Capítulo 21
«¿En qué clase de mundo he entrado?».
Primero, Elin supo que debería avergonzarse de sí misma. Se había acostado con el hombre que, una vez, la había echado a la calle sin contemplaciones.
«Pero… también me salvó de los demonios».
Sí, pero… se había puesto tenso en cuanto habían terminado, y la había rechazado con un lenguaje corporal que ella había descifrado sin problemas, consiguiendo que se sintiera como un objeto de usar y tirar.
«Tal vez las cosas fueran tan increíbles para él como para mí, y necesitara un momento para asimilar lo que estaba sintiendo».
¡Eso no importaba! Pensar con lógica no valía para nada.
Así pues, debía mirar hacia delante.
Después, sus compañeras de cuarto la habían asediado para que les contara detalles de su noche con Thane. Era de esperar, pero Elin no admitió nada. ¿Cómo iba a responder a las chicas, cuando no tenía respuestas ni siquiera para sí misma? Estaba hecha un lío.
Además, había algo que no se había esperado en absoluto: cómo la trataron los clientes durante su turno de aquella noche. Tanto hombres como mujeres la miraban como si le hubieran salido cuernos y rabo. Cuando les preguntaba qué iban a pedir, rehusaban amablemente que les sirviera.
«No, no», le había dicho más de uno. «Déjame a mí que te sirva yo las copas».
—Me rindo —dijo, y depositó la bandeja sobre la barra con exasperación—. No entiendo qué pasa.
—Es por la esencia —dijo alguien a su espalda.
Elin se dio la vuelta y miró hacia arriba, más hacia arriba, hasta que vio el rostro de Xerxes. El Enviado tenía el pelo blanco y despeinado, alrededor de un rostro que a ella había terminado por parecerle sobrenaturalmente bello. Tenía los ojos de color rojo, tan brillantes, que a Elin le costaba mantener su mirada. Pero, el pobre… tenía más cicatrices aquel día. Aquellas marcas hinchadas, que eran cortas y rectas, le cubrían las mejillas y el cuello.
¿Cómo se las había hecho?
Quizá fuera por el vínculo mental que había entre ellos dos, pero Elin tenía debilidad por aquel chico. También podía ser porque él la había cuidado incluso cuando Thane no quería verla. Se dio cuenta de que aquel recuerdo ya no le hacía daño. Verdaderamente, había perdonado a Thane.
—¿A qué te refieres?
—La esencia es el equivalente, por parte de un Enviado, a una señal de prohibido.
Elin se miró el recatado uniforme que les obligaba a llevar Thane a las chicas y a ella, y que no dejaba ver ni un centímetro de piel por debajo del cuello.
—No veo nada.
—Porque tú no puedes ver en el reino espiritual. Estás envuelta en un color cerúleo brillante, el color de Thane. Y, aunque es precioso, también es peligroso para los demás. Como un vallado electrificado. Puede matar con un solo roce.
¿Tenía la piel azul? ¿De veras?
—¿Puedo freír a la gente con solo rozarla? —preguntó con espanto. ¡Aquella misma mañana había abrazado a Bellorie!
—No. Lo has entendido mal. Tú no, pero Thane sí. Él te considera suya. Más que este bar, incluso. Si alguien te insulta, se enfadará. Si alguien te hace daño, su furia será incontrolable.
Un momento… Entonces, ¿Thane la consideraba suya? ¿No era solo una compañera divertida en la cama?
Pero… si era cierto, ¿por qué no le había dicho él lo que sentía? ¿Y por qué no le había preguntado si podía utilizar su color para marcarle la piel?
«Tal vez hubiera debido quedarme y hablar con él como una persona adulta».
Sin embargo, no había querido enfrentarse al dolor del rechazo tan pronto, justo después de haber experimentado los dos orgasmos más asombrosos de su vida. Y, por añadidura, quería marcharse antes de que estallase su furia.
¿Furia? Sí. Elin se dio cuenta de que estaba furiosa consigo misma por haber sucumbido al atractivo de Thane. Eso no le gustaba.
Y lo peor de todo era que, como una adicta, solo quería más.
¡Todo era culpa de Thane!
Era una lógica absurda, pero no le importaba. Durante todo aquel día, había tenido que luchar contra muchas emociones distintas: el disgusto, la esperanza, la ira, el arrepentimiento, la tristeza, la felicidad y el anhelo. Todo eso estaba atrapado dentro de ella, esperando a encontrar una salida. Thane y su esencia tenían una diana en la espalda.
—¿Dónde está Thane? —preguntó.
—¿Por qué? —inquirió Xerxes.
—Él y yo tenemos que gritarnos —respondió ella, tirando el delantal sobre la bandeja—. Además, no me voy a quedar aquí si parezco un residuo tóxico. Todo el mundo me trata como si fuera una muñeca de porcelana.
—Para otras mujeres, eso sería una bendición.
Y quizá para ella también. Algún día.
Pero no aquel día.
—Thane —insistió ella.
—No está aquí, pero ha dejado órdenes para ti. Sígueme —le dijo Xerxes y, claramente, esperaba que ella obedeciera.
«Vete a la mierda», le transmitió mentalmente.
—¿Qué órdenes?
Él estaba sonriendo mientras se daba la vuelta. Elin suspiró y corrió tras él. Lo siguió a través de la multitud de clientes del bar, que se apartaban en cuanto la veían, y la miraban con una mezcla cómica de reverencia y de miedo.
—No me has contestado —le dijo a la amplia extensión de la espalda de Xerxes—. ¿Dónde está Thane?
—Matando demonios. Cazando a un príncipe. Como prefieras.
—Muy bien, pero eso tampoco es una respuesta. No te he preguntado lo que estaba haciendo —replicó ella. De repente, se sentía muy preocupada por Thane. «Aj. No, basta». Aquel guerrero sabía cuidar de sí mismo. Esos demonios eran historia.
—Podría preguntárselo por ti.
—No, no te molestes —dijo Elin. No había ninguna necesidad de distraerlo, y menos cuando ella misma podía hacerlo—. ¿Cuánto tiempo dura la esencia?
—Unos cuantos días.
—Ah, bueno. Eso no es tan malo.
—Pero estoy seguro de que recibirás una nueva dosis hoy mismo, un poco más tarde.
Sin poder evitarlo, sintió una impaciencia que le puso el vello de punta por todo el cuerpo. ¡Traidor! Quería negar que había vuelto a perdonar a Thane, y que quería tenerlo en su cama, pero ¿a quién iba a engañar?
—Sí, bueno… —Elin carraspeó—. ¿Pueden verlo los humanos? Me refiero al brillo.
—No, que yo sepa. ¿Por qué?
—Solo era curiosidad.
Salieron del edificio. Estaba atardeciendo y hacía fresco. Caminaron hacia una estructura en la que ella no se había fijado nunca. Estaba a la derecha del gimnasio donde se entrenaban las chicas y ella; había muchos guardias custodiándolo, y estaba rodeado de nubes espesas.
—¿Qué es este sitio? —preguntó ella, un poco inquieta. ¿Y cuántas chicas habían ido allí?—. Espera, ¿estoy en un lío?
—¿En un lío? ¿Tú? —preguntó Xerxes, y puso los ojos en blanco—. Me da la sensación de que, si quemaras todo el bar, solo te ganarías una azotaina de la que Thane y tú disfrutaríais. En cuanto a este lugar, ahora vas a averiguar lo que es.
Asintió una sola vez, y los guardias que flanqueaban la única entrada se apartaron.
Entonces, él entró, y ella lo siguió sin demora. Las suelas de sus botas claquetearon sobre un suelo de piedra clara y brillante, que ella solo había visto en la habitación del sexo de Thane.
—Es asombroso.
—Es oro puro, que solo existe en el nivel superior de los cielos. Fue un regalo que el Más Alto le hizo a Thane.
—¿Por qué?
—Como recompensa por un servicio ejemplar. Una vez, Thane luchó contra un señor de los demonios y cuarenta de sus sirvientes. La batalla duró treinta y dos días; él no se retiró hasta que hubo terminado con todos, y salvó la vida de una familia humana.
Vaya. Era más testarudo de lo que ella había imaginado. Y más feroz, también.
—¿Ha habido alguna batalla que no haya ganado?
—Sí. Una.
Xerxes no dijo nada más, y ella captó la indirecta. Aquel tema de conversación estaba cerrado.
Delante de ellos había un laberinto de pasillos, todos exactamente iguales. Y parecía que había miles de puertas, con miles de guardias, todos ellos con la misma cara. Una cara muy bonita, por cierto. Ojos negros, pelo blanco, pómulos afilados y mandíbula poderosa. Elin no estaba segura de cómo podía conocer el camino Xerxes, pero él no vaciló ni una sola vez.
Por fin llegaron a una puerta, como todas las demás, y se detuvieron. Él dijo algo en un idioma que ella no entendía, y el guardia se apartó.
Ella siguió a Xerxes con el corazón encogido, y entraron en… la habitación del tesoro. A Elin se le escapó un jadeo. Era como el castillo de un rey. Había montañas de oro y joyas. Había muebles antiguos de madera tallada. Algunas de las piezas eran doradas. Otras eran de ébano, y otras, de marfil.
—Puedes elegir lo que quieras —dijo Xerxes.
Ella volvió a jadear.
¿Acaso era un pago por sus servicios?
—No, gracias.
Habían hablado de ello, y Thane había accedido. Ningún dinero iba a cambiar de manos.
—Es para tu habitación.
—¿Mi habitación?
—Sí. La que está junto a la de Thane. Puedes decorarla como quieras.
—Entiendo.
Elin no sabía si llorar o reír. Thane seguía deseándola, pero no quería compartir su habitación con ella. Iban a acostarse juntos, pero nada de abrazos.
—Así que esto es como Ikea, pero en multimillonario, ¿no?
—Si supiera lo que significa eso, seguro que estaría de acuerdo.
«Hazlo. Pregúntale lo que de verdad quieres saber».
—¿Ha hecho esto por alguna otra mujer?
—No. Tú eres la primera. Y estoy seguro de que también la última.
Vaya. Entonces, no tenía por qué echarse a llorar. Con una gran sonrisa, comenzó a recorrer la enorme cámara. Pasó las yemas de los dedos por algunas cosas que deberían estar en un museo, deseando conocer su historia.
—¿Y tú? ¿Alguna vez has traído a una mujer aquí?
—No.
—¿Por qué no?
—Ninguna me ha importado lo suficiente.
Dicho con tanta indiferencia, parecía triste.
—¿Cuál es tu historia? ¿Un amor que te rompió el corazón? ¿Te traicionó? ¿O sencillamente, no has encontrado a la chica ideal?
—¿Te gustan las películas de terror?
—No. Me dan mucho miedo.
—Entonces, no te gustaría mi historia.
Thane le cortó la cabeza al demonio que tenía ante sí. Otra de las criaturas se lanzó hacia él, por la espalda, pero le traicionó el sonido del aire, y Thane se giró y lo mató exactamente igual que a su amigo.
Por fin, después de una larga búsqueda y muchas batallas con los demonios, había encontrado al príncipe. Estaba sentado en un columpio, en el centro de un parque infantil, observándolo. Thane sabía por qué. La criatura lo estaba evaluando, estudiando sus costumbres mientras él mataba a sus sirvientes. Tenía una enorme sonrisa de alegría.
Hacía un día soleado y agradable, y había unos quince niños jugando en el parque. Estaban por todas partes. Los demonios también estaban por todas partes, pero permanecían en el reino espiritual, y ni los niños ni sus padres podían verlos. El peligro les era ajeno y desconocido, pero era muy real.
Thane necesitaba ayuda. No podía luchar contra los demonios, proteger a los niños y cazar al príncipe, todo a la vez; además, no iba a intentar hacer aquello último sin consultar primero con su líder. Había aprendido la lección. Pero tampoco podía llamar a sus chicos. Xerxes estaba protegiendo a Elin, y Bjorn… Bjorn todavía no estaba bien.
«Zacharel», proyectó mentalmente. «He encontrado al príncipe, pero no puedo alejarme de él. Está con una horda de demonios en un parque lleno de niños». Después, le dio las coordenadas de la situación.
«Has hecho bien en quedarte allí», respondió Zacharel inmediatamente. «Voy hacia allí ahora mismo».
Thane siguió girando a la derecha y a la izquierda, en movimiento constante, cortando cabezas, alas y brazos de demonios.
Al cabo de unos minutos, oyó un movimiento de aire a su lado, y se volvió. Vio el pelo negro y los ojos verdes de Zacharel.
Thane, entonces, se giró para mirar al príncipe y observar su reacción al ver a un miembro de la Elite de los Siete, pero el demonio ya se había ido. Y sus sirvientes estaban huyendo despavoridos.
Cobardes.
Zacharel miró atentamente a Thane, en busca de alguna herida, y no encontró ninguna.
—No era exactamente el final que esperaba, pero supongo que debería haberlo previsto. ¿Cómo lo has encontrado?
—Siguiendo tu consejo. He estado trabajando con Lucien en otra tarea. Él estaba por esta zona y no tenía nada que hacer, así que le pedí que siguiera el rastro espiritual de la maldad.
—¿Lucien? ¿Y dónde está ahora?
—No estoy seguro. Creo que lo llamaron para que escoltara a un alma humana al más allá.
Lucien no era capaz de resistir, físicamente, aquellas llamadas.
—¿Y cuánto tiempo llevas luchando?
—¿Aquí? Unos quince minutos.
Sin embargo, había estado en otras batallas, y todas ellas le habían dirigido hacia el parque, donde estaba esperando el príncipe, con una actitud despreocupada.
—Quince minutos, y hay incontables cuerpos de demonios por el suelo, flotando en un mar de sangre.
Thane se encogió de hombros.
—Me gusta mi trabajo.
—Sí, ya lo sé. Lo has hecho bien —dijo Zacharel, y le dio una palmada en un hombro—. Pero debes saber que el príncipe va a observar, a estudiar, y a esperar. Después, lanzará pequeños ataques para debilitar y distraer y, cuando piense que estás en tu momento más bajo, se empleará a fondo.
Una táctica insidiosa.
No podía bajar la guardia.
—Ve a casa a descansar —le dijo su jefe—. Cansado no me sirves de nada. Voy a reunir al resto de la Elite para seguir el rastro del príncipe. Si lo encontramos, te necesitaré.
Thane frunció el ceño.
—Creía que no podía acercarme a él.
—Tú solo, no. Pero, cuando llegue el momento, necesitaremos toda la ayuda posible.
—Estaré preparado —respondió Thane.
Desplegó las alas y salió volando hacia el cielo, lleno de impaciencia. Por primera vez en la vida, tenía a alguien por quien volver a casa. Estaba deseando ver las cosas de Elin en su suite.
Ella estaba disgustada con él, y no podía reprochárselo. El día anterior, le había preguntado si se arrepentía de lo que había ocurrido, y él no le había contestado. Eso había sido un error, porque debería haber hablado con ella. Ella lo habría entendido. Ella le habría ayudado a ver la verdad.
Sin embargo, había tenido que averiguarla por sí mismo, a la luz del día siguiente. No se arrepentía de lo que había ocurrido. ¿Cómo iba a arrepentirse? Ella le hacía un hombre mejor en todos los sentidos. El miedo había alterado su percepción de las cosas. La necesitaba, y no podía soportar la idea de perderla. Nunca.
«Voy a cortejarla de un modo romántico. Le enviaré otra nota. Me perdonará. Tiene que perdonarme».
Cuando llegó al club, fue directamente hacia la suite. Buscó un cuaderno y un lapicero y… frunció el ceño. No había ningún cambio. No había cojines femeninos, ni libros en la mesa de centro. Bjorn y Xerxes estaban en el salón, hablando.
—… un equipaje irrazonablemente pequeño —estaba diciendo Xerxes, refunfuñando.
—¿Quejándote de ella? —preguntó Bjorn, y chasqueó la lengua—. Vas a acabar con una estaca clavada en el cuerpo.
—Merecería la pena —respondió el guerrero, canturreando.
—¿Dónde está Elin? —preguntó Elin, y sus amigos se volvieron hacia él.
Obviamente, estaban conteniendo una sonrisa.
—Casi me avergüenzo de ti —dijo Xerxes—. Lo primero en lo que piensas es en una mujer, y no en tus amigos.
—Yo sí que me avergüenzo de él —dijo Bjorn—. Thane, tío, preferiría verte con un vestido rosa y unos zapatos de tacón que sometido de esta manera.
—Espera a que te llegue el turno —respondió Thane. Cuando eso ocurriera, iban a deshacerse como las galletas de Elin.
Xerxes apoyó los pies en la mesa de centro.
—Tú me conoces, ¿no? No se puede someterme.
Thane puso los ojos en blanco.
—¿Y la chica?
—No está aquí —dijo Xerxes.
¿Qué significaba eso? Thane entró en la habitación que había vaciado y limpiado para ella. Incluso había arrancado las paredes y había puesto unas nuevas. Sin embargo, Elin no la había amueblado.
—Está en su dormitorio —le dijo Bjorn—. El que comparte con las otras camareras.
—Su habitación es esta —respondió él, entre dientes.
Xerxes, por fin, perdió la batalla y no pudo seguir disimulando la sonrisa.
—Dejaré que seas tú quien la convenza de eso. Lo único que tomó de la cámara del tesoro fueron unos brazaletes. Cinco. Porque, y cito textualmente, «las Multiple Scorgasms estarán alucinantes con los brazaletes de Wonder Woman».
«Tenía que haberme dado cuenta de que me iba a llevar la contraria en este asunto». Tenía que organizar un plan nuevo: primero, reconciliarse con ella. Después, conseguir que se cambiara de dormitorio.
—¿Ha dicho algo?
—Que ya hablaría contigo de sus razones para rechazar la oferta. Contigo, y solo contigo.