103. Los oasis

Se puede escribir un libro que sea un éxito comercial y de crítica y, sin embargo, odiarlo. Esto fue lo que ocurrió, como ya he explicado, con la primera edición de The Intelligent Man’s Guide to Science.

Una situación parecida, pero a mucha menor escala, se produjo con Anochecer. Antes de su publicación, Cambpell añadió un párrafo hacia el final. Era muy poético, pero no estaba escrito en mi estilo, y a mis ojos era un “no Asimov”. Además, en el párrafo Campbell mencionaba la Tierra, que yo había eludido mencionar en el relato porque no quería que el lector considerara el planeta Lagash un cuerpo celeste alienígena.

Para mí, el párrafo de Campbell destrozó el relato y ayudó a que cuando la gente lo alababa y aseguraba que era mi “mejor obra” mi reacción fuera negarlo rotundamente.

Hace unos años todavía se insistió más en ello cuando el escritor de ciencia ficción Harry Harrison afirmó que yo podía escribir poéticamente cuando quería, y para probarlo, citó el párrafo de Campbell en Anochecer. Todo esto me sumió en la desesperación.

Sin embargo, aunque en los años sesenta y setenta me dediqué al trabajo literario de la no ficción, ello no quiere decir que no escribiera ciencia ficción. Hubo algún oasis en el desierto y en ese intervalo escribí varios relatos de ciencia ficción, algunos bastante buenos. Entre ellos, Feminine Intuition, por ejemplo, que apareció en el número de octubre de 1969 de F&SF. Después vino Light Verse, un relato por encargo muy corto para The Saturday Evening Post, que apareció en el número de septiembre-octubre de 1983 y me gustó mucho.

Ya había publicado relatos en esta revista (después de su relativo renacimiento como una sombra difusa de lo que fue), pero todos eran reimpresiones. En 1983 el Post me pidió un relato original y para recalcar que Light Verse lo era, les adjunté una carta que certificaba su reciente creación: había sido escrito ese mismo día.

Me preguntaron asombrados cómo lo había hecho. No les contesté, pensé que no sería bueno explicarles que en realidad lo había escrito en una hora. La gente no entiende lo que significa ser prolífico.

También escribí novelas de ciencia ficción en esa época, y la primera fue Viaje alucinante, acerca de la cual hay cierta confusión, ya que en realidad yo no la considero una novela mía. Por lo menos, no en mi fuero interno.

Se había rodado una película titulada Viaje alucinante, en la que un submarino miniaturizado, con una tripulación también miniaturizada, se pasea por el flujo sanguíneo de un hombre moribundo. Para curarle desde adentro. Existía un guión de película y la idea era convertirlo en una novela. Bantam Books, en aquel entonces dirigida por Marc Jaffe, se hizo con los derechos en rústica y quería que yo la escribiera.

Dudé. Nunca había hecho algo así y pensé que no me divertiría escribir una novela que en cierto modo ya estaba escrita. No obstante, me convencieron para que leyera el guión. Era una historia emocionante, y Marc siguió dándome coba y afirmó que yo era el único escritor en quien podía confiar y cosas así. Como siempre, los halagos hicieron su efecto, y acepté.

No me costó mucho escribir la historia, aunque tuve que perder tiempo corrigiendo unos pocos errores elementales del guión. (Sus autores habían asumido que la materia es continua, y no entenderían que cuando los seres humanos eran reducidos al tamaño de una bacteria, las moléculas de aire sin miniaturizar serían demasiado grandes para respirar. Además, al final dejaban el submarino en el cuerpo y afirmaban que había sido devorado por un glóbulo blanco. Tuve que señalar que, devorado o no, estaba formado por átomos miniaturizados que se expanderían y desintegrarían al hombre que los contenía.)

A pesar de perder el tiempo corrigiendo los errores, terminé de novelar el guión en sólo seis semanas.

Ésa era la parte más sencilla, lo difícil vino después. Las novelas en rústica de películas lo único que pretenden es hacer publicidad de las mismas mientras se exhiben en los cines. Después, no se vuelve a oír hablar de ellas. Estaba decidido a que esto no le sucediera a uno de mis libros. Una obra mía puede fracasar y desvanecerse, como The Death Dealers, pero nunca premeditadamente. Por tanto, puse como condición para reelaborar el guión, el que hubiera una edición encuadernada en tapas duras.

Bantam se avino, pero controlaba sólo los derechos en rústica. Tenía que encontrar a mi propio editor de libros encuadernados en tapas duras. Doubleday no lo haría si no poseía también los derechos en rústica. (Éste fue otro de sus errores, sobre todo teniendo en cuenta que, veinte años después, Doubleday y Bantam pertenecerían al mismo grupo de empresas.)

Así que convencí a Houghton Mifflin de que lo hiciera. Austin dudaba de que la edición en tapas duras se vendiera, puesto que casi a la vez se publicaría la edición en rústica. Le aseguré que en mi caso las ventas de una no se ven afectadas por la presencia de la otra. En realidad no lo sabía, pero corrí el riesgo y acerté. La edición de tapa dura se sigue vendiendo en la actualidad, un cuarto de siglo después, no en grandes cantidades, lo admito, pero se sigue vendiendo.

Trabajé tan rápido y las películas avanzan tan despacio que la edición de tapa dura de Viaje alucinante se publicó a principios de 1966, seis meses antes de que la película se estrenara, y pareció que la película se había hecho a partir del libro. Esto era terrible porque había tenido que ceñirme al guión y estaba convencido de que yo solo podía haber escrito un libro mejor. Por tanto, declaré muchas veces, oralmente y por escrito, que el libro procedía de la película y no al revés. No creo que eso ayudara mucho.

No fue una mala película, dicho sea de paso. Además, Raquel Welch interpretaba su primer papel estelar y distrajo la atención de cualquier pequeño fallo de la película.

La edición en rústica apareció a la vez que la película se exhibía en los cines, y ante la extrañeza de Bantam (y mía), resultó no ser un producto desechable. Siguió vendiéndose mucho después de que la película dejara de exhibirse y aún sigue vendiéndose en la actualidad. Se han hecho varias docenas de reimpresiones y se han vendido unos cuantos millones de ejemplares. Hoy en día, después de la serie de la Fundación, es el libro que mejor se vende.

Sin embargo, no me ha hecho rico, ya que no era un trabajo original sino que seguía el guión muy de cerca, y sólo me ofrecieron una suma fija de cinco mil dólares. Al final, Marc Jaffe admitió que se había vendido mejor de lo esperado, y me dio otros dos mil quinientos dólares.

Insistí en pactar un arreglo de los derechos de autor para la edición de tapa dura, la cuarta parte sería para mí y el resto para Hollywood, y conseguí recibir mi parte directamente, y no a través de Hollywood. Esto fue inteligente por mi parte, ya que si Hollywood hubiese recibido todos los derechos, yo nunca habría visto ni un penique.

No me gusta Viaje alucinante y es uno de mis pocos libros que nunca volvería a leer. No es porque consiguiera tan pocos beneficios de un éxito fácil y perdurable, sino que el libro se basaba en un guión que no era mío, y no creo merecer más de lo que he recibido.

Seis años después escribí Los propios dioses. Fue el mayor oasis en el desierto de aquellos años, puesto que fue la única novela de ciencia ficción que produje en estos veinte años. La publicó Doubleday en 1972, y como ya dije antes, la segunda parte de esta novela contenía algunos de los mejores fragmentos que haya escrito jamás; estaba escribiendo por encima de mis posibilidades.

Me nominaron para el Hugo y en 1973 fui a Toronto para la Convención Mundial, por si acaso. El viaje mereció la pena, ya que gané el premio a la mejor novela de 1972. Era mi tercer Hugo y el primero por un relato de ficción actual. Ése fue un momento maravilloso.

Por entonces, los Escritores de Ciencia Ficción de América entregaban un premio anual llamado Nebula y Los propios dioses lo ganó también.

Después, en 1975, una joven me pidió que escribiera un relato corto de ciencia ficción. El año siguiente se conmemoraba el bicentenario de la independencia de los Estados Unidos y quería publicar una antología de narraciones originales, todas tituladas El hombre del bicentenario. Le pregunté qué quería decir el título y me respondió:

—Nada. Haga lo que quiera con él.

Así que intrigado por la idea escribí un relato de un robot que quería ser un hombre y que luchó por ello durante doscientos años antes de ser aceptado como tal. Me fascinó tanto que su extensión duplicó la requerida.

Una vez más, escribí por encima de mis posibilidades. Dio la casualidad de que la antología nunca llegó a publicarse. La joven que la propuso tuvo problemas sociales y económicos y yo fui el único que había escrito un relato publicable.

Así que me devolvió el relato y yo le devolví el adelanto, porque: (a) lo necesitaba, y (b) tenía otra salida para la novela, que logré de una manera que describiré brevemente. Se publicó en 1976 en Stellar 2, otra antología de obras originales, y al final ganó el Hugo y el Nebula a la mejor novela corta del año. Era mi cuarto Hugo y mi segundo Nebula.

En este último, dicho sea de paso, se escribieron mal tanto mi nombre como mi apellido. Aparecí como “Isaac Asmimov”. No espero que el grabador ignorante que realizó la impresión supiera cómo se escribía mi nombre, ni siquiera que hubiera oído hablar de mí, pero creo que la organización de los Escritores de Ciencia Ficción de América debería haber comprobado el diseño original y haberse dado cuenta del error. Se sintieron avergonzados y se ofrecieron a rehacer el Nebula, pero no estaba dispuesto a esperar los cinco años más o menos que les costaría a esos guasones hacer el trabajo. Me limité a decirles, altivamente, que me lo quedaría como estaba para que sirviera de prueba de la capacidad mental de la organización.

Y por supuesto, hacia esa época escribí mi novela de misterio de gran éxito Asesinato en la convención.

Puede que crea que con todos estos éxitos vería abierto el camino para volver a la producción en masa de literatura de ficción. Pues no lo hice. Las alegrías de la no ficción me esclavizaban.

Memorias
cubierta.xhtml
sinopsis.xhtml
titulo.xhtml
info.xhtml
dedicatoria.xhtml
introduccion.xhtml
capitulo_001.xhtml
capitulo_002.xhtml
capitulo_003.xhtml
capitulo_004.xhtml
capitulo_005.xhtml
capitulo_006.xhtml
capitulo_007.xhtml
capitulo_008.xhtml
capitulo_009.xhtml
capitulo_010.xhtml
capitulo_011.xhtml
capitulo_012.xhtml
capitulo_013.xhtml
capitulo_014.xhtml
capitulo_015.xhtml
capitulo_016.xhtml
capitulo_017.xhtml
capitulo_018.xhtml
capitulo_019.xhtml
capitulo_020.xhtml
capitulo_021.xhtml
capitulo_022.xhtml
capitulo_023.xhtml
capitulo_024.xhtml
capitulo_025.xhtml
capitulo_026.xhtml
capitulo_027.xhtml
capitulo_028.xhtml
capitulo_029.xhtml
capitulo_030.xhtml
capitulo_031.xhtml
capitulo_032.xhtml
capitulo_033.xhtml
capitulo_034.xhtml
capitulo_035.xhtml
capitulo_036.xhtml
capitulo_037.xhtml
capitulo_038.xhtml
capitulo_039.xhtml
capitulo_040.xhtml
capitulo_041.xhtml
capitulo_042.xhtml
capitulo_043.xhtml
capitulo_044.xhtml
capitulo_045.xhtml
capitulo_046.xhtml
capitulo_047.xhtml
capitulo_048.xhtml
capitulo_049.xhtml
capitulo_050.xhtml
capitulo_051.xhtml
capitulo_052.xhtml
capitulo_053.xhtml
capitulo_054.xhtml
capitulo_055.xhtml
capitulo_056.xhtml
capitulo_057.xhtml
capitulo_058.xhtml
capitulo_059.xhtml
capitulo_060.xhtml
capitulo_061.xhtml
capitulo_062.xhtml
capitulo_063.xhtml
capitulo_064.xhtml
capitulo_065.xhtml
capitulo_066.xhtml
capitulo_067.xhtml
capitulo_068.xhtml
capitulo_069.xhtml
capitulo_070.xhtml
capitulo_071.xhtml
capitulo_072.xhtml
capitulo_073.xhtml
capitulo_074.xhtml
capitulo_075.xhtml
capitulo_076.xhtml
capitulo_077.xhtml
capitulo_078.xhtml
capitulo_079.xhtml
capitulo_080.xhtml
capitulo_081.xhtml
capitulo_082.xhtml
capitulo_083.xhtml
capitulo_084.xhtml
capitulo_085.xhtml
capitulo_086.xhtml
capitulo_087.xhtml
capitulo_088.xhtml
capitulo_089.xhtml
capitulo_090.xhtml
capitulo_091.xhtml
capitulo_092.xhtml
capitulo_093.xhtml
capitulo_094.xhtml
capitulo_095.xhtml
capitulo_096.xhtml
capitulo_097.xhtml
capitulo_098.xhtml
capitulo_099.xhtml
capitulo_100.xhtml
capitulo_101.xhtml
capitulo_102.xhtml
capitulo_103.xhtml
capitulo_104.xhtml
capitulo_105.xhtml
capitulo_106.xhtml
capitulo_107.xhtml
capitulo_108.xhtml
capitulo_109.xhtml
capitulo_110.xhtml
capitulo_111.xhtml
capitulo_112.xhtml
capitulo_113.xhtml
capitulo_114.xhtml
capitulo_115.xhtml
capitulo_116.xhtml
capitulo_117.xhtml
capitulo_118.xhtml
capitulo_119.xhtml
capitulo_120.xhtml
capitulo_121.xhtml
capitulo_122.xhtml
capitulo_123.xhtml
capitulo_124.xhtml
capitulo_125.xhtml
capitulo_126.xhtml
capitulo_127.xhtml
capitulo_128.xhtml
capitulo_129.xhtml
capitulo_130.xhtml
capitulo_131.xhtml
capitulo_132.xhtml
capitulo_133.xhtml
capitulo_134.xhtml
capitulo_135.xhtml
capitulo_136.xhtml
capitulo_137.xhtml
capitulo_138.xhtml
capitulo_139.xhtml
capitulo_140.xhtml
capitulo_141.xhtml
capitulo_142.xhtml
capitulo_143.xhtml
capitulo_144.xhtml
capitulo_145.xhtml
capitulo_146.xhtml
capitulo_147.xhtml
capitulo_148.xhtml
capitulo_149.xhtml
capitulo_150.xhtml
capitulo_151.xhtml
capitulo_152.xhtml
capitulo_153.xhtml
capitulo_154.xhtml
capitulo_155.xhtml
capitulo_156.xhtml
capitulo_157.xhtml
capitulo_158.xhtml
capitulo_159.xhtml
capitulo_160.xhtml
capitulo_161.xhtml
capitulo_162.xhtml
capitulo_163.xhtml
capitulo_164.xhtml
capitulo_165.xhtml
capitulo_166.xhtml
epilogo.xhtml
catalogo.xhtml
notas.xhtml