Capítulo 28

 

Thane y Elin permanecieron en la isla durante una semana. Su casa estaba en el extremo derecho de la playa, y tenía una fachada de cristal orientada al amanecer. Había muy pocos muebles, pero eran piezas muy lujosas. La favorita de Thane era la cama; las cortinas ligeras del dosel caían por ambos lados y, cuando se separaban, permitían ver el mar.

Todos los Enviados tenían varias residencias por todo el mundo, porque nunca sabían dónde tendrían que refugiarse.

Se mantuvo en contacto con los demás Enviados. Todo el mundo estaba a salvo; llorando la muerte de Chanel, pero a salvo.

Él cuidó a Elin en todo lo posible. Le hizo el amor con ternura, con dureza, con lentitud y con rapidez. Se quedó en su cama toda la noche, intentando no dormir para no tener una pesadilla, pero ella se dio cuenta y lo sedujo hasta que le provocó un coma de placer. No tuvo ni un mal sueño.

Comieron juntos, y él intentó que se bañara con él en el mar, pero Elin le dijo que tenía un trato con los tiburones: ella se quedaba fuera del agua, y ellos no la mordían.

«Hoy», pensó él, «voy a hacer sonreír a Elin».

Echaba de menos sus sonrisas, y podía ayudarla a mitigar el sentimiento de culpabilidad.

La luz del sol entraba en la habitación. Él la tomó en brazos de la cama. Elin estaba desnuda y suave.

—Eh —murmuró, medio dormida, y pestañeó. Había pasado demasiado tiempo dormida, y era hora de obligarla a jugar.

Thane salió a la playa y notó la arena en las plantas de los pies. La brisa cálida le acarició la piel.

—Eh, que nos va a ver alguien —le dijo ella, que ya se había despertado del todo—. Méteme en casa antes de que te dé un buen azote en el trasero.

—Somos los únicos de la isla. No nos va a ver nadie —respondió él, y continuó su marcha hacia el agua.

—No me importa. No sé qué planes tienes, pero yo no voy a participar —dijo ella, y comenzó a forcejear contra su pecho—. ¡Suéltame ahora mismo, Thane Downfall!

—Claro que voy a soltarte, no te preocupes —dijo él, justo cuando notaba el agua fría en los pies.

—¡Thane! ¡Acuérdate de mi trato con los tiburones!

—No se atreverán a demandarte por incumplimiento de contrato si yo estoy cerca —dijo él. Cuando le llegaba el agua por los muslos, la abrazó y le besó la sien—. Yo nunca te haría daño, ¿lo sabes?

Ella se relajó en sus brazos.

—Sí, claro que lo sé.

—Bien —dijo él. Le dedicó una sonrisa y la soltó.

Ella gritó y movió los brazos. El agua salpicó con el impacto, y Elin se hundió como una piedra. Unos segundos después, salió escupiendo y tartamudeando.

—¡Traidor!

Qué mujer tan adorable. Tenía el pelo mojado y pegado a la cara y el cuello. Las gotas le resbalaban por las mejillas.

—La venganza va a ser dolorosa, y no vas a volver a darte un revolcón en tu vida —le dijo ella, entre dientes, nadando hacia él.

Thane se tiró de cabeza a su izquierda antes de que ella pudiera agarrarlo. Pero Elin lo siguió y, cuando él salió a tomar aire, ella estaba detrás, y le empujó hacia abajo con las manos en los hombros.

Cuando él salió a la superficie, la agarró por las muñecas y tiró de ella hasta que sus pechos estuvieron aplastados contra su torso. Elin exhaló un suspiro brusco. Y él también, cuando su belleza lo golpeó como si fuera un puñetazo. El sol la favorecía y volvía su piel de un precioso dorado, y le arrancaba reflejos rojizos a su pelo oscuro.

Ella sonrió… pero su sonrisa se apagó un segundo más tarde.

—Chanel está en tu corazón —le dijo él—. Como Bay. Seguir adelante no significa que los quieras menos, ni que no los quisieras lo suficiente, y no es algo por lo que tengas que sentirte culpable. Sé más fuerte que tus emociones, kulta. No permitas que ellas te definan.

Elin frunció el ceño.

—El amor es una emoción. Y no hay ninguna que sea más fuerte.

—El amor es algo más que una emoción. Es una elección. Sentir amor es una cosa. Demostrar el amor es otra.

—Y, en este caso, ¿cuál es la manera de demostrar el amor?

—Dar. Estoy aprendiendo que siempre es dar. Tiempo. Paciencia. Piedad. En este caso, darles a Bay y a Chanel lo que ellos hubieran querido para ti. Felicidad.

Ella cerró los ojos durante varios segundos y, cuando volvió a abrirlos, su expresión brilló. Tenía un color bonito en las mejillas, y Thane estuvo a punto de gritar de alivio.

—Tienes razón —susurró Elin.

—Creo que ya hemos tenido esta conversación. Yo siempre tengo razón.

Ella puso los ojos en blanco.

—Corrección: tú siempre tienes razón… cuando estás de acuerdo conmigo.

Entonces, él estuvo a punto de sonreír. La estrechó contra sí, y ella le rodeó la cintura con las piernas, situando sus cuerpos en la postura perfecta para una penetración. Él sintió que el deseo le endurecía el miembro viril.

Ella se inclinó hacia él y le susurró:

—¿Se te están ocurriendo ideas lascivas? Porque cabe la posibilidad de que vuelvas a darte un revolcón alguna vez.

—Muchas.

—Bueno, entonces… es una pena.

Elin se apartó de él y se alejó.

Thane abrió la boca para protestar… hasta que vio su sonrisa. Lo había conseguido. La había hecho sonreír, tal y como esperaba. Y era mucho más bonita de lo que recordaba.

—Si me deseas —dijo ella, en voz baja—, vas a tener que pagarme una enorme factura.

—¿Ahora me vas a cobrar?

—Sí. Ya me conoces, ¿no? Me gusta el dinero.

Él agitó la mano con un desdén de rey.

—Te escucho. Puedes continuar.

Ella nadó a su alrededor, como si estuviera marcando su territorio.

—Háblame de los Enviados. Sé muy pocas cosas de tu raza.

—¿Tu precio es la información?

—Exacto.

Él fingió que se quedaba desilusionado, aunque aquello le había deleitado. Si Elin quería saber más, era porque él le importaba más.

—Estoy seguro de que sabes lo que son los ángeles. Los Enviados y los ángeles se parecen mucho.

—¿Y los dos podéis caer?

—Sí. Aunque, cuando cae un Enviado, pierde la inmortalidad. Cuando cae un ángel, se convierte en un ser absolutamente malvado.

—¿Como los demonios contra los que hemos luchado?

—No. Los demonios llevan viviendo en tu mundo mucho más tiempo que los humanos. Tal vez, más que los dinosaurios. Los ángeles caídos llegaron después, y dudo que tú hayas conocido alguno. Muchos están encadenados en el núcleo de la tierra.

—Entonces, los demonios… ¿consideran que el mundo es su habitación de juegos?

—Sí. Y que los humanos son sus juguetes.

—Y vosotros, los Enviados, se supone que tenéis que hacer… ¿qué?

—Cazarlos y matarlos.

—¿Y los ángeles?

—Hacen lo mismo, pero ellos son sirvientes del Más Alto, y su función es ayudarnos.

—Vaya, eso es muy cool.

—¿Ah, sí? —preguntó él, y chasqueó la lengua—. ¿Acaso el poder la excita, señorita Vale?

—Puede que un poco —admitió ella—. Bueno, ¿y qué otras diferencias hay?

—Los ángeles son seres creados, y los Enviados nacen.

—Entonces, ¿tienes padres?

—Tenía padres.

—Quieres decir que…

Él asintió.

—A mi madre la mataron los demonios y, después, mi padre se dejó morir.

—Lo siento mucho, Thane. ¿Cuántos años tenías cuando ocurrió eso?

—Seis.

—Eras casi un bebé. ¿Qué te pasó después?

—Ya me habían enviado a adiestrarme como guerrero. Mi vida no se alteró —dijo él. Sin embargo, aunque él apenas había conocido a sus padres, todavía sufría por su pérdida—. Mi vida no cambió hasta hace cien años, cuando los demonios me capturaron y me encerraron en una de sus prisiones.

—Xerxes me dijo que habías ganado todas las batallas, menos una —dijo ella—. ¿Se refería al tiempo que pasaste en esa prisión?

Elin era su mujer, e iba a compartirlo todo con ella, incluso su pasado. Iba a confiar en que, pese a todo, lo quisiera. Señaló con un dedo las cicatrices que tenía en el cuello.

—No. Aunque nos torturaron, considero que eso fue una victoria, porque, al final, matamos a todos nuestros captores. Xerxes se refiere a una batalla que perdí… contra mí mismo. Bjorn, Xerxes y yo acabábamos de escapar de la prisión, y yo quería sentir algo físico. Me corté el cuello. Xerxes y Bjorn me curaron con el Agua de la Vida. Yo estaba tan furioso que me corté el cuello de nuevo. No tenían más Agua, así que me llevaron a un médico para que me curara. Cada día, durante mi convalecencia, vi la angustia en sus ojos, y eso me afectó. Ya habían sufrido demasiado. Le pedí al Más Alto que me dejara las cicatrices en el cuello como recordatorio de que yo no estaba solo, de que había otros que dependían de mí, y me concedió mi petición.

—Oh, Thane.

—El calabozo nos cambió.

—¿Cómo terminasteis allí?

—A mí me atraparon cuando estaba en una misión. Me encadenaron en una celda y, más tarde, llevaron allí a Bjorn y a Xerxes. Les hicieron cosas tan horribles que solo sobrevivieron porque son inmortales. Pero yo… A mí, los demonios me dejaron en paz, y nunca entendí el porqué, hasta mucho después.

—¿Por qué?

—Estaban creándome culpabilidad, furia y desesperanza.

Ella abrió los ojos.

—Aunque intentes disimularlo, tus sentimientos son mucho más profundos que los de cualquier otra persona. Eso explica muchas cosas.

Él se hundió en el agua durante un momento, para refrescarse la cara.

—Me obligaron a mirar cómo torturaban a mis amigos, sin poder hacer nada. Estaba desesperado. Quería herir a los demonios pero, como sabía que no podía, quería que me torturaran a mí en vez de a ellos.

—¿Y cómo escapaste?

—Tiré con tanta fuerza de mis cadenas, que rompí los grilletes de las muñecas y de los tobillos. También me rompí las muñecas y los tobillos, y me disloqué los dos hombros, pero encontré las fuerzas necesarias para soltar a Bjorn y a Xerxes. Cuando los demonios volvieron para torturarnos de nuevo, nos habíamos curado y podíamos luchar.

—Oh, Thane… es horrible lo que tuviste que soportar. Lo siento.

—No sientas tristeza por mí. Es cierto que la experiencia me destrozó, pero, al final, conseguí recuperarme, y todo eso me hizo más fuerte que antes. Y ahora tengo a mi lado a Xerxes y a Bjorn. De aquella oscuridad surgió algo bello.

—Belleza de las cenizas —dijo ella. Se estrechó contra su pecho y lo abrazó—. Pero, Thane…

—¿Qué, Elin?

—También me tienes a mí.

 

 

Después de aquella conversación, Elin entendió la necesidad que tenía Thane de herir y de ser herido. Su pasado le había afectado profundamente, y lo que le habían negado se había convertido en su deseo más grande y se había mezclado, de algún modo, con la parte más apasionada de su vida. El sexo.

En aquel momento, todas las inseguridades y las reservas de Elin con respecto a esa faceta se desvanecieron.

—Si alguna vez vuelves a tener esos deseos… —dijo.

—No va a ocurrir.

—No lo sabes, así que, como iba diciendo, si vuelves a tener esos deseos, cuéntamelo. Deja que yo sea la que te satisfaga. Ya no me da miedo —añadió ella, cuando él abrió la boca para protestar—. Ni un poco de miedo.

Los rasgos de Thane se suavizaron, y la miró con adoración.

—No se trata solo de tu miedo. Me causa espanto la idea de hacerle daño a quien más quiero proteger… a la mujer a la que más adoro.

Ella sonrió.

—Estoy segura de que hay modos de hacerlo que no me causarán ningún daño, en realidad.

—Sí. Yo también puedo castigarte como tú me castigas a mí.

A ella se le endurecieron los pezones, y se frotó contra él.

—Lo estoy deseando. Pero, en este momento, estoy más interesada en castigarte oralmente, con severidad…

 

 

Thane estrechó a Elin contra su pecho. Le había castigado oralmente, de verdad, y como él era todo un guerrero, había encontrado la fuerza para soportarlo.

Era una mujer apasionada y salvaje. Lo llevaba a extremos que él nunca hubiera imaginado.

La sesión de castigo había tenido lugar en la cama, hacía varias horas, y todavía no se habían levantado.

—Quiero hablar del futuro —dijo ella, en aquel momento, y se sentó sobre él, a horcajadas.

Él asintió.

—Te he dicho que quería quedarme contigo, y es verdad. Pero no quiero ser tu empleada. Quiero ser tu igual. Y, sí, ya sé que tú eres más fuerte. No soy tonta. Sé que tienes muchas riquezas, y que yo he venido con las manos vacías. Pero quiero ser tu mujer, y…

—De acuerdo —dijo él, rápidamente. Ella le estaba diciendo exactamente lo que quería oír, las palabras que había deseado más que respirar. Le habría prometido las estrellas y la luna.

Ella sonrió.

—Ni siquiera has oído lo que tengo que decir.

—No es necesario. Te deseo, ahora y siempre. Haré lo que sea necesario para quedarme contigo.

—Bueno, me parece bien, porque eso significa exclusividad, líneas de comunicación abiertas, confianza, noche de mujeres en el bar todos los viernes, y que duermas conmigo todas las noches. Y que conste que dormir no significa quedarte despierto abrazándome.

—Elin…

—No. Has dicho que «de acuerdo», y esto es lo que te estoy pidiendo. Deja que te ayude con las pesadillas. Hasta ahora no lo he hecho mal, ¿no?

—A costa de tu propio descanso.

—No es verdad. Yo sí descanso. Si me dejas, ahuyentaré a tus malos sueños. Y lo digo de verdad. ¿Has visto mis nuevos bíceps?

Él asintió, sonriendo al mirar los brazos de Elin. Su mujer tenía un cuerpo delicado, y eso no tenía nada de malo. Más bien, todo lo contrario.

—Está bien.

Le daría lo que quisiera pedir, incluso eso. Porque Elin tenía razón; estar con ella le estaba ayudando a controlar las pesadillas. Nunca hubiera creído que eso era posible, pero había muchas cosas que le resultaban increíbles hasta que había conocido a Elin.

—Pero yo también necesito que tú me hagas una concesión.

Entonces, ella se inclinó hacia él, con una expresión de triunfo, y le mordisqueó el lóbulo de la oreja. Thane estuvo a punto de perder el hilo de su pensamiento. A punto.

—Te quiero, Elin —admitió, mientras enredaba las manos entre su pelo—. Te quiero con toda mi alma.

Ella se irguió de golpe, con los ojos abiertos como platos.

—¿Qué has dicho?

—Que te quiero. Me conquistaste desde el principio, cuando me ayudaste con tanto valor a escapar del campamento de los fénix. Te has convertido en mi luz, en mi esperanza. Me has convertido en un adicto a ti, y no puedo dejarte. No voy a dejarte nunca. A partir de ahora, estamos juntos en esto.

A ella se le llenaron los ojos de lágrimas.

Thane la tendió boca arriba en el colchón, y se tumbó sobre ella, aplastándola con su peso, mientras le besaba las lágrimas.

—Y, ahora, la concesión —le dijo—. Cuando encuentre la manera de hacerte completamente inmortal, y voy a encontrarla, tú harás lo necesario. Sea lo que sea.

—Pero…

—Nada de «peros». Lo harás. Yo prefiero morir a perderte. Y eso es exactamente lo que ocurriría: si tú me dejas alguna vez, sea por el motivo que sea, no podré continuar.

—Pero… yo quiero que tú…

—No —dijo él—. Sin ti no tengo nada. Sin ti no quiero nada.

De repente, sintió un deseo abrumador de poseerla para siempre, y extendió las manos ardientes sobre su piel, sobre toda su piel, para dejar su marca.

—Eres mía —dijo—, y no voy a perderte.

—Soy tuya, y tú eres mío. Yo tampoco voy a perderte —dijo ella, con la voz entrecortada, y atrajo su cara para besarlo—. Por nada del mundo.

—Nunca —convino él.