145. Nuevas novelas de robots
Incluso antes de que se publicara Los límites de la Fundación, en Doubleday estaban satisfechos con el acuerdo de los anticipos y con las ventas de derechos para el extranjero, que iban a proporcionar mucho dinero. Yo no lo estaba, sencillamente porque no podía creer que uno de mis libros pudiera ser un best-seller. Si había escrito doscientos sesenta y un libros seguidos que no fueron best-seller, en mi opinión, eso establecía un patrón.
Sin embargo, los de Doubleday estaban tan seguros de sus razones que hicieron que Hugh O’Neill me entregara un contrato para escribir otra novela, el 18 de mayo de 1982. Este contrato me ofrecía un adelanto bastante más elevado que el de Los límites de la Fundación. Además, en cuanto lo firmé, Hugh me dio un cheque por la mitad del anticipo.
Mantuve la calma. Ni siquiera pensaba empezar la nueva novela hasta que Los límites de la Fundación se publicara y comprobara cómo se vendía.
Lo comprobé. Cuando apareció en la lista de libros más vendidos, supe hasta que no tenía elección. Empecé la nueva novela el 22 de septiembre de 1982.
Sin embargo, ni en el contrato ni en ninguna comunicación verbal se decía que debía ser otra novela de la Fundación y desde luego no quería que lo fuera. En vez de eso, pensé en reemprender otra serie que no había terminado nunca.
En 1954 había publicado la versión en libro del relato Bóvedas de acero y su continuación, El sol desnudo, en 1957. En 1958 tenía otro contrato para una tercera novela sobre Elijah Baley y R. Daneel Olivaw (el detective y su robot ayudante), ya que mi intención era hacer otra trilogía con ellos. Empecé el tercer volumen en 1958 y me quedé atascado en el capítulo octavo. No se me ocurría nada más y no me gustaba lo que había escrito. Éste era el libro del que traté de devolver los dos mil dólares de adelanto que Doubleday me pagó. Al final transfirieron el anticipo a mi primer libro de no ficción con Doubleday, Life and Energy.
En 1982, veinticuatro años después de haber fallado con el tercer libro de la trilogía de robots, mis pensamientos volvieron de nuevo hacia él. Si había logrado con éxito escribir un cuarto libro de la Fundación, sin duda, podía añadir un tercer libro a la saga de los robots.
En 1958 me había atascado en una narración en la que pretendía que una mujer se enamorara de un robot humanoide como R. Daneel Olivaw. Entonces no encontré la manera de hacerlo, y mientras escribía los ocho capítulos, la necesidad de describir la situación se hizo imperiosa y aterradora a la vez.
Pero en 1982 la mentalidad había cambiado. Los escritores podían hablar con más libertad de las relaciones sexuales, y yo era mejor escritor. No volví a los capítulos olvidados (cosa que sí hice con las catorce páginas del material de la Fundación). No los quería para nada. Decidí empezar de nuevo.
Me habían pedido que Los límites de la Fundación fuera más larga que mis anteriores novelas, que tenían unas setenta mil palabras, excepto Los propios dioses, que tenía noventa mil. Por eso, Los límites de la Fundación llegó a las ciento cuarenta mil palabras. Supuse que las instrucciones eran válidas para las siguientes obras y resolví que la tercera novela de robots también sería de ciento cuarenta mil palabras, o sea, tan larga como las dos primeras novelas de robots juntas. Esto me daría más espacio para describir los detalles de la nueva sociedad de la que trataría, y una mayor comodidad para resolver la complejidad del argumento.
Llamé a la nueva novela The World of the Dawn (El mundo del amanecer), porque el marco principal se desarrollaba en un planeta llamado Aurora, diosa romana del amanecer. Pero Doubleday, una vez más, tuvo la última palabra. Una novela de robots, según ellos, tenía que incluir la palabra “robot” en el título. Por tanto, el libro se llamó Los robots del amanecer, que resultó ser un título todavía más adecuado.
Me divertí mucho más con esta novela que con Los límites de la Fundación. En parte porque con un éxito de ventas en el bolsillo, esta vez tenía más confianza.
Además, Los robots del amanecer, al igual que las otras dos novelas anteriores, trataba fundamentalmente de un misterioso asesinato y me siento muy a gusto con estos relatos.
Terminé la novela el 28 de marzo de 1983. para entonces Los límites de la Fundación se había vendido tan bien y Los robots del amanecer había gustado tanto a los editores de Doubleday que me resigné a escribir novelas.
En realidad, esta última novela también figuró en las listas de libros más vendidos, pero durante menos semanas que la primera, aunque en mi opinión era mejor. Probablemente esto fue debido a dos razones ajenas a las cualidades relativas de ambos libros. Por un lado, Los límites de la Fundación se había beneficiado de la expectación creada por la aparición de un nuevo libro de la Fundación. La expectación creada por un tercer libro de robots no fue tan larga ni tan intensa. Por otro lado, el éxito de un libro depende en gran medida del resto de los libros que aparecen al mismo tiempo. Los límites de la Fundación se publicó sin apenas competencia mientras que Los robots del amanecer tuvo que enfrentarse a varios libros más.
Puesto que estaba obligado a seguir con otra obra, el placer que me produjo escribir Los robots del amanecer me llevó a emprender la cuarta novela de robots. En ella, Elijah Baley iba a morir, pero ya había decidido que el robot, Daneel Olivaw, era el verdadero héroe de la serie y que seguiría en activo.
Con todo, el hecho de que mis robots fueran evolucionando en cada uno de mis libros, hacía más difícil evitar que no los introdujera en mi serie de la Fundación.
Con gran esmero, busqué una razón para ello y, al meditarlo, me di cuenta de que necesitaba unir mis novelas de robots y de la Fundación en una sola serie. Intenté iniciar este proceso en la cuarta novela de robots y para insinuar mis intenciones quería titularla Robots e imperio.
Discutí el tema con Lester y Judy-Lynn del Rey, porque la editorial Random House había absorbido a Fawcett y controlaba mis obras de ficción en rústica. En concreto, estaban editando mis nuevas novelas de los ochenta y pensé que deberían saberlo. Para mi sorpresa y disgusto, los del Rey se opusieron rotundamente a mi propuesta. Argumentaban que los lectores preferirían tener las dos series por separado y me pareció que estaban dispuestos a no publicar las versiones en rústica si seguía adelante con mi plan.
Me fui muy desanimado y le expliqué la situación a Kate Medina. (A Hugh O’Neill le habían ofrecido un puesto en Times Books, y Kate, a quien conocía desde hacía años, era mi nueva directora.)
Me preguntó:
—¿Qué es lo que quieres hacer tú, Isaac?
—Quiero unir las dos series —le respondí tristemente.
—Pues tú eres el escritor, hazlo.
—No lo entiendo, Kate. Si lo hago, los del Rey probablemente no comprarán los derechos para editar mis libros en rústica.
—Eso no es tu problema —sostuvo Kate—. Tú escribe lo que quieras y Doubleday venderá los derechos en rústica; si no a los del Rey, a otros.
(Así que ya puede ver el lector lo fácil que es ser leal a Doubleday. ¡Después de todo, ellos son leales conmigo!)
Seguí adelante, escribí Robots e imperio e inicié claramente el proceso de fusión de las dos series. Al final, triunfó la virtud, ya que los del Rey, a pesar de todo, compraron los derechos. Tuvo lugar una fiesta de presentación del libro el 15 de septiembre de 1985 y Judy-Lynn del Rey asistió de muy buen humor y nunca mencionó una palabra del tema. (Fue la última vez que la vi con vida. Es estupendo que no podamos predecir el futuro.) Dicho sea de paso, aunque Los límites de la Fundación se publicó en 1982 y Los robots del amanecer un año más tarde, Robots e imperio no apareció hasta 1985. La razón de este retraso la explicaré más adelante.
Robots e imperio se vendió muy bien y figuró en la lista de libros más vendidos de Publishers Weekly, al igual que las dos novelas anteriores, pero no apareció en la lista del New York Times. Esto era importante porque las ventas de libros en rústica proporcionaban ingresos extraordinarios si el libro permanecía durante cierto tiempo en la lista de best-sellers, y sólo contaba la del New York Times.
En consecuencia, me sentía desanimado; no por la pérdida de ingresos sino por lo que yo pensaba que podía ser una desventaja para Doubleday. Fui a ver a Kate y le propuse no volver a escribir más novelas puesto que no había aparecido en la lista del Times.
Y Kate me respondió:
—No te preocupes por eso. Si el libro no aparece en la lista, es culpa nuestra, no tuya. Tú limítate a escribir las novelas y deja que nosotros nos ocupemos de lo demás.
Así que volví a la serie de la Fundación y escribí Fundación y Tierra, que era una continuación de Los límites de la Fundación y el quinto libro de la serie. Se publicó en 1986, y esta vez apareció en la lista de los libros más vendidos, no sólo en la de Publishers Weekly sino también en la del New York Times.