Veinticuatro
En cuanto Nong se marcha, la agente del FBI vuelve con el ceño fruncido. No sabe tailandés, pero creo que ha visto a mi madre y al coronel flirteando en el pasillo. ¿Quizá sufra un choque cultural avanzado? Ya sé de antemano que ella y el coronel no van a llevarse bien.
Me trae la noticia de que ha llegado el ordenador de Bradley, y unos minutos después empieza a organizar un puente sobre la cama, cables, incluso una conexión a Internet. Kim— berly Jones no flirtea, de hecho creo que debe de haber asistido a un curso antiflirteo en Quantico, ya que su cuerpo se pone rígido cada vez que se inclina sobre mí. Cuando tenemos montado y encendido el ordenador, la situación aún es más extraña. La mitad del tiempo tengo sus pechos en mi cara, lo que produce que se sonroje a menudo. ¿La cultura norteamericana ha retrocedido unos cien años? Todas esas películas sobre la guerra de Vietnam sin duda mostraban a una gente más relajada. No es que me importe. Nos excitamos bastante, en un sentido profesional, una vez que entramos en los archivos de correo electrónico de Bradley.
Muy pronto se unen a nosotros Rosen y Nape, que miran al monitor por encima de mi hombro. El ambiente es afable e incluso alegre hasta que digo:
—Este tipo, Sylvester Warren, ¿alguien sabe quién es? —Silencio del resto del equipo. Examino los ojos de Kim— berly Jones. Aparta la mirada. Rosen tose.
—Sabe cómo ir al grano, detective, se lo reconozco.
Nape sale al rescate.
—No creo que queramos que se sepa que incluso estamos leyendo los mensajes del señor Warren. No a menos que encontremos algo concreto que podamos usar.
Rosen se muestra de acuerdo asintiendo con la cabeza enérgicamente.
—Así es. Si lo que tenemos es un asesinato para vengar una disputa por narcóticos, no queremos meter a Warren en esto. No si lo único que ha hecho es mantener correspondencia erudita con Bradley acerca de algún oscuro aspecto del tráfico de jade.
Pongo unos ojos como platos y los miro de la forma más encantadora y humilde. Nape sonríe burlonamente.
—Warren es un pez gordo. De hecho, es un pez gordo tanto aquí como en Nueva York. Viene a Bangkok todos los meses, le invitan a las recepciones de la embajada. Se mezcla mucho con la alta sociedad local, sobre todo con los chinos. Es joyero y marchante de arte, de alto nivel. Tiene tiendas en Manhattan, Los Angeles, París, Londres y aquí. Su pasión es el jade. No es de extrañar que tuviera contactos con Bradley, que da la impresión de ser un amateur talentoso, que vivía aquí en Bangkok y era un compatriota estadounidense.
—Qué sociedad tan maravillosa y democrática la suya, donde un sargento de los marines se codea con un magnate como este tal Warren.
Los tres buscan el sarcasmo en mi rostro, pero no era ésa mi intención. He logrado provocar un silencio violento. Rosen dice:
—Bueno, los norteamericanos hablan entre sí. Seguimos haciéndolo. Sobre todo si puede obtenerse algún beneficio.
Creo que lo capto y utilizo el programa para seleccionar algunos de los mensajes de Warren y las respuestas que Bradley le escribió. Mis compañeros norteamericanos irradian impotencia mientras leo.
Bill, tu pieza llegó ayer por FedEx. Los chicos lo están captando, estoy de acuerdo, pero aún nos queda un largo camino por recorrer.
Bill, mira, es un buen trabajo que puedo vender en cualquier parte, pero no es lo que hablamos. Llego el próximo martes en un vuelo de Thai Airways. Hablaremos entonces.
Bill, tengo que decirte que estoy muy impresionado con la última pieza. Aún no es del todo lo que busco, pero casi. Voy a sacar la segunda tajada hoy. Mantente al corriente.
Interrumpo mi lectura para examinar los tres pares de ojos que rodean mi cama, hasta que Rosen le dice a Nape:
—Díselo.
Se aclara la garganta.
—Sylvester Warren es un hombre con muchos contactos. Conoce a senadores, a congresistas. Probablemente es el proveedor de joyas del treinta por ciento de las mujeres más ricas de Estados Unidos y de muchos de nuestros hombres más ricos, gracias al don que tiene para encontrar a los diseñadores más originales. Básicamente, conoce a todos los que tienen dinero de verdad, dona grandes cantidades al Partido Republicano y un poco menos al Demócrata. Le invitan de vez en cuando a la Casa Blanca. Conoce a jueces, a abogados importantes. El FBI también lleva vigilándole muchos años. Ha sido sospechoso en fraudes con obras de arte, pero es demasiado inteligente como para dejar que le pillemos. Además, no tenemos un equipo de especialistas en jade imperial y probablemente él sea la máxima autoridad mundial en el tema. Es su hobby, su pasión y su profesión. Si es un estafador, sólo tima a los ricos, y a los ricos no les gusta admitir que les han timado. El FBI tiene limitados los recursos que quiere destinar a un asunto como éste, dadas nuestras otras prioridades.
Chasqueo la lengua.
—¿Me equivocaría si afirmara que su colección de jade imperial es una de las mayores colecciones privadas del mundo?
—No.
—¿Y que saca a la venta una pieza de vez en cuando, probablemente a subasta?
—Normalmente son subastas privadas, pero de vez en cuando Christie's o Sotheby's sacan tajada. Cuando lo hacen, es una ocasión especial. Gente que se creía que llevaba años muerta sale de la nada. Por supuesto, las pujas las hacen representantes, el público no sabe quiénes son los auténticos compradores.
Rosen, con el ceño fruncido, continúa la historia.
—A Washington no le hace mucha gracia reunir pruebas contra Warren, a no ser que sean lo bastante sólidas como para que todos sus amigos se vean obligados a repudiarle, y Warren es demasiado listo como para dejar que haya pruebas de este tipo. Otro problema, francamente, es que de haber pruebas, es probable que tengan su origen aquí, en Tailandia, y… ¿hace falta que siga?
—¿Tiene demasiados buenos contactos aquí como para que las pruebas sigan existiendo el día después de hacerse públicas? —Los agentes del FBI asienten con la cabeza—. ¿Cuántos años tiene el señor Warren?
—Sesenta y dos, pero aparenta cuarenta.
—¿Y comenzó su carrera a los veinte?
—Hizo un máster en gemología y otro en estudio sobre China, en el que se especializó en el último periodo imperial. Habla mandarín bien y su tailandés es muy bueno.
—Una
pausa mientras Nape pasa el dedo por el borde del monitor—. También habla el dialecto de Swatow. ¿Le dice eso algo?
—¿Swatow? ¿De donde proceden los chiu chow? Los chiu chow dirigen Tailandia —digo—. Dirigen nuestros bancos, todos los negocios importantes. Tienen nombres tailandeses, pero son chiu chow.
—Creo que lo ha captado —dice Rosen.
Nape guarda silencio para analizar mi expresión, que he procurado que sea calculada. Tose y continúa.
—Una hipótesis que no queremos que llegue a los periódicos es la siguiente: Un sargento negro relativamente basto de la Marina, con un sentido inesperado de la belleza, diseña una página web poco después de realizar un viaje a Laos, donde ha comprado por probar un pedazo de jade en bruto en algún momento después del 17 de mayo de 1996, probablemente pocos meses después de llegar a Tailandia. Sylvester Warren ve el objeto en la web, aprecia la calidad aparente de su factura, piense lo que piense del tema de la composición, y busca al sargento Bradley en una de sus visitas a Bangkok. Probablemente a Bradley le abrume y le asombre que su pequeña empresa haya atraído a un ojo tan distinguido. También ve una oportunidad de ahorrar dinero para cuando se retire. Lo que él tiene y Warren quiere es un contacto directo sobre el terreno con los artesanos locales, que quizá tengan objetos de extracción china, y que probablemente sean los herederos artísticos de los trabajadores de jade de primera categoría que huyeron de los comunistas en 1949. Warren tiene sus propios artesanos, por supuesto, los mejores del mundo, pero no puede utilizarlos para nada ilegal. Bradley puede proporcionarle un cortafuegos y un control de calidad al estilo estadounidense. Estamos hablando de imitaciones. Cada vez que un museo o un coleccionista privado saca un catálogo, hay gente en todo el mundo que copia las mejores piezas y las vende. No hay modo científico alguno de demostrar que es jade falso, la prueba del carbono 14 no funciona, ni tampoco la termolu— miniscencia —dice y, mirando a Rosen, añade—: lo comprobé todo ayer.
Alzo la vista.
—Para que los artesanos de Bradley pudieran copiar las piezas de Warren con rigor, ¿tendrían que tener el original?
—Ya hemos pensado en eso —dice Kimberley Jones—. Hemos hablado de si Bradley podía haberse fugado con alguna pieza de valor incalculable de la Colección Warren, pero no encaja. Bradley no podría haberse escondido de Warren en ningún lugar y probablemente no podría haber vendido la pieza a un precio medio decente. Estos objetos están catalogados, los expertos saben qué pertenece a quién dependiendo de la fecha de compra. Sólo Warren podía vender algo de la colección Warren, original o falso.
—De todas formas —añade Nape—, ¿utilizaría Warren serpientes para matar a alguien por una venganza? Con el dinero que tiene y sus contactos aquí, podría haber liquidado a Bradley y hacer que pareciera que había muerto por causas naturales. ¿Por qué iba a querer meter a la poli en todo esto?
Un momento de reflexión en común.
—¿Qué significa la palabra «tajada»?
—Lo que probablemente signifique aquí es que Warren financiaba el experimento, le iba dando dinero a Bradley a través de uno de sus agentes en Bangkok. Como mucha gente rica, Warren tiene fama de tacaño. No creemos que le diera mucho dinero. Sólo le ofrecía billetes grandes a modo de incentivo cuando Bradley realizaba una copia perfecta de una de las piezas de Warren.
—Un juego extraño para Warren, siendo tan rico.
—Bienvenido al capitalismo norteamericano —me espeta Rosen—. Es un gran sistema, pero nadie tiene nunca suficiente.
—¿El caballo y el jinete? —pregunto, y sólo veo rostros sin expresión. Mis fuerzas flaquean. Me permito el lujo de renunciar a la conciencia humana por el seno del Buda.