111. Guide to Shakespeare
Mi mudanza a Nueva York no hizo que dejara de escribir. Admito que cada vez que las circunstancias de mi vida cambiaron de manera radical, me preocupaba no poder escribir como antes, pero siempre dudé en vano. Mi trabajo literario continuó.
Después de entregar la Guía de la Biblia me sentí vacío. Había trabajado en ella tanto tiempo que tuve ganas de dejarlo. Me preguntaba si habría algo más que pudiera complacerme tanto, ¿y cuál es la única parte de la literatura inglesa comparable a la Biblia? Por supuesto, las obras de William Shakespeare.
Así que en 1968 empecé a escribir Asimov’s Guide to Shakespeare. Pretendía revisar cada una de sus obras con detalle, explicar todas las alusiones y arcaísmos y mostrar todas las referencias implícitas, ya fueran de historia, geografía, mitología o sobre cualquier otro tema, que se pudieran prestar a un comentario.
Empecé incluso antes de mencionar mis planes a Doubleday, y sin firmar ningún contrato. No obstante, cuando terminé mi análisis de Ricardo II, se lo presenté a Larry Ashmead y le pedí un contrato. Larry aceptó y seguí trabajando con ahínco.
Lo que más me ha divertido de toda mi obra ha sido escribir mis autobiografías. Después de todo, ¿qué puedo encontrar más interesante que escribir de mí mismo? Pero, aparte de ellas, Asimov’s Guide to Shakespeare fue el trabajo más entretenido que jamás haya hecho. Me gustaba Shakespeare desde que era joven y lo leí concienzudamente, línea a línea, así que escribir sobre todo lo que había leído me producía una gran alegría.
Fui recompensado por ello, ya que poco después de trasladarme a Nueva York, el fin de semana siguiente al Día de la Independencia, cuando Janet estaba de nuevo con sus pacientes, recibí la gran cantidad de galeradas del libro, ya que tenía más de medio millón de palabras. Esto me tuvo muy ocupado justo cuando más lo necesitaba, y me ayudó a borrar de mi mente los sentimientos de culpa e inseguridad.
Las galeradas o “pruebas” son, para aquellos de ustedes que no lo sepan, unas hojas muy largas en las que se imprime el contenido del libro, por lo general dos páginas y media del libro por hoja de galerada. Se supone que el escritor las tiene que leer con mucho cuidado para descubrir todos los errores tipográficos cometidos por el impresor y todas las equivocaciones cometidas por él mismo. Esta “lectura de pruebas” y las correcciones se supone que garantizan que el libro final esté libre de errores.
Sospecho que a la mayoría de los escritores las galeradas les suponen un trabajo pesado, pero a mí me gustan. Me dan la oportunidad de leer mi propia obra. El problema está en que no soy un buen lector de pruebas, porque leo demasiado deprisa. Leo por gestalt[15], frase por frase. Si hay una letra errónea, o una de más, no lo noto. El pequeño error se pierde en la corrección general de la frase. Me tengo que obligar a mí mismo a mirar cada palabra, cada letra, por separado, pero si bajo la guardia un momento, acelero de nuevo.
El lector de pruebas ideal debería ser, en mi opinión, un erudito en todos los aspectos de la ortografía, la acentuación, la gramática y al mismo tiempo ligeramente disléxico.
Asimov’s Guide to Shakespeare se publicó en dos volúmenes en 1970 y siempre que la utilizo, o la miro, vuelvo a recordar aquellos primeros días en Nueva York, inseguro de mi futuro y algo asustado.