Un soldado polaco
Tercera parte
Un soldado polaco
Erich Lassota de Steblovo era su nombre, y militaba bajo las banderas católicas del rey de España. Vino a Santiago en 1581, y de su visita y viaje dejó una somera relación.
Se le trae a colación no por su alcurnia, ni por lo memorable de sus hechos, ni porque ningún aspecto de su persona le acredite de gran personaje. En realidad, ¿por qué se cita aquí a este peregrino? Por puro capricho, o puro regocijo de la imaginación. Era un eslavo metido en líos occidentales; era un hombre de ojos claros y claros cabellos, hijo de la estepa, soldado profesional, bebedor y amigo de guitarras y buenas mozas, pero con fe. Y también con una cierta inquietud de semioriental por el Occidente misterioso —por el geográfico, no por el cultural—, que le llevó a prolongar su camino por las antiguas calzadas romanas hasta el Finisterre. En las últimas tierras, batidas del mar furioso, visitó dos antiguos santuarios: el del Cristo de Finisterre y el de Nuestra Señora da Barca, en Mujía. En el uno y en el otro aprendió dos conocidas coplas en romance galaico, que después solía cantar, con acompañamiento de guitarra, cuando estaba melancólico, y que dicen así:
Santo Cristo d’o Fisterre,
Santo da barba dourada:
axudádeme a pasare
a laxe de Touriñana.
Nosa Senhora da Barca
ten unha ermita de pedra;
ben poidía tela d’ouro
minha Virxen, si quixera!
Y se quedaba tan contento.