Capítulo 29

 

Elin se dio cuenta de que ella no le había dicho a Thane que lo quería.

Y quería decírselo, porque él era dueño de su corazón, tanto como ella del suyo. Sin embargo, la culpabilidad se lo impidió.

Ya le había dado todo lo que había perdido Bay. ¿Cómo iba a darle también aquellas palabras preciosas? Sobre todo, cuando entre los brazos de Thane era más feliz de lo que hubiera sido nunca.

—¿Estás lista, kulta? —le preguntó él.

Se le acercó por la espalda y le rodeó la cintura con los brazos; extendió las manos sobre su vientre, y le besó el cuello.

Había llegado la hora de marcharse de la isla y reunirse con los demás. Thane se había curado por completo de su herida, y ella había recuperado el ánimo. Tenían que cazar a un príncipe demonio y darle una buena tunda a un rey fénix.

—Sí —dijo ella, y se giró entre sus brazos y se abrazó a su cuello, con cuidado de no tirarle de las plumas de las alas.

Muy pocos fénix tenían alas; aquellos apéndices se formaban del humo, y tenían el color de la noche más oscura y, por ese motivo, ella nunca las había deseado. Hasta aquel momento, para estar a la altura de Thane. Para ser igual a él en algo. Sabía que le había dicho que quería ser tratada como si fueran iguales, pero también sabía que sería una actuación, y nada más.

Él le dio un golpecito en la barbilla.

—¿Qué te pasa? —le preguntó.

Él siempre adivinaba su estado de ánimo, y sentía hasta el más mínimo cambio. «¿Acaso soy tan predecible?».

Le dijo lo que pensaba, sin omitir nada. Le había pedido su confianza, y también iba a darle la suya. Él era su hombre, y nunca utilizaría sus debilidades en contra de ella.

—Elin, de nosotros dos, tú eres la que tienes más poder, no lo dudes.

Ella pestañeó. No podía creer lo que acababa de decirle Thane y, sin embargo, ¡él no podía mentir! Así pues… aquello era cierto para él.

—Lo siento, cariño, pero lo dudo —admitió Elin—. No lo entiendo.

—Ya te lo he dicho. Yo te pertenezco. Soy tuyo. Tu felicidad es mía. Tu furia es mía. Todas tus necesidades serán satisfechas antes que las mías. Te quiero y, para mí, eso significa ponerte por encima de todo lo demás y darte lo que nunca le habría dado a otra mujer: poder sobre mí.

Ella se echó a temblar, y posó la frente en su pecho.

—Gracias.

«Díselo. Díselo ahora».

No pudo hacerlo.

Se agarró a su túnica.

—Las cosas que me dices…

—Salen directamente del corazón que tú has hecho revivir.

—¿Ves? ¡Como eso! —exclamó ella—. Es precioso. Como poesía. Y ¿qué te doy yo a cambio?

Nada, salvo problemas.

—Me das algo que nunca había tenido: paz.

—¿Cómo? Solo soy… yo.

—Un rompecabezas al que le falta una pieza nunca estará completo. Para mí, tú eres esa pieza —dijo él. Después, sonrió burlonamente, y añadió—: Yo soy una rosa, y tú eres mi espina.

Ella soltó un resoplido.

—Las espinas no son solo algo molesto. Sirven para proteger a la rosa, ¿sabes?

—Sí, lo sé.

—Entonces, ¿el estoico Thane acaba de reconocer que su cariñito es una matona?

—Pues sí.

—Bueno, pues se ha ganado un buen revolcón para luego.

A él se le escapó una carcajada. Con un solo aleteo, salió disparado hacia el cielo, con Elin bien agarrada contra su pecho. Cuanto más ascendían, más frío estaba el aire, pero, unida al cuerpo de Thane, no notaba la bajada de temperatura. Cuando él se colocó horizontalmente, la presión mantuvo juntos sus cuerpos, casi pegados el uno al otro. El viento le azotaba las mejillas y el pelo.

Tardaron varias horas en llegar a su destino: el castillo de Bjorn, en el tercer nivel de los cielos, a unos treinta kilómetros del Downfall. Elin se quedó boquiabierta al ver la enorme escalinata de piedra adornada con flores, que ascendía hacia una construcción de cuento de hadas. Los muros exteriores eran más oscuros que las nubes que los rodeaban, y tenían ventanas de cristales de colores.

—¿Te gusta? —le preguntó Thane, mientras la posaba en el suelo y le daba la mano.

—La palabra «gustar» no es suficiente para expresarlo. Quiero casarme con este castillo.

Él sonrió.

—Hay uno muy parecido en venta, al otro lado del mundo. Nadie lo ha comprado porque, en este momento, lo han ocupado los trolls. Sin embargo, con una sola llamada de teléfono puede ser nuestro.

«¿Nuestro? ¡Nuestro!». ¿Podían vivir juntos de verdad? Ella arqueó las cejas, y le preguntó:

—¿Y por qué no estás haciendo esa llamada ahora mismo?

Él se echó a reír otra vez. Su risa era preciosa. Un poco oxidada, sí, pero preciosa.

—¿Qué? —inquirió ella—. Toda chica se merece ser princesa en un momento u otro.

—Tú tendrás que conformarte con ser la reina de mi corazón.

Descarado.

—Está bien. Trato hecho.

Thane no se molestó en llamar al enorme portón de madera. Lo abrió con el hombro. El vestíbulo tenía el techo abovedado, las paredes doradas y el suelo de mármol.

Se oyeron unos pasos que se acercaban rápidamente.

Entonces, Elin vio a Bellorie, que corría hacia ella, y soltó a Thane para ir a su encuentro. Se abrazaron y se echaron a llorar. Todo el tiempo, ella notó la mirada de Thane en su espalda.

«Está loco por mí. Y, gracias al Más Alto, porque yo también estoy loca por él».

Tenía que reunir valor y decirle que lo quería. «Te quiero, Thane. Con toda mi alma».

Bum. Hecho. Así de fácil. Aquel sentimiento era absorbente, desconcertante. Y, sin embargo, hacía que se sintiera poderosa. Estar con Thane no le arrebataba nada de la relación que había tenido con Bay, y le recordaba que los finales felices eran posibles. Nunca tendría que estar sola otra vez, ni sería una apestada. Thane la aceptaba tal y como era. La adoraba. Y la necesitaba.

Bay nunca la había necesitado. Ellos eran dos seres completos que existían uno junto al otro, en vez de dos mitades de un todo, en el que cada una de ellas era necesaria para la vida de la otra.

Thane… Sin Thane, ella no podría respirar.

—Eres la última en llegar, Bonka Donk —le dijo Bellorie, entre lágrimas—. Estábamos preocupadas por ti, aunque no teníamos por qué, claramente. Brillas como un árbol de Navidad por la esencia de tu amado. Brillas mucho más que antes… ¿Qué habrás estado haciendo?

Elin se ruborizó. No porque le avergonzara ser la mujer de Thane, cosa de la que estaba muy orgullosa, sino porque todo el mundo iba a saber lo que habían estado haciendo. «Como si no lo supieran ya. Para tu información, Elin Vale, tu sonrisa ya es lo suficientemente reveladora», se dijo.

—Bueno, estamos en una ceremonia de homenaje ahí fuera —dijo Bellorie, y miró por encima del hombro de Elin—. Thane, a todos los gallineros les hace falta un gallo. ¿Quieres ser el nuestro?

«No te rías». Elin miró hacia atrás. Él sonrió con suavidad y le hizo un gesto para que siguiera adelante.

—Ve sin mí. Yo tengo que hablar con los otros… hombres.

Elin le sopló un beso.

Él lo atrapó en el aire, y dijo:

—Te voy a echar de menos.

El hecho de que él le dijera aquello en público, sin preocuparse de nada, hizo que ella se derritiera.

—Yo también te voy a echar de menos.

—Puaj —dijo Bellorie, tirando de Elin—. Poneos tan melosos cuando estéis a solas.

Bellorie se dio tanta prisa que ella no tuvo tiempo de admirar el castillo, aunque sí percibió su magia.

En la parte trasera había un enorme jardín lleno de flores y enredaderas. Todo estaba envuelto en una neblina etérea y brillante. ¿Eran hadas aquello que veía danzando por el aire?

No hadas adultas, como Chanel, sino hadas pequeñitas, del tamaño de un dedo índice, que…

Chanel.

Con una punzada de remordimiento, recordó a Chanel. Su espléndida sonrisa. Su risa adorable. Su instinto asesino en la cancha de esquive de rocas.

Octavia y Savy tenían una botella de un líquido claro. Tenía que ser el alcohol de más alta graduación de todos los tiempos, a juzgar por el olor. Bellorie tomó una de las botellas que había a sus pies y se la tendió a Elin.

—¡Por Chanel!

Todo el mundo alzó la botella y tomó un trago.

Elin tosió al notar las llamas por el esófago.

—¿Qué es esto? ¿Moonshine?

—Mejor aún —respondió Octavia—. Moonshine del Tártaro. Ya sabes, la prisión para inmortales. Tengo un amigo dentro. Bueno, dentro de la parte que todavía está en pie, claro.

Así que estaba bebiendo alcohol destilado en una prisión para inmortales. Increíble.

—No paro de imaginarme que aparece Chanel diciendo: «Os he pillado, todavía estoy viva».

—Sería típico de esa pequeña cabrona. Hacernos llorar por ella, y hablar de ella, solo para echarse unas risas —dijo Bellorie, sonriendo, y miró a su alrededor—. Sal, sal, estés donde estés.

Esperaron.

Chanel no apareció, y la sonrisa de Bellorie se apagó.

—Las cosas no van a ser iguales sin ella.

—No.

Aquello era agradable. Elin nunca había podido tener camaradería y amistad después de perder a su familia. Después de la muerte de su marido y su padre, la habían convertido en esclava, y no le toleraban los estallidos emocionales. Su único consuelo había sido sollozar contra la manta, por las noches.

Y, cuando habían muerto su madre y su hermano pequeño, había sucedido lo mismo.

—Nunca olvidaré lo listilla que era. Me gustaría pensar que me ha transmitido algo de ese descaro —dijo, pensando en Chanel.

—Lo mismo digo —intervino Bellorie—. Pero sé que ella no querría que hubiera ni una sola persona sobria en su funeral, así que, ¡bebamos!

—¡Por ti, Alcoballic! —exclamó Elin, y todas bebieron.

Al cabo de una hora, todo el mundo estaba riéndose y contando anécdotas e historias sobre Chanel. Elin comenzó a preguntarse dónde estaba Thane, qué estaba haciendo.

Seguramente, estaba con los otros chicos, haciendo planes para la guerra. «Yo estoy en esto con él». Aunque no tenía ni idea de qué podía hacerse con respecto al príncipe, sí tenía alguna idea para Ardeo.

«Si quieres llamar la atención de un hombre», le había dicho su madre, una vez, «averigua qué es lo que más quiere… y quítaselo. Te garantizo que, desde ese momento, te seguirá hasta el fin del mundo».

Ardeo quería a Malta. Sería cruel hacerle creer que la mujer se había regenerado y estaba en sus manos, pero él era quien había dictado las reglas de aquella guerra al apuñalar a Thane, y esas reglas eran muy sencillas: todo valía.

Con solo mencionar el nombre de Malta, Ardeo acudiría corriendo… y caería directamente en la trampa.

—… estás escuchando? —le preguntó Bellorie, y ella pestañeó—. Está muy mal, de verdad. El amor le ha frito el cerebro.

Sí, era cierto.

—¿Qué es lo que me he perdido?

—La mejor historia del mundo, que he contado yo misma: voy a ir al reino de los Fae y voy a decapitar a todo aquel que se me cruce. A Chanel le habría gustado acabar con toda su raza por haberla expulsado. Lo sé.

Savy agitó la cabeza e hizo un movimiento cortante a través de su cuello, con la mano estirada.

—¿Y por qué la expulsaron? —preguntó Elin.

Savy gruñó.

—Por ser demasiado maravillosa —dijo Bellorie, ignorándola—. Pero, volvamos a mis planes. Voy a ponerme un traje negro de malla, por supuesto, como una verdadera ninja, y…

Octavia miró al cielo con resignación, y preguntó:

—¿Por qué yo?

Elin se echó a reír. Después, se recostó en la silla y escuchó la historia de Bellorie, sobre la ropa que iba a llevar, las armas que iba a utilizar y los libros que iban a ser escritos sobre sus hazañas.

Elin nunca hubiera pensado que iba a encontrarse en aquella situación. Triste, pero reconfortante y dulce. Aquella no era la vida que había imaginado; era mucho mejor.