Capítulo 15
Thane tuvo que contener su furia. En cualquier momento, Elin podría torcer la esquina y presenciar, en cualquier momento, sus horrorosos actos. Si veía aquella faceta suya… Si gritaba…
Quemó al demonio y todas las partes que le había cortado para destruir las pruebas. De todos modos, ya había conseguido toda la información que necesitaba. Sabía que el príncipe era un ángel caído llamado Malice, que antes formaba parte del ejército del Más Alto. Al contrario que los demonios, que eran espíritus que habían habitado la tierra mucho antes que los humanos, el príncipe tenía un cuerpo carnal, y no podía poseer el de ningún otro.
Cuando los Enviados caían, perdían todo su poder. Y lo mismo les ocurría a los ángeles; sin embargo, ellos podían adquirir poder por medio de los actos malvados y los robos espirituales.
Como todos los seres vivos, el príncipe tenía sus debilidades. Sin embargo, Thane todavía no sabía cuáles eran.
¿El orgullo?
¿El odio?
Y ¿cuál era el objetivo final de Malice? La destrucción de la humanidad. Quería castigar al Más Alto por expulsar a los ángeles caídos del nivel superior del cielo, e intentar robar el poder que pensaba que le habían negado.
Para empezar, Malice y sus cinco cohortes habían acabado con Germanus, pero habría otros.
¿Cuál sería el siguiente movimiento de Malice? No podía saberlo.
Cuando Kendra continuó rogando que la ayudaran, Thane siguió el ejemplo de Jamilla y le cortó la lengua a la fénix. No iba a permitir que recibiera ayuda de la chica a la que había apaleado y cortado; Elin tenía el corazón demasiado blando, y tal vez le pidiera a él que la liberara.
Y, tal vez, él dijera que sí.
Después, se había sentido muy culpable.
—Estoy dispuesto a ignorar los motivos, y aceptar mi parte de responsabilidad en el horror de nuestra relación, pero no voy a tolerar el mal comportamiento.
Kendra lo fulminó con la mirada, aunque la sangre le caía por ambas comisuras de los labios.
—No vuelvas a hablar con mi humana —le dijo él.
Después de enviar a Adrian a buscar a Bellorie, Thane salió a ver a Elin. Y se encontró con que uno de los guardias la había agarrado de la muñeca.
Nadie la tocaba, salvo él. Si alguien más lo intentaba… moriría.
Parecía que, desde que había conocido a Elin, se había vuelto completamente posesivo.
Al mirarla a los ojos, recordó que Orson había utilizado la palabra «mestiza» para referirse a ella. «Por favor, espero que no seas una fénix».
Se acercó a ella. Quizá debiera enviarla a su habitación durante unas cuantas horas: siempre, después de una batalla o una sesión de tortura, estaba demasiado tenso, sentía una fuerza demasiado intensa, y acababa de pasar por ambas cosas. Si intentaba tener otro encuentro con ella y lo enfocaba de una manera errónea, tal vez la asustara.
Sin embargo, Elin alzó la barbilla con determinación y valor. Eso sorprendió a Thane, y sintió tal atracción sexual por ella que su miedo y su furia pasaron a un segundo plano.
No podía separarse de ella.
Por un momento, la vio como la había visto en la bañera: desnuda. Sonrojada por el calor y la excitación, con los pezones endurecidos, el estómago tembloroso y las piernas separadas a la espera de sus dedos. Y sintió una erección por ella.
«No, todavía no».
Elin se estremeció, como si su cuerpo hubiera reaccionado a aquella llamada. ¿Anhelaba sus caricias? ¿Y su sabor? Hubiera dado cualquier cosa por saberlo…
—Yo… he… siento haber interrumpido tu sesión de asesinato —dijo Elin, y bajó la mirada hasta su entrepierna. Enseguida, la apartó, y añadió—: Parece que te lo estabas pasando muy bien…
Él apretó la mandíbula.
—No he disfrutado de la forma que tú estás pensando.
—Eh, nada de juzgar a los demás —dijo ella, alzando las manos en señal de rendición.
—Elin, estoy excitado, sí, pero es por ti.
Ella abrió unos ojos como platos.
—Ah.
¿Eso era todo lo que iba a obtener?
—Eh… bueno —dijo ella, y carraspeó—. ¿Tienes que torturar a los fénix obligatoriamente? ¿No puedes soltarlos?
—Yo estaba torturando a ningún fénix —dijo él—, pero voy a hacerlo. Ojo por ojo…
—Sí, esa política te va a meter en un círculo de violencia eterno —lo interrumpió ella, y dijo—: Ellos se vengarán, entonces te vengarás tú, y después ellos… hasta el final de los tiempos —añadió, y suspiró—: Mira, sé que no tengo ningún derecho, pero…
—Tienes todo el derecho —dijo él.
Sabía que acababa de dejar atónitos a los vampiros, pero era cierto. ¿Para qué iba a negarlo?
Las cosas eran muy diferentes con Elin. Le gustaba que hubiera acudido a él con la esperanza de que resolviera sus problemas. Incluso le gustaba que le hubiera reprendido; tal vez, porque tenía razón.
Ella se mordió el labio, como si se sintiera insegura. ¿Acaso de su posible reacción? ¿Temía que él le hiciera daño?
—¿De verdad?
Él asintió y, sin apartar la mirada de ella, les ordenó a los vampiros que se marcharan. Ellos se dirigieron rápidamente hacia el ascensor y desaparecieron. No quería llevar a Elin a su habitación hasta que se sintiera completamente cómoda con él, porque, en cuanto estuvieran a solas, no podría evitar saltar sobre ella. Estaba seguro.
—No sé si alguna vez voy a poder acostumbrarme a este mundo.
—Lo harás —dijo él.
Ella se encogió de hombros.
—¿No te afecta emocionalmente torturar a otros seres?
Nadie le había hecho jamás aquella pregunta, y no estaba muy seguro de cuál era la respuesta. Era un niño muy pequeño, de tres años, cuando habían empezado a aparecer las vetas doradas en sus alas, vetas que habían informado a todo el mundo de su estatus de guerrero; cuando tenía cinco años, había tenido que dejar el único hogar que había conocido para comenzar su formación y adiestramiento.
A los diez, había matado por primera vez a un demonio.
Elin le dio la mano, y entrelazó sus dedos con los de él. Thane notó su piel cálida y suave. Aquella caricia, ofrecida libremente, y el consuelo que le proporcionó, lo dejaron asombrado.
—No importa —dijo Elin—. No tienes que contestar.
De todos modos, él lo hizo, porque estaba desesperado por prolongar aquel contacto.
—Los demonios son solo maldad. No tienen nada bueno. Yo no me arrepiento de nada de lo que les he hecho a lo largo de varios siglos de batallas.
Elin ladeó la cabeza y lo observó.
—¿Eres muy viejo?
—Mucho.
—¿Tienes más de doscientos años?
—Sí.
Un jadeo.
—¿Más de trescientos?
—Sí. Deja que te ahorre tiempo. Tengo algo más de mil años.
—Vaya. Eso es ser realmente viejo.
—Te lo dije.
—No, abuelito. Tú no dijiste las palabras «realmente viejo».
Thane sonrió sin poder evitarlo. Elin le estaba tomando el pelo, sin ningún temor.
—Ven conmigo. Tenemos que hablar de muchas cosas.
Entonces, la llevó al ascensor. Cuando se cerraron las puertas, la cabina se llenó de su olor, y él casi pudo saborear aquel aroma a cerezas que se le había metido bajo la piel. Le dolió el cuerpo.
No quería tener que esperar para abalanzarse sobre ella.
Apretó un botón y detuvo la cabina del ascensor antes de que llegara al piso superior.
Se giró, y se apoyó contra la barandilla. Al ver la expresión de su cara, Elin tragó saliva y retrocedió, intentando alejarse de él. Sin embargo, Thane la agarró de la muñeca, tiró de ella hacia su cuerpo y la atrapó entre sus piernas.
—No sé qué ideas tienes, pero olvídalas.
—Pero si a mí me gustan mucho —dijo él.
Se inclinó hacia delante y le pasó las manos por los muslos. Agarró su trasero y se lo apretó, y a ella se le escapó un jadeo. Entonces, la aprisionó contra la pared y posó las manos junto a sus sienes.
—Dime, ¿te arrepientes de lo que hicimos en la bañera? —le preguntó.
—¿Arrepentirme? No —dijo ella—. Pero…
—¿Pero qué? ¿Por qué huiste?
—Por muchos motivos.
—Empieza con el primero, e iremos resolviendo los problemas.
—Está bien. El primero es el sentimiento de culpabilidad. Acababa de traicionar a mi marido.
Lo que él había sospechado. La confirmación fue dulce.
—¿Y ese hombre…?
—Bay.
—¿Era cruel? ¿Habría querido que tú estuvieras sola?
—¡Nooo! Claro que no. Pero eso no cambia nada.
La ternura con la que ella respondió despertó todos sus celos. Una faceta que él no sabía que poseía, hasta que había conocido a Elin.
—Entonces, ¿quieres honrar su memoria, pero no sus deseos?
Ella entrecerró los ojos y lo fulminó con la mirada.
Él no quería que se enfadara, sino que se rindiera por completo, así que decidió intentarlo de otro modo.
—¿Fuisteis a fiestas en pareja?
—Sí.
—Os divertisteis. Os reísteis juntos.
—Sí —repitió ella, ladeando la cabeza con cierta confusión.
—Estoy seguro de que él adoraba tu risa —dijo Thane. «Yo la adoro».
—Ah, sí. Ya veo adónde quieres llegar. Debería vivir la vida como a él le hubiera gustado. Despreocupadamente.
—Sin malas hierbas.
Elin frunció los labios.
—¿Y tú? Sé que eres un millonario que vives en el cielo, pero ¿qué haces tú para divertirte?
Él pensó un instante.
—Yo no me divierto. Soy uno de los luchadores más fuertes de mi raza, y lucho. Siempre he luchado.
Entonces, Elin apartó los dedos de su túnica y comenzó a juguetear con los rizos de su nuca. Mejor todavía.
—Pobre Thane. ¿Nunca has tenido tiempo para jugar?
A él se le pusieron tensos todos los músculos del cuerpo.
—Me parece recordar que he jugado un poco antes, hoy mismo.
Ella tomó aire bruscamente. La aprensión, y también el deseo, se le reflejaron en los ojos.
—Eso fue muy divertido —susurró él—. Me gustaría hacerlo de nuevo.
Ella tragó saliva.
—Está bien —dijo, por fin—. Vamos a jugar.
Thane tuvo una sensación de triunfo.
—Sí, Elin. Vamos a jugar —dijo Thane.
Entonces, arqueó las piernas hacia ella y su erección se apretó contra su cuerpo. Elin gimió.
—Elin, ¿puedo besarte?
Ella volvió a asentir, con los ojos muy abiertos, y Thane bajó la cabeza. Sin embargo, no la besó. Aún no. Se mantuvo inmóvil sobre ella, sintiendo cómo aumentaba su excitación, y dejando que ella sintiera cómo aumentaba la de él.
Elin apoyó las manos en sus hombros y esperó.
—Thane, estoy lista. Ni siquiera voy a hacer que me lo pidas.
—¿Acaso quieres que te lo pida? Porque voy a hacerlo —dijo él. Sabía cómo funcionaba la tentación. Sabía que era mejor vencer la resistencia de alguien poco a poco.
Ella se estremeció, y él preguntó:
—¿Puedo acariciarte el pecho? Por favor…
—Sí-sí —respondió ella, suavemente.
—¿Puedo separarte las piernas y frotarme contra ti? ¿Puedo llevarte al éxtasis?
Elin suspiró.
—Sí, por favor…
Qué capitulación tan dulce. Sin embargo, él siguió sin apresurarse. Le acarició la punta de la nariz con la suya, y le dio un beso muy leve.
Ella se puso tensa. Deseaba más.
—¿Te estás divirtiendo? —le preguntó, entre dientes.
Entonces, Thane le pasó la lengua por la unión de los labios.
—¿Te gusta este juego?
Entonces, ella le tiró del pelo.
—No. Has pedido permiso, lo has obtenido, pero no has tomado nada.
Él le acarició la mejilla con la nariz.
—¿Y quieres que tome algo?
—¡Sí!
—¿Yo? ¿Solo yo?
—¡Sí!
—¿Cuándo?
—¡Ahora!
Thane no pudo resistirse a tanta vehemencia.
Le separó las piernas y, mientras la besaba, le acarició los pechos. Elin ya tenía los pezones endurecidos. Él le acarició con su erección entre las piernas, dándole todo lo que había prometido con un solo movimiento.
Todo, menos el clímax.
Pronto…
Su lengua adoptó el mismo ritmo que su cuerpo, moviéndose cada vez con más rapidez. Ella gimió y gruñó, cada vez más ansiosa.
Él le separó aún más las piernas y, cuando su cuerpo cayó, él la sujetó con otra acometida, golpeándole el punto más dulce del cuerpo con más fervor.
Ella se agarró a él; cuando llegó al clímax, fue rápido y brutal, como él había querido que fuera, y Elin gritó. Aunque Thane estaba jadeando y casi ardiendo, se apartó. A ella le temblaron las rodillas, y él tuvo que contenerse para no sujetarla. Cuanto más lo anhelara, más lo buscaría.
—Mi resistencia es tan débil —gruñó Elin, mientras se apartaba el pelo húmedo de la frente.
—O mi persuasión, tan fuerte.
Ella sonrió lentamente.
—Sí, vamos a echarte la culpa a ti. Pero ¿y qué pasa contigo? ¿Tú no necesitas nada? —le preguntó, y bajó la mirada—. ¿Qué hacemos con eso?
Él estaba muy excitado; todas las células del cuerpo le pedían satisfacción. Pero, aunque estaba casi cegado por la necesidad, no iba a rendirse. Todavía no.
—Ya te ocuparás de mí, kulta. No te preocupes. Pero aquí, y ahora, no.
Ella le pasó un dedo por el miembro erecto y, al notar aquella caricia tan leve, él vibró.
—¿Y cómo me voy a ocupar de ti? ¿Cuándo?
Él la miró a los ojos.
—La primera vez, lo harás con la boca, y estaremos en mi habitación.
Ella se echó a temblar de impaciencia.
—¿Y la segunda?
—Con tu cuerpo, en mi sofá.
Ella volvió a temblar.
—¿Cuándo? —susurró—. ¿Cuándo voy a poder hacer esas cosas?
Estaba tan cálida… tan dispuesta… Era muy difícil resistirse a ella.
—Después de que hablemos.
—Pero… si ya hemos estado hablando —respondió ella.
Sí, pero él tenía que hacerle una pregunta muy importante.
Apretó el botón del panel del ascensor, y la cabina continuó subiendo, hasta que se detuvo y se abrieron las puertas. Él la hizo entrar en su suite.
Bjorn estaba tendido en el sofá.
Al ver a su amigo, Thane sintió que la tensión que tenía por dentro se relajó. Sin embargo, empeoró de nuevo al fijarse en su estado: tenía la piel muy blanca, los ojos hundidos, el pelo mate y los labios llenos de cortes.
—Estoy bien —dijo Bjorn, al darse cuenta de su reacción—. No te preocupes.
—Veo que nos has traído entretenimiento para esta noche —añadió Xerxes, desde el bar. Se estaba sirviendo una copa de whiskey con ambrosía.
Thane se sintió muy posesivo. Habían compartido mujeres en alguna ocasión, pero aquella no iban a compartirla.
—Es mía, y solo mía.
—En realidad, soy solo mía —dijo ella, alzando la barbilla—. Y estoy bien así.
Xerxes ocultó la sonrisa detrás de la copa.
Había una bandeja de fruta, queso y chocolate sobre la mesa. Thane se sentó en una butaca, cerca de la comida, e hizo que Elin se sentara en su regazo.
—Come —le ordenó.
Ella forcejeó para liberarse.
Él la agarró con fuerza, y dijo:
—Ya está bien, kulta. Quédate aquí.
—No, no está bien. No voy a tomarme un tentempié sentada encima de tu erección —le dijo ella, entre dientes—. ¿Te parece bien?
—No, no me parece bien. Tú la has provocado —replicó él y, en vez de soltarla, tiró de sus caderas y la ciñó contra su cuerpo.
Ella jadeó y, entonces, él la atrapó entre sus brazos para que no pudiera moverse.
—Cuanto más te muevas, más grande va a ser el problema.
Ella se quedó paralizada al instante. A él le entraron ganas de echarse a reír.
Deliciosa humana. ¿Qué le estaba haciendo a su mundo estancado?
Bjorn y Xerxes estaban escuchando la conversación sin disimular su interés.
—Thane Downfall —dijo Elin—, ¿acabas de hacer una broma de penes?
—Nada de bromas. He dicho la verdad.
Ella agitó la cabeza con exasperación.
—Habrá que ir paso a paso —murmuró. Y, antes de que él pudiera preguntarle a qué se refería, preguntó, señalando con un gesto de la mano a los tres guerreros—: Bueno, ¿y cómo empezó vuestro romance? ¡Ah, bombones! —exclamó, y empezó a comerse todas las piezas.
—Con una tragedia —dijo Xerxes.
—Oh. Lo siento —dijo ella—. Estaba esperando algo más romántico.
—Bueno, del mal nació algo bello. Fue épico —dijo Thane.
Elin se relajó, y se dio cuenta de que los bombones estaban a punto de terminarse.
—Belleza de las cenizas. Qué bonito —comentó.
—Ojalá siempre fuera así —musitó Bjorn, y le rompió el corazón a Thane.
—Hoy va a suceder —dijo Thane—. Elin va a contarnos todo lo que le hicieron en el campamento de los fénix, y nosotros vamos a castigar a los culpables.
Ella se puso muy tensa.
—Ya te he dado muchos detalles.
—Pero no los suficientes.
—Bueno, pues no quiero contarte más.
—En ese caso, tus deseos no importan. Vas a ser vengada, te guste o no.
—De veras, ya he sido vengada. Con esas estacas ha sido suficiente.
—Para ti, pero no para mí.
Ella suspiró.
—Creo que es verdaderamente romántico que quieras torturar a la gente por mí, pero esta vez voy a pasar, y no hay más que hablar.
—Mira, esto es lo que va a ocurrir —respondió Thane—. He visto tu cuerpo y conozco tus cicatrices. Sé qué tipo de palizas y latigazos has tenido que soportar. Y eso es lo que van a recibir todos los fénix que están en los calabozos, incluso los que fueron buenos contigo. Si alguno lo fue, claro. Puedes decirme lo que sabes, y yo liberaré a los inocentes, o pueden sufrir todos lo mismo.
—Tú no harías tal cosa.
—No me conoces bien.
—¡Oh! —exclamó ella, y le agarró por el cuello de la túnica—. Algunas veces, me enfadas tanto que… Pero ¿sabes una cosa? No me voy a dejar intimidar. Rechazo ambas opciones, y te ofrezco otra: vete a la mierda.
Él le agarró la nuca, acercó la boca a su oreja y le respondió:
—Yo rechazo esa, y te ofrezco una más: dime que eres medio humana, medio fénix, y te dejaré marchar ahora con todos los guerreros.