46. En busca de trabajo
Mi peor momento en la búsqueda de trabajo se produjo de la manera siguiente. Un conocido mío que trabajaba en Charles Pfizer, una empresa farmacéutica ubicada en Brooklyn, me dijo que había concertado una entrevista para mí con un alto cargo de la empresa. La cita era para el 4 de febrero de 1949 a las diez de la mañana y puedo asegurarle que llegué a tiempo. La persona a la que tenía que ver, no. Apareció a las dos de la tarde. No es necesario decir que fue absurdo por mi parte quedarme allí sentado durante cuatro horas, a la hora de almorzar, pero fue una de esas veces en que la terca indignación que me embargaba pudo más que el sentido común. No me iban a echar de una manera tan indigna.
El alto cargo apareció por fin, probablemente porque le habían dicho que tenía toda la pinta de no irme hasta que él viniera. Me trató con indiferencia y perdió muy poco tiempo conmigo.
Vi lo suficiente de Charles Pfizer como para saber que no quería trabajar allí y que habría rechazado un empleo si me lo hubieran ofrecido, pero eso no importa. Estaba furioso por el modo en que me habían tratado y es uno de esos casos en los que la rabia nunca se ha apagado del todo. Sigue tan viva en mi corazón como si hubiese sucedido ayer. No me enorgullezco de guardar rencor a alguien y, probablemente, no se lo guardaría de no haber ocurrido un incidente que remató todo el asunto.
A pesar de todo, había dado al directivo de la empresa una copia de mi tesis cuidadosamente encuadernada. No esperaba impresionarle, pero había planeado dársela, así que lo hice. A los pocos días me devolvió la copia por correo con una fría nota que decía que me devolvía mi "panfleto". Eso, a mis ojos, era un insulto. No podía creer que semejante ser miserable no pudiera reconocer una tesis doctoral al verla, sobre todo cuando lo dice claramente en la portada. Llamarla "panfleto" era como llamar "escribano" a un escritor y nunca lo he olvidado.
Un último detalle sobre Charles Pfizer. Muchos años después me pidieron que diera una conferencia a un grupo de ejecutivos de la empresa. Me ofrecieron cinco mil dólares, y por lo general no regateo mis honorarios. En esa época era una cantidad habitual por una conferencia en Manhattan. Sin embargo, hice una excepción con Pfizer. Les pedí seis mil dólares y no haría concesiones. Por fin aceptaron.
Los mil dólares de más eran para calmar mis sentimientos heridos hacía tantos años, y después de terminar mi charla con muchos aplausos y de haberme embolsado el cheque les dije la razón exacta por la que habían tenido que pagar mil dólares más.
Eso hizo que me sintiera mejor. Fue mezquino por mi parte, pero soy humano. No había buscado la venganza pero cuando se presentó ante mí no pude rehusarla.
Aunque el incidente de Pfizer fue el peor de mi búsqueda de trabajo, el resto tampoco fue mucho mejor. Sencillamente, no pude conseguir un trabajo.