Capítulo 30
Thane salió del baño con una toalla sujeta a la cintura. Los chicos y él habían elaborado un plan de actuación que iban a llevar a cabo aquel mismo día: encontrar a Ardeo y seguirlo hasta que los llevara hasta el príncipe. El rey creía que el ángel caído podía devolverle la vida a Malta, y no descansaría hasta que le demostraran que estaba equivocado.
Después de eso, el Ejército de la Desgracia se reuniría con los Siete de la Elite y capturarían al príncipe para interrogarlo. Y, finalmente, irían en busca de los demás príncipes que habían participado en la muerte de Germanus, y los matarían.
Lo único que le quedaba por decidir era qué iba a hacer con Elin, ¿cuál sería el lugar más seguro para ella?
A Thane se le aceleró el pulso al verla tumbada en el centro de la cama. Ya estaba desnuda.
Ella le lanzó una sonrisa verdaderamente perversa, distinta a todas las que le había dedicado hasta el momento. Él no supo qué pensar.
—¿A qué estás esperando, guapo? —le preguntó Elin, con la voz ronca, pasándose un dedo entre los pechos—. Yo ya estoy dispuesta a todo. Quiero que me encadenes y me tomes con tanta fuerza que te sienta durante semanas.
¿Encadenarla?
Thane frunció el ceño. A Elin le ocurría algo.
Debía de ser el alcohol. Su comportamiento siempre se alteraba un poco cuando bebía.
Se acercó al borde de la cama, y ella intentó tirarle de la toalla, pero él sujetó la tela y se sentó junto a ella.
—Kulta —le dijo, suavemente.
—¿Kulta? —preguntó ella, y en sus ojos se reflejó algo, algo que enmascaró rápidamente. Thane no pudo distinguirlo—. ¿No me deseas? Porque yo sí te deseo, y no quiero esperar.
—Sí, te deseo, pero ¿qué te ocurre? ¿Alguien te ha dicho algo para herirte?
—¿Y qué harías tú si alguien me hiciera daño? —preguntó Elin.
—Vengarte —dijo él. Brutalmente.
Ella se quedó sorprendida.
—¿Por qué?
—Porque te quiero.
«Tú ya lo sabes».
«¿Qué es lo que sé?», preguntó ella, mentalmente.
Thane se sintió aún más confuso.
«Que te quiero».
«Claro que lo sé, pero nunca me cansaría de oír esas palabras».
Mientras su voz llenaba la mente de Thane, ella entrecerró los ojos.
—Demuéstramelo. Demuéstrame que me quieres —dijo ella, y comenzó a besarle el cuello.
El roce de su lengua era más caliente de lo normal. Sus labios eran más cálidos de lo normal, y su olor no era… No olía a alcohol, como antes, cuando había ido a verla; y, algo que resultaba todavía más desconcertante, su fragancia no era la de las cerezas…
Además, la esencia había desaparecido por completo de su piel.
Thane se alarmó.
Aquella no era Elin. No podía ser Elin.
Le tomó la barbilla y estudió su cara. Sus ojos de color gris no tenían ninguna calidez. Eran fríos y duros, estaban llenos de determinación, y no tenía las pupilas dilatadas. Sus mejillas delicadas no tenían el rubor de la excitación.
Al comprender la verdad, Thane se puso furioso.
Aquella mujer era Kendra.
Había conseguido quitarse las ataduras de la esclavitud, y había dado con él. Y estaba intentando acostarse con él para poder esclavizarlo de nuevo. Así era como lo había capturado la última vez. Lo había seducido ocho veces, cada una de ellas con la forma de una mujer distinta, y en las ocho ocasiones, él había derramado su semen dentro de ella y, de ese modo, había vinculado su alma con la de Kendra, más y más estrechamente.
Tuvo ganas de maltratarla, de hacerle daño, pero no siguió sus impulsos. Se había convertido en un hombre distinto, y no iba a cometer los mismos errores.
Tomó aire profundamente, y lo exhaló. Cuando consiguió dominar su rabia, se concentró en el arrepentimiento que había sentido cada vez que había pensado en el pasado.
¿Qué clase de vida había llevado Kendra? ¿Qué la había llevado hasta aquel momento?
Si él le hacía daño ahora, ella querría vengarse después, y él querría tomarse la revancha, y la situación se convertiría en un círculo interminable de dolor y remordimiento.
Era hora de romper aquel círculo vicioso.
Fue hacia el armario.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó ella, sin poder disimular su enfado.
—¿Y tú qué crees? —inquirió él. Se giró, y le mostró unas cadenas—. Querías que te encadenara, ¿no?
Por fin, llegó la excitación. Thane la percibió en ella, y eso le entristeció.
—Sí.
—Túmbate —le ordenó él.
Al instante, ella obedeció; puso los brazos por encima de su cabeza y separó las piernas. Cuando él le puso los grilletes de metal en los tobillos y las muñecas, ella se estremeció. Después de atarla a la cama, Thane se quedó a un lado, observándola, y suspiró. Él iba a hablar, y ella iba a escuchar. Esperaba poder llegar a un entendimiento.
—Esta vez te has confiado… Kendra.
Thane creía que ella se revolvería, que se defendería con uñas y dientes, o que le contaría más mentiras. Sin embargo, Kendra sonrió.
—¿Tú crees?
Se oyó un jadeo, y Thane se volvió hacia la puerta.
Bjorn y Elin estaban allí.
—Eh… he venido a decirte que he conseguido un frasco de Agua de la Vida —murmuró Bjorn, mostrándole una botellita transparente—. Pero podemos hablar más tarde. Voy a llevarme a Elin.
—No —dijo Elin, que había palidecido, y se dirigió a Thane—. Te pedí que acudieras a mí para cualquier cosa, te dije que yo haría cualquier cosa para satisfacer tus necesidades, y tú dijiste que sí. Incluso dijiste que habías cambiado, que habías terminado con esto.
—Pues está claro que mintió —dijo Kendra, que ya había cambiado de aspecto, y había adoptado la forma de una mujer rubia.
Elin retrocedió.
—Esto no es lo que parece —dijo Thane, desesperado por hacerla entender.
A ella se le escapó una carcajada llena de amargura.
—Hazme un favor, y guárdate la explicación para la próxima chica de la que quieras reírte.
Entonces, se dio la vuelta y echó a correr.
—¡Elin!
Thane dio un paso hacia delante, pero se detuvo al pensar que tendría que sujetarla y usar la fuerza para conseguir que lo escuchara. Si la sujetaba, ella pensaría en las cadenas, y él hubiera dado cualquier cosa por que olvidara lo que acababa de ver.
Kendra se echó a reír.
—Pobre Thane. Cuando, por fin, se enamora de una mujer, ella no quiere saber nada de él.
Thane apretó los dientes.
«Kulta», proyectó. «Necesito que me escuches».
«Pues yo necesito que te calles».
«Elin, te lo prometo. Lo que está ocurriendo no tiene nada de sexual. Kendra se metió aquí y adoptó tu forma, pero yo me di cuenta y la encadené».
Elin no respondió.
Thane volvió a intentarlo, pero tampoco obtuvo respuesta.
Lo había bloqueado. Seguramente, no había oído ni una sola palabra de su explicación.
—Ve a buscarla —le dijo a Bjorn—, y protégela. Yo me haré cargo en cuanto termine aquí.
El guerrero salió apresuradamente a cumplir la orden y Thane se volvió hacia Kendra.
Ella sonrió con alegría.
«Cálmate. Solo porque esto haya empezado tan mal, no tiene por qué acabar del mismo modo».
—No deberías haber vuelto —le dijo, en voz baja—. Yo ya había terminado con mi venganza.
—Pero yo no había terminado con la mía.
—Te va a costar caro, porque no voy a permitir que te marches hasta que comprendas las consecuencias que tiene dañar algo mío.
—Yo podría decir lo mismo de ti —gruñó una voz detrás de él.
Thane se giró.
Ricker el Terminador de Guerras salió de una nube de humo negro y le atravesó el pecho a Thane con una espada.
Un momento.
¡Un momento!, pensó Elin.
La verdad comenzó a abrirse paso en su mente. Thane no era un embustero, y la quería. Y ella lo quería a él. Confiaba en él, pese a lo que había visto.
Él siempre la había protegido. Nunca encadenaría a otra mujer en su cama si ella estaba cerca y podía toparse con la escena. No lo haría si no tenía un buen motivo.
Tenía que haber una explicación.
Elin sintió alivio, y dejó de correr. Había llegado hasta el porche delantero. El sol ya se había puesto, y la luna había ocupado su lugar. Estaba en lo alto del cielo, redonda y plateada. Ella cerró los ojos y respiró profundamente. Su corazón se calmó.
«Siento haber dudado de ti», le transmitió a Thane. Sin embargo, notó un muro en su cabeza, un muro que atrapaba las palabras en su mente.
—¿Thane? ¿Me oyes?
Silencio.
¿Acaso él la había bloqueado?
—No —dijo alguien de voz ronca—. Te he bloqueado yo.
Miró a la derecha y a la izquierda. A su espalda. No había nadie cerca, pero sí percibió una forma a cierta distancia. Era un hombre muy alto, muy grande; tenía el pelo blanco y largo. Aunque no tenía alas, estaba levitando y flotaba hacia ella.
Cuando distinguió sus rasgos, se quedó boquiabierta. Era magnífico, como un rayo de luz que brillaba con una belleza pura.
Y, sin embargo, el miedo le atenazó el cuerpo.
¿Debía luchar, o debía huir?
¿Era amigo de Thane, o su enemigo?
No podía ser su amigo. ¿Por qué, entonces, la había bloqueado?
«¡Huye!».
No. De ninguna manera. No volvería a huir.
Cuando él se detuvo, a pocos metros, ella observó su belleza durante un instante. Después, le preguntó:
—¿Quién eres?
—Soy Oscuridad y Destrucción. Soy Muerte. La tuya, por lo menos.
A ella se le quedó seca la garganta.
—¿Por qué has venido? —preguntó, con un nudo de miedo en el estómago—. No importa. Vete.
Él sonrió con crueldad.
—No tengo intención de quedarme mucho tiempo, pero Thane y tú habréis muerto antes de que me marche.
El príncipe. Aquel era el príncipe de los demonios de quien habían hablado Thane, Xerxes y Bjorn.
Ella no podía permitir que llegara hasta los Enviados, pero ¿qué podía hacer? No tenía armas.
En realidad, no. Tomó uno de los pedruscos que había junto a las escaleras del porche.
—¿Quieres a Thane? Antes tendrás que pasar por encima de mí.
Él sonrió.
—Esperaba que dijeras eso.
—¡Porque eres tonto!
Le lanzó el proyectil, pero él ni siquiera intentó esquivarlo. Sin embargo, al recibir un golpe en el pecho, la miró con sorpresa.
—Eres fuerte —dijo.
—¡Y estoy cabreada! —dijo ella, y tomó otro pedrusco.
Bjorn pasó por delante de Elin y se quedó allí, como si fuera su escudo. Sacó dos dagas.
—Entra, Elin —le ordenó—. Ahora mismo.
«Ni hablar».
—Pero… si a mí me gusta que esté aquí —dijo el príncipe.
De repente, ella tuvo la sensación de que sus pies pesaban una tonelada. Intentó levantar uno, pero no pudo, y tampoco pudo mover el otro. Se le habían pegado los pies al suelo.
—He llamado a todo mi ejército —dijo Bjorn—. Aunque seas un príncipe, Malice, no vas a poder vencernos a todos.
El demonio asintió.
—Claro que sí. Solo tengo que trabajar deprisa.
Su voz era como un susurro, pero estaba llena de gritos de angustia.
Elin se encogió; le parecía que iban a sangrarle los oídos.
Sin motivo aparente, a Bjorn le fallaron las piernas. De repente, se le rompieron los huesos de las pantorrillas, y le desgarraron la carne y la piel. Mientras gritaba de dolor, le lanzó una de las dagas al príncipe. Sin embargo, el demonio esquivó fácilmente el puñal.
A Bjorn se le partieron los dos brazos.
Se oyó otro grito de dolor. Elin se agachó e intentó agarrarlo para ponerlo detrás de su cuerpo. Ella sería su escudo.
Malice se echó a reír.
—No sabía que esto iba a ser tan divertido.
—¡Ya basta!
—¿Tú crees?
Crac.
A Bjorn se le rompió el cuello, y quedó torcido con un ángulo insoportable. Su pecho dejó de moverse. Ya no respiraba.
—¡No! —gritó Elin. Bjorn había… estaba…
¿Muerto?
Él no iba a regenerarse, como los fénix. Sin embargo, un Enviado no podía morir tan fácilmente, ¿no?
Elin sintió una rabia inmensa.
—Suéltame y lucha contra mí. ¿O es que eres un cobarde?
Él pasó la mirada por su figura, y chasqueó la lengua.
—Qué valiente… y para nada. Veamos qué podemos hacer al respecto.
Elin se levantó del suelo involuntariamente y, flotando, se acercó al príncipe. El instinto le pedía que moviera los brazos y las piernas para detener el movimiento. Sin embargo, no lo hizo. Apretó los puños y se preparó para soltar el primer puñetazo en cuanto estuviera lo suficientemente cerca.
Por supuesto, él la detuvo antes de que eso pudiera suceder.
—¿Acaso el gran y perverso guerrero está asustado de una chica? —le dijo ella.
Él frunció los labios.
—Estás empezando a aburrirme, querida.
—Estoy destrozada, de verdad.
—No, todavía no. Pero lo vas a estar.
Entonces, se deslizó hacia delante y, cuando estaba al alcance de Elin, le inmovilizó los brazos sin tocarla.
—Voy a hacerle a Thane un gran favor, y también algo que no le va a gustar. Te voy a convertir en una fénix completa, para darte la eternidad a su lado… Pero tendrá que verme matarte una y otra vez.
Si la convertía en fénix, la haría inmortal. Era algo que Thane deseaba por encima de todo. Antes, a ella le hubiera preocupado mucho que él rechazara su lado fénix, pero ya no. Él la quería, fuera de la raza que fuera.
—Hazlo —gruñó ella—. Hazme más fuerte, y verás lo que sucede cuando desencadene mi furia contra ti.
Él se echó a reír, y extendió la palma de la mano. Allí apareció una jeringuilla llena de un líquido rojo.
—He tenido que intercambiar unos cuantos favores para conseguir esto. Sé que el Enviado ha terminado por aceptar tu raza fénix, pero… dudo que acepte con tanta facilidad la capacidad de Kendra para esclavizar. Al contrario que la princesa, tú no podrás deshacerte de ella a voluntad.
¿Cómo?
—¡No! —gritó Elin, y comenzó a contorsionar el cuerpo para evitar la jeringuilla. «El veneno no. Cualquier cosa, menos el veneno». Porque el demonio tenía razón. Thane admitiría cualquier cosa, menos eso.
El principe le clavó la aguja en el cuello. En un abrir y cerrar de ojos, Elin sintió fuego por todo el cuerpo. Dentro de su cráneo reverberaban los gritos.
—Sangre del más fuerte de todos los fénix, además de la de Kendra, con un poco de la mía para acelerar el proceso. Vendrás a verme cuando revivas.
—No.
—Ah, bueno. Pronto descubrirás lo contrario. Cuando te despiertes, estarás atada a mí. Harás todo lo que yo te diga.
Era demasiado petulante como para estar mintiendo. Ella quería responderle que nunca sucedería lo que estaba diciendo, pero no tenía fuerzas.
El príncipe volvió a extender la mano, y la espada de Bjorn voló hasta ella. Elin abrió mucho los ojos. ¿Qué iba a…?
Entonces, él le clavó la hoja en el estómago, tres veces seguidas. Elin sintió un dolor agónico, y la sangre se le subió por la garganta y le salió a borbotones por la boca. En cuanto el demonio sacó la espada, ella cayó al suelo.
—Nos vemos muy pronto, querida.
De reojo, Elin vio con espanto que el demonio le clavaba la espada a Bjorn en el corazón. Si el guerrero había conseguido sobrevivir a la rotura de la espina dorsal, aquella puñalada habría terminado de matarlo.
No, no, no. Era un Enviado. Era más fuerte que la mayoría de los seres. Podría sobrevivir, incluso a aquello.
Por favor.
La espada cayó al suelo. El príncipe entró silbando al castillo.
Mientras Elin se retorcía de dolor, solo podía pensar en una cosa: si alguien no lo evitaba, mataría a todos a quienes ella había llegado a querer tanto. «No puedo permitírselo».
Intentó tomar la espada, pero el mero movimiento aceleró el pulso de su sangre. Se quedó inmóvil. «Me estoy muriendo. Están pasando mis últimos minutos».
Pero… no importaba. Iba a volver. Malice se había ocupado de eso.
A ojos de Thane, sería un monstruo.
«No puedo preocuparme por eso en este momento».
Para enfrentarse al príncipe, para ayudar a Thane, tenía que ser más fuerte.
Elin se movió sin parar para acelerar el paso de la sangre por sus venas. La oscuridad que había alrededor de sus globos oculares empezó a aumentar, a cubrir toda su visión, a hacerse más y más intensa…
¿Y si el príncipe te ha mentido, y no eres inmortal?
Al pensar en aquella posibilidad se quedó inmóvil.
Sin embargo, supo que iba a regresar, aunque no fuera una fénix completa. Estaba decidida a hacerlo. Nada conseguiría separar su cuerpo de su espíritu. Nada.
Sintió un frío inmenso en los miembros, que fue avanzando hacia su corazón. La muerte le estaba llegando, y no había forma de pararla.
—Thane… —susurró, con su último aliento.
Thane se esforzó por mantenerse consciente. Ricker había liberado a Kendra y, entre los dos, lo habían encadenado a la cama. Kendra quería matarlo, y Ricker, que claramente estaba bajo los efectos de su veneno, quería agradarla, pero, aparte de atarlo y apuñalarlo por segunda vez, ninguno de los dos había intentado acabar con él de veras.
—¿Cómo te volviste así, Kendra? —le preguntó Thane.
—¿Tan increíble? —preguntó ella, apartándose el pelo de un hombro.
—No. Tan… retorcida.
Apareció un reflejo de vulnerabilidad en sus ojos, pero desapareció tan rápidamente que Thane pensó que, tal vez, lo había imaginado.
—¿De verdad quieres oír la triste historia de la pobre princesa ignorada por todo su clan, que estaba tan desesperada por conseguir algo de afecto que se entregó a un rey de un clan rival a los catorce años, y él se la pasó a todos sus soldados? Bueno, ya no soy esa niña. He aprendido a tomar lo que quiero. Al clan entero. A los hombres. No me importa.
Debería haberse dado cuenta, pensó Thane. Kendra tenía un pasado más terrible que el suyo, y él solo había contribuido a empeorar sus problemas.
—Lo siento —dijo, con franqueza.
—¿Que lo sientes? ¡Lo sientes! —gritó ella—. Él te va a torturar, y yo voy a disfrutar mucho viéndolo.
—¿Quién es él?
Ella se echó a reír con crueldad.
—Tu peor pesadilla.
—¿Es eso lo que soy? —preguntó alguien conocido por Thane—. Siempre me había considerado una fantasía prohibida.
Thane se puso muy tenso. Era el príncipe.
Malice entró en la habitación. Llevaba una túnica blanca. ¿Acaso fingía que era un Enviado? Era sabido por todos que los ángeles caídos tenían unos celos enfermizos de los Enviados.
Thane forcejeó para liberarse de las cadenas. «Bjorn. Xerxes». Desde que lo habían apuñalado, había intentado ponerse en contacto con ellos unas diez veces, pero no le habían respondido. También había intentado llamar a Zacharel. «El príncipe está aquí. Marchaos con las mujeres. Ahora».
No tuvo respuesta alguna.
Sintió un miedo afilado como la hoja de un cuchillo. Ellos nunca lo bloquearían, ni lo ignorarían deliberadamente. Eso significaba que tenían que estar… incapacitados de algún modo. Sí, incapacitados. No muertos.
Y, si ellos estaban incapacitados, las mujeres…
No. ¡No!
—Mira lo que hemos hecho —dijo Kendra, con una sonrisa, señalando a Thane—. Tal y como nos ordenaste.
—No es demasiado tarde —le dijo Thane—. Tú puedes ayudarme, y yo puedo ayudarte a ti.
—No necesito ayuda —respondió Kendra. Sin embargo, en su semblante apareció la indecisión.
—Lo habéis hecho muy bien —dijo el príncipe—, pero tenéis un problema. Ya no me servís para nada.
Entonces, puso cada una de las manos sobre la frente de Kendra y la de Ricker. En las mejillas de los fénix aparecieron estrías negras que fueron extendiéndose por su cuerpo. Los ojos se les quedaron en blanco, y sus cuerpos comenzaron a temblar, a agitarse… Y, cuando aquel movimiento cesó, su piel se había convertido en piedra negra. Thane nunca había visto nada semejante.
El príncipe separó las manos, y los dos fénix cayeron al suelo convertidos en polvo.
Malice sonrió.
—Tus enemigos no volverán a regenerarse. Enhorabuena.
—Esa es la diferencia entre tú y yo. Yo ya no tenía deseos de vengarme.
El príncipe entrecerró los ojos.
—Mientes.
—Y tú tienes tanto miedo de enfrentarte a mí, que has tenido que rebajarte a esto.
El príncipe no acusó el insulto, sino que pareció divertirle lo que había dicho Thane.
—Te burlas, pero mi estrategia ha superado a la tuya —dijo, y se encogió de hombros—. ¿Has intentado llamar a tus amigos? Siento decirte que no van a responder. Están muertos.
Sus peores sospechas… confirmadas.
Aunque el príncipe no lo había tocado, su corazón se hizo de piedra.
—Tú eres el mentiroso —le dijo. Los demonios disfrutaban alterando la verdad. No debía olvidarlo.
—No. Estoy seguro de que puedes saborear la verdad de mis palabras. Me encontré con Bjorn fuera, y con Xerxes, en el pasillo. Los dos tenían una estructura ósea muy frágil. Y, cuando los dejé, los dos tenían un agujero en el pecho.
—¡No! —rugió Thane. Aquella negativa surgió de lo más hondo de su ser. La idea de perder a sus amigos… No.
—Oh, sí.
—No percibo el sabor de la mentira. Los has dejado con los huesos rotos y con un agujero en el pecho. Pero eso no significa que estén muertos. Se han recuperado de heridas peores.
—El tiempo lo dirá —le espetó Malice, con irritación. Después, se calmó y añadió—: Te distrajeron de nuestro juego… como tu fémina.
Thane volvió a forcejear, tirando de las cadenas, y los grilletes de metal le mordieron la carne.
—No la toques. No te atrevas a tocarla.
El príncipe le dio una palmadita en la mejilla, y el contacto le provocó más ampollas en la piel a Thane que un baño de ácido.
—Oh, ya la he tocado. Y más aún. Estoy impaciente por mostrarte el resultado de mis actos.
El deleite de su tono de voz, y sus palabras, le produjeron terror.
—¿Qué has hecho? —gritó Thane.
—No te preocupes, Enviado. Va a vivir.
En aquella ocasión, Thane tampoco notó el sabor de la mentira. Se desplomó contra el colchón. Podía superarlo todo, salvo la muerte de Elin.
Malice se paseó alrededor de la cama.
—Tu ejército viene de camino, ¿lo sabías? ¿Los has llamado tú? Tus amigos sí los llamaron. Pero mis sirvientes contendrán a los guerreros hasta que yo haya terminado aquí.
—Desestimas nuestra fuerza.
El príncipe se echó a reír.
—Seguramente, verás lo irónica que es tu afirmación.
Sí, lo veía. Pero no le importaba.
Se había pasado la vida resistiéndose contra la autoridad de sus líderes, y así era como había terminado bajo el mandato de Zacharel, el más frío de entre todos los fríos, formando parte de un ejército que el resto de su mundo consideraba inútil.
Aquellos soldados lucharían por él con la misma ferocidad que Xerxes y Bjorn. Se habían convertido en su familia, como Elin.
—No tienes ni la más mínima oportunidad —le dijo Thane, con seguridad.
Malice hizo un gesto desdeñoso.
—Me habré ido mucho antes de que tus amigos puedan entrar al castillo —dijo. Movió las orejas, y asintió con satisfacción.
—Excelente. Creo que tu Elin viene para acá.
¡Elin!
—Huye —gritó Thane—. ¡Elin, márchate!
—No puede.
Ella torció una esquina, y entró en la habitación con la túnica de Bjorn. Thane sintió euforia al ver que había sobrevivido, pero también ira al verla en aquella situación. Sintió desesperación por ponerla a salvo. Sintió un inmenso miedo por Bjorn.
Sus miradas se encontraron, pero ella apartó los ojos rápidamente.
¿Todavía estaba enfadada por lo que había visto?
¿O disgustada por lo que le había ocurrido a Bjorn?
—Huye —le dijo—. Por favor.
—No, no, no —dijo el príncipe—. Quédate.
Ella obedeció, con la cabeza agachada y los hombros hundidos. Una postura de sumisión.
A Thane se le encogió el corazón. Parecía que tenía el pelo de color más claro, porque estaba entremezclado con llamas. Y en sus ojos, que antes eran del color de un cristal ahumado, estaba el color anaranjado del fuego.
Era una fénix.
Y no lo miraba.
¿Acaso pensaba que él iba a rechazarla?
¿Cómo podía pensar eso? Era una visión terrible y bella a la vez. Y seguía siendo su amada, para siempre.
—Te quiero, Elin, con toda mi alma. Pase lo que pase.
A ella se le resbalaron las lágrimas por las mejillas.
—Suéltalo —le pidió al príncipe—. Por favor.
—No creo que lo haga, pero gracias por la sugerencia —respondió Malice, frotándose las manos. Miró a Thane, y le dijo—: Me pregunto si tu amor no se convertirá en odio cuando sepas que tu mujer tiene ahora la misma habilidad que poseía Kendra.
Thane se limitó a pestañear.
«Kulta, no me importa. ¿Me oyes?».
Lo único que le importaba era que ella estuviera viva.
Aquella falta de reacción enfureció al príncipe.
Malice se giró hacia Elin, que estaba inmóvil.
—¿Se te ha quemado la ropa, pequeña? ¿Y le has robado la túnica a un muerto, porque no querías que viera la carne que voy a destrozar ahora mismo? Qué ingenua.
Rasgó la tela de la túnica, y dejó desnuda a Elin.
Thane intentó alcanzarla para poder protegerla. Y, por un momento, se sintió transportado al calabozo de los demonios, y vio a Bjorn colgado sobre él, y a Xerxes sufriendo violación tras violación, frente a él.
—No te atrevas a hacerle daño. Hazme daño a mí. Hazme lo que quieras a mí, pero a ella, suéltala.
—¿Hacerte daño a ti? Por lo que tengo entendido, te gustaría.
—Thane —dijo Elin, temblando—. No te preocupes por mí. Voy a estar bien. Y… lo siento. Siento mucho lo que ocurrió antes. Confío en ti, y te quiero. Te quiero mucho.
Él había deseado con toda su alma oír aquellas palabras. En aquel momento, avivaron aún más su instinto protector. «No lo sientas», intentó transmitirle. «Sobrevive».
—Qué conmovedor —dijo el príncipe. Extendió una mano, y una espada apareció en ella—. Tú la quieres. Ella te quiere. Y, ahora, puedes verla morir.
—¡No! —gritó Thane.
Elin se estremeció.
—No te preocupes. Yo…
Malice la apuñaló en el corazón, y a ella se le escapó un gemido de agonía.
Thane rugió, y tiró con tanta fuerza de las cadenas que toda la cama se movió. Elin cayó al suelo y quedó inmóvil.
El hecho de saber que Elin se había transformado completamente en fénix no atemperó su reacción. Verla ensangrentada y sin vida en el suelo lo destrozó. Sintió una furia salvaje, incontrolable. Las llamas surgieron en el cuerpo de Elin y la devoraron en pocos segundos. Fue la regeneración más rápida que él hubiera visto nunca. Y, mientras presenciaba aquello, rompió el cabecero de la cama con la fuerza de sus movimientos. Los grilletes se abrieron y lo dejaron libre.
Se irguió y vio expanderse el fuego. Elin apareció en el centro de las llamas, en un estallido de luz. Thane se sintió aliviado, pero también iracundo al pensar en lo mucho que debía de haber sufrido.
El fuego se apagó y, una vez más, ella cayó al suelo. Tomando aire a bocanadas, se puso a gatas y, después, se apoyó en ambos pies y permaneció agachada.
—¿Listo para la segunda ronda? —le preguntó al príncipe, entre jadeos.
A Thane se le formó un nudo en el estómago. Hizo ademán de agarrarla y ponerla a su espalda, aunque tenía las muñecas y los antebrazos rotos, torcidos en ángulos extraños.
—No, nada de eso —dijo Malice, y le cortó ambas manos.
Elin gritó de furia. Se puso en pie y se lanzó contra el príncipe, pero él la alzó por el aire con la fuerza de la mente, y le atravesó el estómago con la espada.
—Oh, vaya… —le dijo Malice a Thane, mientras ella caía al suelo—. Espero que no llevara a tu hijo en el vientre…
Thane no tuvo tiempo de aullar de rabia, porque, cuando Elin resurgió de entre las llamas, el demonio la decapitó instantáneamente.
En aquella ocasión, ella apareció al instante, agachada y rodeada de humo. Thane apenas podía respirar a causa de la furia y la impotencia.
—Por favor —dijo. Estaba dispuesto a suplicar, a sacrificar su orgullo a cambio del bienestar y la seguridad de Elin.
—Las cosas van a ser así —respondió el príncipe—. Yo te doy una orden, Thane, y tú obedeces. De lo contrario, mataré a tu fémina de una manera nueva y creativa.
—Haré lo que quieras —dijo Thane, y se tambaleó—. Esto es algo entre tú y yo.
—Exacto.
—Ella ya ha sufrido suficiente.
—¿De verdad?
Thane se dio cuenta de que Elin estaba flotando, acercándose más y más al príncipe. Ella lo miró, y le sonrió suavemente. Entonces, Thane hizo ademán de colocarse entre el príncipe y ella, para llevarse los golpes, pero Elin le hizo un gesto negativo, casi imperceptible. Él frunció el ceño.
—Gracias —le dijo Elin a Malice.
El demonio arqueó una ceja.
—¿Por qué, querida? —le preguntó y, con delicadeza, le apartó el pelo de la frente.
—Por preparar tu propia destrucción. Verás, la segunda vez que me mataste, acabaste con el vínculo que nos unía. Después, cada una de las veces que me has matado, me has fortalecido más y más. Ahora soy tan poderosa que puedo controlar las habilidades que, de otro modo, me habrían abrumado.
Entonces, de su espalda surgieron un par de alas. Eran alas rojas, amarillas y negras; no eran de plumas, sino de llamas. De sus bordes salía un humo espeso.
Antes de que el príncipe pudiera entenderlo, ella giró y le cortó el cuello con las alas.
Elin aterrizó en el suelo y permaneció agachada, esperando, con las alas extendidas a su espalda.
La cabeza de Malice se separó de su cuello y cayó, ensangrentada, pero él la agarró antes de que tocara el suelo, y se la colocó de nuevo.
La piel se regeneró al instante.
—Eso no ha sido nada agradable —dijo.
Thane sintió espanto, pero se obligó a dominarse. Debía concentrarse en su instinto. Todos los demonios, fuera cual fuera su rango, eran susceptibles a algo.
—No —susurró Elin—. Imposible.
—Otra vez, Elin —le dijo Thane.
Ella lo oyó, y reaccionó al instante, antes de que el príncipe golpeara otra vez. Le cortó la cabeza.
—Agua —dijo Thane—. Está en la túnica. Viértela.
Elin sabía lo que quería. Se acercó a la túnica de Bjorn, que el demonio había rasgado, y sacó un frasco de Agua de la Vida.
La cabeza del príncipe había caído, y él la había agarrado. Sin embargo, antes de que pudiera colocársela de nuevo en el cuello, Elin aleteó, se alzó por el aire y le golpeó el pecho con ambos pies. Lo derribó.
La cabeza se le cayó de las manos y rodó por el suelo, alejándose.
El príncipe, aunque no podía verla, la atacó. Sin embargo, no consiguió golpearla, y ella aprovechó el movimiento para verter el Agua de la Vida sobre su cuello cercenado.
El tejido chisporroteó, despidiendo vapor de azufre.
El cuerpo se convulsionó.
La cabeza gritó.
El chisporroteo de la carne se intensificó, y se extendió por todo el cuerpo. La piel se quemó, y la carne y, finalmente, los huesos. Todo borboteó como el queso en un microondas.
Elin tosió a causa del olor a azufre. Cuando el aire se despejó, no quedaba ni rastro del príncipe.
Había desaparecido.
Thane había leído aquello: sabía que el príncipe acababa de perder su cuello, y que su espíritu había caído al infierno. Allí, quedaría atado para siempre.
Y eso significaba que todo había terminado.
A él le fallaron las rodillas, y cayó al suelo. Se sentía eufórico, aliviado. Y, sin embargo, estaba muriéndose: la espada de Ricker le había atravesado el corazón y un pulmón. Además, se estaba desagrando por las muñecas.
Nunca había odiado más el dolor, porque significaba que iba a separarse de Elin.
—Kulta —dijo, entre jadeos.
Las alas de Elin desaparecieron, y ella corrió a su lado.
—Bjorn y Xerxes están vivos. Le di unas gotas de Agua de la Vida a cada uno. Y, después, he gastado el resto con el príncipe. Debería haber reservado algunas para ti. ¿En qué estaba pensando? Lo siento…
—Lo has hecho bien —dijo él, admirando su dulce belleza. El tiempo que había podido pasar junto a ella… Había merecido la pena—. Quédate… con ellos… Ellos te cuidarán…
—¡No digas eso! No vas a morir. Eres inmortal. Te recuperarás.
Si tomaba Agua de la Vida durante los próximos minutos, sí. Tal vez. De lo contrario, moriría, porque las heridas eran demasiado graves, y había perdido demasiada sangre. Sin embargo, no quería decírselo, porque ella empezaría a sentirse culpable otra vez.
Sus amigos entraron en la habitación, junto a Bellorie y el ejército de Zacharel. Todos habían sobrevivido al ataque. Y, gracias al Más Alto, los sirvientes del demonio debían de haber sentido su muerte, porque habían huido. Eran demasiado cobardes como para actuar sin un líder que los protegiera.
Mientras Xerxes tapaba a Elin para que los demás no pudieran verla, Bjorn tomó una túnica del armario y se la metió por la cabeza para cubrir su desnudez.
Zacharel observó la escena y, cuando vio a Thane, su fachada de frialdad estuvo a punto de desmoronarse.
—Estás a punto de morir, amigo mío.
—Díme algo que no sepa.
—¿Alguien tiene un frasco de Agua de la Vida? —gritó Elin—. Si la tenéis, será mejor que me la deis ahora mismo. He matado a un príncipe, y no voy a parar ahí.
Malcolm, que se había negado a entregarle el Agua a Thane, a pesar de todas sus súplicas y sus exigencias, metió la mano al bolsillo de aire sin titubear.
«Mi pequeña tirana», pensó Thane, con una sonrisa.
Entonces, comenzó a toser, y sintió una opresión en el pecho. Comenzó a perder visión, mientras Elin se volvía hacia él. La perdió de vista mientras ella destapaba el frasco. Dejó de oír su voz, y dejó de sentir el consuelo que le proporcionaba su olor a cerezas. Lo perdió… todo.
Elin vertió hasta la última gota de Agua de la Vida en la boca de Thane, pero él se había quedado inconsciente, y no la tragó. La mayor parte se le cayó de la boca.
—Vamos, Thane…
Con desesperación, ella le masajeó la garganta para que el líquido cayera hacia su estómago.
El guerrero de pelo negro y ojos verdes preguntó con tensión:
—¿Alguien más tiene un frasco de Agua? Thane lo necesita ahora.
Todos negaron con la cabeza, con la desesperación reflejada en el semblante.
—Bjorn, Xerxes —dijo ella, decididamente—. Vamos a llevar a Thane a la fuente. Ahora.
—No podemos obligar a la gente a que nos ceda su sitio en la cola —dijo Xerxes—. Es la única norma.
Ella no sabía de qué estaba hablando el guerrero, pero estaba dispuesta a hacer cualquier cosa.
Xerxes tomó a Thane en brazos. La sangre se deslizó por sus alas, manchando todas las plumas blancas de Thane.
—Tienes razón. Tenemos que intentarlo.
Bjorn estrechó a Elin contra su pecho, algo que no podía ser agradable para él. Sin embargo, todos estaban de acuerdo en que había que hacer lo necesario para salvarle la vida a Thane.
Los cuatro volaron hasta una especie de templo. El trayecto duró unos veinte minutos, los más largos de la vida de Elin; Thane no abrió los ojos ni una sola vez. No dijo nada.
Al ver la cola de gente que esperaba para entrar por una puerta de hierro, Elin entendió lo que quería decir Xerxes, y sintió horror. ¿Se suponía que tenían que esperar a que entrara toda aquella muchedumbre?
—Déjanos el siguiente turno —le rogó Xerxes al primer hombre de la fila—. Por favor.
—Ni hablar. He esperado demasiado.
—Entonces, no te va a pasar nada porque esperes unos cuantos minutos más —le espetó Elin, y las llamas comenzaron a brotar de su pelo.
Ella emitió un sonido siseante, y su rostro se cubrió de ampollas. Bjorn la soltó.
Cuando se irguió, el primer hombre de la fila retrocedió para apartarse de ella.
—No podemos hacer uso de la fuerza —le recordó Xerxes—. El método que usemos para entrar nos perseguirá durante el resto de la vida.
Eso no iba a servirle de ayuda a Thane. ¡Elin quería gritar!
Entonces, decidió cambiar de estrategia.
—Thane de los Tres se está muriendo —dijo en voz alta, alzando la barbilla—. Es un buen hombre, un hombre querido. Ayudadnos a salvarlo. Por favor.
No hubo respuesta. Todo el mundo miró a otro lado.
Ella apretó los puños.
—Poneos en mi lugar. Imaginad que vuestro esposo o vuestro amigo, o vuestro padre, está intentando sobrevivir. Imaginad que hay una forma de salvarlo, pero alguien os impide llegar a ella. ¿Cómo os sentiríais? ¿Qué haríais?
No hubo respuesta. Hasta que, después de un instante…
—Déjalos pasar —gritó alguien.
—Sí —dijo otro—. Hay que ayudarle. Es uno de los nuestros.
—No van a ser más que cinco minutos.
—Está bien —dijo el primer hombre de la fila, aunque de mala gana—. Sois los siguientes.
Ella sintió un gran alivio, pero al ver la palidez de Thane, y sus labios morados, volvió a angustiarse. Habían ganado la primera batalla, pero no la guerra.
«Vamos, vamos», pensó, con angustia. Por fin, la verja se abrió, y por ella salió una Enviada muy sonriente. Entonces, Xerxes entró con Thane en brazos, y Bjorn y Elin lo siguieron.
Aquello tenía que funcionar. No podían aceptar el fracaso.
Xerxes no se detuvo en la orilla del Río de la Vida, sino que entró en el agua. Bjorn y Elin también. Sin embargo, en cuanto entró en contacto con el Agua de la Vida, sintió un dolor espantoso, y retrocedió. ¿Qué ocurría?
Bjorn la miró, y comprendió al instante lo que le ocurría.
—Oí lo que te dijo el príncipe. Te infectó con el veneno de Kendra y con su propia oscuridad.
—Sí.
—Y sientes dolor.
—Sí —repitió ella, sin apartar la vista de Thane.
Bjorn ladeó la cabeza, como si estuviera escuchando una voz que ella no oía.
—El Agua es purificadora —dijo él—. El Más Alto acaba de decirme que te has ganado una recompensa por haber vencido al príncipe. Entra al Río y conseguirás limpiarte de la oscuridad del ángel caído y del veneno de Kendra.
«Gracias, gracias, gracias».
—¿Y mi inmortalidad? —preguntó.
Tenía que conservarla, por Thane. Porque él iba a sobrevivir.
De nuevo, Bjorn escuchó atentamente, en silencio.
—Solo perderás el veneno y la oscuridad, no la inmortalidad.
Elin no supo cómo agradecer aquello. Se preparó para el dolor que iba a sentir, se hundió en el agua y tragó una bocanada. El dolor fue instantáneo e intenso, y a ella se le escapó un grito de la garganta. Sin embargo, a los pocos minutos, solo sintió una paz muy dulce.
En cuanto fue capaz, nadó hacia Xerxes y Thane. El Agua de la Vida estaba a una temperatura perfecta y brillaba contra su piel. Ella intentó que Thane tomara varios tragos, pero no lo consiguió. Su pulso era cada vez más débil.
—¡Thane me ayudó! —gritó, con desesperación, dirigiéndose al Más Alto—. Me ayudó a vencer al príncipe. Yo no lo habría conseguido sin él. Recompénsalo, por favor.
No hubo ningún cambio.
—Thane —dijo Elin, con la voz enronquecida—. Por favor. No hagas esto. Me obligaste a quererte. Me diste nuevas ganas de vivir. Ahora… dame un futuro, por favor.
Bjorn y Xerxes se miraron con tristeza.
Ella continuó.
—Esto no es un debate. Te he dicho que te cures, y vas a curarte. ¿Me oyes?
¡Por fin! Por fin, Thane comenzó a toser, y ella empezó a meterle más Agua de la Vida en la boca.
Él tosió de nuevo, y ella sintió un arrebato de alegría.
—¡Está funcionando!
—¿Elin?
—Estoy aquí, cariño. Estoy aquí.
Thane alzó los brazos para enjugarse el agua de los ojos. Sus manos se habían regenerado por completo. Al verse en brazos de Xerxes, frunció el ceño.
—¿Dónde estoy?
—En el Río de la Vida.
Xerxes lo soltó.
—Elin pensó que necesitabas un baño —dijo su amigo, con la voz tomada por la emoción.
—Y tenía razón —añadió Bjorn.
Elin se abrazó a Thane.
—Te quiero. Te quiero muchísimo, y me he purificado del veneno de Kendra. No tienes nada de lo que preocuparte…
—No estaba preocupado. Tú estabas viva, y eso era lo único que me importaba —dijo él, estrechándola entre sus brazos—. Te quiero de cualquier forma.
—Yo también te quiero —dijo ella—. Y siento haber dudado de ti cuando te vi con la otra chica. Yo…
—Era Kendra —respondió él, tomándola por las mejillas—. Era Kendra, que había adoptado tu forma. Sin embargo, yo noté la diferencia, y solo quería hablar con ella cuando tú entraste. Ricker entró y me incapacitó. Después, apareció el príncipe y mató a Ricker y a Kendra, y ellos no pudieron regenerarse.
—Bien. Entonces, el único enemigo que te queda es Ardeo.
—No —dijo él—. Lo que hizo Ardeo fue motivado por su tristeza. Yo sé lo que sentiría si te perdiera a ti, y lo perdono. He terminado con mi guerra. Ya no tengo malas hierbas.
Elin le cubrió la cara de besos. Entonces, con los ojos empañados, se volvió hacia Xerxes y Bjorn.
—¡No os quedéis ahí pasmados! ¡Es hora de que nos abracemos todos, chicos!
Y, para su deleite, ellos obedecieron.
«Son mi familia. Ahora, y siempre».
Aquellos hombres eran un regalo. Thane le había dicho que ella era como una luz en medio de la oscuridad, pero no era cierto. Aquellos hombres no eran oscuros. Bueno, un poco. Pero… por una vez, ella adoró la oscuridad. Además, estaban curándose. Con un poco de ayuda por su parte, todos se librarían por completo de sus malas hierbas.
Lo primero era ayudar a Bjorn a que se divorciara.
Lo segundo, encontrar a una candidata para que Xerxes tuviera una buena cita.
—¿En qué estás pensando, kulta? —le preguntó Thane.
—En que te quiero —respondió ella—, y en que voy a ayudarte a hacer felices a tus chicos.
Bjorn y Xerxes soltaron un resoplido.
—Eh, Xerxes —le dijo ella—. ¿Nunca te he hablado de una chica que he conocido en uno de mis partidos de esquive de rocas? Es…
—No, ni hablar —respondió él, agitando la cabeza—. No vas a hacer de celestina.
—Ya tiene una novia —dijo Bjorn, moviendo las cejas—. Se llama Cario, y es…
—No es mi novia —dijo Xerxes.
Elin dio unas palmaditas.
—Oh, estoy muy intrigada. Cuéntame más cosas.
Xerxes se llevó a Bjorn aparte, discutiendo con él.
—Voy a averiguarlo todo, y la voy a llamar —les gritó ella—. Tal vez podamos tener una cita doble.
Thane sonrió lentamente, con dulzura.
—Una cita doble sería algo muy entretenido, seguro.
—¿Por qué?
—Porque a Xerxes le gustaría matar a Cario.
—Ah. Bueno, no todas las relaciones pueden ser tan saludables como la nuestra.
—Es verdad. Tendremos que dar ejemplo a los demás durante el resto de la eternidad.
Ella le acarició la nariz con la suya.
—Hay un pequeño problema señor De los Tres. No sé si eso va a ser tiempo suficiente.