Visiones de Compostela
Cuarta parte
Visiones de Compostela
¡Quién hubiese en la mano, para sacar de ellas literario producto, las visiones que de la ciudad tuvieron, año tras año, siglo tras siglo, los peregrinos y viajeros! Pasaríamos del pasmo y alborozo del ingenuo medieval a la requintada descripción del sabihondo moderno, y de todas ellas, cándidas o pedantes, haríamos como una cinematográfica visión, acumulando imágenes, muchas de ellas de cosas desaparecidas. Pero no fue corriente que los viajeros y peregrinos hiciesen relación de sus jornadas y de las cosas vistas, y así nos faltan tan ilustres o humildes testimonios.
Nos gustaría saber cómo era la Compostela románica. No sólo la basílica, que de ella tenemos alguna graciosa descripción, sino la ciudad, con sus calles y sus casas y el tumulto de los peregrinos entrando y saliendo, cada grupo por su parte; y los aconteceres de cada cual, con sus rezos, posadas, compras y conversaciones.
Y la Compostela gótica, más colorista, con muchos caballeros y grandes líos políticos, y casas fuertes con torres almenadas en la ciudad.
Y la renacentista, más sosegada. Y la barroca, poblada toda ella de andamios. Y, sobre todo, de ese momento transeúnte en que la pobre edificación de madera a que se alude en el Viaje de Cosme de Médicis se transformó en construcción de piedra, y surgieron calles y fachadas aproximadamente en su figura actual: porque la Compostela de hoy, su caparazón visible, fue levantada en el medio siglo último del XVII y en todo el XVIII, quedando ciertamente escaso quehacer al siglo XIX.
Cuando entraron los franceses en la ciudad, o cuando salió de ella el batallón Literario —Palladis Legio—, con su bandera de inscripción latina, Compostela era aproximadamente lo que hoy es, y las rúas y las plazas tenían la actual fisonomía. Pero hubiera sido altamente ilustrativa una sucesión de imágenes que explicaran su génesis.
Aimerico, redactor del Codex Calistinus, dejó la descripción de algunos monumentos. Por ella comenzamos la serie de estas visiones de Compostela, singularmente en aquellos aspectos ya desaparecidos. Porque mucho de lo que Aimerico refiere o describe se conserva intocado, como tallado en piedra que desafía al tiempo. Y a eso nos referiremos más adelante, en la «Guía del peregrino». Pero de lo que se tragó el tiempo y no puede reconstruirse, ya que nos queda memoria escrita, conviene hacer mención.
Viajeros posteriores, con ánimo diverso, dejaron también opiniones escritas sobre su estancia en Santiago. Algunas hay que merecen referencia y comentario. Y de todos los poetas que por aquí pasaron, dos hay, españoles ambos, cuyos poemas ha incorporado la ciudad a su local antología. Intentaremos explicar cuanto explicable haya cabido en ellos. Y concluiremos estas visiones aludiendo a la muy literaria de Valle-Inclán, que vivió en Compostela muchos años de su vida juvenil y supo de sus piedras y de sus gentes cosas muy peregrinas.