41. Los juegos
En el capítulo anterior mencioné que había jugado innumerables partidas de bridge con los "expertos imprescindibles" y que era bastante malo. En general soy bastante malo en todos los juegos.
No estoy hablando de los juegos callejeros violentos, las clases de gimnasia para desarrollar la musculatura o los esfuerzos coordinados de deportes que requieren agudeza visual y buenos reflejos como el tenis o el golf.
Mi ignorancia de todas estas cosas es patética.
En 1989, di una charla en un club deportivo importante y me encontré entre un grupo de elite que se había reunido para asistir a la conferencia y jugar al tenis y al golf en su tiempo libre. Había varios objetos expuestos que los jugadores que competían podían ganar si su puntuación era buena, y uno de ellos me resultaba muy extraño. Lo estudié con detenimiento y al final le dije a un joven que tenía aspecto de contestar a una pregunta hecha con educación:
—Perdone, ¿qué es esto?
—Una bolsa de golf —me respondió después de mirarme fijamente durante un momento.
—¿Ah, sí? —le dije inocentemente como si tuviera siete años, cuando en realidad podría ser su abuelo—. Nunca había visto una.
Estoy seguro de que la conversación se comentó y todos debieron de preguntarse alarmados por qué me habían invitado para darles una charla. Sin embargo, les demostré que uno puede no saber lo que es una bolsa de golf y a pesar de todo dar una buena conferencia.
Nunca me ha importado no hacer buen papel en los deportes. Cuando era joven y atontado, incluso me consolaba pensando que esa característica mía no era más que un subproducto de mi "inteligencia", pero a medida que me hice mayor, descubrí que tampoco destacaba en las actividades competitivas en las que intervenía la mente. No sólo no era un buen jugador de bridge, sino que no era bueno en ningún juego de cartas, lo que también tiene sus ventajas, ya que eso me mantuvo alejado de la pasión por el juego.
Pero me molestaba mi fracaso en el ajedrez. Cuando era bastante joven y tenía un tablero de ajedrez, pero no las piezas, leía manuales sobre el juego y me aprendí las diferentes jugadas. Después, recorté cuadrados de cartón y dibujé los símbolos de las distintas piezas e intenté jugar contra mí mismo. Con el tiempo, conseguí convencer a mi padre de que me comprara las piezas de verdad. Después enseñé a mi hermana las jugadas y empecé a echar partidas con ella. Los dos jugábamos bastante mal. Mi hermano Stanley, que nos miraba mientras competíamos, aprendió las jugadas y me pregunto si podría probar suerte. Como su condescendiente hermano mayor le dije que sí y me preparé para darle una paliza. El problema fue que en la primera partida de su vida me ganó.
En los años siguientes descubrí que todo el mundo me ganaba, independientemente de su raza, color o religión. Sencillamente, era el peor jugador de todos los tiempos y, con los años, dejé de jugar al ajedrez.
Este fracaso me dolió realmente. Estaba en total contradicción con mi "inteligencia", pero ahora sé (o al menos eso me han dicho) que los grandes jugadores de ajedrez logran sus resultados estudiando durante años y años partidas de ajedrez, memorizando gran cantidad de complejas "combinaciones". No ven el ajedrez como una sucesión de jugadas sino como un patrón. Sé lo que eso significa porque yo veo los artículos o los relatos como patrones.
Pero son aptitudes diferentes. Kasparov considera el juego de ajedrez como un patrón, pero para él, un artículo no es más que una mera sucesión de palabras. Yo veo los artículos como patrones y las partidas de ajedrez como meras sucesiones de movimientos. Así que él puede jugar al ajedrez y yo puedo escribir artículos, pero no al revés.
Sin embargo, esto no es suficiente. Nunca pensé en compararme con los grandes maestros del ajedrez. ¡Lo que me molestaba era mi incapacidad de ganar a nadie! La conclusión a que llegué finalmente (cierta o equivocada) era que no estaba dispuesto a estudiar el tablero y sopesar las consecuencias de cada uno de los movimientos posibles. Incluso la gente que no es capaz de ver patrones complejos por lo menos puede deducir las dos o tres jugadas siguientes, pero yo no. Muevo por impulsos, cuando no al azar, y soy incapaz de hacer nada más. Esto quiere decir que tengo todas las probabilidades de perder.
Y una vez más, ¿por qué? A mí, me parece obvio. Mi capacidad para comprender y recordar todo enseguida es lo que me inutiliza. Esperaba ver las cosas de inmediato y me negaba a aceptar una situación en la que algo así no era posible. (Igual que cuando me negaba a estudiar en el instituto y en el college.)
Tengo la gran suerte de poder ver los patrones de inmediato, sin esfuerzo, cuando escribo y cuando doy conferencias. Si tuviese que pensarlo, supongo que habría fracasado en ambas cosas. (Y no me sorprendería que mi falta de disposición para tomarme el tiempo para pensar las cosas haya contribuido a mi fracaso como científico.)