Capítulo 18
Cada día que pasaba, las oscuras emociones que sentía Thane le oprimían más y más el corazón.
Lucien había seguido el rastro espiritual de Bjorn hacía dos semanas, con la esperanza de averiguar a qué lugar se dirigía su amigo cuando se ausentaba últimamente, pero el rastro era tan serpenteante y tan enredado que, según le había dicho Lucien, no había hecho demasiados progresos.
Malice estaba escondido en algún lugar, pero él no había podido encontrarlo.
Parecía que estaba fracasando en todo.
Había pensado que, si se acostaba con una nueva amante, conseguiría mitigar el deseo que sentía por la humana… por la mestiza. Sin embargo, al enterarse de que la sirena le había hablado con desdén a Elin, había sentido una irritación increíble. La sirena era afortunada por haber podido salir viva del club.
Después, Elin se había alejado de él, y él se había ido a su suite. Solo.
Allí, se había paseado de un lado a otro, como un león enjaulado, y había estado pensando. Se había dado cuenta de que él había faltado el respeto a Elin, y mucho más que la sirena.
Habían pasado varios días, y todavía no sabía qué hacer. Lo único que quería era dejar de sufrir.
Mandó a Adrian a comprar uniformes nuevos para las chicas. Uniformes de manga larga, con pantalón. Tal vez eso le ayudara; cuanto menos viera de Elin, menos la desearía, ¿no?
—¡Thane Downfall!
Él frunció el ceño. La apreciada voz de Elin, pero estaba amortiguada.
Abrió las puertas de su suite y la vio allí, en el pasillo, intentando apartar a los guardias para poder pasar. Sintió a la vez ira y excitación, y también una tensión muy intensa. Necesitaba algún tipo de liberación. Y pronto.
—¿Ocurre algo? —preguntó.
Ella lo miró, pero apartó la mirada rápidamente. ¿Acaso había empezado a temerlo?
La decepción superó a la ira y a la excitación.
—Sí —dijo ella—. Ocurre algo, y me gustaría hablar contigo en privado. Si la guardia imperial de su majestad me permite pasar…
No, no tenía miedo. Estaba enfadada. Eso podía soportarlo, así que le hizo un gesto para que avanzara. Cuando ella pasó entre los vampiros, él se inclinó, casi sin darse cuenta, para percibir mejor su olor a cerezas.
Ella se dio cuenta, y le lanzó una mirada fulminante. Después, se sentó en el sofá; Thane se volvió hacia los guardias:
—Ya os he dicho que Elin no necesita invitación. Cuando quiera verme, dejadla entrar inmediatamente.
Una concesión que nunca le había hecho a ninguna otra.
Cerró la puerta y se volvió hacia Elin. Después, se cruzó de brazos. No llevaba camisa, y ella siguió los movimientos de sus músculos con la mirada. Thane sintió que su cuerpo reaccionaba con tanta fuerza como si le hubiera lamido en el pecho.
—Elin —dijo, y dio un paso hacia ella.
Ella pestañeó rápidamente y se ruborizó.
—Pensaba que era una invitada, y no una prisionera, hasta que me he dado cuenta de que no puedo salir del club sin tu permiso —le dijo, en un tono de irritación.
Él se quedó inmóvil.
—El día que viste al rey de los fénix, te dije que no podías salir del club.
—Ese es precisamente el motivo por el que no quiero estar aquí más de lo necesario.
Así que todavía quería dejarlo. «No voy a dar un puñetazo en la pared. Debo mantener la compostura».
—Está bien. Permitiré que te vayas… si llevas escolta. Y, antes de quejarte, acuérdate de que tú solo eres una medio humana entre inmortales. Tú eres vulnerable. Ellos, no.
La expresión de Elin se suavizó.
—Sé que quieres protegerme, y te lo agradezco, pero voy a estar con Bellorie. Ella es más dura que cualquiera de tus hombres.
—Incluso los soldados más fuertes necesitan respaldo.
—No me importa. Necesito descansar. Tus hombres me siguen a todas partes. Un día van a entrar en el baño mientras estoy haciendo mis necesidades. Ya no lo aguanto más.
Él se pasó la lengua por el filo de los dientes.
—¿Adónde quieres ir?
—Al partido de lanzamiento de rocas que hay unas cuantas nubes más allá. He faltado a los dos últimos, y no es justo para mi equipo.
—¿Vas a jugar de verdad? ¿Aunque no hayas mejorado nada? —preguntó Thane. Lo sabía porque había visto los entrenamientos en más de una ocasión.
Ella entrecerró la mirada, pero asintió.
—Va a haber sangre. Mucha sangre.
Elin se estremeció, pero respondió:
—No hay ningún problema. Las chicas han estado trabajando conmigo para que superara ese miedo.
«Debería haber sido yo. Yo debería haber trabajado con ella».
En vez de hacerlo, había intentado envolverla en una burbuja protectora, y la había evitado para darle espacio. Dos errores.
Había llegado la hora de rectificar.
—Si resultas herida, me voy a disgustar mucho.
—Eso no me importa.
Entonces, él no tuvo más remedio que acceder.
—Está bien. Permitiré que te marches sin escolta armada.
Si no lo hacía, le causaría aún más rechazo.
Ella se animó y sonrió, y a Thane se le aceleró el corazón. «Qué preciosa es», pensó.
—Gracias, Thane.
—Si me permites que establezca un vínculo contigo —añadió él.
La alegría de Elin se apagó.
—No. No quiero ningún vínculo contigo.
—De todos modos, vas a tenerlo —dijo él—, para que puedas ponerte en contacto conmigo si tienes algún problema.
—Puedo ponerme en contacto con Xerxes.
Aquel recordatorio lo enfureció.
—Lo bloqueaste.
Ella dio una patada en el suelo.
—¿Y qué? ¿Por qué piensas que no voy a poder bloquearte a ti también?
—Porque, al contrario que mi amigo, yo no te lo voy a permitir.
—Mi respuesta sigue siendo «no» —replicó ella con ira.
Su enfado le añadió un color rosado a sus mejillas.
—Esto no es un debate.
—¡Bah! ¡Esa frase otra vez! Para que lo sepas, eres muy molesto.
Alguien tenía una boca muy descarada aquella mañana.
Thane dio un paso y entró en su espacio personal, y Elin tragó saliva.
—No va a ocurrir —dijo—. No te doy permiso.
—No te lo he pedido —respondió él.
Su cercanía… su olor… su belleza… su carácter… Todo le causó un deseo casi insoportable. Pero había algo más. La admiraba. Elin sabía que podía destruirla en un enfrentamiento físico y, sin embargo, seguía defendiéndose para salirse con la suya.
Él le puso las manos en las sienes y notó su piel cálida y suave. Ella se puso muy tensa, pero él cerró los ojos.
—No quiero establecer ningún vínculo contigo —dijo ella, con la voz entrecortada.
—Elin —dijo él, sonriendo por primera vez desde hacía varias semanas—, he notado el sabor amargo de tu mentira.
Y nunca se había sentido más contento.
A través de la conexión física, Thane entró en su mente. Vio una imagen de Elin, riéndose con su marido. Era un hombre de estatura media, de pelo y ojos oscuros, y de belleza clásica. Ella lo miraba con los ojos llenos de amor y ternura.
Entonces, vio a Orson, zarandeándola por los hombros.
Las imágenes desaparecieron. Elin lo estaba bloqueando. Era muy intrépida, pero había llegado tarde. El vínculo ya se había establecido.
Thane la soltó y retrocedió, poniendo distancia entre los dos.
—Si tienes algún problema, o alguien te amenaza, solo tienes que pensar en mí. Intenta alcanzarme con la mente como lo harías con la mano. Yo me encargaré del resto.
—Ya lo sé —dijo ella, malhumoradamente—. Xerxes me explicó cómo se hace.
Thane sintió una descarga de celos. Respiró profundamente, lentamente, para calmarse. Sin embargo, al inhalar su olor a cerezas, su deseo se convirtió en un hambre voraz.
—Me voy ya —dijo Elin, con la voz temblorosa, y dio un paso atrás. ¿Acaso había notado aquel cambio en él?
—No, todavía no —respondió Thane, tomándola por los hombros—. Hay una cosa más que tienes que hacer.
Sus miradas quedaron atrapadas, y se miraron el uno al otro durante un largo instante. El aire se hizo más denso, como si estuvieran en una zona pantanosa durante una calurosa noche de verano.
Elin comenzó a jadear. Sus pupilas se dilataron.
Él se deleitó al verla.
—¿Qué? —preguntó ella, por fin, casi sin aliento—. ¿Qué es lo que tengo que hacer?
—Esto —respondió él.
La estrechó contra su cuerpo y la besó.
No fue un beso suave. Sacó la lengua y exigió que le permitiera entrar. Ella debió de quedarse sorprendida, o lo deseaba, porque abrió la boca. Y él aprovechó la oportunidad y la invadió, tomando su boca de la manera que quería tomar su cuerpo.
Ella se derritió contra él, y dijo su nombre entre gemidos.
«Lo deseo. Lo deseo tanto que… no puedo luchar contra esto. Ya no quiero luchar más».
La voz de Elin reverberó por su mente, y acabó con el poco dominio que Thane conservaba sobre sí mismo. Devoró su boca, succionando, mordiendo y acometiendo, deleitándose con ella. A Elin se le escaparon pequeños maullidos desde la garganta.
Entonces, él la agarró por el trasero y la alzó para estrecharla contra su erección.
—Dime lo que tengo que hacer, y lo haré —susurró—. Cualquier cosa.
«Pero no me dejes».
A ella se le escapó un jadeo, como si hubiera oído sus palabras. Y tal vez las hubiera oído. A Thane ya no le importaba nada, salvo lo que iba a pasar. Salvo las necesidades de Elin y su capacidad para satisfacerlas.
Pasó un momento. Ella dejó de besarlo. Él apretó los dientes. Ella se zafó de sus brazos y se alejó de él. Él apretó los dientes con más fuerza. Cuando Elin tocó la mesa de centro con la parte trasera de las rodillas, lo miró. Y él no vio arrepentimiento en sus ojos, sino pasión. Ella se humedeció los labios… y él comenzó a tener esperanzas. Entonces, lentamente, Elin se desnudó de cintura para abajo.
Thane sintió una lujuria como nunca había sentido, y le dolió. Sin embargo, era una buena clase de dolor. Ella no iba a dejarlo.
Él se empapó de su belleza, temblando a causa del deseo de tocarla.
«Tranquilo. Espera a que ella te diga algo».
Entonces, Elin rodeó la mesa, se sentó en el sofá y, despacio, separó las piernas. Le hizo una señal con los dedos.
—Ven aquí.
Él obedeció. Apartó la mesa de centro y se arrodilló delante de ella. Posó las manos en sus rodillas y le separó aún más las piernas. Tuvo que hacer un esfuerzo para poder mantener la compostura.
«Mía. Es mía».
Él nunca había probado a una mujer de aquel modo, pero, en aquel momento, sintió casi desesperación por hacerlo. Sin embargo, esperó.
—¿Elin?
—Hazlo. Posa la boca en mi cuerpo.
Entonces, él la saboreó lentamente. Con los ojos cerrados, percibió los sabores femeninos que, al instante, lo embriagaron y le causaron adicción.
—Más —dijo.
Volvió a probarla, una y otra vez, hasta que comenzó a lamerla…
La respiración de Elin se volvió muy agitada.
—Sí —gimió—. Por favor… no pares…
«Preferiría morirme», pensó él.
—Morir. Sí, me voy a morir si no llegas hasta el final…
Él alzó las manos para acariciarle los pechos, pero ella le agarró una de las manos y se metió un dedo en la boca, dulce y caliente. Él notó la succión hasta los testículos, y dio un respingo. Frotó su erección contra el sofá. Al lamerla de nuevo, se sintió frenético, y pasó la punta de la lengua por la pequeña punta de su cuerpo, una y otra vez, hasta que ella gritó.
—Más —repitió, y succionó su dedo con más fuerza.
Él se deslizó hacia abajo, hacia la entrada de su cuerpo, y metió la lengua por ella. Empezó a penetrarla imitando los movimientos del sexo. Estaba tan excitado que pensaba que iba a estallar en cualquier momento.
—Thane…
Elin clavó los talones en el borde del sofá, y se onduló contra su boca. Él regresó a su pequeño botón y lo lamió, mientras introducía dos dedos en su cuerpo. Estaba tan caliente y tan húmeda que se deslizó con facilidad.
—¡Sí!
«A mi mujer le gusta esto», pensó Thane. Succionó su cuerpo, utilizando el mismo ritmo que seguía con los movimientos de los dedos, y ella comenzó a moverse contra él, más y más deprisa. Los sonidos que emitía se hicieron incomprensibles. Eran exquisitos… Hasta que lo agarró del pelo y gritó su nombre. Sus músculos internos se ciñeron alrededor de sus dedos.
Todavía la estaba besando cuando su cuerpo dejó de vibrar. Seguía besándola cuando ella se desplomó sobre el sofá con languidez. La estaba besando cuando ella dejó de succionar su dedo y le dio un suave empujón.
Aunque Thane no había terminado con ella, levantó la cabeza. Mientras ella lo miraba, se lamió los labios y saboreó el resto de su esencia. No dejó nada; hasta el último rastro era una recompensa.
Ella se irguió. Tenía una expresión brillante de satisfacción. Alargó la mano y se la pasó por el miembro viril endurecido.
Él estuvo a punto de tener un orgasmo. Gimió.
—Más fuerte…
—No. Voy a dejarlo así —susurró ella, con la respiración entrecortada—. Y tú no vas a hacer nada al respecto. Este será tu castigo por echarme del club.
Castigo. Dolor.
Pero un buen dolor…
Él no recibiría ninguna herida, ni ella tampoco. La culpabilidad no iba a tener cabida en aquello.
Era… perfecto.
Asintió. Quería jugar a aquel juego.
—No voy a tocarlo.
Ella le dio un suave beso en los labios.
—Tal vez te vea luego.
—Cuenta con ello.
Elin se puso en pie, lo rodeó y se vistió. Después, salió de la suite sin decir una palabra más.
Elin permaneció detrás de la línea del campo, intentando no temblar.
El equipo de las Fang Bangers estaba al otro lado de la cancha, esperando a que dieran la señal del comienzo del partido. Eran seis mujeres con dos sustitutas. Todas eran mujeres vampiro.
—Eh, hemoglobinas —dijo Savy—. ¿Qué sentís sabiendo que vais a salir del gimnasio hechas trizas?
Todos los miembros de las Fang Bangers silbaron de rabia. Una le gruñó.
—Vamos, empieza a cantar, gorda. Este partido ya ha terminado.
Entre los dos equipos había seis enormes pedruscos que Elin nunca iba a poder levantar. Thane tenía razón; no había mejorado nada.
«¿Por qué estoy aquí?», se preguntó.
Respuesta: las chicas se lo habían pedido, y ella no había podido negarse.
Repasó rápidamente las reglas del juego: no había reglas. Bueno, si alguien le lanzaba una de las rocas, y ella conseguía atraparla, la lanzadora iba al banquillo, pero no había nada que pudiera llamarse un lanzamiento antirreglamentario. Cualquiera podía darle en la cabeza o en el vientre, literalmente. Que alguien sufriera una muerte física durante cinco segundos o más le proporcionaba diez puntos extra al equipo de la lanzadora. No era ningún problema, puesto que los inmortales resucitaban. No había descansos, ni tiempos muertos. No había penaltis. El partido duraba hasta que un equipo entero había sido eliminado.
Aquello iba a doler mucho.
¡Bum!
Cuando se dio la señal del comienzo del partido, todas las jugadoras se dirigieron al centro de la pista de baloncesto para tomar una roca. Salvo ella. «Tengo que dosificar las fuerzas». Eso era equivalente a la supervivencia. Lanzar misiles de quinientos kilos equivalía a sobrevivir. Se mantuvo atrás, y esperó.
Tenía el corazón acelerado, y le caían gotas de sudor por la espalda. Oía los vítores del público; el estadio estaba lleno de inmortales de todas las razas, un mar de caras sonrientes de euforia. Todo el mundo estaba impaciente por ver el primer aplastamiento.
Por un momento, Elin tuvo la sensación de que Thane la estaba mirando. Solo él podía hacer que su piel ardiera con una sola mirada, y que se le derritieran los huesos. Solo él podía conseguir que se echara a temblar. Sin embargo, no era posible que hubiera ido a verla jugar, y menos después de haberle dejado excitado y desesperado en su suite. Había tenido la esperanza de que… Bueno, eso no tenía importancia; seguramente, Thane estaba muy enfadado. Aquella sensación de que la hubieran acariciado con la mirada debía de estar producida por su nueva conexión. ¡Una conexión que ella no deseaba! Ya pensaba demasiado en él. Necesitaba distancia, no un vínculo que los uniera aún más.
«Vamos, concéntrate».
Buena idea, y muy oportuna, además. Uno de los pedruscos había salido volando y se dirigía directamente hacia ella. Elin se apartó de su camino en el último segundo, y evitó que le aplastara los órganos internos.
Bellorie pasó corriendo a su lado con una roca plateada y enorme bien agarrada contra el pecho.
—¡Vamos a hacerles daño a esas zorras, Bonka Donk!
Sí, claro. Plan A: quedarse junto a Bellorie, pero no tan cerca como para que pareciera que se estaba escondiendo.
Provocar y burlar a las otras jugadoras, suscitarles ira y, de ese modo, conseguir que se olvidaran de que la arpía estaba cerca.
Mientras Elin se acercaba por la izquierda de Bellorie, Chanel le lanzó una piedra a una de sus contrincantes. La piedra impactó contra su mandíbula, y ella no pudo agarrar la piedra antes de que tocara el suelo. La sangre brotaba profusamente de su boca deformada.
A Elin se le encogió el estómago, pero consiguió respirar hondo y controlarse. No le había mentido a Thane. Era cierto que las chicas habían estado trabajando con ella para que superara su fobia. Habían hablado de la sangre sin parar, mientras se hacían cortes en las manos y le ponían el líquido rojo delante de la cara. Lo habían llamado «terapia de choque».
Y ella había visto cómo se les cerraban las heridas. Se había dado cuenta de que la sangre no siempre iba acompañada de dolor y muerte. La sangre podía ser vida.
«Puedo hacerlo», se dijo. Estiró los brazos para parecer más grande de lo que era en realidad y gritó:
—Eh, vampira, eres tan fea que el médico abofeteó a tu madre el día que naciste.
Bueno, no era lo mejor que se le podía haber ocurrido, pero hizo efecto.
—¡Mi madre es impresionante! —gritó la mujer vampiro, y le mostró los colmillos antes de lanzarle su roca.
Cuando Elin la esquivó, Bellorie lanzó la suya y le dio a la chica en el hombro. ¡Fuera!
Bellorie, sonriendo, chocó la palma de la mano con la de Elin.
Bueno, aquello era cada vez más divertido.
Después de que eliminaran a otra jugadora de la misma forma, las Fang Bangers decidieron librarse de Elin, y comenzaron a arrojarle pedrusco tras pedrusco. ¡Vaya, no tenía manera de esquivarlos todos a la vez! Sin embargo, allí estaba Octavia, atrapando uno. Y Chanel, atrapando otro. Bellorie y Savy estaban demasiado lejos. La última piedra iba hacia ella…
Tenía una elección. Agacharse y dejar que el juego continuara. O agarrar la piedra y ganar.
Abrió los brazos, y…
Crack.
Su cuerpo cayó hacia atrás y fue aplastado por la piedra. Su esternón y sus costillas crujieron, y Elin perdió la respiración. ¡Qué dolor! Agarrar la piedra había sido un error. Un gran error.
Cuando se quedó quieta, trató de concentrarse. Solo veía estrellas.
El público se había quedado en silencio.
Entonces, todos prorrumpieron en gritos de júbilo y de admiración.
—¡Lo has conseguido! —exclamó Bellorie.
Elin se dio cuenta de que habían ganado. ¡Habían ganado de verdad! Tuvo una descarga de adrenalina que mitigó su dolor.
Las chicas le quitaron la piedra de encima y la levantaron del suelo. Ella se estremeció de dolor mientras la besaban y la abrazaban, y la levantaban por encima de sus cabezas.
La sensación de triunfo, y de alivio, fue enorme. Había ayudado a sus amigas. Eran sus amigas, sí, de verdad. Ya no era una excluida, ya no era una esclava. Era su igual, y tenía el aprecio de los demás.
Se echó a reír, sin preocuparse del dolor, y levantó los brazos en señal de triunfo. Entonces, se encontró con un par de ojos azules y cristalinos que estaban clavados en ella, y volvió a quedarse sin aliento. Thane había ido al partido.
Y estaba sonriendo, con aquellos deliciosos hoyuelos a todo gas.