149. Viaje Alucinante II: Destino el cerebro
Parece que el éxito recurrente de la película Viaje alucinante (que todavía se repone en televisión de vez en cuando) y mi propia novelización de la misma, inspiró la idea de rodar una segunda parte. Compraron el título de la película (pero no los personajes) y decidieron contratarme para escribir Viaje alucinante II y después hacer una película a partir de ella.
En la agencia literaria William Morris, que se ocupaba del asunto, se comentaba con insistencia que sería un auténtico bombazo. No soy del todo inmune a los éxitos de ventas, así que me tentaron. También me interesaba la sugerencia porque nunca estuve del todo satisfecho con Viaje alucinante, ya que lo elaboré a partir del guión de una película no era un auténtico producto de mi imaginación. Me pareció que podía escribir un libro mucho mejor sobre la miniaturización de naves introducidas en el flujo sanguíneo si lo hacía a mi manera.
Me presentaron una pequeña sinopsis, que era totalmente inadecuada. Implicaba dos naves introducidas en el flujo sanguíneo, una estadounidense y otra soviética, y lo que seguía era una versión submicroscópica de la Tercera Guerra Mundial. No escribiría algo así bajo ningún concepto y sabía que no podían obligarme a hacerlo. Si me querían como autor insistiría en mantener el control total del contenido, y si se negaban no escribiría el libro.
Después de todo, cuando reflexioné con más frialdad, me pregunté si realmente harían la película, y si la hacían, si vería un solo penique del dinero que ganaran con ella. (Hollywood es famosa por su “creativa teneduría de libros”. Pueden ganar muchísimos millones con una película pero todo es para los actores y la dirección, y lo que queda, el “beneficio neto”, del que los escritores reciben un porcentaje, por lo general suele resultar una “pérdida neta”.)
Así que no tuve en cuneta la sinopsis sugerida, les dije que escribiría mi propio libro dejando de lado sus sugerencias, y puntualicé que me gustaría que el libro lo publicara Doubleday. Si se iba a celebrar una subasta (como ellos insistían, subrayando que de esa manera conseguirían un millón de dólares o más), entonces, Doubleday se merecía una oportunidad imparcial para pujar por él. Después, de todo, estaba seguro de que Doubleday no lo dejaría escapar y presentaría la mejor oferta.
No fue así. El agente me llamó para comunicarme que la New American Library había sido el mejor postor. Yo, asombrado, contesté:
—Bueno, necesito el permiso de Doubleday para publicar en otra parte.
—¿Tiene un contrato en exclusiva con ellos? —me preguntó el agente.
—En absoluto —añadí—. El permiso no es más que una cuestión de honor y ética. (No esperaba que un agente descifrara el sentido de esta afirmación, pero tampoco quería discutir sobre el tema.)
Yo no me había dado cuenta de que en esa época Doubleday pasaba por una mala racha debido a las pérdidas que acumulaba. Aparte de eso (que hizo que las mentes del personal de la editorial no estuvieran centradas en los asuntos de la empresa) mi directora, Kate Medina, tenía un primer embarazo muy difícil, a una edad relativamente avanzada, y estaba de baja, en cama. Su ayudante también estaba enfermo. No había nadie en Doubleday con quien hablar del problema de Viaje alucinante II y que pudiera entender la situación. Por fin encontré a un realizador de confianza, Lisa Drew, el 11 de septiembre. Estaba sola y le pregunté si pensaba que podía hacer el libro para New American Library. La pregunta la cogió por sorpresa y me dijo que primero tenía que consultar a los jefazos.
Al día siguiente me llamó para contarme que los jefazos ponían reparos. (El 18 de septiembre dejó Doubleday, y la siguieron otros muchos empleados de la editorial, lo que me dejó atónito.)
De todas maneras, me llamaron para que fuera a ver a Sam Vaughan y Henry Reath, ambos jefes de la edición editorial.
Me comentaron que Doubleday no aceptaba que escribiera una novela de ciencia ficción para otros. Argumenté, perplejo, que el agente me había dicho que Doubleday tuvo la oportunidad de pujar y que perdió, y me contestaron que no era cierto, que nadie pidió nunca una oferta a Doubleday.
Estaba anonadado. Contacté con el agente y me aseguró que había hablado con Dell Books para que pujara y que Dell era una editorial de libros de bolsillo filial de Doubleday.
No estaba de acuerdo y sostuve que cuando dije que Doubleday merecía tener la oportunidad de pujar, quería decir Doubleday, no Dell. El agente respondió que desde el punto de vista corporativo era lo mismo, pero Sam Vaughan y Henry Reath insistían en que no habían sabido nada de las actividades de Dell.
Las interminables conversaciones telefónicas sobre el asunto cada vez me desconcertaban más y finalmente decidí que me daba igual quién tuviera razón y quién no; no iba a intentar descubrir lo que había dicho y hecho; me atendría a los fundamentos básicos.
Doubleday era mi editorial de ciencia ficción. Habían trabajado conmigo durante treinta y cuatro años, me habían publicado unos noventa libros, incluidos dos éxitos de ventas, y no iba a traicionarlos. Así que el 27 de septiembre de 1984 le dije al agente que no escribiría Viaje alucinante II.
El 1 de octubre, el agente y sus representados del mundo del cine me amenazaron con demandarme con incumplimiento de contrato. Les respondí que había dejado perfectamente claro, por escrito, que mi acuerdo estaba condicionado a que Doubleday tuviera una oportunidad imparcial de pujar por el libro y que dicha condición no se había cumplido.
No obstante, pensaba que me iban a llevar a los tribunales y que, incluso si ganaba, me costaría un dineral en abogados, en tiempo perdido y en problemas nerviosos. Así que fui a Doubleday el 5 de octubre (fue cuando Henry Reath sacudió la cabeza y dijo que “necesitaba un guardián”, al descubrir que no había leído el contrato con la gente del cine). Pregunté qué podía hacer y Henry me dijo que Doubleday sería mi guardián, y que sus abogados se ocuparían de todo y correrían con todos los gastos. (En mi opinión, la lealtad engendra lealtad.)
No sé qué hizo Doubleday, pero nunca más se oyó hablar de la demanda y el asunto de Viaje alucinante II quedó olvidado, con gran alivio por mi parte.
Seguí trabajando y terminé Robots e imperio, que escribía mientras la disputa estaba en pleno apogeo. Se publicó en 1985. Después empecé Fundación y Tierra y más tarde, ante mi asombro, Viaje alucinante II renació. Sucedió de la manera siguiente…
Después de mi negativa a trabajar en el proyecto, los que aspiraban a rodar la película se dirigieron a Philip Farmer, un excelente escritor de ciencia ficción, mucho más hábil que yo, si se me permite decirlo.
Escribió una novela y les envió el manuscrito, pero no les gustó y tampoco a la New American Library. Los “aspirantes” del cine acudieron a Scott Meredith, probablemente el agente literario más destacado del mundo, al que conocí bien cuando yo tenía veinte años y él diecisiete. Querían que Scott me hiciera reconsiderar mi postura sobre la novela. Si me lo hubiera propuesto cualquier otra persona, le habría respondido con una rotunda negativa, pero un viejo amigo es un amigo, así que lo reconsideré y pedí el manuscrito de Phil, para ver lo que no tenía que hacer.
Scott me envió una copia y la leí. No era una novela de ciencia ficción de las que yo querría o podría hacer, pero en mi opinión era fantástica. Además se ajustaba a la perfección a la sinopsis que me habían enviado. Se trataba de una Tercera Guerra Mundial en el flujo sanguíneo y tenía mucha acción y emoción.
Llamé a la oficina de Scott Meredith y les dije que estaban locos. Habían pedido una novela en concreto y Farmer se la había proporcionado con todo lo que querían. No había ningún error en ella. ¿Por qué no aceptaban el manuscrito, buscaban a alguien que lo publicara y hacían una película con ella?
No, no, no y no. No querían ni oír hablar del asunto. Querían que yo escribiera la novela, así que con todo cuidado puse una serie de condiciones que pensé que rechazarían.
1. Tendrían que pagar a Phil Farmer lo estipulado por una novela aceptada, ya que bajo ningún concepto yo haría la competencia desleal a un compañero.
2. Deberían entender que la novela que iba a escribir tendría un argumento completamente distinto al de Phil (para que así pudiera vender su manuscrito en otra parte si lo deseaba) y en ningún caso se ajustaría a la sinopsis que me habían enviado.
3. La edición encuadernada en tapas duras tenía que ser publicada por Doubleday.
Para entonces, Doubleday había cambiado por completo. Betty Prashker, Kate Medina, Sam Vaughan y Henry Reath se habían ido y Dick Malina, a quien no conocía, ocupaba el lugar de este último. El 27 de enero de 1986 Scott Meredith y Dick Malina elaboraron con mucho esfuerzo los acuerdos necesarios y se persuadió a New American Library para que abandonara el libro.
Después de tanto trabajo, yo tenía que escribirlo, así que empecé el 1 de febrero de 1986. Tenía cierto parecido con Viaje alucinante, pero era más largo, más detallado, más científico y con mejor caracterización; en mi opinión, era superior en todos los aspectos. Estaba satisfecho del resultado y Doubleday lo publicó en 1987. (Para cuando se publicó el libro, Dick Malina se había ido y Nancy Evans le había sustituido, pero ninguno de estos continuos cambios afectó a mi obra o a mis relaciones con la editorial.)
Pensaba que Viaje alucinante II: Destino el cerebro no se vendería tan bien como se podría esperar, porque representaba un futuro en el que la Unión Soviética y los Estados Unidos eran amigos cautelosos. No trataba de submarinos que competían en el flujo sanguíneo sino de un submarino con mi héroe estadounidense que colaboraba (no del todo voluntariamente) con cuatro miembros de una tripulación soviética.
Supongo que habría tenido mayor aceptación si se hubiera tratado de vapulear a los soviéticos y los villanos comunistas hubieran sido derrotados y masacrados, pero los relatos de guerra no se me dan muy bien.
Por supuesto, tres años después sonreía irónicamente cuando la guerra fría terminaba y parecía que Estados Unidos y la Unión Soviética iniciaban una relación de mayor cooperación y amistad. Todo el mundo en Estados Unidos se preguntaba: “¿Quién lo hubiera imaginado?”
Pues bien, a mí se me había ocurrido, y Viaje alucinante II resultó ser toda una premonición. De todas maneras, la película nunca se hizo. Los del cine deberían haberme hecho caso y haber filmado la novela de Phil Farmer.