Diez
De vuelta en mi habitación, la desolación me golpea como un ladrillo en plena cara. Me quedo frente a la fotografía que tengo de Su Graciosa Majestad el Rey y rompo a llorar.
¿Por qué Pichai decidió ordenarse? Cuando estaba vivo nunca me hice esta pregunta, su progreso en el Camino me parecía muy natural, como un árbol que crece. Y sin embargo, incluso en Tailandia no es habitual que un policía se haga budista. Ahora que estoy revisando su vida, veo el patrón.
Los hijos de prostitutas aprendemos de nuestras madres qué es la virilidad, sobre todo la virilidad de los farangs. Para mi madre, el farang era una especie de Discovery Channel de los viajes exóticos, de la cocina tan misteriosamente insulsa que había que concentrarse para encontrar sabor a algo y, por encima de todo, un gran experimento de manipulación psicosexual que ella había perfeccionado hasta que había llegado a ser una forma de arte supremo, consiguiendo al final, mediante una alteración de tono casi imperceptible, el tipo de bonificación para la que practicantes de menos talento hubieran necesitado al menos un berrinche.
No pasaba lo mismo con Wanna. La madre de Pichai, una tailandesa más tradicional que Nong, fue a trabajar a los bares poco después de echar de casa al padre tailandés de Pichai por ser un «mariposa» (una expresión técnica usada por nuestras mujeres que significa que se tiraba a todo lo que se movía). Vomitó la primera vez que se acostó con un farang y consideró que aquella erección bestial era más apropiada para una búfala que para una mujer y, en realidad, nunca llegó a desarrollar plenamente sus habilidades. Nong se burlaba de ella diciéndole que pertenecía al «cuerpo muerto» de la escuela de seducción. No es que importara. Menuda y con una piel pálida que era un placer de gourmet para el tacto, Wanna era —y sigue siendo— una visión exquisita.
Pichai dividía a los clientes de su madre en Amos y Esclavos. Lo que era peculiar, para él, y levantó profundas dudas respecto al buen estado de la mente de los farangs, era que su madre nunca cambió su actitud de indiferencia inconquistable. A un Amo Blanco que buscaba protegerla y dominarla (asegurándole que había salvado su vida) le recompensaba exactamente con la misma lista de gruñidos y gemidos que a un Esclavo Blanco que se declaraba estar al borde de la salvación cuando ella le permitía —bastante literalmente— que le lamiera el culo.
A medida que su inglés mejoraba, informaba a Pichai de la sustancia de los balbuceos amorosos de sus clientes. Buscar el nirvana en la entrepierna de alguien, eso sí que es estúpido. Para Pichai lo horrible era que aquellos enanos espirituales estuvieran apoderándose del mundo. Yo creo que era la profunda desilusión que se desprendía de aquellas revelaciones lo que le llevó a seguir el Camino. Tenía la buena voluntad del alma noble para actuar incluso sobre sus percepciones más amargas; al contrarío que yo, nunca temió romper las ataduras, una vez que vio lo que eran en realidad. ¿Quizá no me quisiera como yo a él?