Capítulo 9

 

Thane estaba al borde del sofá, mirando a Elin. Ella estaba dormida, y él nunca se cansaría de mirarla. Tenía el pelo oscuro alrededor de los delicados hombros, y las pestañas, tan largas, le tocaban los pómulos con dulzura. Sus pecas lo atraían… Sus labios suaves se separaron y dejaron escapar un suspiro. ¿Con qué estaba soñando?

¿Y por qué continuaba afectándole tanto, con más fuerza a cada día que pasaba? Al verla en el bar, se le había acelerado salvajemente el corazón, y había sido una tortura tener que enviarla allí arriba.

Había pasado aquellas últimas horas deseando ir a su lado, pero, al salir de la reunión con los Enviados, había tenido que hablar con otro grupo de hombres que… utilizaba de vez en cuando.

Los Señores del Inframundo eran guerreros inmortales poseídos por los demonios que, una vez, habitaron la caja de Pandora. Sorprendentemente, en aquel momento estaban del lado de los Enviados, los que deberían ser sus asesinos. Los Señores luchaban contra los demonios a quienes acogían en su cuerpo, en vez de seguir sus mandatos, y eso les convertía en aliados dignos, a ojos de los Enviados.

Thane había ido a preguntarles sobre las criaturas de sombra que tenían sometido a Bjorn.

William estaba allí, con ellos, pálido y callado, bebiendo e intentando olvidar la muerte de su hija.

—Los conozco —dijo—. Esas criaturas nacieron en un reino distinto a todos los demás. Allí existe la oscuridad total; no hay ni el más mínimo rayo de luz. Viven al modo de una colmena, y tienen una reina a la que obedecen ciegamente. Ella es… —William se estremeció, y siguió hablando—: Si las criaturas temen a tu soldado, es porque ella lo protege, o porque se ha unido a él. De cualquier forma, estaría mejor muerto. Y castrado.

Thane había hecho el camino de vuelta a casa con furia, con la esperanza de encontrar a una fémina en el bar y calmarse de la única manera que conocía. Sin embargo, había empezado a despreciar aquel plan.

Entonces, había recordado la orden que le había dado a Elin, y había subido rápidamente a su suite.

Allí estaba ella, sana y salva. Lista para tomarla.

El aire estaba perfumado con su olor a jabón y a cerezas. Ella estaba sentada en el sofá, con la cabeza apoyada en el respaldo. ¿Se había quedado dormida sin querer?

Tenía un pequeño fragmento puntiagudo de cristal en el puño cerrado. ¿Acaso seguía temiéndolo?

Con cuidado de no despertarla ni cortarla, le quitó el cristal de la mano. Se dio cuenta de que ella tenía la piel muy fría, y fue a su dormitorio en busca de la manta más suave que tenía. Al volver, oyó voces y risas masculinas detrás de la puerta de Bjorn.

Gracias al Más Alto, su amigo había encontrado algo de alegría.

En el sofá, le ordenó a su túnica que tomara forma de camisa y pantalón, y se quitó la camisa, porque no quería que hubiera barreras entre el calor de su piel y Elin. La tomó en brazos. Era ligera y suave. Y ella, tan confiada como un niño, giró la cabeza y la metió en el hueco de su cuello, buscando mayor contacto. Él tuvo que morderse la lengua para contener un gemido de placer.

Placer, por algo tan nimio. ¿Qué le ocurría?

Con deleite, se giró y se tendió sobre el sofá, e hizo que Elin se tendiera sobre él. La envolvió en la manta para crear un refugio cálido. Fue un error; su olor a cerezas se intensificó, y su respiración le acarició el pecho. Fue tan erótico, que él se excitó al momento.

Tenía que resistirse a ella, aunque se hubiera echado a temblar de deseo. Le daría calor, la despertaría y la acompañaría a su habitación. Después, iría en busca de una mujer adecuada para satisfacer sus deseos.

Elin se frotó la mejilla contra su pectoral y ronroneó, con los labios peligrosamente cerca de su pezón.

«Lámeme. Pruébame».

La estrechó entre sus brazos. No, no quería a ninguna otra mujer. Deseaba a aquella. Pero…

Se la imaginó encadenada, forcejeando, y se estremeció. Aquella era una imagen horrible.

Se la imaginó llorando y suplicándole mientras él le hacía daño, le causaba unas cicatrices como las que le había hecho Kendra.

Thane sintió repulsión.

Se imaginó a Elin delante de él, utilizando una de sus muchas herramientas para hacerle daño, con una chispa de deleite en los ojos.

Thane comenzó a sudar.

Ya había sentido culpabilidad por causa de Elin, pero empezó a pensar también en las demás féminas con las que había estado. ¿De veras había seguido hiriendo a mujeres que ya estaban heridas? ¿De veras había contribuido con nuevas malas hierbas, que iban a extenderse hasta que las asfixiaran?

La culpa…

No podía hacerle lo mismo a Elin. No podía aumentar su angustia. Sin embargo, tenía que poseerla.

«Entonces, tómala. Tómala con ternura. Tal vez te guste, o tal vez no, pero…».

Pero sería suya. Y él iba a asegurarse de que ella sintiera placer. Podía satisfacerla tanto, o más, que su marido.

Aquel era un pensamiento peligroso, porque, tal vez, ella empezara a querer más de él.

Y, al mismo tiempo, por aquella misma razón, era un pensamiento tentador.

Si volvía a sus viejos hábitos, sin poder evitarlo, pararía al instante y se alejaría de ella. La dejaría satisfecha, pero la dejaría.

Lo único que le quedaba era convencer a Elin.

 

 

Elin se despertó poco a poco, y fue asimilando varios acontecimientos a medida que recuperaba la consciencia.

Estaba acurrucada sobre un cuerpo masculino y cálido. No era el cuerpo de Bay, que tenía veinte años y era muy delgado, como un corredor de larga distancia. Aquel cuerpo era demasiado ancho, demasiado duro, demasiado… todo. Aquel cuerpo era el de Thane. Ella podía reconocer su peligroso olor a champán en cualquier parte.

¿Cómo había podido terminar entre sus brazos? Recordó que Adrian la había dejado en su suite, y que ella se había preguntado qué tendría planeado hacerle Thane. Pese a su agitación había bostezado varias veces mientras lamentaba perderse el entrenamiento de las Multiple Scorgasms; tal vez el equipo no se lo perdonara nunca. Recordó que se había sentado en el sofá para conservar las energías. Y, después, nada…

En aquel momento… Thane le estaba acariciando la espina dorsal, de arriba abajo y de abajo arriba, deteniéndose de vez en cuando para juguetear con algunos mechones de su pelo. Delicioso. Todo el deseo que había estado negando la inundó como una marea incontenible.

Aquello era lo que había estado anhelando. No tenía que buscar a ningún otro candidato para satisfacer sus deseos. Thane era el único que podía hacerlo.

Sin embargo, estar con él tendría un precio terrible…

Se tragó un gemido y trató de incorporarse, pero Thane la sujetó entre sus brazos. «Ignora las sensaciones que te están produciendo el contacto con su piel». Miró a su alrededor por la habitación. Las luces estaban a una intensidad baja, y todo estaba iluminado tenuemente. El ambiente era romántico. Él no la había movido del sofá, pero se había tendido bajo ella. ¿Por qué?

—Mírame, Elin —le pidió él, tomándola por sorpresa.

Entonces, ella obedeció, de mala gana, y se arrepintió al instante.

Desde tan cerca, vio que sus ojos despedían una intensidad casi eléctrica, y que tenía los labios apretados. Tenía una expresión salvaje, como si fuera capaz de cualquier cosa… y ella solo deseó acariciarlo.

—¿Vas a castigarme? —le preguntó.

—¿Castigarte? No. ¿Por qué?

—Amenacé a tu amigo con darle una copa de arsénico.

—Es verdad. Lo hiciste. Gracias por recordármelo.

Ella se dio un golpe en la frente con la palma de la mano.

—¿Cómo puedo ser tan tonta? La regla de oro es no recordarle nunca a tu jefe los errores que has cometido. Si él no se acuerda, tú tampoco deberías hacerlo.

—Me gustó que lo amenazaras. Se lo merecía. Pero no era de eso de lo que quería hablar.

Ah.

—Entonces, ¿de qué? —le preguntó ella, con alivio. Y con desconcierto.

Él le clavó una mirada tan intensa, tan cálida, que se quedó para siempre grabada en su mente.

—Creía que podía parar esto, pero no puedo.

Esto. La atracción.

La necesidad.

Ella sabía lo que quería decir, y notó una descarga de calor en el vientre.

Oh, no. No, no, no. Uno de los dos tenía que mantener la cordura.

—Estás renunciando a una parte muy importante de la vida por el recuerdo de un hombre, kulta —continuó Thane, suavemente—, y yo no voy a consentirlo más.

«Me estás matando…».

—No tienes que preocuparte. He decidido estar con alguien —susurró ella.

Una de las comisuras de los labios de Thane se elevó.

—Yo —dijo.

Ella titubeó, y admitió:

—No, en realidad no.

Tal vez la verdad pudiera acabar con aquella locura.

Él se puso muy tenso, y en sus ojos empezó a arder un fuego tan feroz, que Elin se asustó.

—¿Con quién?

«Debería haberme callado la boca. Pero… esto era lo que quería, ¿no?».

—Eh… bueno… Me estoy decidiendo por un tipo… Tú seguramente no lo conoces. Quiero decir que… Lo conoces, porque lo has contratado, pero…

—No puede ser Adrian. Te he visto con él, y no hay nada sexual entre vosotros. McCadden… no. Está enamorado de otra —dijo Thane. Entonces, entrecerró los ojos y le clavó las yemas de los dedos en la carne—. Merrick.

Ella abrió unos ojos como platos. ¿Cómo había…? ¡Arg!

—Eso no va a ocurrir, Elin. Tú vas a estar conmigo —dijo él, y la sentó a horcajadas sobre su cuerpo—. Y con ningún otro.

Elin se resistió durante un momento, y se dio cuenta de que se estaba moviendo contra su erección. Se quedó inmóvil, deleitándose con aquella nueva situación, mientras el corazón se le aceleraba incontrolablemente.

Él inhaló bruscamente una bocanada de aire.

—Es mejor de lo que me había imaginado.

—¿El qué? —preguntó ella, en un susurro. Sin embargo, ya lo sabía, porque ella también lo había imaginado.

—Tenerte así.

—¿Te habías imaginado esto?

—Muchas veces.

—Yo también —admitió ella, suavemente.

Él la agarró con más fuerza.

—Di que sí. Aquí. Ahora.

Sí, sí, mil veces sí. «Acaríciame, por favor». Sin embargo, el instinto de conservación tuvo más fuerza que el deseo.

—¿Sí a qué, exactamente?

—A mí. A nosotros. Quiero estar contigo, Elin. Quiero hacerte cosas. Cosas que nunca hubieras creído posibles.

Ella gimió. «Yo también quiero que me hagas esas cosas…».

—Yo… no puedo —respondió. «Aunque estoy deseándolo con todas mis fuerzas»—. Lo siento.

Él entrecerró los ojos.

—No lo sientas —dijo.

Le besó el cuello y, al inclinarse hacia arriba, su miembro erecto se estrechó aún más contra el centro del cuerpo de Elin. Pese a lo que ella acababa de decir, movió las caderas hacia él, incrementando el contacto.

—Respóndeme a una pregunta —dijo él.

—Sí.

—Te vas a entregar a otro, ¿pero no a mí? —inquirió Thane, mientras le rozaba las puntas de los senos con las palmas de las manos—. ¿Por qué? ¿Para castigarme por lo de la arpía?

A ella se le puso la carne de gallina.

—No —respondió. Tal vez—. Yo… —«tómate un tiempo para sopesar las ventajas y desventajas»—. Yo… Sí. Quiero estar contigo —dijo, finalmente. Al cuerno las ventajas y desventajas. No tuvieron tiempo de tomar forma. El deseo los estaba abrasando a los dos. La estaba abrasando a ella.

Él se quedó inmóvil.

—¿Qué es lo que te ha hecho cambiar de opinión?

—Es lo que siempre he querido —admitió Elin, jugueteando con su pelo—. No voy a seguir luchando contra ello.

El triunfo se reflejó en sus ojos. Él le mordisqueó el lóbulo de la oreja y bajó lentamente la mano, hasta que la deslizó entre sus piernas. A ella se le escapó un jadeo al sentir una descarga de placer.

—¿Me deseas a mí, y a nadie más?

—A nadie más —gimió Elin. Sin embargo, el deseo de supervivencia volvió a intervenir, y la empujó a decir—: Quiero estar contigo, pero no puedo llegar hasta el final. Eso es todo.

«Así, me sentiré tan culpable que no tendré que acostarme con nadie. Nunca más».

Por fin. Había dado con la solución.

Thane sonrió ligeramente. O tal vez no. De todos modos, había terminado con la charla.

La tomó por la nuca y la atrajo hacia sí, y la besó con fuerza, hundiéndole la lengua en la boca. La saboreó y le exigió una respuesta.

Dominó.

Poseyó.

Se adueñó de sus labios.

Cuando la oyó gemir de gozo, suavizó su abrazo y sus acometidas, y permitió que ella lo saboreara a él. Elin se derritió contra su cuerpo, y correspondió a su beso.

—Sí —dijo él, con la voz ronca—. Así.

Parecía que estaba asombrado.

Ella también se sentía asombrada. La danza de su lengua encendió su pasión como los troncos secos una hoguera, y el beso se escapó de su control al instante. Comenzaron a morderse y a lamerse, embriagándose uno con el otro. Elin se hizo adicta a aquella tierna agresión.

«No quiero separarme de él. Tengo que acariciarlo».

Por todas partes a la vez. Los dedos, en su pelo y en sus alas. Las uñas, arañándole suavemente el pecho. Las manos, alrededor de su miembro endurecido.

«Qué ansiosa. Ve paso a paso».

Comenzó por su pelo, pasándole los dedos por entre los rizos sedosos. Él gruñó con aprobación, y ella le tiró un poco del cabello, apasionadamente. Después, le acarició las orejas, los músculos tensos del cuello, y pasó a las plumas blancas y doradas de sus alas. Sentía muchas cosas diferentes, y todas intensificaban su enorme deseo.

—Tus pecas son deliciosas —le dijo él, besándole la mejilla, la garganta, usando los dientes y la lengua, y una fiebre abrasadora sonrosó la piel de Elin, hizo que le dolieran los huesos.

Le encantaba. Le encantaban el calor y el erotismo. ¿Cómo había podido pasar todo un año sin aquello? Un año sin placer ni consuelo. Un año soñando y deseando, negando y reprimiendo. Y, en aquel momento, todas las necesidades que había ignorado salieron a la superficie, como una riada. Quería acariciar, y ser acariciada. Dar y tomar. Vivir y sentir. Oh, sentir.

—Thane —murmuró, pidiéndole más.

Se frotó contra la erección de Thane, de arriba abajo, lentamente al principio, lenta y lánguidamente, disfrutando de la sensación, aunque su mente le pedía que se apresurara. Su cuerpo desatendido apenas podía procesar todas sus reacciones a Thane. Sin embargo, una pasión pura y animal la estaba adentrando más y más en el mundo de la carnalidad, y sentía desesperación por conseguir algo de alivio. Incrementó el ritmo de sus movimientos.

—Increíble —dijo él, con la voz entrecortada.

Más rápido…

—Sí.

Un poco más rápido… El contacto le arrancó un jadeo frenético. Más rápido aún…

—Más.

—¿Quieres ir un poco más allá? —le preguntó él, tomándole el pelo.

—¡Ahora!

—Será un placer, kulta —respondió él.

Entonces, la apartó unos cuantos centímetros de sí, acabando con sus dulces ondulaciones.

—Pero… —gimoteó ella—. Necesito…

—Y lo tendrás —respondió Thane.

Como si fuera un cavernícola, le rasgó la falda y el sujetador, y arrojó los pedazos de tela al suelo.

¡Sí!

Tragó saliva con fuerza al verla desnuda. Le acarició los pezones con los dedos pulgares, para que se le endurecieran aún más, y le cubrió los senos con las palmas de las manos.

—Son tan preciosos, que nunca podría marcarlos.

Aquella reverencia conmovió a Elin, aunque las palabras reverberaron en su mente embriagada de deseo.

El castigo que se merecía por traicionar a Bay. La experiencia que necesitaba para no volver a repetir aquello.

—Hazlo —le ordenó.

Thane se quedó inmóvil.

—¿Que haga qué? —preguntó, en voz baja, con un tono vagamente amenazante.

¿Cómo podía explicárselo?

—¿Qué es lo que quieres, Elin? ¿Que te tienda en el sofá, debajo de mí? ¿Que me hunda en ti?

¡Sí! No. Tal vez… Sí. Definitivamente, sí.

—Porque no creo que quieras de verdad lo que pienso que estás intentando pedirme.

La idea de sufrir dolor para aliviar su culpabilidad desapareció. No podía culparse por desear tanto a Thane. En vez de eso, pronunció una súplica.

—Por favor… Estoy tan cerca… Necesito… Lo necesito. Hace mucho tiempo.

La expresión de Thane se suavizó.

—Voy cuidar muy bien de ti, kulta —dijo.

La agarró por el trasero y empujó de ella hacia su erección con una mano y, con la otra, le presionó el estómago para empujarla hacia atrás, hasta que ella estuvo inclinada sobre sus muslos. Entonces, él se incorporó hacia delante y atrapó uno de sus pezones con la boca, y succionó con fuerza y, después, le lamió la carne para aliviar el ligero escozor.

Elin sintió tanto placer que gritó. «Más, por favor. Más».

Entonces, él concentró su atención en el otro pezón, y lo trató de igual forma.

Ella estaba frenética de desesperación, e intentó moverse contra su miembro, frotarse de nuevo, pero no podía moverse, porque él la estaba sujetando.

—Thane —gimió.

Nunca había deseado tanto a un hombre. Nunca había necesitado tanto un clímax.

Él alzó la cabeza. Tenía los labios rojos e hinchados de sus besos. Le clavó una mirada de necesidad. Era tan inmensa como la suya.

Con un solo movimiento, él se puso en pie, agarrándola contra su pecho, con sus piernas rodeándole las caderas, y la llevó hacia el dormitorio. Hacia la habitación de los dulces horrores.

Y, de repente, ella regresó a la realidad.

No había pasado mucho tiempo desde que aquel hombre había golpeado a otra mujer y la había dejado desplomada sobre su cama, como si no tuviera huesos, llena de hematomas. Las cosas que debía de haberle hecho… Todo lo que Elin había pensado que quería. Y, sin embargo, en aquel momento sintió tanto pánico que la desesperación estropeó su placer, y los recuerdos de su cautividad le inundaron la mente. Se sintió como si le hubieran echado un cubo de agua helada por la cabeza.

—No…

Elin forcejeó contra él. Thane frunció el ceño, y la dejó en el suelo. Entonces, ella se alejó de él.

—No. No podemos.

—¿No? —preguntó él, apretando los puños.

—No podemos —repitió ella—. Por favor, compréndelo.

—No deberíamos —corrigió él, con frialdad—, pero, obviamente, sí podemos.

—Thane…

—Yo quería mantenerme apartado de ti, kulta. De veras, lo intenté. Pero no lo conseguí. Ahora… ahora me gustaría tener una oportunidad contigo.

¿Una oportunidad de tener una relación? «Me va a matar».

—Te gustaba lo que estábamos haciendo juntos —prosiguió él—. Notaba tu excitación. Todavía la noto. Si te acariciara entre las piernas, sé que te encontraría húmeda. Preparada para recibirme.

Ella se ruborizó.

—Sí, es cierto.

—¿Y me dices que no podemos seguir?

—Sí. Exacto.

Él entrecerró los ojos. Sin embargo, le dijo:

—Vamos a hablar de tus preocupaciones, entonces. De tus… malas hierbas.

—No. ¡Sí! ¡Vaya! —exclamó ella, sin saber qué decir. Entonces, respiró profundamente para tratar de calmarse, y decidió empezar por el más sencillo de los problemas—. Yo no te conozco. No te conozco de verdad. Y lo que sé…

Él asintió con rigidez.

—No te gusta.

Al ver el dolor que se reflejó en los ojos de Thane, a ella le temblaron las rodillas.

—No quería decir eso… Thane, cuando te acuestas con una mujer, acabas para siempre con ella. No vuelves a verla. Me despedirías para librarte de mí. Ya me lo han advertido.

¿Y si se acostaba con ella, y descubría más tarde que era una mestiza? Se sentiría traicionado, y la castigaría de peor forma que a los fénix del patio.

Él apretó la mandíbula con irritación.

—Tienes mi palabra de que no vas a ser despedida.

Sí, pero ¿cómo la trataría? ¿Como si no existiera? ¿Como si deseara que se fuera? Tal vez eso fuera lo mejor para que ella pudiera cumplir la promesa que le había hecho a Bay, pero estaba cansada de que la rechazaran, de que la trataran como a una apestada. Y ¿qué ocurriría si Thane decidía acostarse con otras mujeres? Ella tendría que verlo y no podría hacer nada al respecto.

Incluso en aquel momento, cuando se lo imaginaba con otra, se le encogía el estómago, y ellos dos ni siquiera se habían acostado.

—¿Y qué más? —inquirió él.

—Yo nunca he tenido aventuras de una noche y, aunque creo que eso es lo que debería tener contigo, y lo que tú quieres, seguramente, no sé cómo voy a reaccionar después. ¿Y si…? ¿Y si me vuelvo dependiente de ti?

Él giró los hombros, y las plumas de sus alas se ondularon suavemente con los movimientos, hipnotizándola.

—No vas a oír ninguna queja por mi parte.

A ella se le aceleró el corazón al oír aquella respuesta.

—¿Es que quieres tener algún tipo de compromiso conmigo? —le preguntó Thane.

¡No! ¡Nunca!

—Sí —dijo, sin poder contenerse—. Quiero decir, no. Oh, no lo sé. Me prometí a mí misma que nunca volvería a tener un compromiso con nadie.

—Nada de aventuras de una noche. Nada de compromisos —dijo él, mirándola con dureza—. No me estás dando muchas opciones.

Así debían ser las cosas. Nada de opciones. Nada de sexo.

—Tal vez eso sea lo mejor.

—Tal vez tengas que matizar tu promesa.

—¿Y cómo? ¿Quieres que prometa que mi corazón y mi mente siempre le serán fieles a Bay, pero que mi cuerpo puede hacer lo que quiera?

Él arqueó una ceja.

Y ella suspiró.

—¿Has tenido alguna vez una relación seria?

—No —admitió Thane.

—¿Y lo has deseado alguna vez?

—No.

Por lo menos, era sincero.

Y, de todos modos, ¿por qué le importaba eso? Aquel ni siquiera era el camino que ella quisiera seguir, ¿verdad?

Thane le pellizcó suavemente la barbilla, y la obligó a alzar la cabeza para mirarlo.

—Contigo, todo es diferente para mí. Nada se parece a lo que estoy acostumbrado —le dijo, e hizo una pausa, mientras ella asimilaba aquellas maravillosas palabras—. Pero no hay nada que pueda compararse a la fuerza con la que te deseo, Elin. ¿Me deseas tú a mí? Porque esa respuesta es la única que importa en este momento.

Su inseguridad, su mirada de esperanza, estuvo a punto de vencerla. ¿Él estaba ansioso por escuchar su respuesta?

—Yo… sí —admitió Elin—. Sí, Thane, te deseo. Creo que ya te lo he demostrado.

—Entonces, dime, ¿qué es, exactamente, lo que esperas de mí?

—¿A qué te refieres?

—Viste a la arpía —dijo él, con una voz fría—. Estaba esposada a la cama.

—Sí.

—Viste cuál era su estado.

—Sí-sí.

—Eso es lo que siempre he necesitado. El control absoluto… el dolor absoluto.

—¿Siempre?

Él exhaló un suspiro.

—Hasta que te conocí.

¿Cómo? ¿Qué era lo que la hacía tan especial a ella?

—Sin embargo, cuando estabas entre mis brazos, has hecho que pareciera que tú también deseas un poco de dolor, unas cuantas ataduras.

Ella se miró a los pies avergonzada. ¿Tenía que ser tan franco?

—Estás diciendo que no me vas a esposar aunque yo diga que es eso lo que quiero.

—Exacto. No lo voy a hacer.

Eso era maravilloso.

No. Eso era malo.

En realidad, Elin no sabía lo que era.

—¿Por qué? —preguntó—. ¿Y qué pasa con lo otro?

—Simplemente, ese deseo no existe. Y tampoco te voy a golpear —dijo él, y le acarició la mejilla con las yemas de los dedos—. Ya has sufrido bastante.

Sí. Había sufrido mucho. Y, sin embargo…

No estaba segura de lo que pensaba de todo aquello.

—¿Y habías perdido el deseo de hacer esas cosas con alguna otra mujer?

—No.

—¿Por qué? ¿Porque ellas no tenían un pasado como el mío?

Hubo un reflejo de culpabilidad en sus ojos, que desapareció enseguida.

—No estoy seguro. Antes no me preocupaba de averiguarlo, porque no me importaba. Contigo, sin embargo, sí me importa. Deseo conocer todos los detalles.

«Le importa». ¿Por qué no contárselo todo?

—Estás en lo cierto con respecto a mis deseos, en parte.

Él frunció el ceño.

—Explícate.

—En el campamento, me pegaban, me empujaban y me daban latigazos; era la misma gente que había matado a mi padre y a mi marido. Me insultaban, y me trataban como un animal. Pero eso no fue lo peor de su maltrato. Me repetían los detalles de la muerte de mi familia. No me permitían hablar con mi madre, ni a ella conmigo. Yo debería haberme arriesgado al castigo y haber hablado con ella. Ella me necesitaba, y yo tenía demasiado miedo como para ayudarla.

Le emoción se reflejó en el semblante de Thane.

—Y, ahora, ¿crees que tú te mereces más dolor?

—Sí. Pero también pensé… que… si el sexo se convertía en una experiencia que yo odiara, no volvería a desear traicionar a Bay.

Entonces, él se alejó de ella, y la privó de su contacto y de su maravilloso calor.

—¿Thane? —le dijo, mientras una lágrima se le deslizaba por la mejilla. «Se ha puesto enfermo al ver cómo acepté mi destino. Me considera una cobarde, y es lo que soy»—. Lo siento mucho.

—Márchate, Elin. Ahora.

—Pero…

—¡Ahora! —rugió él.

Y ella salió corriendo de la habitación.