96. Las antologías

Cuando estaba en la NAES, a principios de los años cuarenta, empezaron a aparecer las primeras antologías de ciencia ficción.

Una antología es una colección de relatos, no sólo de un autor, sino de varios. Su función es la misma que una colección: proporciona al lector habitual relatos que puede tener la oportunidad de releer junto con otros que tal vez se haya perdido. Los lectores nuevos tienen la oportunidad de leer los relatos más notables del pasado.

Los editores pagan por el privilegio de utilizar los relatos en antologías. Crown publicó la primera en 1946, The Best of Science Fiction, editada por Groff Conklin (a la larga se convertiría en un gran amigo mío). Contenía un relato mío menor, Blind Alley (ASF, marzo de 1945). Street & Smith Publications había comprado todos los derechos, así que el dinero era para ellos, pero Campbell insistió en que en tales casos fuera para los autores. (Fue un gesto amable, típico de Campbell.)

Recibí cuarenta y dos dólares y cincuenta centavos por el relato de la antología. No fue mucho, pero era la primera vez que me volvían a pagar por algo que ya había escrito, vendido y cobrado en el pasado. Al cabo de un año, otra antología, Adventures in Time and Space, editada por Raymond J. Healy y J. Francis McComas, incluía Anochecer, y me pagaron sesenta y seis dólares y medio por ello. En el futuro recibiría muchos más pagos por antologías, pero en los años cuarenta nunca sospeché que algo así pudiera ocurrir.

Con el tiempo, las antologías de ciencia ficción se publicaron por centenares, y la mayoría contenía relatos míos. Algunos han sido incluidos en antologías hasta cuarenta veces o más, pero supongo que otros, de Arthur Clarke o de Harlan Ellison, lo han sido incluso más veces.

Por supuesto, sospecho que muchos de los antólogos, sobre todo los que preparan “libros de lectura” para escuelas, no recurren a las fuentes originales para buscar material, sino a otras antologías. Esto quiere decir que una vez que un relato ha sido incluido varias veces en antologías, seguirá apareciendo en otras por pura inercia.

Luego, los escritores, a medida que se hacen más conocidos y sus relatos tienen más demanda, tienden a exigir mayores retribuciones por su uso. Mi principio ha sido el contrario. Nunca pido mucho, con la esperanza de que esto anime a que incluyan mis relatos en antologías. Quiero que mis obras y mi nombre tengan una gran difusión, y esto para mí, es mucho más provechoso que andar regateando.

Se publicaron muchas antologías, algunas de ellas editadas por mis amigos escritores de ciencia ficción, y a pesar de que sabía que el editor, por lo general, recibía la mitad de los derechos de autor (la otra mitad se repartía entre los autores), nunca me sentí tentado a editar por mí mismo. Supondría leer números atrasados, decidir cuál incluir, escribir a los distintos autores para pedirles permiso, etc. Demasiado trabajo. Prefería gastar mi tiempo en escribir en vez de perderlo con antologías.

Pero, en 1961, Avram Davidson tuvo una idea. Había publicado un relato corto: Or All the Seas with Oysters (Galaxy, mayo de 1958) y había ganado el Hugo. Avram siempre necesitaba dinero y sabía que podía ganar algo si el relato se incluía en una antología. Sólo necesitaba persuadir a alguien de que editara una antología de los ganadores de los premios Hugo.

El agente de Avram, Bob Mills, quería conseguir como editor a alguien que: (1) fuera un escritor de ciencia ficción muy conocido y (2) nunca hubiese ganado un Hugo. Pensó en mí de inmediato. Yo era reacio, pero como no tenía que seleccionar las narraciones y Bob Mills conseguiría los permisos, el trabajo parecía sencillo y acepté.

The Hugo Winners, la primera antología que edité, fue publicada por Doubleday en 1962 y se vendió muy bien. Pero descubrí que mis cálculos habían tenido un fallo. Cada seis meses llegaban los derechos de autor de The Hugo Winners. Debía mandar un diez por ciento a Bob Mills, dividir lo que quedaba por la mitad, quedarme con una mitad y dividir la otra entre nueve autores en partes proporcionales según la longitud de sus relatos, antes de enviarles los cheques a ellos o a sus agentes.

Podría haber soportado esto durante un período o dos de derechos de autor, pero la antología siguió vendiéndose de una manera u otra durante veinte años. Acabé harto de esta tarea y decidí no editar nunca más otra antología a no ser que alguien se encargara de todo el papeleo.

Mantuve esta resolución. Para 1977 había editado ocho antologías y otros hicieron el papeleo en todas las ocasiones. Las antologías de este período incluían dos volúmenes más de ganadores del Hugo, un volumen de premiados con el Nebula, una antología de relatos muy cortos de ciencia ficción de Groff Conklin, un libro de relatos de ciencia ficción seleccionados por Doubleday y uno llamado Antes de la Edad de Oro, que fue una idea completamente mía.

El 3 de abril de 1973 soñé que había preparado una antología de las grandes narraciones que había leído y me habían gustado en los años treinta (incluidas World of the Red Sun, de Cliff Simak; Born of the Sun, de Jack Williamson; Tumithak of the Corridors, de Charles Tanner y otras más). Le conté a Janet mi sueño y me dijo:

—¿Por qué no lo haces?

¿Por qué no? Llamé a Larry Ashmead, subrayé la importancia histórica de dicha antología y me dio luz verde. Llamé a Sam Moskowitz, el historiador extraoficial de la ciencia ficción. Me dijo que siempre había deseado hacer dicha antología pero que ningún editor quería publicarla, mientras que entendía que estuvieran dispuestos a que la hiciera yo. Con toda lealtad, me dio las separatas de los relatos que necesitaba en un tiempo récord, y por supuesto le pagué por ello.

Doubleday publicó el libro el 3 de abril de 1974, el aniversario de mi sueño. Sólo se vendió moderadamente bien, pero fue un libro que me proporcionó una enorme satisfacción. Desee con todo mi corazón poder retroceder en el tiempo para decirle al joven estudiante que fui lo que había hecho para conservar los relatos que tanto le gustaron.

Y esto me hartó por lo que a antologías se refiere. No preveía hacer ninguna otra, excepto quizá más volúmenes de ganadores del Hugo, y ni siquiera de esto estaba muy convencido.

Sin embargo, en 1977 conocí a Martin Harry Greenberg y eso lo cambió todo, como explicaré a su debido tiempo.

Memorias
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