Capítulo 17

 

«Xerxes, aquí no está».

Thane estaba frenético. Había registrado toda la casa, adoptando la forma de neblina para poder atravesar las paredes. Allí vivían dos humanos adultos y dos niños, pero no había ni rastro de Elin.

«Inténtalo en esta otra dirección», le dijo su amigo, y se la recitó.

Thane voló rápidamente hasta el apartamento que estaba cerca de la universidad. Había muchos jóvenes que iban de fiesta, y salían del edificio. Él observó todas las caras, pero ninguna de ellas era la de Elin.

«Aquí tampoco».

¿Dónde estaba? A aquellas horas tan tardías, la actividad demoníaca era muy alta. Y, allí, era más intensa de lo habitual. Había unos treinta viha, diez envexa, quince pica y cuarenta slecht reptando por las paredes, buscando víctimas. Se oyeron susurros que suscitaban las emociones de las que se alimentaran aquellas criaturas y, cuando algún humano respondía, llamaba la atención de otros demonios.

En cualquier otro momento, él se habría metido en una batalla. Sin embargo, solo quería encontrar a Elin. Se había equivocado por completo con ella; tal vez tuviera una parte de fénix, pero no era malvada. De hecho, ella tenía muchas más razones que él para odiar a los fénix.

Le había hablado del asesinato de su marido y de su padre, pero no del maltrato que había recibido su madre. La habían encadenado en una tienda y se la habían entregado a varios guerreros al día, hasta que había quedado embarazada. Entonces, habían obligado a Elin a presenciar su muerte y la de su bebé, mientras estaba atada y no podía alcanzarla, ni ayudarla. Le habían prohibido, incluso, dirigirle la palabra.

Después, le habían negado el derecho al luto.

Elin no tenía amigos. Estaba esclavizada, sometida a las burlas, al desprecio y a las palizas. Y, sin embargo, aunque sabía que iban a tratarla aún peor si la atrapaban después de huir, lo había ayudado a él a escapar de aquel campamento.

Y, más tarde, cuando empezaba a sentirse segura, él mismo, su protector, la había tirado al suelo y la había amenazado.

Se sentía avergonzado de sí mismo.

«He intentado establecer contacto con ella», dijo Xerxes, «pero no puedo atravesar su escudo mental».

Imposible. Elin no podía haber aprendido tan rápidamente a bloquear su pensamiento, si era tan abierta como le había explicado Xerxes, y menos contra un guerrero de siglos de edad. Así pues, el bloqueo debía de haberse formado espontáneamente… Y eso solo sucedía a causa del miedo… o del dolor.

«Atraviesa el escudo», le dijo a Xerxes.

«Le causaría una angustia indescriptible. Puede que un daño permanente».

«Pero cabe la posibilidad de que ya esté sufriendo».

«Es cierto, pero yo le dije que no iba a utilizar la fuerza».

Y un Enviado no podía incumplir su palabra.

Así pues, tenía que hacerlo por sí mismo. Mientras volaba sobre la ciudad a baja altitud, para poder observar las caras, intentó dominar sus emociones alteradas. Advirtió que varios grupos de demonios avanzaban rápidamente en una misma dirección. Las criaturas iban muy excitadas, riéndose.

Iban de caza.

Sintió miedo. Cuando los demonios percibían el olor de los Enviados, huían despavoridos, aterrorizados. Pero había una excepción: cuando aquel olor estaba mezclado con el de un humano. Y, después de lo que había ocurrido en el ascensor, el olor de Thane estaba sobre el cuerpo de Elin.

Siguió el rastro de las hordas de demonios hasta un parque pequeño que había a las afueras de la ciudad…

Y, entonces, la vio.

A Thane se le cayó el alma a los pies. Los demonios habían acorralado a Elin encima de un columpio infantil de madera. Ella había recogido un montón de piedras y se las estaba lanzando, pero la fuerza de su miedo les daba a los monstruos la fuerza que necesitaban para materializarse. Pasaban de espíritu, cuando eran incapaces de tocarla, a estado tangible. De ese modo, sí podían destruirla.

Ya le habían desgarrado las perneras de los pantalones vaqueros, y tenía las pantorrillas ensangrentadas. Ya le habían clavado los colmillos en el cuello y los brazos. Elin tenía los ojos vidriosos y estaba vacilando sobre el pequeño fuerte de madera, como si fuera a caerse.

Thane gritó, pero los demonios estaban demasiado frenéticos como para darse cuenta. Hizo surgir la espada de fuego de su mano y comenzó a dar mandobles. La carne chisporroteó; las cabezas rodaron por el suelo.

Notó algo pesado en la espalda, y unas garras que se le clavaban en el cuello. Lanzó la espada hacia atrás, por encima de la cabeza, y le cortó la espina dorsal al demonio que hubiera tenido la buena idea de saltar sobre él. El peso cayó, y Thane abatió la espada hacia delante, de izquierda a derecha, de derecha a izquierda, sin parar de moverse.

Los demonios fueron muriendo, uno tras otro. Él extendió las alas y se elevó hasta la misma altura del fuerte, y se colocó frente a Elin.

—Agárrate a mi cuello —le dijo, mientras mataba a cuatro demonios que se habían atrevido a acercarse.

Esperaba que ella se negara, pero Elin debía de tener más miedo de los demonios que de él, porque obedeció sin titubear. Se lanzó hacia arriba, volando cada vez más alto, para alejarla del enemigo.

—No puedo… sujetarme…

A Elin se le soltaron las manos, y cayó al vacío gritando. Thane, con el corazón en un puño, cambió la dirección del vuelo, descendió y la agarró justo cuando ella iba a tocar el suelo. Volvió a subir rápidamente, alejándose de los monstruos que intentaban alcanzarlos. Ella temblaba de manera incontrolable.

—Lo siento —dijo Thane—. Es culpa mía.

—Sí. Ha… ha sido c… culpa tuya —convino ella.

—Te voy a compensar…

—Cá… cállate —susurró Elin—. No quiero… No quiero hablar ahora.

Muy bien. Cuando llegaron al club, él se dio cuenta de que no quería llevarla a la habitación donde se había acostado con Kendra, donde había mantenido relaciones con incontables mujeres, y donde les había hecho daño a aquellas mujeres. No quería ver los grilletes y pensar en lo que podría haberle hecho a ella, y menos en aquel momento en el que Elin estaba herida y sangrando.

Así pues, tenía tres opciones: llevarla a la habitación que compartía con las otras camareras, dejarla en uno de los sofás del salón de la suite o tenderla en su cama, donde nunca había habido otra mujer.

La llevó a su cama. Y se dio cuenta de que le gustaba que estuviera allí.

La examinó. Su estado era peor de lo que él había pensado. Tenía unos cortes tan profundos que le llegaban a los huesos, y de ellos brotaba una sustancia negra y pegajosa: era el veneno que inoculaban los demonios. Si no le aplicaba un tratamiento, Elin moriría de la peor de las maneras.

«Todo esto es culpa mía».

Rápidamente, sacó una ampolla de Agua de la Vida de un bolsillo de aire, y le hizo tragar un sorbo del líquido. Ella tosió y escupió. Entonces, todo su cuerpo se tensó como un arco. Elin gritó.

A él se le encogió el corazón nuevamente. Se sintió culpable.

—Te prometo que se te va a pasar muy pronto el dolor, kulta —le dijo, acariciándole la frente empapada—. El Agua está luchando contra la toxina que hay en tu organismo, y te habrá curado dentro de unos segundos… ¿Lo ves? Ya está. El dolor ya va mitigándose…

Ella se desplomó sobre el colchón. Estaba empapada en sudor. Lo observó con recelo mientras se apartaba el pelo de la cara.

Él se inclinó y le dio un beso.

—Lo siento —murmuró, y volvió a besarla. Ella se puso muy rígida, pero él no dejó de disculparse. Tenía que ganarse su perdón—. Nunca he lamentado nada tanto en toda mi vida.

—Ya está bien.

Otro beso.

—Por favor —le rogó él.

—No —dijo ella, y lo empujó—. Para ahora mismo.

Entonces, él se irguió, pero no se apartó de su lado.

—Eso no va a volver a pasar. Esa parte de nuestra relación ha muerto —dijo ella, y se limpió la boca con el dorso de la mano, como si hubiera probado algo repugnante.

Las palabras podían ser armas tan poderosas como las acciones, y aquellas palabras iban directamente dirigidas a él.

«Me he ganado esto, y más».

—No quiero estar aquí —dijo ella, e intentó incorporarse.

—Pues es una pena. Estás aquí, y me gustaría que te quedaras.

—Ni hablar. Me marcho. Pero no me voy a ir con los fénix y, si intentas obligarme, voy a gritar hasta que te explote la cabeza.

—Te vas a quedar. Y los fénix ya se han ido —dijo él. La empujó suavemente por los hombros para que no pudiera incorporarse, mirándola fijamente—. Cierra los ojos.

—No, yo…

—Por favor, Elin. No te voy a hacer daño.

—¿Por qué tengo que cerrar los ojos?

—No quiero que veas…

La sangre.

—Vamos, ciérralos. Por favor.

Ella lo entendió, y se estremeció. Entonces, cerró los ojos.

—No los abras hasta que tengas permiso.

Elin frunció los labios.

—No soy una de tus esclavas sexuales, ni tampoco tu empleada. Dejé el trabajo después de que me echaras de aquí. Así que ya no puedes decirme lo que tengo que hacer. Y, para tu información, solo estoy aquí porque tú me salvaste de esos… esos… monstruos…

—Son demonios —dijo él—. Y yo estoy muy orgulloso de que hayas luchado contra ellos con toda tu capacidad.

—Bueno, pues métete tu orgullo por donde te quepa —respondió Elin, y soltó una carcajada llena de amargura que terminó en un sollozo. Cuando se calmó, suspiró; claramente, iba de un extremo al otro—. Incluso los perros luchan cuando están arrinconados.

—No. Algunos huyen. Pero tú no eres un perro. No eres un animal. Eres… preciosa.

Al principio, ella no reaccionó. Después, lo abofeteó con fuerza.

—¿Cómo te atreves a decirme eso?

—¿Por qué? —preguntó él. Cuánto odiaba el escozor. Cuánto odiaba haberla llevado a aquellos extremos de violencia—. Es cierto.

—¡No! Yo no soy preciosa para ti. Soy desechable. Estoy manchada.

—No —dijo él.

Qué idiota había sido. Antes, se deleitaba con el dolor, y consideraba que los látigos y las cadenas eran el castigo más exquisito. Sin embargo, aquello sí que era el dolor. El dolor del arrepentimiento. Había perdido algo más valioso que el oro: la confianza de Elin.

—Eres preciosa —repitió.

—Bueno, pues tú eres repugnante —dijo ella—. Y no vas a conseguir que cambie de opinión con buenas palabras.

—Tienes razón —respondió Thane, con suavidad—. Soy repugnante. Lo que ha ocurrido ha sido una demostración de mi indignidad, no de la tuya.

Ella se quedó callada y apartó la mirada.

Entonces, tratando de ignorar el dolor que sentía por dentro, él fue al baño y humedeció una toalla con agua tibia. Le limpio la sangre de la piel y, al darse cuenta de que la expresión de Elin se suavizaba un poco, se animó. También se alegró al comprobar que las peores heridas ya se le habían cerrado. Las únicas heridas con las que iba a tener que enfrentarse eran las que le hubieran infligido en la mente. Aquellas, sin embargo, él no podía curárselas; ella misma tendría que hacerlo.

Elin carraspeó y, cuando habló, el tono de ira había desaparecido de su voz.

—¿Por qué me perseguían esos demonios? Sé que mencionaron a un príncipe, pero…

—¿A un príncipe?

Claramente, aquel demonio había dado su primer paso. Y aquel demonio lo iba a pagar muy caro.

—Sí. Y aunque, según tú, a mí solo me interesa el dinero, no tengo ninguna gana de ser princesa.

—No pienso que tú seas eso. Y los demonios te persiguieron a ti solo para hacerme daño a mí —le dijo él, y la envolvió en una de sus túnicas para que el tejido limpiara su ropa—. Ya puedes abrir los ojos.

Ella abrió los párpados, pero no miró a Thane.

—No ha cambiado nada: sigo siendo tu enemiga. ¿Por qué me has ayudado?

—Tú no eres mi enemiga. Reaccioné muy mal ante la noticia de tus orígenes…

—¿Solo «muy mal»? ¡Ja! Eso es un eufemismo.

Él continuó como si ella no lo hubiera interrumpido.

—Y nunca podré explicarte cuánto lo siento. Culparte por los pecados de otra mujer fue algo imperdonable.

Ella abrió la boca, pero volvió a cerrarla. Miró hacia abajo, observó la túnica en la que estaba envuelta y suspiró. Se incorporó, con la cabeza agachada, y encogió las rodillas. Una posición de vergüenza.

Una posición que él conocía bien. Se había prometido a sí mismo que nunca volvería a avergonzarse, pero a eso exactamente había llevado a Elin.

Él era quien debería avergonzarse de sí mismo.

—Lo siento muchísimo, kulta.

—Está bien. Acepto las disculpas. Te perdono. Y no eres repugnante —añadió ella, de mala gana—. Puedo ser razonable y tratar de no guardarte rencor.

—¿Tienes frío? ¿Hambre? ¿Necesitas algo? ¿Puedo hacer algo por ti?

Ella entrecerró los ojos con desconfianza y asintió.

—Sí. Mi bolsa de ropa y joyas, si la encuentras. Es mía. Me lo gané todo. Aunque, seguramente, ya se la habrá llevado alguien. Mierda. ¡Ah! —exclamó—. Y, antes de volver, necesito un carné de identidad nuevo.

¿Volver?

—Ya te lo he dicho: quiero que te quedes aquí, en el club. Podemos ser… amigos. Necesito que me ayudes a arrancar el resto de mis malas hierbas.

—No, ni hablar. Me he dado cuenta de que no me gusta depender de ti. Porque, Thane, tienes que admitir que, en cualquier momento, puedes cambiar de opinión y culparme de las cosas y, entonces, ¿qué harías? ¿Clavarme con unas estacas en el patio?

—No. Yo nunca te voy a hacer daño.

—Sí, bueno, eso ya lo he oído más veces —dijo ella. De repente, la fatiga se reflejó en su semblante—. Me alegro de que creas eso, pero ya es hora de que yo me haga responsable de mí misma.

Él se quedó abatido. Había perdido su confianza.

—Quédate, por favor —le rogó. No podía soportar la idea de que ella estuviera sola e indefensa. O, peor aún, con otro hombre—. Puedes trabajar en el club, o no. Como quieras. Pero aquí estarás a salvo.

Ella hizo un gesto negativo.

Él suspiró.

—Está bien. Te conseguiré un carné. Pero puede que tarde unas cuantas semanas, o meses —dijo. Sobre todo, porque no tenía intención de empezar muy pronto el proceso y, mientras, iba a hacer todo lo posible por recuperar su confianza—. Puedes ganar más dinero mientras estás aquí.

Ella se pellizcó el puente de la nariz, y suspiró también.

—De acuerdo —dijo, finalmente, y asintió—. Voy a trabajar aquí mientras espero. Por lo menos, así podré ahorrar de nuevo.

—Sí, eso es. Ahorrar —dijo Thane—. Yo voy a asegurarme de que tengas las mejores mesas.

—No. No quiero un trato especial. Las chicas no deben sufrir para que tú puedas mitigar tu sentimiento de culpabilidad.

Entonces, Elin bajó los pies al suelo, por el otro lado de la cama, se levantó y se alejó de él todo lo posible.

La túnica cayó al suelo, y Thane comprobó que la tela había hecho su trabajo: no había ni rastro de sangre.

—Me voy a mi habitación —dijo ella, sin mirarlo.

Él agarró la sábana para contenerse y no tratar de agarrarla a ella.

—Puedes quedarte en esta durante toda tu estancia.

Ella miró las paredes desnudas, la escasez de muebles, y en su expresión se reflejó un extraño dolor.

¿Dolor? ¿Por aquella oferta, que él nunca le había hecho a otra mujer?

—No, gracias —dijo Elin, alzando la barbilla—. Me gusta estar con las chicas.

Otro rechazo. Debería haberlo esperado, pero le atravesó el pecho como una puñalada.

—Bellorie llegará dentro de una hora, para hacer el turno de esta noche, como te prometí.

—Gracias —dijo ella, y salió de la habitación con la cabeza alta.

 

 

Thane la estaba observando.

¿Qué iba a hacer con él?

Habían pasado quince días desde el ataque de los demonios y, cada una de aquellas dos semanas, Thane le había enviado una cesta de chocolate, un ramo de rosas y una caja de libros. Todos los regalos iban acompañados de una tarjeta que decía Lo siento. Eso, aunque ya le había pedido perdón. Ella tenía que admitir que era agradable, y completamente contradictorio con el carácter frío de Thane.

En aquel momento, estaba sentado en una de las mesas, con un guerrero lleno de cicatrices, a quien le había oído llamar «Lucien». Estaban manteniendo una conversación sobre un guerrero llamado Torin, que había desaparecido, una chica llamada Cameo, que estaba atrapada en el tiempo, Bjorn y unas sombras.

No lo sabía porque hubiera estado escuchando la conversación, no. Solo un poco… Bueno, mucho.

Durante todo el tiempo, Thane la había observado una y otra vez. Y, a cada segundo que pasaba, parecía más enfadado.

¡Como si tuviera algún motivo para estar enfadado con ella!

Ella sí tenía derecho a estar enfadada. Sus hombres la seguían a todas partes. Y no podía olvidar aquello de «podemos ser amigos», y que, además, no era digna de quedarse en su preciosa habitación del sexo. Le había ofrecido que ocupara una habitación que parecía la celda de una cárcel. Vacía, desprovista de todos los lujos que les regalaba alegremente a sus amantes.

Y, sin embargo…

Thane se había enfrentado a los demonios, y la había obligado a beber un líquido extraño con el que la había curado. Después, le había limpiado con ternura toda la sangre del cuerpo y de la ropa. Le había pedido perdón por haberla tratado con crueldad, y la había invitado a quedarse en su casa para el resto de su vida.

Dejarlo en aquella cama, sin arrojarse a sus brazos, era lo más difícil que hubiera hecho nunca, pero no estaba dispuesta a caer bajo su hechizo sexual una segunda vez.

Tenía nuevas metas en la vida: resistir la tentación de Thane, ahorrar y crear un refugio para mestizos inmortales. Y contratar a un cocinero para que les diera de comer.

Así, la gente como ella siempre tendría un sitio al que ir.

—Elin —dijo Thane, y la sacó de su ensimismamiento.

Aquello no era bueno para conseguir su primer objetivo. El mero sonido de su voz tenía el poder de hacerla temblar.

Fue arrastrando los pies hasta su mesa.

—¿Qué?

El hombre de las cicatrices le lanzó una sonrisa antes de levantarse y salir del club. Thane siguió en su sitio, mirándola. A ella le pareció ver un anhelo en el fondo de sus ojos… Un anhelo al que su cuerpo respondió instantáneamente.

—Estás muy guapa —le dijo él, con la voz ronca, y ella se echó a temblar otra vez—. Siempre estás muy guapa.

—Gracias —dijo ella. «Lo que necesitas, Vale, es distancia. Poner distancia»—. ¿Eso es todo, jefe? Porque estoy muy ocupada.

Él frunció el ceño.

—No, no es todo.

—Vaya, pues es una pena, porque me voy de todos modos.

Se dio la vuelta, pero él la agarró de la muñeca para que no se moviera de allí. El contacto fue algo delicioso, y Elin se estremeció por tercera vez. No sabía qué le ocurría.

—¿Tienes frío? Puedo pedir que te traigan una túnica.

¿Por qué siempre quería que se pusiera una túnica?

—No, gracias. Estoy perfectamente.

Hubo una pausa, como si él estuviera buscando las palabras que quería decir.

—¿Te ha causado alguien algún problema?

—Sí. En este momento, estoy delante de él. Suéltame.

A él le vibró un músculo debajo del ojo, pero la soltó.

«¿Por qué le estoy castigando así?», se preguntó Elin.

Sin embargo, ya conocía la respuesta: cuanto más amable era Thane con ella, más difícil le resultaba mantenerse alejada de él. Quería provocarlo para que se pusiera de mal humor.

—Mira, lo siento, pero me voy —dijo, y se dirigió hacia la barra.

Una de las clientas le hizo un gesto para que se acercara, y ella lo hizo apresuradamente.

—Hola, ¿en qué puedo ayudarte?

En vez de pedirle una copa, la clienta, una sirena, dijo:

—He oído que Thane te rescató de un campamento fénix.

—No deberías creer todo lo que oyes por ahí.

—Umm… Bueno, yo soy mucho más guapa que tú, así que no creo que tenga ningún problema para conseguir que él me rescate de mi situación de falta de orgasmos.

Elin tuvo un arrebato de celos.

¿Celos? No, no. No podía sentir eso.

Trató de contener las ganas de responder a la sirena como se merecía, pero no lo consiguió.

—Mira, te diré que no hay ninguna mujer más guapa que yo —le dijo. Y se sintió bien.

La chica soltó un silbido de rabia.

—¿Qué pasa? ¿Es que quieres verte las caras conmigo?

Antes de que la sirena pudiera responder, dos hombres lobo que estaban sentados en la mesa de al lado se levantaron violentamente y tiraron las sillas al suelo, mientras se decían obscenidades entre gruñidos. Parecía que iban a pelearse a muerte.

Adrian se acercó y anunció con despreocupación:

—Hay una nueva regla de la casa: nada de sangre dentro del edificio. Si alguien derrama una gota de sangre, será clavado con estacas inmediatamente. ¿Quién quiere ser el primero?

Los mutantes se miraron de manera torva, pero recogieron las sillas y volvieron a sentarse.

La chica se sentó también. Ya no quería enfrentarse a Elin.

Las arpías que había frente a los hombres lobo, la rubia de Thane entre ellas, gruñeron de desaprobación.

—¿Y cómo nos vamos a divertir ahora?

—¿Por qué no puede haber sangre?

Sí, ¿por qué? Porque… Oh, no. ¿Acaso Thane había impuesto aquella nueva norma por ella?

No había otra explicación.

Elin sintió una calidez muy agradable por todo el cuerpo.

«No ibas a caer bajo su hechizo, ¿no te acuerdas?».

Sin embargo, debería ser más agradable con él.

Thane no era un mal tipo. Solo había elegido mal. Muy mal. Pero ella le había perdonado, así que, ¿no debía actuar en consecuencia?

Sí. Claramente, sí.

Se sintió mucho mejor, y miró a Thane, que se estaba levantando de la mesa. Iba a sonreírle, pero él no la miró. Se acercó a la mesa de las sirenas, y las chicas se entusiasmaron con su atención.

Thane se inclinó hacia la mesa y besó a la más guapa de todas en la mejilla.

Elin tuvo que hacer un gran esfuerzo para mantener una expresión neutral al ver que él le tendía la mano a la sirena. La chica entrelazó sus dedos con los de él y se levantó de la mesa.

Thane iba a… ¡Oh! ¿Cómo se atrevía?

Bellorie se acercó a ella y siguió su mirada.

—Oh, Bonka. Lo siento.

«No es mío. Nunca ha sido mío».

—No pasa nada. De verdad, no pasa nada. Y siento mucho que te echara del club.

Bellorie sonrió ligeramente.

—Ya te he dicho que no fue culpa tuya. Axel me ha dicho que Thane está luchando contra lo que siente por ti, y que por eso está tan volátil. También me dijo que teníamos que tratarlo como si fuera un animal herido si queríamos sobrevivir.

—Está claro que Axel es idiota. Thane no siente nada por mí, es evidente —dijo, señalando con una mano hacia la mesa de las sirenas—. Y ahora, cállate, que estoy intentando escuchar su conversación.

—¿Cuándo te has hecho tan mandona? —refunfuñó Bellorie.

—Hoy. Shh.

Thane y la chica estaban lo suficientemente cerca como para que pudiera oírlos. Iban a pasar a su lado en cualquier momento.

—Te lo dije —le murmuró la sirena, moviendo el cabello moreno y sonriéndole con petulancia.

Thane se dio cuenta, y se detuvo en seco.

—¿Qué es lo que le has dicho? —le preguntó a la sirena.

—Yo… eh… —la chica buscó una respuesta; tal vez, sabía que no podía decir ninguna mentira—. Umm… ¿Le he dicho algo?

«No te preocupes, yo te ayudo con esa amnesia», pensó Elin.

—Me ha dicho que, como era más guapa que yo, no iba a tener problemas para ligar contigo. Parece que tenía razón. Claro que tú tampoco tienes unos gustos muy sofisticados, ¿no?

Un insulto para Thane… y para sí misma. Vaya. La próxima vez tendría que hacerlo mejor.

Thane soltó la mano de la sirena como si acabara de descubrir que era radiactiva, y dijo:

—Márchate del club ahora mismo.

—No, yo…

—Esto no es un debate —dijo él—. Vete.

—Pero… no lo dirás en serio… —continuó la chica.

—Si le faltas el respeto a mi humana, tienes que irte —dijo él.

Qué gracioso. Thane había estado a punto de irse a la cama con aquella sirena, y eso sí habría sido una falta de respeto para ella.

—No puedes hablarle así —dijo Thane—. ¿Lo entiendes?

Entonces, se dio la vuelta hacia el resto del bar, y gritó:

—¡Eso va por todos vosotros! Si lo olvidáis, moriréis.

—¿Y va por ti también? —murmuró Elin.

Él se volvió hacia ella y la miró con los ojos entrecerrados. Entonces, Elin se alejó.