Capítulo 14
Thane se esperaba otra tanda de latigazos. O, por fin, la pérdida de su inmortalidad. Y hubiera estado dispuesto a rogar que se le concediera otra oportunidad.
Sin embargo, cuando llegó al borde de la nube de Zacharel, el líder del Ejército de la Desgracia lo estaba esperando. Tomó a Thane por la nuca y apretó su frente con la de él. El viento azotaba sus túnicas.
—Podrías haber matado a cientos de humanos —le dijo.
—Sí, lo sé. El príncipe…
—Pudo actuar porque tú no cumpliste mis órdenes.
Thane asintió.
—También lo sé. Y me arrepiento de mis actos.
Zacharel se sorprendió.
—¿De veras?
—Sí.
La arrogancia le había costado una victoria que deseaba mucho. Y, quizá, le había costado más.
—Eso espero —dijo Zacharel—. Porque tus actos afectan a muchas personas. Afectan a la vida de aquellos a quienes amas, y que dependen de ti.
Aquellas palabras dieron en el punto débil de Thane. Sabía que sus actos afectaban a sus seres queridos. Había decidido quedarse en el edificio, y Bjorn y Xerxes habían estado a punto de morir. Él también habría podido morir, y su club habría quedado en manos de otro. Seguramente, inmortales de todas partes de los cielos habrían intentado hacerse con el Downfall.
—Tengo una nueva misión para ti —dijo Zacharel.
Entonces, Thane se dio cuenta de que no iba a ser castigado.
—¿No vas a decirme nada más sobre Rathbone?
—No. Pusiste en peligro muchas vidas, pero también las salvaste. Ahora, escúchame.
Thane asintió, aunque se había quedado asombrado. En ese momento, se sintió… amado por su líder. Aceptado.
Fue como un bálsamo para su alma.
—Es esencial que disminuyamos el ejército del príncipe —dijo Zacharel con determinación—. Una de sus muchas hordas está en Nueva York. Te enviaré las coordenadas cuando llegues a la tierra.
—¿Y quién encontró a la horda?
—Maleah.
Maleah. Claro. Una Enviada que había caído de los cielos.
Ella monitorizaba el mundo y sus alrededores, sin descansar. En el pasado, había sido una de las integrantes más amadas de los ejércitos de los cielos. Ahora estaba decidida a ayudar a la gente a la que había fallado al perder las alas, fuera cual fuera el motivo. Los rumores corrían como la pólvora, como de costumbre, pero los hechos reales nadie los conocía bien.
Thane la había deseado. En aquel momento, al recordar la exótica belleza de Maleah, se dio cuenta de que no podía compararla con Elin.
—Llévate a los soldados que necesites y mata a los demonios —le dijo Zacharel—. Mátalos a todos. No dejes ni un solo sirviente en pie.
Bien. Sin piedad. Aquella era una de sus políticas preferidas, una en la que destacaba.
Asintió.
—¿Y si nos cruzamos con el príncipe?
—Llamadme.
—Todo se hará tal y como has ordenado —le dijo Thane.
Por desgracia, tendría que posponer su reunión con Lucien.
Mientras descendía de la nube, llamó mentalmente a Magnus, Malcolm, Jamilla y Axel, y les ordenó que se presentaran en el tejado de otro de los edificios de Rathbone Industries.
Mientras aterrizaba, Zacharel le dio las coordenadas que iba a necesitar. Thane plegó las alas a su espalda y miró el mundo humano. Las calles estaban llenas de luces de neón, abarrotadas, y el ambiente estaba lleno de olor a comida, perfume y humo de coche. Se oían voces y bocinas. El ruido de unos tacones.
Los guerreros aterrizaron a su espalda. Él se volvió, les refirió lo que le había ordenado Zacharel y vio en sus rostros una expresión de impaciencia.
—Quiero que dejéis a uno de los demonios con vida —dijo—. No importa a cuál.
Los interrogatorios tras la batalla siempre eran entretenidos.
Todos asintieron.
—¡Vamos allá! —gritó Axel.
Todos saltaron desde el edificio y se lanzaron en picado hacia el suelo. Los guerreros estaban en el reino espiritual, así que sus cuerpos eran como neblina que traspasó el pavimento y la red de metro, y que entró en un laberinto de túneles oscuros y húmedos.
Thane hizo que su cuerpo se solidificara y sacó la espada de fuego. Los demás hicieron lo mismo. Las llamas les sirvieron de antorchas y lo bañaron todo con una luz dorada. El olor a azufre les invadió las ventanas de la nariz. Se oyeron risotadas, pero era imposible saber de dónde procedían. Y las paredes de los túneles estaban salpicadas de sangre. Tampoco ofrecían información sobre el camino que debían tomar.
Thane alzó su mano libre y señaló a cada guerrero su dirección. El grupo se separó y todo el mundo giró por la esquina que se le había asignado.
Sin bajar la guardia, él avanzó con ayuda de las alas, pese a lo reducido del espacio. Las voces comenzaron a oírse con más intensidad, y pudo distinguir las de algunos humanos. Gemían, y suplicaban piedad. Dejó de seguir los túneles excavados por el hombre y atravesó las paredes guiándose por los sonidos. Sin embargo, dio un giro equivocado y terminó en una sala vacía.
Volvió a intentarlo, una y otra vez.
Y, al final, después de atravesar barro y cemento, entró en un infierno. Era una escena sacada de sus peores pesadillas.
En una habitación enorme, cuyas paredes se estaban deshaciendo, había una congregación de más de treinta demonios. Desde los pilares de madera, hasta el suelo y las paredes, todo estaba manchado de sangre.
Era la sangre de sus víctimas, seis humanos encadenados: dos mujeres, tres hombres y un niño. A Thane se le encogió el estómago. Rápidamente, envió a sus guerreros las indicaciones para llegar a aquel lugar.
No lo entendía. Los demonios del príncipe debían hacer cualquier cosa con tal de poseer a ciertos humanos, pero aquello… aquello iba más allá de la posesión, y de cualquier depravación. Algunos de los monstruos estaban lamiendo los charcos de sangre, y otros seguían atormentando a los humanos, mordiéndoles y arañándoles la carne desgarrada.
Thane iluminó con la espada cada uno de aquellos actos de maldad y, uno por uno, los demonios se percataron de su presencia y se volvieron hacia él. La alegría maniaca que se reflejaba en sus rostros se convirtió en terror cuando vieron al resto de los Enviados entrando en la cámara de tortura.
Aquello era lo que él había estado esperando.
—¡Ahora! —gritó.
Y se desencadenó el caos.
Los Enviados entraron en acción, blandiendo las espadas con una intención letal. Los demonios que tenían alas intentaron escapar volando, pero Thane y Axel no se lo permitieron; les cortaron las apéndices antes de que uno solo de ellos pudiera salir de allí.
Las cabezas empezaron a rodar por el suelo, y los brazos, a saltar por el aire. Se oyeron aullidos de dolor. Thane permaneció en constante movimiento, cortando a todos sus enemigos. Nadie podía escapársele.
Magnus, Malcolm estaban acabando con un demonio sierpe, y Jamilla, clavando a un envexa al suelo con la espada, para poder cortarle el cuello. Thane atravesó el pecho de un viha y siguió hacia su siguiente contrincante. Sin embargo, ya solo quedaba uno, y Axel estaba a punto de decapitarlo.
—Alto —dijo Thane. Y, sorprendentemente, todos los Enviados obedecieron.
Thane avanzó a grandes zancadas, y acorraló al demonio en un rincón. Era uno de los más grandes, con una cornamenta retorcida que brotaba de su cabeza deforme. Tenía la piel roja, como sus ojos. Carecía de nariz; solo tenía agujeros para respirar. Sus labios eran muy finos, y entre ellos aparecían dos colmillos afilados.
Emitió un gruñido amenazante.
Thane sonrió con frialdad.
—Llevad a los humanos a un sitio seguro, y que les proporcionen atención médica. Asignadles a cada uno un Portador de Alegría —les ordenó a los Enviados. Los humanos necesitaban un ángel protector que les ayudara a sanarse mentalmente. De lo contrario, se desmoronarían—. Yo me ocupo de este bicho.
De nuevo, sus órdenes fueron obedecidas.
—Ahora es tu turno —le dijo al demonio—. Permíteme que te libere de unos cuantos kilos.
Entonces, le cortó los brazos y las piernas, para impedir que escapara. Lo recogió y se lo llevó a los calabozos del Downfall.
—¿Dónde está Adrian? —les preguntó a los guardias de la puerta.
—Xerxes le ha pedido que siguiera a la chica humana —respondieron ellos.
Bien.
Thane recorrió los pasillos de los calabozos. Los fénix que estaban en las celdas no tenían fuerzas, tan solo podían mirarlo y gemir. Al llegar a la celda central, clavó al demonio a la pared, justo frente a Kendra. De nuevo, ella tenía un lugar de honor.
Había recuperado más energías que los demás, y siseó como un gato furioso.
—Suéltame, Thane. Ahora.
Qué orgullosa y altiva. Pese a la claridad mental que había ganado Thane, y pese a su arrepentimiento, sintió ira. Se giró hacia ella y le lanzó una sonrisa tan fría como la que le había dedicado al demonio.
Ella se echó a temblar y apretó los labios.
—Presta atención, Kendra, porque puede que tú seas la próxima.
Sacó una daga del bolsillo de aire y se encaró con el demonio.
—No sé si lo has oído por ahí, pero se me dan muy bien los trabajos a cuchillo… y mis interrogatorios no cesan nunca hasta que obtengo lo que quiero.
Elin oyó otro grito de agonía más, y se estremeció. ¿Cuántas horas llevaban así? Había perdido la noción del tiempo.
Después del entrenamiento, durante el cual sus amigas la habían declarado un gran fracaso en el elevado arte del lanzamiento de rocas, Savy, Chanel y Octavia habían intentado distraerla de aquel ruido con una partida de póquer de favores. Se apostaban eso, favores, y Elin había perdido todas las manos. Sin embargo, el único favor que le pedían las chicas era que no volviera a pedirles que probaran sus pasteles.
Cuando terminaron el póquer de favores, comenzaron a jugar al strip póquer y, aunque ella terminó en ropa interior, y bastante azorada, no consiguió distraerse.
Le habían dicho que Thane estaba en los calabozos, rebanándole el cuello a un demonio.
—Ya no puedo más —anunció, dejando las cartas sobre la mesa.
Aquello provocó las protestas de las otras chicas. Y se oyeron más gritos.
—¿Cómo? No puedes dejar la partida así.
—¡Si acabamos de empezar!
—¿Te vas a rendir ya, como una gallina?
Elin ignoró sus preguntas, y formuló una:
—¿Dónde está Bellorie?
Chanel frunció el ceño.
—¿No lo sabes?
A ella se le encogió el corazón.
—¿Qué es lo que tengo que saber?
—Thane la ha echado.
—¿Qué?
Octavia asintió.
—Es cierto, pétalo. Axel la trajo al club, Xerxes le dijo que se lavara toda la sangre de las manos y que tenía que irse. Bellorie hizo las maletas y Xerxes la acompañó fuera del edificio.
—Pero… ¿por qué?
—Por haber usado sus manos para la muerte y la destrucción —le explicó Octavia.
Eso era lo que hacía Thane todos los días. ¿Por qué había culpado a Bellorie, entonces, por una sola indiscreción?
Elin no estaba precisamente a favor de la violencia, y tenía dificultades para identificar a la Bellorie a la que adoraba con la Bellorie que le había sacado el corazón del pecho a un hombre, pero eso no significaba que fuera a aceptar aquel exilio sin luchar contra él.
Hacía años, su padre le había dado un consejo muy sabio: «Algunas veces, el terreno emocional es demasiado montañoso como para correr por él, Linnie, cariño. Algunas veces tienes que ir paso a paso, caminando».
Muy bien. Primer paso: dejaría de evitar a Thane. Segundo paso: empezaría otra ronda de interacción con él. Tercer paso: lo acosaría hasta que dejara volver a Bellorie al club.
—Voy a hablar con él —dijo.
Se puso una camiseta rosa y unos pantalones vaqueros, aunque no se molestó en calzarse.
—Eh… Yo no haría eso si fuera tú —le dijo Savy—. Tú terminarás expulsada del club. O peor aún. Nadie cuestiona a Thane cuando da una orden. Ni siquiera su… Lo que seas tú.
—Su mascota humana —dijo Octavia, siempre tan servicial.
Chanel soltó un resoplido.
—No sé cómo ha sucedido lo del lobo y el cordero, pero me parece que ella es algo más que eso —dijo, y ladeó la cabeza para mirarla—. Y creo que Thane hará una excepción por cualquier cosa que ella le pida. Salió corriendo para estar a su lado, cuando, en realidad, no le ocurría nada.
—Disculpa —respondió Elin, ofendida—, pero estaba gritando, casi catatónica.
—Puede que fuera corriendo a su lado porque la necesita para cobrar algún rescate —dijo Savy, tamborileando con los dedos sobre la mesa—. O para vengarse de los fénix. O tal vez pasara por un momento de locura. ¿No lo has pensado nunca? No te ofendas —le dijo a Elin—. Él no es de los que va detrás de una mujer, por muy asombrosa y deliciosa que sea.
¿Cómo iba a ofenderse, si ella había tenido la misma sospecha?
—Puede que sea mejor de lo que todos hemos creído —murmuró ella.
Por supuesto, en aquel momento el demonio gritó de forma desgarradora una vez más.
Chanel y Octavia se echaron a reír como colegialas.
—¿Quieres que hagamos otra apuesta? —le preguntó Chanel a Savy—. Doble o nada.
Entonces, Elin salió de la habitación. En cuanto puso un pie en el pasillo, Adrian, que estaba haciendo guardia junto a la puerta, se le acercó.
—¿Adónde vas, humana? —le preguntó.
—Iba a los calabozos. Vamos, sé bueno y enséñame por dónde se va —le pidió, pestañeando, intentando engatusarlo de una manera inocente.
Él se puso tenso, frunció el ceño y cabeceó.
—No. Vuelve a la habitación.
Ella se puso en jarras.
—He oído a Xerxes decirte que me llevaras adonde yo quisiera. Y acabo de pedirte que me lleves a los calabozos.
—Los dos sabemos que no se refería a todos los sitios a los que tú quisieras.
—No, no lo sabemos. No parece una persona que diga lo que no quiere decir.
Adrian le lanzó una mirada fulminante.
—¿A qué estamos esperando? —insistió ella.
A él se le oscureció la mirada.
—Puede que lo mejor sea que conozcas la verdadera naturaleza del hombre al que provocas.
Entonces, la llevó hacia el ascensor y presionó un botón. La cabina comenzó a bajar, y a bajar, hasta que, por fin, se abrió en una caverna de paredes grises y suelo de piedra agrietada.
Había dos vampiros custodiando una entrada abierta.
Elin se inquietó. Los gritos se oían mucho más allí, y reverberaban por las paredes de la cueva. Y, peor todavía, el olor era metálico, a centavos viejos; se le metió por la nariz y le revolvió el estómago.
—Espera aquí —le dijo Adrian, y pasó entre los guardias.
Los vampiros la observaron fijamente, como si estuvieran afilando con la mente los cuchillos y los tenedores. Ella miró hacia delante y vio barrotes que flanqueaban un pasillo lleno de celdas. Incluso veía dedos agarrados a los barrotes. ¿Los fénix estaban allí? Xerxes los había liberado de las estacas y los había llevado al interior del club, pero ella pensaba que era para darles atención médica.
Había sido una idiota al no darse cuenta de que era para seguir torturándolos.
—Thane —dijo Adrian—, la humana desea hablar contigo.
—La humana tiene un nombre —murmuró ella.
—Dile que la llamaré cuando termine aquí abajo.
Percibió un tono de placer en la voz de Thane. ¿Por ella, o por el trabajo que estaba llevando a cabo? De cualquiera de las dos formas, la cadencia de su voz hizo que se estremeciera.
—Muy bien —dijo Adrian. Se oyeron sus pasos de vuelta.
No, no. La última vez que había tenido que esperar a Thane, no habían resuelto nada.
—Thane Downfall —dijo ella.
El ambiente se volvió tenso al instante. Los pasos retrocedieron.
—¿Está aquí? ¿La has traído aquí? —preguntó Thane.
—Ayúdame, chica. Tienes que ayudarme —gritó Kendra.
—Claro, claro —dijo Elin—. Mira, para la próxima vez, aprende a ser más amable con la gente, por muy bajo que sea su estatus. Nunca sabes cuándo van a ponerse por encima de ti.
Aunque, en realidad, ella no estaba por encima de nadie.
—Deberías haberlo pensado mejor —gruñó Thane, y Elin se imaginó que iba a descargar su furia contra Adrian.
¿Acaso iba a castigarlo a él también? Dio un paso hacia delante, para entrar en el pasillo de celdas, pero los vampiros se interpusieron en su camino.
—Él no ha hecho nada malo —dijo, hablando por encima de los hombros de los guardias, que empezaron a mirarla con asombro y respeto—. Tu querido amigo Xerxes le dijo que me llevara adonde yo quisiera ir. Así que aquí estamos. Y, ahora, escúchame: quiero que Bellorie vuelva inmediatamente. La necesitamos para los Múltiple Scoregasms. Y, ya que estamos, quiero que cesen esos gritos. Me están destrozando los nervios.
«Como si tuvieras derecho a hacer exigencias».
—Por favor —dijo, en tono de súplica—. Con un extra de cerezas dulces por encima.
Hubo una pausa.
—Bellorie volverá antes del próximo turno —dijo Thane, con tirantez—, y no volverás a oír un grito.
—Gracias, gracias, gracias… ¡Mil gracias, Thane!
—¡Ayuda! —gritó Kendra.
Se oyó el crujido de una prenda de ropa. Un gruñido. Un gorgoteo. Y, después, voces amortiguadas.
Elin notó un sudor frío en la piel. Se echó a temblar. ¿Qué era lo que acababa de suceder?
Adrian pasó entre los guardias. Su expresión era fría. No la miró, y les ladró una sola palabra a los vampiros. Una palabra que ella no entendió.
Elin intentó seguirlo, pero uno de los guardias la agarró por la muñeca.
Elin dio un tirón, pero él la sujetó.
—Suéltala, o perderás la mano —dijo alguien a su espalda. Al instante, el vampiro la liberó.
Elin se volvió hacia las celdas, y se encontró con Thane.