

—No creo que al FBI le interese su whisky de arroz. Puede que vengan por aquí. Si vienen, lánceles al viejo Tou. No se preocupe.

—¿Quiere dinero? —me preguntó el jefe—. Puedo darle un poco de las ventas de la semana pasada. La gente lo entenderá.

Negué con la cabeza.

—Buena suerte, hermano.

El jefe me ofreció su sonrisa más convincente.

—Gracias, hermano. Que vengues a tu compañero y vivas en paz.

Le agradecí sus palabras asintiendo con la cabeza.

Le había dicho al chófer de la moto que me esperara y le vi holgazaneando junto a su vehículo cerca del puente. No podía aplazarlo más. Había llegado el momento de hablar con el coronel.